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sábado, junio 23, 2007

El Real Ascenso al Cielo, del Silver Surfer.

El Deslizador de Plata.

Blog posiblemente considerado como de un tema de tono aparentemente más bien ligero, pero démosle cierta seriedad a las cosas ligeras, y démosle cierta ligereza a las cosas serias.

Busquemos el zen en el zeitgeist. Equilibremos.

Algo tenía o tiene el Silver Surfer que siempre me ha fascinado. Supuestamente es el que más le fascinó a Stan Lee cuando lo creó, allá en su guarida de Marvel.

Sabremos que Stan Lee fue el cerebro básico de la creación de cientos de héroes que pueblan Marvel (Y que acabo de verlo hace unos minutos haciendo un cameo de segundos casi al final del episodio de hoy de Heroes, es el conductor de autobus que va a trasladar a Hiro a Las Vegas). Que Marvel es una de las dos casa principales de comics de los Estados Unidos, Hulk, Spiderman, X-Men, Daredevil, Blade, Elektra y todos esos.

Que la “otra” es DC Comics, la casa de Superman, Batman. Green Lantern, Justice League, Wonder Woman y demás. Que ambas son sedes de las principales casas de comics industriales de los EU.

Que otra importante puede ser Image, con Spawn, por decir. Que está también Dark Horse, más pequeña, pero muy significativa con 300, Sin City y Hellboy, para que me entiendan.

Que él, Lee, tenía a un cuate que se llamaba Jack Kirby. Que si la esencia del personaje es de Stan Lee, no bastaría tal si no fuera por la majestad proyectada por los trazos de este.

Así las cosas, el Silver Surfer surgió casualmente, como una especie de coda agregada a un tema ya establecido con rumbo, destino y todo.

Corría el año de 1966.

Los comics de la “otra” casa de por entonces nos pueden parecer insulsos, ¿los han leído alguna vez? (tal vez insulsos pero con cierto encanto). Historias lineales, metódicas, sencillas, sin muchas emociones, sin ironías, sin pasiones, sin sabor, quizá por la autocensura que hubo diez-doce años antes, en 1954, por culpa de la sobrerreacción en contra de la violencia de otros comics, visto desde un contexto de vioencia juvenil, ascenso del rock and roll, películas de James Dean y Marlon Brando de rebeldes e indiferentes, todo contribuyendo a que había que ser obediente y cobardemente las editoriales de comics se pusieron su bozal sólos.

Superman no salía de derrotar siempre a Lex Luthor, de evitar a Luisa Lane; Batman no salía de siempre derrotar al Joker, al Pingüino y de evitar a la Catwoman (no querré reparar en patrones de conducta curiosos por ahí). Siempre cubiertas sus identidades, las historias no eran exigentes porque no había lectores exigentes. Así de sencillo. Los temas eran finalmente, terrestres, todos bajo este delicioso cielo urbano azul puro y profundo (si dudan de esto es que no conocen el cielo urbano azul y profundo de Pachuca, a 2200 metros a nivel del mar, que es el que me toca, ¿eh?).

Pero ya estaban pasando cosas en Marvel. Había una especie de tantear cuales podrían ser los límites de expresión en cuanto a temática, y no hablo como los especialistas europeos como Umberto Eco (Apocalípticos e Integrados) o Roman Gubern (El Lenguaje de los Comics) que siempre me han parecido que ven a los comics y a los superhéroes en términos de temas de definición de semiótica de negocio con intenciones ocultas, de muestra evidente de ideología fascista y de rasgos de psicología nacional a analizar a profundidad, explorando motivaciones escondidas para dizque justificar agresiones (como señal de caracter nacional) y hacerlas aceptables sutilmente a los lectores de esos comics, como si toda una nación entera fuera lectora, bueno fuera, dirían las editoriales, y peor aún, proponiendo que existe una nación de lectores sin discernimiento, y encima encima encima, todo lo anterior a ser expuesto a partir de lo que dicen y expresan humildes cuadritos tras humildes cuadritos.


En mi, también humilde, caso todo esto es revisado o comentado a un nivel más de un sencillo y simple lector que se concentra en lo que entrega este tipo de literatura fantástica, en los límites , o más bien, reconociendo los límites, de lo que estamos hablando, finalmente entretenimiento llano, lleno de emociones tan válidas como las que entrega el cine o la literatura (pienso en por decir Charles Dickens, que publicaba sus historias por entregas, y bueno, todo esto me hace que tenga que agregar: toda proporción guardada).



El caso de Los Cuatro Fantásticos ya se habían cansado de pelear con el malvado y antisocial del Dr. Doom y demás. (Esto se reflejaría menos de un año después cuando en un número fantástico, el número 50 de Spiderman, considerado como la mejor portada de los comics, éste renunciaba a ser superhéroe. Se había encontrado con sus propias limitantes, tanto de fuerza, de propósito como de caracter, habían matado a Gwen Stacy, su novia de entonces de manera brutal y sin sentido, y no exagero, así fue tal cual).

Pero Stan Lee y Jack Kirby, quienes nos atañen estaban en eso. Llega el número 48 de The Fantastic Four.

Y la leyenda fue así:

De golpe y porrazo presentan a Galactus, un ser de más allá de los confines del Universo, y al Watcher, un ser fuera del tiempo, imparcial aparentemente. Y la cosa se torna cósmica de pronto. Esta fue la señal para que los comics se atreviesen a salir con historias que empezaran a lindar con la filosofía y las preguntas sin respuesta de una tierra atribulada (de acuerdo, nada como para figurar académicamente, pero ¡qué diablos! Aún con el medio del comic trivializado como se le tenía, y tiene, son avances definidos, créanme).

El Silver Surfer aparece en la Tierra primero que nada. Observa el planeta y dice algo así como que está genial como bocadillo para su amo Galactus. Lo llama a través de los vacíos estelares y consigue que el Gran Glotón venga en camino.

(Nótese la tabla de surf, como que… incongruente, ¿no? Es decir, ¿para qué alguien querría una tabla de surf en el espacio? Pero se ve cool, la verdad. Se dice que el Silver Surfer es un producto más de la contraculturalidad de los años sesentas. Su tono pacifista e idealista era como se quería que debieran ser las cosas en medio de tanto caos y desconcierto, frutos de la Guerra de Vietnam, de la lucha de los Derechos Civiles, de la incertidumbre generada a partir de las ideas acerca lo que la contaminación generaba en el medio ambiente y por la caída visible de los estándares de vida en los centros urbanos de los Estados Unidos.

Por eso la tabla de surf. Era lo que estaba de moda en los EU a mediados de los sesentas, representaba libertad, energía, juventud, desafío, y lo impresionante es que se pudo trabajar con algo así, y tal cual fue aceptado por todos, por más incongruencia visual.

Se trataba de actos de fe.

Como ese de aceptar que un cuadro dibujado de comic sea una escena primero que nada, y después, que entre escena y escena suceden eventos, hechos, situaciones. Y lo mejor, que el lector avezado puede llenar ese espacio-abismo en blanco que existe entre cuadro y cuadro, que se llama gutter, logrando que el lector lo pueda llenar en su imaginación de manera secuencial. Esa es la esencia de leer comics.

Por eso el comic es conocido como el arte secuencial. El comic ha sido declarado heredero mismo de los códices aztecas, del Tapiz de Bayeaux. La historia narrada a través de viñetas con un sentido secuencial. Un medio como el mismo cine. Escenas tras escenas tras escenas. Del storyboard a la película, del storyboard al comic.

Similar al hecho de leer palabras tras palabras como estas para formar en nuestra mente imágenes a partir de sus frases. Y a partir de un cúmulo de frases poder formarse emociones, cuadros de escenas, finalmente acción y a partir de ahí asimilar, comprender, identificar conflictos, escenarios de pasiones, de tribulaciones, de resoluciones y demás.

Lo que separa el leer comics de leer libros son sólo los dibujos. Y ultimadamente ¿hay algo de malo en eso? Y esa es ooootra historia.)

Siguiendo con el comic Los Cuatro Fantásticos (que se llama algo así como La Llegada de Galactus) estos se dan cuenta de lo que viene y obvio, se ponen a trabajar. Se dan cuenta que no pueden ellos sólo contra Galactus.

Galactus es un gigante inmenso (ahi les encargo la ley de gravedad). Vestido de morado con un yelmo como con barras al lado de manera simétrica en ángulo. El que sea humanoide de ojos claros no es novedad, no nos fijemos en ese detalle. Nadie le puede hacer nada. Tiene que construir una planta extraña llena de artilugios desconocidos para la humanidad, destinada a la extracción de toda la energía terrestre. No hay nada que pueda interferir con él. Los seres humanos, aún los héroes, son sólo hormigas para él. De alguna manera la clave para salvar a la Tierra está en el mismo Silver Surfer.

