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domingo, octubre 12, 2008

SUCEDIO UNA VEZ, EN LOS PASILLOS DE UN AURRERÁ

Se murió Paul Newman. Y antes se murió Richard Wright de Pink Floyd. Y tengo muchas cosas que hacer. Y por eso no he escrito nada. Y acabé el libro de Understanding Media, de Marshall McLuhan y me pareció fabuloso. Y me sucedió un incidente raro en un Aurrera local, tomándole fotos con mi celular en la sección de panadería a… unos panes.

 Pude haber sacado cuatro blogs distintos. Pero he estado ocupado.

 ¿Qué será primero? ¿Lo de las fotos del pan? ¿Las que no me dejaron tomar más?

 Resulta que me gusta tomar fotos. Me gusta mucho tomar fotos. Y las trato de sacar con composición, estilo, lo que se dice estilo, no fotos normales, de piñata, de reuniones, de familia. Bueno, sí las he tomado, pero me… fastidian un poco… En piñatas ya no me dan cámaras de video los cuñados porque saben que verán algo muy diferente a lo que están acostumbrados. Es que hay tanto que se puede hacer con una camarita.

 Y así voy por el mundo con un celular Sony Erickson con cámara de 1.3 megapixeles, listo para echarlo a andar. Tomo como 600 fotografías en un mes. Mucho o poco, no sé. Y luego pacientemente las guardo en CDs, claro, no todas son buenas. O si prefieren  al revés, no todas son malas.

 Dicen que la resolución de 1.3 megapixeles no es la más conveniente para tomar fotografías digitales, pero como que tener un celular con resolución de 7.0 megapixeles en la cámara, según esto, el límite de lo que la gente requiere hoy en día para sus exigencias naturales, todavía no me sucede, ¡hey, recuerden sólo es 2008!, y no sabemos lo que nos depara el 2013, pues, me acostumbro y disfruto el asunto tal cual.

 (Acaba de salir, en este instante en un comercial del VH1 y en un alarde de coincidencia enviada por el Gran Centro de Coincidencias del Cielo, el Sony Erickson con cámara Cybershot de 5 Megapixeles y con detección de sonrisas, ok, lo corrijo, lo que nos depara el 2010, ¿de acuerdo?)

 Y así tomo a figuras caprichosas del cielo con el filtro de blanco y negro y este se ve cool con todo y sus humildes 1.3 megapixeles. (Si las fotos se ven con poca definición las arreglo con filtro de enfoque del Gimp J ) Muy contrastantes el azul del cielo y sus nubes. También le tomo a los puestos de periódicos con sus noticias desnudas del día y así puedo juntar un archivo de muchas imágenes de días con sus sucesos diarios con esos sus ayeres capturados.

 Y, por supuesto, me tomo muchas fotos no por vanidad sino por tratar de entender lo que soy. Sonó muy breve como explicación psicológica, pero no es el lugar, ni el momento, ¿de acuerdo?

 De estas muchas imágenes de mí, algunas son dentro del supermercado de mi localidad, un Aurrerá.

 El caso es que me gusta tomarme fotos dentro del mismo. Quizá es un punto a reflexionar que tengo mi rutina clara de ir ahí un día a la semana a buscar mis alimentos y artículos que necesito, como si fuera a realizar la cacería ritual semanal con la cual alimento a la familia. Sin ese hecho, bueno, las cosas se complicarían quizá un tanto. Y mejor que comprar, con todo respeto, en las misceláneas y demás, porque… es otra historia…

 Entonces es natural estar dentro de un lugar para conseguir tus alimentos y que ese lugar sea un supermercado. Intercambiar el fruto del trabajo por alimentos. Un trueque finalmente.

 El Supermercado al que voy es la tienda ancla de un centro comercial normal como hay muchos en toda la república.

