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Estas son dos historias entrelazadas, un poco de la UDEM en tiempos de pre-crisis y un poco sobre mi primer empleo.
Y no tiene moraleja o mensaje claro. Sólo crónica. Avisados están.
Fue el 16 de marzo de 1981 cuando entré a trabajar por primera vez en modo formal. Mi primer trabajo de relacionado con la profesión que estaba estudiando: ICAP, Ingeniería de Producción Administrativa y de Producción.
La carrera estaba en DICNE, o sea, División de Ciencias Naturales y Exactas y a falta de campus todavía muy muy lejano, esta división de la Universidad de Monterrey se encontraba en el Colegio Labastida, cerca de Fátima en la muy rumbosa y ornamentada Colonia del Valle.
En ocasiones nos tocaban clases una o dos durante la mañana, y luego en la tarde de 3:50 PM hasta las 9 o incluso 10 de la noche.
Las clases que llevábamos en ese cuarto semestre eran Ecuaciones Diferenciales, Análisis y Diseño de Sistemas IV, Contabilidad II, algo así como Sociología (o como se llamara), Lenguajes y Técnicas de Depuración, Equipo Periférico, no estoy seguro si llevamos también Estructuras de Información y Sort, etc.
O cosas similares.
El Labastida, del que no sé si se ha transformado mucho desde entonces, era un colegio muy sobrio, con colores oscuros por dentro, amplios pasillos donde corría el aire, en el que la UDEM arrendaba toda un ala de dos pisos arriba de un patio llamado cubierto por obvias razones.
Todo el lugar estaba rodeado por arboles, flores y recuerdo que era un lugar muy pacífico, fresco, agradable, ideal para estudiar… excepto a la hora del recreo de las niñas de secundaria, en el que se volvía un pandemónium.
Para ubicar, ¿qué más sucedía en el año de 1981?
La película de moda era El Imperio Contraataca; en ese marzo, un día antes de la entrega de los Oscares, fue balaceado en una banqueta el presidente Ronald Reagan; en mayo se casó Lady Diana con su Príncipe Carlos. El gran Fernando Valenzuela fue novato del año en las Ligas Mayores de Beisbol.
¿Datos económicos?
Refresco a 2.20, Cerveza Carta Blanca, a 4.70, gasolina Nova a 2.80, camión a 3.00, dólar a 24.50, el periódico a 5.00, el cine a 35.00, un VW Sedan a 190,000. El salario mínimo a 190.00. La inflación estuvo a 28.68% anual. La deuda a 74.8 miles de millones de dólares.
1981 fue el año que más ha crecido México: 8.8% anual. Iba a ser un buen año. Probablemente fue el último, con alguna excepción por ahí.
También en 1981 llegó el Columbia al espacio (se incendiaría al entrar a la atmosfera hace pocos años), en México hubo apagones,¡¡nació el osito Panda!! Nuestro Presidente defendió el peso como un perro, (ajá). México no pasó al Mundial de Futbol de España, máxima vergüenza total y en el Río Santa Catarina hubo un gran concierto de Rigo Tovar.
En ese año el Pac Man empezó a comerse el dinero de la gente en las tiendas de videojuegos llamados por entonces Chispas. MTV apareció en USA.
El cubo Rubik empezó su largo reinado. Intenté armarlo.
Una mañana agradable y fresca de principios de Marzo estábamos reunidos abajo del patio cubierto cuando nos habló Ricardo (los apellidos quedan ocultos para proteger a los inocentes) para decirnos que había trabajo para programadores COBOL en Cigarrera La Moderna.
Sería un trabajo de medio tiempo, los tres sabíamos COBOL y entramos a trabajar después de las pruebas psicométricas el 16 de Marzo de ese año.
El sueldo era fabuloso, lo recuerdo todavía. Sí, lo era.
Nos enseñaron los rudimentos de trabajar en pantalla en terminales voluminosas de Control Data (de hecho, con Control Data, todo era voluminoso) que incluso tenían un foquito parpadeante en una tecla.
Nos dieron lugares con escritorio individual en una vieja sala sin ventanas a la que llegábamos por un pasillo oscuro después de subir a una escalera también oscura. Los escritorios eran grises, de esos de oficina burocrática, sin adornos, sin nada sobre ellos, ni teléfono siquiera.
Ahí nos dio Juan, nuestro jefe de entonces, un alto, flaco, con bigote y cachetón, unos bloques con hojas cuadriculadas que eran para hacer líneas de código que luego una chica capturaba donde salían miles de errores; teníamos citas con el analista de sistemas quien nos daba en un folder azul los diagramas de lo que se buscaba hacer con el programa en cuestión en sus más grandes rasgos, y más hojas con la “lógica del programa” que traía el detalle fino como guía para que el programador no batallase a la hora de hacer el programa.
Sencillo como puede sonar ahora, era complicado. No entendíamos ciertas cosas porque no era lo mismo tratar los archivos de prueba que hacíamos en nuestras tareas o trabajos en la escuela con tarjetas, que entender que acá había archivos “reales” que hacían las cosas más “de verdad”.