Él, entre tanta pelea y escombro (la ciudad de Nueva York se encuentra una vez más en el campo de batalla, tanto era así la cosa en el mundo de los comics de los años sesentas que Marvel hasta luego hizo un especial sobre la compañía que se encargaba de reparar los edificios, calles y transportes destrozados después de tanta cruenta batalla de superhéroes), toma contacto con una mujer ciega que le enseña lo que es la compasión y la humanidad que hay pues, en la humanidad.

(Esto no debería de sorprender, como toda creación de artista, siempre se busca dejar clara la posición de él mismo en su propia creación, de manera velada o de manera directa: el que la chica ciega lo haya expresado y que el Silver Surfer lo haya aceptado demuestran los ideales políticos de Stan Lee en los sesentas, que como dije, son eso, ideales.)

Él se vuelve por primera vez contra su amo. Galactus lo desprecia. Lo amenaza. Los seres superiores no se preocupan por las hormigas ni por el hormiguero, dice Galactus. El Silver Surfer inútilmente ataca a Galactus. El Silver Surfer casi derrotado le indica a los Fantásticos que la posible solución está en un arma guardada en el Inframundo, el Último Nulificador, something like that.

“¡Mundos dentro de mundos!”.

(Esa es la frase genial de Stan Lee que utiliza para titular el siguiente u otro de los números siguientes. Éste cuate, ¡qué barbaridad! mis respetos en cuanto a títulos, debieran de conocerlos, hay grandeza, solemnidad, magnificencia. Un ejemplo: después de tantos años todavía recuerdo uno que dice: “¡En esta Tierra Torturada…!”. Sólo me queda decir ¡Fantástico!)

La antorcha (¡Llamas a mí!) se ofrece y va por ella. Justo a tiempo la consigue y con ella amenazan a Galactus. Lo podrían destruir, pero no lo hacen, él lo sabe. Galactus derrotado por vez primera, se retira. Pero antes castiga al Silver Surfer y lo priva de la posibilidad de salir de la Tierra.

Tal como en la vida real, aquí no hay un fin definitivo, todo queda en un “¿Qué pasará?”

(Hay otro punto aquí. Los narradores excelsos siempre saben que en la literatura lo que importa son los conflictos. A nadie le interesa saber más allá de lo que pasa dentro de un “vivieron felices para siempre”, lo que pueda suceder a partir de esa frase es más bien un anticlímax. No hay conflicto en la felicidad, por eso ni indagar por ahí.)

Esta corta narración-resumen anterior ocurrió en sólo tres comics, los números 48, 49 y 50 de Los Cuatro Fantásticos que salieron en 1966. Juntos los tres números sólo abarcaron 47 páginas.

No es cosa trivial ni sencilla. Digo, podrán menospreciar estos temas con un sencillo ademán indiferente de sus dedos, pero de todo este rollo de comics luego con el tiempo derivaron en juegos de video, antes fueron tímidamente sólo camisetas y figuras, luego películas y podemos ver que el ciclo del merchandising comienza otra vez por ejemplo ahora mismo. Eso representa cientos de millones de dólares.

A veces hay un desprecio de inicio a estos temas, pero si nos damos cuenta de cuanta lana hay en todo estos asuntos, nos sorprenderíamos. A menos que ya lo demos por sentado y ni siquiera le dediquemos un pensamiento a ello.

Digo, una película como Spiderman 3, en su estreno consiguió algo así como 100 millones de dólares. Eso en pesos mexicanos es 1,100 millones de pesos. Es una décima parte de todo un presupuesto anual de un estado promedio en esta hermosa república mexicana.

Una peliculita de 120 minutos de duración que sólo estará en la historia del cine por el dinero que necesita para empezar a generar ganancias, que es algo así como 800 millones de dólares. Que desaparecerá del mapa de lo que es noticia en sólo dos meses.

Ya nadie se acuerda de Spiderman 3 más que los niños, adolescentes y fanáticos. La demás gente está lista para la siguiente cosa. Me queda claro que lo mismo sucederá con la película de los Cuatro Fantásticos y el Silver Surfer (El nombre correcto de ella sería Los Cuatro Fantásticos y el Ascenso del Silver Surfer, digo, aceptando la dudosa e incorrecta mezcla de español e inglés y el título quedando saería larguíiiiisimo). Nadie se acordará de ellos.

(Yo por mi parte ya compré una gelatina Jell-O con la imagen correcta).

No, el origen de estas cosas, esos cuadernitos de papel de mediana calidad unidos con grapas, llena de cuadritos con monitos, y que cuando los tuviste de pequeño tú madre probablemente los tiró a la basura y tú probablemente no los extrañaste hasta dos meses después, son parte inicial de un meganegocio. Que tiene sus reglas, su filosofía, su esencia y forma. Que tiene un reflejo importante en la vida de las personas. De acuerdo, de ciertas personas.

No es lo único que pasa fuera del radar de la percepción de la gente.

Ya ni recuerdo las cifras que leí allá por 1994. Supuestamente la película del Rey León en aquellos años reunió una cantidad de, digamos, 40 millones de dólares en el fin de semana de estreno. Y por las mismas fechas el juego de video de la versión de por entonces de Street Fighter, vendió en su propio primer fin de semana, alrededor de, en proporción, 54 millones de dólares. ¡Más que el Rey León!

La prensa se dedica a darle siempre loas a la película (pero casi siempre como evento, las cualidades estéticas de la película como película en sí, de parte de los posibles críticos que todo periódico que se respete debe de tener, están enterradas debajo de las páginas de publicidad de la película, lo que se resalta principalmente de manera esquizofrénica es el evento en sí del estreno de la misma ya que como es simultáneo prácticamente en todo el mundo, se separa del hecho de que todo es sólo y resalto, sólo, una película a ser considerada por sus características como obra y no como medida proporcional a su presupuesto de promoción).

La prensa en general, insisto, no sabe ni que rollo con estos juegos ni con su industria, ni con sus protagonistas, orígenes, o tendencias. De hecho, muchas ocasiones ignora por decir que el mercado de videojuegos es mayor que el mercado del cine desde hace años.

El boleto de una película de estreno cuesta 11 dólares en Estados Unidos. En México cuesta poco más que la tercera parte.

Piensen en eso cuando menosprecien los comics o los juegos de video. Claro que faltan cientos de circunstancias para que de un comic salga una película épica o memorable como Superman II o Batman Regresa. Pero todo comienza de algo.

Para considerar ya finalmente El Silver Surfer pues, fue el pensamiento de último minuto de parte de Jack Kirby, añadido a Galactus, el Destructor de Mundos (no dudo que su inspiración tenga que ver con Shiva, el dios hindú de la muerte en el Baghavad Ghita, sanscrito, La Canción del Señor, que incluso forma parte de la frase que Robert Oppenheimer, creador de la Bomba Atómica, mencionó cuando vio explotar en Alamogordo, la primera explosión nuclear: “Me he convertido en Shiva, la Muerte, el Destructor de Mundos…”), teniendo como tarea principal ser su heraldo cuya única responsabilidad es ser quien le busca los planetas a ser devorados a causa de su necesidad de energía. Premisas son premisas respetables por más… fantásticas que suenen, ¿no?

¿O sólo Harry Potter, Indiana Jones o James Bond pueden o qué?

Plateado, esbelto, como alguien dijo, el mejor y más caro ornamento que pueda ir arriba de un auto lujoso, así es el Silver Surfer. (bueno, refiriéndose al del cine, claro, también parece una especie de figura de Terminator 2 supersofisticado).

Filosófico, buscador de la verdad, atribulado debido a sus labores del pasado como esclavo y colaborador del terrible Galactus, inseguro sobre sus fines, lleno de resolución cuando se necesita, valiente, tratando de saber lo que es justo, buscador del equilibrio, de lo que es correcto.

Y por otra parte, irónicamente como personaje de comics el personaje del Silver Surfer por más que me agrade, que me fascine, no me funciona. No sé porqué. Es algo curioso. Tal vez me agrada verlo junto con otros, pero yo tengo todavía por ahí muchos comics de él y no todos funcionan. Tal vez se salve la serie de The Infinity Gauntlet, pero esos seis números eran inusuales. Se enfrentaba con el despreciable Thanos. Un gran villano para un gran héroe, sólo así.

Pero cuando era dibujado por el maravilloso Jack Kirby, uff, comprabas lo que fuera de él (murió en 1994, amargado porque Marvel , y muchos de los profesionales de entonces y de hoy piensan lo mismo, le negaba mucho de lo que él sentía que merecía).