 Para esto, un centro comercial dícese que son en los que hay una diversidad de tiendas diferentes en un mismo terreno. De los que hay interiores y exteriores. Los de más caché son los interiores. Esos son los malls denominados así, supongo, por el área abierta, como si fueran calles para peatones, o como dice Mamá Wiki: una calle de peatones, una avenida sombreada, un espacio abierto, o una explanada, o ya de plano, un “mal” de compras.

 (Se pronuncia “mol” y todavía me hace gracia después de todos estos años que en Monterrey, en la colonia del Valle, inauguraron en 1982 un centro comercial con muchas tiendas alrededor de una pista de hielo, sin tienda ancla, y se le llamó, con esa muy típica gracia regiomontana en ocasiones de tan ramplona, tierna, el Mol del Valle, sí. “Mol”, o “seáse”, “Módulo Organizado de Locales”… de tantos recuerdos adolescentiles…)

 El caso es que los Malls es donde la gente está acostumbrándose a vivir su tiempo libre, además de que ahí se reúnen con sus amigos a tener su vida social. Los Malls los protegen además del mal tiempo, sea frío impresionante, sea calor terrible. Además imitan la ciudad de antes, la que era amplia, con tienditas y árboles, gente caminando y deambulando. El Mall es un pueblito pero ahora con techo.

 Pero sucede algo en los Malls. No son lugares libres. Son privados. Y siendo privados, hasta se dan el derecho de aceptar o rechazar a quien entre y de prohibir lo que les de la gana, como fumar, y yo no fumo, pero es un punto interesante a considerar.

 Pero ya dejando de divagar, continuo.

 En México los Centros Comerciales optaron por llamarse Plazas, por aquello de que recuerdan la clásica configuración urbana de los centros de las colonias de las ciudades del país y de Latinoamérica, en donde en el centro de cada centro urbano, hay siempre una plaza.

 En mi plaza comercial no hay tiendas macro, en este caso, como ya dije, mi supermercado es la tienda ancla y siguiendo el patrón comercial instaurado desde los años 70’s y más desde los 80’s en este país, alrededor está pululado de tienditas tanto interiores como exteriores en una rara configuración geométrica.

 Este Aurrerá al que voy es como todos los Aurrerá del país. Primero que nada, ya no es de los originales dueños que lo vendieron hace tiempo. Segundo, los compró, inevitablemente, WalMart. Y me hace gracia que como quiera festejan los 50 años de Aurrerá. ¡Pero ya no son Aurrerá! ¿O sí? ¿Se puede decir que sí? ¿El hecho de que los WalMart los compraron significa que les despojaron, o mínimo, les usurparon el acta de nacimiento o algo así? Bueno, ¿a quién le importa?, que hagan su fiesta, total…

 El punto es que, bueno, no quiero aceptarlo, pero el lugar a donde compro cosas fielmente es un lugar que es parte de mi vida. Pasó ahí a la semana dos horas o a veces tres comprando cosas. O viendo cosas, circunstancias simpáticas de la economía.

 Y la ironía del punto aquí es que he escrito dos o tres artículos sobre WalMart y su implacable conducta comercial a favor de su política de “PRECIOS SIEMPRE BAJOS”. Y digo “implacable” porque eso son ellos, implacables en ese lograr precios bajos a favor de sus clientes, lo cual es loable, en perjuicio, si, en perjuicio muchas veces, de sus proveedores que finalmente si nos ponemos a verlo son parte de una comunidad y son clientes que viven en comunidades a su vez y…

 Retomando el tema, me tomo fotografías dentro del lugar. No sé si sea algo raro, sólo que es un 

lugar en donde me tomo fotografías. Entre los artículos. Entre los estantes, en las configuraciones de los mismos. Entre el Corn Flakes, el Rice Krispies (que lo dejaron de vender durante más de una década, luego lo vendieron por tres meses y ahora lo dejaron de vender de nuevo), los jugos, las sopas, lo que tenga colorido más que nada.