Mi primer programa se llamaba PRO4060 y todavía el nombre me suena interesante.
Llegó mayo y seguíamos trabajando, nos dieron muchas facilidades para los exámenes finales. Fue un ambiente nada hostil para estudiantes programadores medio tiempo.
Ese verano fue ya de tiempo completo.
Fue nuestra primera ocasión en un ambiente laboral real formal e informal, con jerarquías, autoridad, organigrama, bromas, dobles sentidos, juntas, secretarias; el gran jefe, el Ing, García, a quien todo mundo le hacía reverencia (y todo mundo en automático se reía con él); la secre buenísima a la que tú también le hacías reverencia; luego los demás todos, subordinados, sin olvidar al rebelde que siempre decía los últimos chistes, quien traía el sarcasmo y la ironía a todo lo que se pudiera y que desafiaba sin arriesgarse mucho, claro, al orden establecido; las idas al comedor donde no sabías o entendías porqué la comida era tan barata y tan aburrida, ni porqué todo mundo juntaba las mesas para comer en grupos de hasta 18 personas, o el porqué se nos quedaban viendo las obreras que las había en grandes cantidades todas vistiendo falditas muy rabonas.
Pasábamos el tiempo escuchando un aparato tipo grabadora, pero este era un 8-Track con música de entre otros, Supertramp en vivo. En otra ocasión poníamos cassettes de música de fondo donde los míos dieron tantas vueltas como para recorrer medio Monterrey.
Luego veíamos a los compañeros mayores en como les tocaba trabajar a veces con la consola principal de la Control Data 170, y que a través de certeros comandos manejaban las bibliotecas de archivos que estaban en unidades de disco de no recuerdo cuantos megas tendrían pero que no creo que fueran más de cincuenta por unidad y que tuvieran en la empresa, ¿ocho?, ¿diez unidades de esas?
O sea, posiblemente 500 megas en total. Medio gigabyte. Para toda Cigarrera. Recuerda el dato cuando mires el USB de 2 Gb de tu hijo.
Mmm, el olor a cigarro. Nunca olí jamás tanto a cigarro, y no molestaba, era suave, el que se dejaba reposar. (Nunca fumé y sigo sin fumar).
¿Lo más curioso? Regalaban a todos los empleados cigarros Raleigh (en ese año todavía no podía decir la “r” y decir la frase anterior era un verdadero suplicio), veinte cajetillas cada quincena, pero había gente que cambiaba dos o hasta tres por una de Marlboro.
¿Lo más intrigante? Muy poca gente traía cerillos o encendedor.
¿Lo más extraño? Nos regalaban folletos que afirmaban que el cigarro tal vez no era peligroso para la gente fumadora y que finalmente era un derecho de la libertad de elección del ser humano.
¿Lo más celebrado? Cuando Patty o Juanita llegaban a avisarnos que ya podíamos ir a cobrar. Era genial. Dos veces al mes.
En las tardes después de Cigarrera seguíamos yendo al Labastida, territorio UDEM, donde podíamos seguir siendo estudiantes sin más problemas ni más responsabilidades que pasar con bien todavía dos años más de duras materias. Muchas cosas todavía por aprender.
Casi finales de verano de 1981. En agosto en una clase de Administración al maestro le llamó la atención ciertas opiniones que di. Él era de Vitro, me ofreció trabajo y decliné, quizá porque tenía sólo cuatro meses de trabajar en Cigarrera y pensaba convencido de algún concepto de lealtad debido a que ya nos habían dicho en forma vaga que nos iban a dar un puesto más permanente. En septiembre murió mi abuelo. Utilizábamos la gran Cyber para hacer trabajos finales de la escuela.
Empezamos otro año, en 1982, llegó la Guerra de las Malvinas, fui a la Isla del Padre en vacaciones, llegaron los finales, nos dieron igual facilidades para estudiar. Al volver de los finales no todo fue igual.
Me recortaron de Cigarrera el 12 de mayo de 1982, primer año de la crisis.
Crisis económica en todo el país que ya para entonces era tan evidente como sonoro es un océano enfurecido.
En mis curricula, el nombre de Cigarrera desapareció con los años empujado por otras empresas. Luego la compró BAT hace tiempo.
Aún así, el nombre de Cigarrera La Moderna vive hoy de nuevo. Ha vuelto a aparecer a causa de LinkedIn al añadir a amigos de por entonces y como esa red social te pregunta en qué empresa fuimos colegas, pues la tienes que añadir, delatando de cierto modo, tu edad.
Las experiencias sirvieron, me dieron ciertas ventajas, profundidades, entendimientos. Lo importante es vivir. Oh, sí.
Jamás pude armar el cubo Rubik.
Y ya.
(Y sí, conservo una impresión de ese programa que hicimos en la Cyber, una impresión del 15 de diciembre de 1981... faltaba tanto tiempo para el siglo XXI, teníamos tiempo de sobra para hacer tantas cosas...)