Jack Kirby, toda una maravilla. Espectacularidad en movimiento, te hacía creíbles las proezas, veías dinamismo, expresiones, fortaleza, realce a la acción, líneas fuertes, precisas, ubicadas, fluidas, todo lo que vendría a enseñarse después y que aún ahora se busca en un comic. Todo mundo aunque sea para evitarlo debía toparse con él. Es el dibujante que más títulos, portadas y páginas hizo por mes en toda la historia de la industria del comic. Y todavía lo imitan, lo respetan, lo tratan de emular.

Jack Kirby, irrefrenable como lo atestiguan estos dibujos. Si notan la escena seguida del Silver Surfer, sólo vean la parte del detalle de los edificios, tomados desde arriba, por donde caerá éste, después de que Galactus lo tumba con sus rayos. Todos son distintos. Su grado de composición al mostrar la caída del plateado es impactante. Irrefrenable el Rey.

No por nada Roy Liechtenstein lo tomó como punto de partida para su versión de Arte Pop en los sesentas. Y el de Liechtenstein sí fue considerado arte por los powers that be. Y el de Jack Kirby siempre fue menospreciado como sólo arte pulp, mercancía de mercado popular.

Cosas que uno nunca comprenderá por más que conozca, aunque pobremente, de Teoría del Arte, por más que leas y leas.

Y yo no sé que onda con la película porque no la he visto.

Y mis hijos tienen el DVD de la primera película de Los Cuatro Fantásticos desde hace dos años al igual que el DVD de Spiderman 2 y no las he visto tampoco.

¿Qué le pueden agregar a la visión que escribí arriba? Supongo que adivinan cual medio debe de respetar a cual.

¿Ya me expliqué?

Agrego: Algo debe de haber siempre en la cuestión de la transformación del libro a la película. Y por extensión, del comic a la película. Aunque sabemos de la imposibilidad de que se sepa qué significa cada representación de algún personaje de cada medio en la mente de todos (aún sigo escuchando que la primera objeción de hacer un dibujo animado de Mafalda fue el de la cuestión de elegir su voz, cada quién en su pensamiento la ha escucha diferente de seguro, luego llegaron sus dibujos animados y estoy seguro que la mayoría ni recuerda su tono de voz), seguimos soñando con la película perfecta. Y ésta tal vez jamás llegará.

Pero seguimos soñando ese sueño. (Redundancia a propósito).

Y este es el contexto, según yo, del verdadero Silver Surfer.

Como corolario,el mejor nombre en español del Silver Surfer para mí siempre fue el de… El Deslizador de Plata.

Punto.


miércoles, junio 20, 2007

WALT DISNEY: INSPIRACIÓN, INDUSTRIA, IMPERIO Y UNA SINCERA APORTACION, DESINTERESADA COMO SIEMPRE, DE CÓMO CREAR MEGATONELADAS DE PROTO-INGENIEROS

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Prometo que este blog no será tan caótico como aparenta.

Antes de que yo naciera, Disney ya contaba conmigo.


Yo era, fui, soy, seré, uno de los miles de sus clientes en el pasado, presente, futuro. Es que eso dicen, que cada hora nacen 10,000 clientes de Disney. Y no es para menos. Cada persona que compre o use o vea o disfrute una sabanita, sonajera, pañalera, pijama, librito, cuentito, video, canal de cable, película, hasta llegar al parque de atracciones, cuenta.

Si trae una imagen de Mickey, de Donald, etc., pues ya saben a quien beneficiamos.

Y no es esta una diatriba contra el imperio comercial de alguien. Digo, ya quisiéramos una diezmilésima parte de esos megaingresos anuales. Y de eso vivimos, ¿no? De venderle algo a la gente a cambio de algo. Un servicio, un producto, un precio, una cuota. Todo dando vueltas alrededor de un bienestar mayor o menor para alguien más, para alguien menos.

¿Qué nos da Disney? Ilusiones, sueños, alegría, risa, diversión, emociones, niñez, confort. Una camiseta sola no es peor que una camiseta estampada con Mickey, pero ¿cuál querríamos usar? Queremos el adorno. Queremos ese adorno.

Cuando mi hija estaba chica me decía cuando salía a algún lado: “tráeme algo de alguien famoso”. Todo estaba dicho. Algo de alguien famoso. La consumidora por excelencia desde pequeña.

¿Algo? Lo que sea. ¿De alguien famoso? Eso no es tan difícil. Debería ser famoso para ella. Su concepto de fama no difiere mucho del nuestro, del tuyo, del mío. Y entonces no tenía más de cinco años.

Y famoso era para ella lo que ella identificaba en la teve o el cine. Su primera película fue la de Aladdin (Me la acaban de corregir, pensaba que era El Rey León). Fueron sus primeras palomitas. Fue también su primera vez que estuvo a punto de ahogarse con una palomita de maíz (o pop corn para nuestros hermanos latinos).

Pero el punto a tratar hoy es Disney, Walt Disney. Muchos años hemos estado relacionados con él de muchas maneras. Por ejemplo cuando ansiamos muchas veces ir a Disneylandia o a Disneyworld a través de los malditos comerciales que nos inundan hoy mismo nuestro sagrado cable. Cuando veíamos en televisión Disneylandia, con Campanita, toda minideliciosa ella, tomando su varita y haciendo estallar por sobre el castillo de la Cenicienta, “el Mágico Mundo del Color” y mi méndiga tele que por alguna extraña razón se negaba y sólo demostraba todas esas maravillas en patéticos blanco y negro. ¡Ah, el color…!

Luego supimos de Walt y su supuesto intento de haber mandado congelar su cabeza, ¿y su cuerpo? en algún lugar secreto para que algún día lo descongelen, lo curen y lo vuelvan a la vida. Esto sonó a mentira absoluta sólo apta para crédulos, pero adorábamos ser crédulos en una época. Yo al menos lo era. No lo sabía, pero lo era.

Pero ahora acaba de salir unas biografías por ahí de Disney, que por supuesto no leeré, pero de las que me enteré de ciertas cosillas a través de un artículo escrito por Mark Greif del London Review of Books.

Por ejemplo que Disney ya no dibujó nada a partir de 1930. Entonces lo que hacía con sus animadores era actuar lo que buscaba. Así es, actuar. ¿Quería un búho? Entraba en trance y lo actuaba. ¿Un perro? Le hacía como perro, ¡guau! ¿Mickey? Hasta hizo la voz de Mickey en las caricaturas hasta 1946.

Ya es muy conocida la anécdota cuando en 1934 citó a sus cincuenta animadores a un estudio. Él y sólo él en un el escenario con su spotlight. Ahí les anunció que iba a hacer un largometraje, e inmediatamente les contó la historia de Blanca Nieves, no diciéndola, sino actuándola, asumiendo cada uno de los manierismos, los detalles de personalidad de cada uno de los caracteres, cambiando la voz para dar énfasis en cada uno de los puntos a resaltar. Él se volvió la bruja, Blanca Nieves misma, cada uno de los siete enanos. Tres horas duró su actuación. Y según uno de los animadores, esa sola actuación les duró los tres años. Si alguien se atoraba, sólo había de acordarse como la actuó Walt.

Esa era la característica de Disney, armar un equipo ultracompetente, luego orquestarlos y luego que todos toquen en la sincronía perfecta. De hecho Peter Drucker, mi admirado genio de la administración, eso es lo que dice, un líder o ya no digamos líder, un excelente gerente, debe de ser algo así, un conductor de orquesta en la que aunque no sepas tocar el fagot o los címbalos o el primer violín, debes de organizarlos a todos y a todo para que toquen perfectamente en armonía. Disney eso hizo. Él ya no dibujaba pero sabía inspirar a su sí muy dotado equipo.

Bueno, eso sí es un líder, pero ¿artista? Eso es la que las biografías tratan de dilucidar.

Se dice que hay muchas fotografías de él dibujando a Mickey Mouse ya muy tarde en su vida, él murió en 1966, para propósitos de publicidad, pero él jamás lo hizo desde que lo diseñó, en 1929.

Ese uno de los problemas, la naturaleza del artista en Disney. Visionario, futurista, administrador, comunicador, planeador, todo lo anterior probablemente.

En 1931 tuvo un ataque de nervios que lo postró, según esto. Y a partir de ahí tuvo que contar con sus dotes de inspirador para seguir adelante. ¡Y vaya que lo consiguió!
Debido a circunstancias familiares Disney estaba del lado del trabajador. Su padre había sido ferrocarrilero y llevó a su familia a vivir a Colorado, Kansas y Florida. Walt vendía periódicos. De alguna manera se quiso zafar de todo eso y se alistó de voluntario en la Primera Guerra Mundial (que me consta, nadie supo entonces que esa guerra se llamaría así hasta veinticinco años después, cuando llegó la Segunda). De alguna manera se aficionó a lo bonito que era Europa, tan diferente de los Estados Unidos y se cuenta que sus ilustraciones de entonces serían usadas en partes de Fantasía y de Cenicienta.