 Los productos es lo que consumimos, por donde lograremos calmar nuestra hambre o satisfacer nuestras más inmediatas necesidades de maneras diversas. Ahí reside la economía a nuestro alcance de entendimientos cortos. Está barato, lo compramos, no preguntamos porqué, sólo lo hacemos, sin remordimientos. Está caro, ya le pensamos. Hay compañías grandes y pequeñas que viven de que les compremos, a su vez, hay personas que trabajan en esas compañías y dependen de nosotros para que sus familias a su vez consigan sus alimentos y satisfactores diversos, una gran cadena conectada de valores atados por lo que puedes consumir y por lo que puedes ganar para consumir.

 Así las cosas, un super es una metáfora de la vida. Es un punto focal de la existencia. Sólo los muy ricos y muy pobres no entran a un super por causas obvias. Los demás lo hacemos porque no hay de otra, si es que queremos cuidar nuestros ingresos para que estos nos duren más, lo cual es a todas luces, obvio.

 Yo en el proceso voy creciendo, tengo recién 46 y me gusta retratar mi vanidad, mi ante-decrepitud, mi post cenit, mis yos diferentes, mi interior, mi exterior, mis caras, mi estética o antiestética.

 Eso no sé si pasa o no, pero bueno, no es lo único de lo que tomo fotos en Aurrerá.

 Sí, tomo fotos del pan. Del pan de dulce. De su pan de dulce. Que es suyo mientras yo no lo pague.

 Resulta que el pan de dulce cuando lo colocan en las charolas de los anaqueles, igual que en todas las panaderías que hacen pan y lo venden al público en el país forma figuras curiosas cuando las ves desde cerca.

Me son atractivas. 

Interesantes.

 De ese modo le tomé varias fotos a las donas, a los bisquetes, orejas con chocolate en un lado, roles y a otros panes que desconozco su nombre, misericordiosamente para mí.

 Panes comunes y corrientes pero que cuando los ves desde cerca, insisto, se perciben imágenes diferentes, fuera de lo común. Porque, ¿cuántas veces te acercas a ver el glass, o el chocolate en tiritas, o las grageitas de colores diversos que adornan algunos de ellos? Ignoras sus entornos y descubres que parecen paisajes rocosos, montañas extrañas que se podrían escalar, superficies sacadas quizá del Principito, o de Dunas, etc.

 Nada de valor aquí, o nada de interés quizá más que el que uno le encuentra.

 Y yo ahí acomodándome con el celular para no llamar mucho la atención. ¿Por qué no quería llamar la atención si intrínsecamente no hacía nada malo? Porque podía que alguien se moleste porque examinaba sus cosas de tan cerca.

 O quizá todavía recuerdo cuando ellos, los del super, no te dejaban anotar precios o usar calculadora en un super, de eso hace ya varios años. Yep. Eso pasaba.

 La paranoia muchas veces tiene su razón de ser. El espionaje industrial puede ser rampante en estos días. Claro que eso es entre ellos, los mismos de las tiendas de automercado, y esto está demostrado por el hecho claro de que ponen a un lado de cada producto significativo el precio de lo que cuesta el mismo en Soriana por decir. Y los de Soriana no se quejan visiblemente de esa práctica. Quizá hacen lo mismo. El extinto Gigante hacía lo mismo también.

 Ahí estaba yo con ese conocimiento en mi mente cuasi-inocente ya en una segunda sesión de fotos. Ya habían sido mías las donas de glasseado blanco, unos bisquetes con un promontorio que parecía, que parecía… Bueno. Y ahora le tomaba a panes con ángulos desde mi celular mirando hacia arriba, hacia el techo, cuando sucedió.

 Llega un tipo que me preguntó de manera un tanto educada que estaba haciendo.

 --Aquí tomando fotos –le dije lo obvio.

 --¿De dónde es usted?