Ya en 1920, habiendo vuelto sano y salvo empezó a trabajar en la nueva tecnología de la animación muda gracias a un libro de la biblioteca llamado Animated Cartoons: How they are made, their Origin and Development, de Edwin G. Lutz., además de un libro sobre estudios de movimiento de Edward Muybridge y una cámara cinematográfica que él pidió prestada del trabajo y la montó en el garage de su padre. De ahí se fue a Hollywood.

O sea, y aquí hago uno de mis celebrados paréntesis o ex abruptos, y es que a veces uno se debe de hacer la pregunta respecto a ¿cuál es la clave?

Pero no basta con saber cuál es la clave.

Si supiéramos cual es la clave, ¿sabríamos dónde buscarla?

De saber cuál es y dónde está, ¿pagaríamos el precio?

Y si lo pagáramos, ¿la sabríamos usar?

Y si la supiéramos usar, ¿nos dejarían?

Y si nos dejaran, ¿bastaría?

Y si bastase, ¿sería a tiempo?

¡Qué barbaridad! Suena a nudo ideológico de novela tipo Ayn Rand, The Fountainhead o (El Manantial), o Atlas Shrugged (La Rebelión de Atlas). Mínimo.

¿Dónde estás Ayn Rand, ahora que te necesitamos tanto?

Analicemos el punto por un minuto: Dos libros y una cámara prestada. Eran los años 20’s. No hay manera de saber si lo que se leía era complicado o sencillo, pero he aquí algo para empezar. Dos libros disponibles en una biblioteca pública y una cámara. Libros de los años veinte, digo, algo de distancia con lo que puede haber dentro de los libros de los años, años, ¿cómo se llama ésta década? ¿Los ceros? bueno, del año 2007. (Incluyendo el tema de que todo ya está inventado, lo cual se viene diciendo desde 1899, fruslerías que sólo sirven para querer poner obstáculos a los verdaderos intrépidos) Si los reúne alguien ahora, algún equivalente actual… ¿creará un equivalente de Disneylandia en treinta años más? ¿O sólo hará uno más de los cientos de miles de videos de YouTube? (Recordar que YouTube no existía hace tres años, ¿okey?)

Está de pensarse.

A veces uno también se pregunta, ¿qué se necesita para crear inspiración o motivación en la gente?

Ayer estaba rumiando a raíz de leer y escuchar a Juan Enriquez en una entrevista primero con Aristegui la noche anterior y luego con Carlos Loret al día siguiente, acerca de la impresionante-urgente y al mismo tiempo trágica necesidad de requerir más ingenieros en nuestro país para que procuren la innovación y que como quiera tenemos muchos ingenieros que no buscan innovar…

(Nota de pie de página en el ciberespacio dónde no hay páginas físicamente: ¿Yo? Sí, soy ingeniero, pero bueno, lean mis novelas y luego me cuestionan, el que no me hagan caso es oooootra cosa, defensa no pedida, culpabilidad aceptada... )

…y nos puedan ayudar a salir del atolladero en el que estamos y estaremos más en el futuro, también acerca de la labor titánica necesaria para hacerles atractiva las matemáticas a los niñas y niños, y entonces se me ocurrió: más que regalarles a cada niño del Tercer Mundo (por inclusión, a México), una computadora de las verdecitas cool que está desarrollando Nicholas Negroponte del Instituto de Multimedia del MIT, ¿no sería mejor regalarles un Meccano a cada niño y niña mexicana de diez años?

O sea, además de sus libros de texto, ¿se imaginan regalarles a cada niño o niña, un Meccano o algo similar que resalte sus habilidades mecánicas, su ingenio constructivista? ¿Eso en lugar de una Enciclomedia? ¿O eso junto con la Enciclomedia? Al que no le guste armar, pues que se lo done a sus compañeros o compañeras. Meccanos y más Meccanos, modelos más y más complejos.

Recordemos que los Meccano existían antes que las computadoras.

Se dice mucho que muchos chavitos, y no quiero ser sexista aquí (no lo he sido antes y probablemente no creo serlo después) pero no recuerdo de chavitas a las que se les haya regalado un Meccano y hayan querido ser después ser ingenieros, pero uno nunca sabe…

(Conozco a una ingeniera de sistemas que es capaz de ganarle a muchos del sexo contrario en capacidad y tenacidad hasta en aparición de reportajes de revistas especializadas y no, no es, ni tengo el gusto de conocer a, Xóchitl Gálvez, aunque ella también es ingeniero de sistemas y es muy capaz y muy tenaz)

…les decía que se dice que muchos chavitos desearon ser ingenieros, y se enfocaron y lo lograron ser, cuando descubrieron que les gustaba armar cosas con las manos de pequeños, cuando crearon ruedas de la fortuna, grúas, elevadores, carruseles y sobre todo cuando se dieron cuenta que de ellos salieron todo tipo de cosas ingeniosas gracias a instrumentos como tuercas, tornillos, láminas, vigas, con sólo desarmadores, llaves, curiosidad e ingenio.

El interés nace de lo más impredecible. De dos libros ¡de una biblioteca pública! (ni siquiera los compraron) y una cámara. De un Meccano. (No habrá cámaras ahora, ¿verdad? Ni en celulares, ni las de video, mmm. Un poco de ironía fina siempre ayuda.)

Las vocaciones salen de ese tipo de cosas impredecibles.

Nota: Ya los vi, el modelo 30 costará como 300 pesos al mayoreo (supongo). Si calculamos grosso modo la cantidad de niños en edad de jugar, de 8 o 9 o 10 años, podríamos calcular en doce millones de niños (o 600,000 aulas) de esa población escolar, o sea que sería muchísima lana, 4,000 millones de pesos. Acomodemos cifras: si pudiéramos conseguir cinco equipos por salón de clase y si fueran veinte o veinticinco niños por salón, entonces sólo sería 1,000 millones de pesos. Digo, ¿ya han visto el tamaño de esos presupuestos?


¡Se trata de salvar al país! Sólo viendo al futuro se salvará, no revisando el pasado y queriendo sacar culpables de donde sea.

No es que desee seguir el antiguo modelo soviético de estar escrutando las filas de los niños pequeños en busca de dotes especiales para hacerlos directamente arquitectos, gimnastas o ingenieros, aunque no quisieran, desde chiquitos, pero ya lo dije, el país necesita ingenieros, científicos, matemáticos. Y que les guste serlo. Estos chicos y chicas debidamente inspirados y motivados nos darán muchas soluciones a problemas que estoy seguro saldrán en el futuro y que ni se nos han ocurrido que sucederán.

Es necesario hacer atractivas las matemáticas y las ingenierías, ya lo dijo el mencionado Juan Enriquez, célebre científico mexicano que vive en Boston haciendo labores de genética, que asesora a 17 países en cuestiones de ciencia, excepto al nuestro. Bonita cosa.

(¡Ah! Hoy ando desordenado. Me gusta mucho la serie de Heroes, la cual ya pasan en televisión nacional, resulta que el mejor personaje para muchos es el que hace un japonés, Masi Oka, quien es Hiro. Bueno, resulta que este chavito, hoy de treinta años, con cara de simpático y con la circunstancia de andarse metiendo en problemas de diversa índole en base a su ingenuidad y a su poder de doblar el tiempo, en la vida real es especialista de efectos especiales en la célebre Industrial Light and Magic, y ha hecho cientos de efectos especiales de películas conocidas. Pero lo que quiero resaltar de él es que apareció en una portada de la revista Time de hace 20 años, como parte entonces de un grupito de jovencitos asiático-americanos que empezaban a llamar la atención desde el punto de vista académico. Este dato me lo dio mi querida hija. Y por supuesto, en todo este asunto de matemáticos jóvenes, no hay que olvidar a la memorable Danica Mackillar, Winnie Cooper de Los Años Maravillosos, matemática excelsa, tan joven y bella ella, de la cual ya escribí un blog hará menos de un año, sólo búsquenla por ahí en los archivos de este su blog.)


Ah, y para cerrar el punto de la inspiración. En 1982, el equipo de diseñadores de la Macintosh original, la célebre computadora personal que también revolucionó al mundo, le fue puesto en ese tiempo, según Guy Kawasaki, quien estuvo cerca de ese proceso, en sus oficinas de Apple, una motocicleta BMW, preciosa, estilizada, potente, poderosa.

¿Por qué hacerlo? No, no como premio en sí, esa motocicleta BMW sería vista, observada, solemnizada diría yo, como fuente, origen, objeto y centro de inspiración, obra producto también de un equipo, llena de una belleza estética plena definida, de alguna manera poseída de una eficiencia ingenieril mensurable a toda prueba.

Mirarla, tocarla, palparla y luego de imaginar como llegaron a esa combinación, cualquiera y hago énfasis en cualquiera, podría armarse de esa creatividad, que está al alcance no exclusivamente de iniciados, sino de los mismos no iniciados, como tú y como yo. Como tus hijos o los míos. Los que tengas o tendrás.

En fin. Hagamos una pausa de reflexión.

Sigamos pues con Disney. Recordemos: dos libros de biblioteca pública y una cámara. Y mucha imaginación, habrá que agregarle. Y fé. Nunca olvidar la fé.

Después de la aparición de la primera película hablada, El Cantante de Jazz en 1927 Disney saltó a la idea de sincronizar una pista de sonido completa precisamente a una animación.

(¡Hijole!, apenas voy en 1927, con razón se quejan de que estos blogs-artículos son larguísimos, ni quien los lea… ¡ni los amigos, caramba!)

Disney propuso el sonido sincronizado en un corto divertido en el que Mickey maneja un bote de vapor. Steamboat Willie fue todo un triunfo. Pero Disney ya no lo animó, fue Ub Iwerks, mejor dibujante que Disney, pero por alguna razón no leemos Historietas de Ub Iwerks y novemos por ningún lado ninguna Iwerkslandia o Iwerksworld, o EuroIwerks o Iwerks Tokio a las que todo mundo quisiera ir.

Disney explicó como lo quería, él contrató a una orquesta para hacer la música. Él puso la voz de Mickey porque sabía qué quería hacer. Él también trabajó para lograr una profundidad de foco usando una cámara multiplano a través de placas de vidrio para dar tridimensionalidad y mejor amplitud de campo.

Ex abrupto dos:

Para esto casualmente hoy vi un Biography de Betty Boop, producida por Max Fleischer, deliciosa caricatura, llena de alegría, sensualidad, música, digna también de los años 20’s, que tuvo muchísimo éxito y que posteriormente también hizo una versión de Blanca Nieves en la que Betty la protagonizaba. Esta versión de la que vi hoy sólo unas pocas escenas tenía sus genialidades, tales como la de incluir a el payaso Koko con los movimientos marca registrada y voz de Cab Calloway, célebre conductor de orquesta de por entonces, cantando Minnie the Moocher, fantástica pieza que hoy mismo sigue vigente (Calloway apareció cantando esa pieza, por si quieren saber, en la película de The Blues Brothers, de 1980, con John Belushi y Dan Ackroyd, en la escena casi final, en el espectáculo que ellos, los Blues, arman para conseguir los 5,000 dlls para cubrir los impuestos del orfanato que…)

Los Fleischer usaron también técnicas de combinar seres reales con animados y también utilizaron modelos en miniatura movidos al fotografiar cuadro con cuadro, como lo habían hecho con Popeye.

Después de hacer a Betty, hicieron un largometraje que no recuerdo el nombre, ya que Blanca Nieves de Disney casi los sacó de mercado, lo último que vi de ellos fue unos cortos de Superman, hechos en los cuarentas que son ultrarecomendadísimos para los aficionados a la animación en general.

Ah, (nunca pensé que este tema saldría para tanto), cuando estaba pequeño, en 1971 y 1972, viendo el canal 12 de Monterrey, estando de vacaciones de verano puesto que yo vivía en Tampico, me tocó la fortuna de admirar las caricaturas de Koko el Payaso, Desde el tintero, en la que se veía a Koko salir del tintero del dibujante y vivir mil aventuras y hasta interactuaba con el dibujante, un acto admirable de metadibujos metaanimados sin paralelo hasta que el Pato Lucas interactuó con un dibujante en una caricatura en 1950 y tantos. La última vez que salieron en cine Betty y Koko en un dibujo animado fue con Roger Rabbit en 1988, creo.

Fin de Ex abrupto.

En otras palabras Disney estaba por entonces sin competencia prácticamente. Y aquí es donde empezó la dicotomía del artista y del industrial. Los dibujos animados ya eran prácticamente una industria. Y él estaba al frente. Batallando con presupuestos, exigiéndole a su gente de manera tremendísima. Y no era por el dinero, según cuentan, era más bien la ambición técnica. Ver hasta dónde se podía llegar.

Según el artículo que leí acerca de las biografías, de Mark Greif, dice: la manera de trabajar de Disney se parece a los inventores-artistas de la costa oeste de Estados Unidos, California, Seattle, los tecnologistas de la computadora, que empezaron a escribir código en sótanos y garajes, y desde ahí fundaron las que serían gigantescas compañías masivas de software, con sus nombres unidos a sistemas operativos cuyos tuercas y tornillos gradualmente dejaron de saber como eran y ya no pudieron arreglar o cambiar, aunque la dirección y los logros de esos sistemas serían inconcebibles sin ellos. La comparación apta sería probablemente con ese otro Napoleón del siglo XX, que tenía el ordinariamente engañoso nombre de Bill Gates…

Y agrega el artículo: …Pero Bill Gates jamás tuvo que actuar Windows frente a su gente.

¿Qué hizo Walt Disney?

Bueno, nombró a cada uno de los enanos. Sugirió como hacer la muerte de la mamá de Bambi, fuera de cámara. Eligió la música de Fantasía, (con asistentes). Excavó algo de Disneylandia (algunas paladas). Creyó más que nadie en el parque. Cambió de lugar un árbol, los detalles de las fachadas. Se paseó por las atracciones para medir su duración (no se sabe si supo cuanto tiempo tomarían las eternas filas para esas atracciones).

Aquí Greif habla de lo que siempre nos sucede acerca de todo tipo de temas. O estás a favor y amas y adoras todo ello. O en contra y eres irónico y sarcástico. O eres indiferente. Depende a quién le creas. Depende a qué creas.

Por ejemplo, ¿qué se hace con el dato acerca de que la famosa firma de Walt Disney, esa que es tan amable y agradable, tan familiar, tan cálida, tan de tiempo atrás que te suena nostálgica, tan como de tu tío al que extrañas, cuando te enteras que no es de él?

Así es. Esa firma, cálida, nostálgica, etc., fue diseñada por un empleado para que la rediseñara. Y es una firma que estaba al frente del trabajo de todos los demás, además. Habrá gente que diga, eso es justo. Otros dirán, no, eso no es justo. Probablemente ambos tendrán razón.

Supuestamente dejó de interesarse poco a poco de sus películas y empezó a dedicarse a los trenes en miniatura. Hasta construyó uno en su casa que incluía un túnel de 30 metros. Él de alguna manera ya seco de ideas, habiendo dejado muchas tareas creativas a otras personas, se dedicó a buscar un lugar donde poner un gran tren con vistas interesantes y de ahí poco después apareció la idea de Disneylandia.

Luego entró a la televisión donde juntó muchos de sus viejos cortos de dibujos animados, les mezcló acción en vivo, los filmó en color, él mismo hacía las introducciones y probablemente creó los mejores infomerciales originales, Disneylandia, el Mágico Mundo del… etc…

El punto es que el señor lo logró, o sea, como quiera se necesita dinero para hacer las cosas y él las consiguió llevar a cabo. De acuerdo, la economía norteamericana nunca estuvo mejor comparativamente hablando que en los años cincuentas (obvio, la economía mexicana jamás se le ha acercado a ese tipo de prosperidad), él además ya se había probado frente a Wall Street, y todo lo que me puedan decir saldrá sobrando, ya que él consiguió llevar algo de estado virtualmente virtual, como es su programa semanal de la TV basado en sus obritas u obras de cine, a algo real, como fue lo que está en Anaheim, California,en un lugar donde pocos años antes sólo había puras naranjales. Con sus respectivas naranjas.

Y bueno, lo demás es historia. Disneylandia fue, es, el mundo perfecto. No basura. No desordenes. Toda la felicidad del mundo mientras pudieras pagarlo, sobre todo tus gorritas, camisetas, y lo demás. Había algo de mente maestra en todo esto. Mente que todo lo podía medir.

De hecho Orlando fue elegido por razones de que se podía construir fuera del control de los votantes o de alcaldes de la zona, fruto de negociaciones con la legislatura de la Florida. Se construyó EPCOT, donde él, Disney, imaginaba que iría a vivir, en esa comunidad prototípica del mañana, lugar donde él se encargaría personalmente con sus imagenieros, imagineers, ingenieros con imaginación, de diseñarla y construirla, pero él murió inesperadamente en diciembre de 1966.

Murió Disney, pero quedó... Disney. Muchos dirán que los debates de arte o industria, artista o artistas, líderes o colaboradores, trabajo individual o en equipo, recompensa por trabajo individual o por trabajo colectivo, idea original o idea prestada, idea adquirida o idea adaptada o idea derivada, y todas sus ramas y mezclas y mezcolanzas, nunca acabarán.