 --Ah, eso, soy un cliente que le gusta tomar fotografías de manera libre en lo que a estética se refiere y me gusta tomarle al pan de cerquita porque las formas, vengo muy seguido y soy ingeniero de sistemas y…

 En ese instante imaginé que todo lo que dijera en mi defensa no tendría importancia.

 Le mostré que sólo era eso, un cliente un tanto excéntrico con ganas de fotografiar cosas raras entre las comunes y corrientes.

 Muy amablemente me dijo que eso no era posible.

 ¿Por qué?, le pregunté, ¿le teme a algo como espionaje industrial?

 Él me respondió que sí, que uno nunca sabía.

 Pero son sólo panes, le dije. De dulce.

 Él me respondió que estas personas, las señaló, las de la panadería, le hacían tal vez a sus panes agregados propios de la empresa (ingredientes, formas, diseños, cosas así, supongo)  y que por eso no era deseable que se le tomaran fotos a sus, creo sorprendentemente inusuales, panes de dulce.

 Me quedé tan impactado del grado de innovaciones que precisamente sucede ahí en mi propio super de mi propia localidad que no le respondí nada. Quizá sería una grosería decirle que qué tanto se le podría agregar a un pan de dulce tal como una donita rica, eso sí, para considerarlo innovación industrial revolucionaria.

 Le dije también si había considerado que le podría hacer yo, una persona común, a la gran industria que era WalMart primer empleador privado en el país y si mal no recuerdo una de las primeras empresas nacionales en lo que a ventas se refiere y capaz de cambiar la inflación nacional en medio punto porcentual si se empeña en eso.

 Una aplanadora tamaño megacósmico.

 Se río y no dijo nada. Le pregunté que si de casualidad había leído El Efecto WalMart.

 Me dijo que sí.  

 Ahí acabó la cosa. Le dije que me sentía como niño regañado y nos reímos. Quizá de lo absurdo del asunto. Ni me quitó el celular ni me hizo borrar las fotos ni nada.

 Después es cuando me puse a pensar.

 ¿Me hubiera quitado el celular de haberle seguido? No, creo que no.

 ¿Me hubiera sacado de ahí? No lo sé. Hasta que punto se sentirían ofendidos, o molestos, o hasta que punto incurrí en una falta administrativa para ellos, no lo sé. No era un robo o hurto, o algo que pudieran consignarme a las autoridades. Correrme de ahí y no dejarme entrar de nuevo, no lo sé. Pero es mi super mas cerca, eso sí lo sé.

 Era su lugar, ellos son los dueños. Eso sí. Totalmente.

 Yo soy un cliente. Es más, un cliente asiduo.

 Ya después del shock no pude dejar de reírme y de decirme tonto por no haberle hecho las preguntas claves. Pero es que todo fue tan rápido. Casi quise ir a buscarlo de nuevo.

 Por ejemplo:

 ¿No sabe acaso que puedo llevarme los panes de una charola, pagarlos y hacerles lo que quiera, comérmelos y hasta tomarle fotos?

 ¿No se imagina que podría llevarlas con un panadero o pastelero para que me dijera los ingredientes?

 ¿Reflexionaría en que después de todo, hablamos de espionaje industrial, de los agregados secretos que se le pueden poner al pan?

 ¿Qué parecía que tratábamos de ingredientes, moléculas maravillosas, partículas de glucosa indescriptibles?

 ¿Quizá de levaduras milagrosas, de novedosos diseños que quizá harían que se implantaran postmodernas formas de hacer pan que pudieran instalarse en todas las panaderías no sólo las de México sino las del mundo?

 Nop, sólo hablábamos, finalmente, de los panes de dulce cotidianos y eso sí, ricos, que venden ahí, en nuestro Aurrerá local.

 De sólo panes de dulce.

 De panes de dulce.

 De sólo panes.

 La paranoia, a final de cuentas, ¿será de ellos, o sólo será mía?