Nada más recordemos el tema de las películas realmente realmente realmente originales de Disney ¿y cuál o cuáles quedan? ¿O no habían reparado que el Rey León es una copia desvergonzada de Kimba, el León Blanco? Bueno, todos lo saben excepto la gente de Disney, al parecer.

¿Winnie The Pooh? ¿Peter Pan? ¿Mary Poppins? ¿Alicia en el País de las Maravillas? ¿Tarzán? ¿La Espada en la Piedra? ¿Las mismas Cenicienta, Bella Durmiente y Blanca Nieves? (por algo Shrek se burla tanto de Disney, hay mucho de donde cortar.)

Originalidad, pues… Tanto como la de Windows frente a la Mac y ésta a su vez frente a los trabajos de la PARC de Xerox.

Esos debates, queramos o no, serán como otros, inmortales, como Walt Disney, queramos o no.

Respecto a lo de los Meccano, no se hagan, puede servir. ¿Y qué tal si no es tan caro? Millones de personas beneficiadas de ponerles cerca al instrumento que dé rienda suelta a su creatividad. Absurdo absurdo, lo que se diga absurdo, no se me hace tanto…

Ya volveremos a esto, en otra ocasión.

¿Acabaron de leer hasta aquí? ¡Qué bárbaros! ¡Mis respetos! ¡Los felicito!

¡¡¡Lo estuve escribiendo a la mitad y me cansé, dije, no tiene caso, a la goma, ni quién lo lea!!!

Y dejé de escribir a la mitad. Lo juro. (Bueno, no es cierto, sí lo acabé, me va a caer un rayo por jurar en vano, ni modo. ¿Dónde quedó la seriedad, pues?).

(Hasta suena a que me tiro para que me levanten, caray [viejo dicho mexicano :) ])

sábado, junio 16, 2007

Bradbury: Farenheit 451 no era sobre censura, sino sobre la mala influencia de la televisión. Algunas cosas no cambian.



Ray Bradbury siempre se me hizo lo más parecido a poesía que he leído en ciencia ficción. No se puede decir que soy un especialista en exceso de ciencia ficción o en poesía, pero yo sé mi cuento.

Puede que muchos la desprecien pero la Ciencia Ficción tiene su valor particular. Si desprecian el hecho de que no tenga la mejor prosa, pues es que no es su fuerte, no le pidamos peras al olmo. Digo, no leemos a Mario Vargas Llosa por su imaginación hacia el futuro, ni tampoco leemos a Gabriel García Márquez por tener su imaginación enfocada hacia los mundos alternativos. Sólo Jorge Luis Borges entre los grandes de la literatura pudo darle una vuelta a la tuerca a través de juegos magistrales de pensamiento conceptual. Julio Cortázar, genio de lo fantástico. Pero ciencia ficción, no.

Para nada. Bueno, no la necesitan.

Más sin embargo la ciencia ficción es un descanso para los ojos, para el espíritu que intenta ser objetivo al mirar al futuro. Aún y que mucho de ella es distópica, es decir, sombrías y de alguna manera predicando acerca del terrible futuro que nos espera, algo de ella también es de tipo idealista, de tipo esperanzadora. Algo así como, sobreviviremos, con nuestros problemas y todo, pero sobreviviremos.

Y es que hay que cavilar que hubo un tiempo en que la gente pensaba que no sobreviviríamos. La amenaza nuclear estaba muy cerca y la gente tenía esa percepción de inevitabilidad. La guerra se daría. Si no se puede hacer más, mejor ignorarlo. O escribir ciencia ficción.

Sólo con ver los documentales escolares gringos de los 50’s para darnos cuenta de la psicosis que se vivía entonces, advirtiéndoles de los efectos de una guerra nuclear, diciéndoles como agacharse (Duck!, ¡Agachense!).

No podía decir lo mismo de México, pues era razonable que nadie en su sano juicio podría pensar que México estuviese amenazado. Con sólo que los presidentes Miguel Alemán o Ruiz Cortines o López Mateos estuvieran de parte de Estados Unidos (cosa que decididamente estaban), ¿a quién le podría importar que cayeran bombas en Kansas o en Washington o en Sausalito? Esos lugares estaban lejísimos del Rancho El Porvenir de Camargo, o de la Chepevera, de la Lauro Aguirre, de La Condesa.

Aquí en México no había psicosis. Teníamos suficientes problemas como para preocuparnos de lo que hacían allá los grandes, tanto en Corea, como en China, Formosa, los Berlines, la misma Rusia o los mismos Estados Unidos. De hecho, México no podía estar en guerra con nadie porque como desde hacía más de 180 años, México, como todo país latinoamericano que se respete, estaba en guerra consigo mismo, ¿para qué ir a buscar guerras a otra parte? Sobre todo con nuestras grandes flotas y escuadrillas y sobre todo con nuestro gran arsenal nuclear.

Pero ese es otro asunto.

A Ray Bradbury recientemente le dieron el prestigiado premio Pulitzer, a modo de citación, pero premio Pulitzer a fin de cuentas, primer escritor de ciencia ficción en obtenerlo.

Los mundos que ha escrito este señor desde que empezó a escribir, y que no ha dejado de hacerlo todavía a sus 87 años, un cuento por semana, ¡échense ese trompo a l’uña!, son misteriosos, oscuros. Al menos los que escribía en sus inicios, allá en los 40’s y 50’s, tal y como vienen en Las Manzanas Doradas del Sol o El País de Octubre eran de miedo, brrr, sobrecogedores.

Cuando lees un cuento de él, de plano ya estás advertido, quizá cuando lo termines, es probable que no te va a gustar lo que leíste, y lo que te va a hacer sentir incómodo es como termina el cuento, las incidencias, los finales, la historia en sí, pues. No como esté escrito. Definitivamente que no.

Leí Crónicas Marcianas supongo que hará décadas, ¡hey, sólo tengo cuarenta y cuatro años!, pero ya saben a lo que me refiero. Y de hecho, lo primero que leí es una parte de Crónicas Marcianas que se llamaba Vendrán Lluvias Suaves, acerca de una casa automatizada que poco a poco caía en decadencia, una narración magistral como pocas. Definitivo que no era un texto producto de una mente directa y objetiva como la de Isaac Asimov o grandilocuente en su significancia o alcance como Arthur C. Clarke, o los efluvios paranoicos nada sutiles de Philip K. Dick, o el atrevimiento y audacia de Harlan Ellison o la actitud protofascista de Robert Heinlein, o los envolvimientos dramáticos de J.G. Ballard, o incluso la neuropunkmagia efectista de William Gibson.

Pero Ray Bradbury fue eso, sensible hacia la mortalidad de sus personajes en la que dejaba entrever esa delicadeza y amor por lo que les podría suceder con el paso de los tiempos.

Cada historia de marcianos, unas con más humor que otras fue clara y directa de corazón. Al final tuvimos piedad de los marcianos desaparecidos. No nos pusimos a pensar en simbolismos más o menos de las historias en sí, si eran reflejo de los tiempos terribles que se vivían entonces. Eran historia, fantasía, mezclada con ciencia, previendo el futuro, posible o imposible, no nos importaba. Al ver a Marte pudimos pensar con claridad, allá no hay marcianos, pero si los hubiera serían como Bradbury lo dijo, serían seres perceptivos. Y al final, cuando conquistáramos Marte, nos podríamos ver en el espejo de un lago marciano (ahora que el Sojourner y sus dos pequeños y más ágiles parientes lo han descubierto, con agua, un día se tendrá que descongelar, que caray), y al responder una pregunta hecha por tu hijo podrías contestar algo así como “¿Los marcianos? Ahí los tienes…” El reflejo de nuestros rostros en ese lago marciano nos dará la respuesta.

Y así llegamos a Fahrenheit 451. Excelente nombre la verdad. Una novela que se llama así sencillamente: Fahrenheit 451, ¿qué más quieres para ser inmortal? Y el señor Fahrenheit ya ni está para reclamar. Un golpe maestro de originalidad. Por eso Ray Bradbury se molestó con Michael Moore cuando en un ataque sin sentido de falta de originalidad de éste último bautizó a su genial (y por supuesto pretencioso y tendencioso, contradicciones de uno al pensar así de él) documental Fahrenheit 9/11, un bautizo absurdo-sin sentido total.

Y leí la novela, igual, hará cientos de años. Y quisiera leerla de nuevo un día, si no tuviera tanto pendiente por leer. Así que me conformo, por mientras, a ver la película de Francois Truffaut. Genialidad. Un director genial filmando una película de un escritor genial. Y el resultado no decepcionó, fue magistral. O eso o soy un maldito fan que ya ni discierne lo elemental de tanto amor al arte. No sé como pero hace poco tuve tres ejemplares de la novela, de la siempre cool coolección Minotauro. Regalé uno. Peticiones, lo siento. Me queda uno y el de repuesto.

La historia de un bombero que en lugar de apagar fuegos los iniciaba, sobre todo de libros, bueno, aparentemente era lo único que iniciaba. De esas historias que te cambian el punto de vista de lo que podría pasar si las cosas siguen así (de los postulados originales de la ciencia ficción). ¡A quemar libros, a quemar la palabra impresa, a quemar el recuerdo, a quemar las memorias de nuestros ancestros antepasados y todo lo que hubiera entre ellos!

Y les pagaban por ello.

Obvio, a partir de la comparación de la quema de libros por los nazis de hace tres cuartos de siglo de todo lo que no era ario o que estaba contra lo ario, uno, cualquiera, podría presuponer que si veíamos aquí en la novela el quemar bibliotecas, a las casas que las contenían y en ocasiones a los habitantes de esas casas, lo que naturalmente pensaríamos era que Fahrenheit 451 era una novela cuya idea central era la quema de libros, ergo, la quema de ideas, ergo, la quema de disidencia, la quema de disonancia, la quema de la diversidad.

Fahrenheit 451 indiscutiblemente era una obra contra la censura, ni más ni menos.

Y así es enseñada hoy por hoy en las escuelas preparatorias, como un punto de partida de pensamiento en contra de la censura, contra el fenómeno que intenta acallar las voces de protesta contra lo establecido por cualquiera que pueda establecerlo. Bueno.

El punto es que, además de su Pulitzer, Bradbury en una entrevista reciente que le hizo el L. A. Weekly afirma que… no precisamente, que en realidad Fahrenheit 451 no es una novela en contra de la censura, sino que es una novela que básicamente está en contra de la televisión y sus peligros.

O sea… ¿la televisión? Bien, no podríamos negar los conceptos de Bradbury de lo que él pensaba sería la invasión de la televisión en nuestros hogares en las décadas subsiguientes. Y él fue más allá. Cosa de recordar que la televisión de 1953 tenía escasa presencia relativamente y no superaba las siete pulgadas de diagonal.

No sólo se atrevió a imaginar entonces televisiones planas colgadas en la casa como grandes cuadros o incluso que servirían para cubrir toda una pared de tal modo que pareciese que las personas de la casa convivieran con personas televisivas, Bradbury no sólo eso, sino que describió un mundo que involucraría a los televidentes individualmente dentro de sus propios teledramas para ver que pensaban o decidían estos de tal o cual derivación de la trama, haciéndolos participantes activos en ello. Esto sería una derivación de lo que se le vendría a llamar telepresencia.

(Ya Bradbury hacía eso y más, para todos aquellos que les guste la ciencia ficción o la literatura de cuentos [de hecho lo leí en un respetadísimo libro de Selected Short Stories, más que en un Science Fiction Stories, si me permiten enfatizar la diferencia], quizá hayan leído La Pradera, o The Veldt, en la que él describe un artilugio que permite en una casa normal la posibilidad de inmersión en un ambiente total de realidad en la propia casa, en este punto, de una pradera africana con todo y leones. Antropófagos. Este ambiente vendría a ser lo que después sería harto conocido como realidad virtual, en los términos de quienes en los décadas por venir lo propondrían primero gente como Jaron Lanier et al. Por cierto, este ambiente fue llamado por Bradbury algo así como Nurseries, y en el primer número de Wired, en el año de 1993, este término apareció en una escala de interactividad contra inmersión por encima de todos los medios propuestos existentes o imaginados en ambos términos ganándole incluso al Holodeck de Star Trek: Next Generation! Toda una hazaña, créanlo.)


Esto de la preocupación de la TV por Ray Bradbury, pienso yo, habla de esa enajenación de la que ya he hablado cuando la inmensa mayoría de las personas de un país o países saben de cual o tal punto definido de una telenovela en particular. Esta enajenación focal es a la que tal vez pudiera haberse querido adelantar Bradbury al pensar que el estar apegados tanto a las televisiones y a sus contenidos no queda más que hacerse amigo de las personas que ahí habitan, sean ficción o verdad.

Ray Bradbury afirma que él quería referirse a que la TV destruiría la literatura, que por más esfuerzos que la gente hiciera por ver por televisión dramas clásicos de la literatura universal tales como La Odisea (que la habrán dado en TV hará como diez años) o como Troya (de cine, una versión muy muy light light de la Iliada) no eran nada, pero nada, como para decir que eran ni por mucho equivalentes.

Peor aún, el ver estos dramas de ese modo retratados podrían darle al televidente el tener la falsa seguridad de que él o ella está conociendo las versiones tal y como deberían de ser asimiladas, como dicen de manera suficiente y autocomplaciente: “sin tanto rollo”.

El problema es similar, lo he dicho varias veces, hoy en día con lo que ocurre con los documentales que pasan a carretadas y toneladas por canales culturales como History Channel, o el Discovery o el NatGeo, las personas que gustan de ver estos se dan cuenta de geniales interpretaciones de hechos ocultos de la historia o de descripciones impactantes de imperios acompañadas de soberbias opiniones por especialistas.

Pero ya lo he dicho antes, con todo lo visualmente atractivo, un documental no puede pasar por conocimiento suficiente cuando estás viendo un programa con imágenes lineales a las que no puedes dar reversa para asimilar mejor un punto (excepto si lo grabaste o lo tienes en las todavía raras para Latinoamérica, videograbadoras digitales, o si tienes el DVD), o si prefieres querer saber quien afirmó tal o cual cosa y en qué circunstancia, saber sus credenciales y sobre todo, la que sería maravilla de maravillas si se pudiera, saber que bibliografía tiene el tal documental porque, ¿han visto la velocidad a la que pasan los créditos finales de cualquiera de estos documentales?

Ray Bradbury dice que él advirtió de esa enajenación a lo largo y ancho de toda la pantalla de por entonces con la humanidad cercana y con su gran curiosidad hacia los aparatos de TV de por entonces.

Por supuesto que esto es amplificado en esta época de múltiple decisión-confusión y caos a partir de un control remoto en que podrá haber 500 canales y finalmente no tendremos nada que ver. Perdidos en la forma más que en la forma más que en la sustancia. Impactados más por la taquilla de la película de moda que por el valor intrínseco de calidad de la película en sí. Con las críticas de libros disminuidas en los periódicos de todo el mundo debido a problemas de costo-beneficio. Con los miles de blogs que se ostentan como poseedores de la verdad sin que en muchas ocasiones puedan sostener sus opiniones con argumentos sólidos y suficientes. El ascenso del yo-opino-en-el-momento-sin-molestarme-por-el-conocimiento-de-contexto.

Bueno, bienaventurados los que no discernimos, porque de nosotros será el Reino de los Cielos.

Lo anterior aunado al problema del reacondicionamiento de la mente humana en general hacia el span de poca atención, o sea, una manifestación en vivo y en directo del Síndrome de Déficit de Atención, que padecemos todos en el que si no conseguimos lo que queremos en pocos segundos le derivamos con nuestro Control Remoto hacia el mejor postor, al más barato. Al más florido. Al más cínico. Al más chantajista.

Resultado: La Guerra descarnada de los Ratings y la pérdida de la inocencia de los televidentes. El Mínimo Común Denominador. La viejorrona con el escote pronunciadísimo. Las repeticiones eternas del gol del triunfo. El pastelazo. El doble sentido. La sátira antisutil, gross y esperpéntica. El programa diario de revista que a fin de cuentas dice lo mismo cada día de la semana, tal como si fuera un teletubbie subdesarrollado. El noticiero nacional que todo mundo ve y que dura tres horas y retransmite lo mismo cada hora de manera suave sin que la gente se de cuenta (y nosotros que lo vemos: desgracia total, mejor ver videos matinales de VH1, para que te levantes). El drama telenovelero de vanguardia que cumple sus cincuenta y pico de años bien gracias. Lo insólito color rojo rojo sangre sangre sangre tipo usted lo vio aquí en close-ups clase CSI, todos anatómicamente correctos, hasta las más pequeñas fibras nerviosas, musculares, tejido y médula, tapabocas not included.

La televisión destruirá la literatura si no hacemos algo. Ese era el mensaje de Ray Bradbury.

La ciencia ficción o más bien, un escritor de ciencia ficción no prevé el futuro. Más bien lo previene. Diferencia enorme. Si él imagina la destrucción no es para llorar el hecho o para minimizarlo con un movimiento de mano, sino para tomarlo en cuenta, como si él describiera un universo en el cual algo similar sucederá si las cosas siguen tal cuales.

Prevenir. No solamente prever. Bueno, pensar que Ray Bradbury pudiera ser escuchado al advertir entonces de qué se trataba su libro realmente es vano y ya inútil. La ciencia ficción en esos años era puro escapismo. Tendrían que pasar décadas para redefinir su verdadero lugar en la cultura.

Claro, una derivación clara de esto se percibe cuando el problema vino luego con películas sencillas (aunque sorprendentemente visuales como Star Wars) que descansaban sus bases en ideas flojas y desconectadas de la verdadera ciencia ficción pero que se hicieron pasar como tal. Siendo Star Wars así, hace más complejo el problema. El ascenso del cine visual sobre todo, gracias a Lucas y a Spielberg, atractivo en primera instancia y básicamente optimista, enfocado sobretodo a niños y adolescentes, le quitó el mercado al cine de ideas, el no tan atractivo con finales, y fines, no necesariamente optimistas, dirigido a un público mayor deseoso de ser estrujado de vez en vez con conceptos atrevidos que lo hicieran reflexionar, ultimadamente, sea dicho sin vergüenza.

La televisión derrite nuclearmente nuestras mentes sólo si nos quedamos ahí como punto de partida y puerto final de llegada.

La lectura y la literatura sobrevivirán a través de los tiempos si los que deseamos que permanezcan ayudemos en lo que se pueda. Recordemos ese blog recién que escribí acerca de Disparates Conectados que escribí hace poco. Aún con los resultados desalentadores de los indicadores de lectura, no debemos descansar en nuestros laureles.

Hay mucho por hacer.

Ray Bradbury está ahí y aún da de que hablar a sus 87 años.

Si yo bebiera, brindaría por eso, con todo gusto.

Cosas de la Gran Central de Coincidencias del Cielo: resulta que tengo una gran colección de revistas Life en español y en inglés, de los cincuentas, sesentas y algo de setentas, mientras duró. Y abriendo una de ellas hoy mismo, gracias a una combinación de que una caja que las contenía cedió, pesadas las condenadas, me topé con una del 10 de diciembre de 1962 con una sevillana hermosísima llamada Carmen en la portada. Y he aquí que trae un artículo titulado “El Hombre frente al Cosmos, Rompiendo las amarras”, escrito por… Ray Bradbury, himself.

El artículo es una reflexión frente a la carrera espacial de aquellos años sesenta, años llenos de idealismo en el que pensaban que con esfuerzo y recursos podría la humanidad acabar con la pobreza, encontrar la cura contra el cáncer y mil cosas más, demostrado todo esto con la cuestión del mismo espacio como proyecto vital de las únicas dos naciones que tenían ese poder por sobre todas las demás.

Bien, en el artículo dice, entre otras muchas cosas geniales y cool, lo siguiente:

“Tenemos la fortuna de disponer, para esta empresa vital, de un vasto conjunto de universidades y escuelas. Pero precisamos levantar muchas más. Si no en los hechos, por lo menos en el espíritu, cada ciudad debe de convertirse en ciudad universitaria, en un lugar donde el artista y el profesional puedan comunicarse entre sí y con otros.”

“…ante todo lo que mueve a una sociedad son sus Ideales. Los Ideales son mayores que los hombres que los han creado. Los seres humanos tratamos de vivir conforme a ellos, pero rara vez lo logramos. Los Ideales siempre están por encima de nosotros…”

“La educación universal debe de devorar íntegra y cabalmente, digerir y emplear a las máquinas empáticas de que ya disponemos pero que tenemos poco menos que descuidadas, como medio de dramatizar las Ideas, de jerarquizarlas, honrarlas y hacerlas parte esencial de nuestra vida. Me refiero a recursos empáticos como la radio, el cine y la televisión…”

“Y es que hemos estado soportando una larga época de teatro morboso, de cine morboso, de novela morbosa y de reportajes morbosos, en los que se olvida que el veneno mata igualmente a la vida intelectual que en la corporal. Las artes nos han venido diciendo últimamente que distamos mucho de ser ángeles, y que desesperemos de llegar a tener alas…”

Esto último fue escrito cuando yo tenía dos meses y medio de edad. Y este año cumplo cuarenta y cinco años.

Algunas cosas no cambian. Ni un ápice.

A seguirle, que no hay de otra.

lunes, junio 11, 2007

ADIÓS ANTENA DE CONEJO, ADIÓS. OTRO FINAL DE NUESTRA ERA, UNO MÁS


A ver si me explico. Las antenas de conejo morirán en Estados Unidos de aquí a 20 meses, 17 de febrero de 2009. Y mañana, el mundo.

El artilugio para una mejor recepción de imagen de televisión que todos los de mi generación conocimos, que si muévele aquí-que si ponle un poco de aluminio más-que si un gancho de ropa o de plano un desarmador, desaparecerá de la utilidad normal, de la vista en menos de 20 meses, en USA. Calcúlenle pocos años más para que suceda en todos los demás países.

¿Por qué esto? Por la sencilla razón de que las estaciones de televisión abierta dejarán de transmitir en los anchos de banda que son los que transmiten las televisoras y que reciben actualmente las televisiones.

Vamos por partes. ¿Qué es una televisión? Una caja con cinescopio o monitor con circuitos y controles que permite captar del aire señales que se transforman en imágenes (¿habrá gente
que compre tv’s con pantallas de plasma para ver tele abierta? Creo que no… ¿verdad?) Una imagen dada de pantalla de tv transmitida que miramos (y no soy ingeniero electrónico para explicarme mejor) no es más que una ilusión en sucesión de 520 líneas horizontales, las pares primero y las impares después, compuestas de electrones que estimulan a un cinescopio para fulgurar en sucesión significativa treinta veces por segundo y que de esa manera vemos de manera milagrosa una cara, una mujer, un video, una película, un universo.

Y todo esto sucede en un solo canal. Las cosas no suceden solas. Ese canal está concesionado a
una compañía. A principios de la humanidad existía en la ciudad de México el canal 4 primero, el canal 2 después y luego el 5, el 8, el 11 y el 13 No sé porqué pusieron juntos el 4 y el 5 si normalmente eso de juntarlos no se recomienda, por aquello de posibles interferencias pero las cosas son así. El canal 8 luego se cambio al 9 para poder darle lugar al 7. (En Monterrey fue primero el canal 10, luego el 3, después el 8, el 6, el 12, luego el 28 en UHF, y finalmente el 4, para que esto pudiera suceder el 3 se cambió al 2).

Resulta que cuando estaba chavito mirando la perilla me fijé que esta empezaba en el canal 2 y terminaba en el 13 para dar paso a una letra “U”. No había mucha gente a quien preguntarle que algo malo le había pasado al canal 1 y esa duda la tuve por muchos años.

Resultó que el canal 1 desapareció en los años 40’s debido a que interfería con ondas de radio. Ahí como que les falló a estas lindas personas que diligentemente toman decisiones en el espectro radioeléctrico que a través de los años les comienzan a pesar. Bueno, no creo que se extrañase mucho ese canal 1. Jamás escuché que nadie pensara en él. Ni como nostalgia, caramba. Cosas que suceden.

La televisión entonces transmitía en algo que se llama Very High Frequency o VHF. Por eso era la “U”, a partir de ahí todo era Ultra High Frequency, o sea UHF. Y más allá las estrellas.

Cuando estaba pequeño en Monterrey, me tocó ver que ciertas televisiones sobre todo las de
color tenían dos perillas para cambiarle. Lo que no entendía era porque la segunda perilla nunca se usaba. Hasta que vi que se usó con la llegada del canal 28, que era del estado. Esa segunda perilla era como decir, a partir de aquí hay un mundo de posibilidades. Pero en aquél tiempo no entendía que cada una de esas posibilidades significaba una millonada invertida en equipo especial dedicado y una billonada más en talento por crearse (eso y si se preciaba de esa manera). Y de lo último, lo del aprecio, no hay mucho. Luego pude haber entendido que las posibilidades de que hubiera otra mil billonada en audiencia (la tercera parte de esta santísima trinidad) eran muy disminuidas y que esa es la parte más riesgosa del asunto en todo esto.

O séase, que no solamente el asunto de la televisión era, y es, cosa de canales, sino de dinero, de factor humano para transmitir algo significativo y que hubiera el recibir en personas que hicieran que todo ese esfuerzo valiera la pena.

Ya hablé en otra ocasión de la tv y de su modelo comercial. Que fue ese el que se decidió para México en tiempos de Miguel Alemán Valdez, 1948, por ahí (por don Salvador Novo, entre otros, ni más ni menos). ¿Y dónde estaba el negocio para los intrépidos mexicanos que decidieran invertir sus escasos recursos en algo tan aventurado? ¡Iban a regalar contenido de televisión gratis! En ese tiempo no se pensaba tanto en eso del contenido. Era algo que se daba ya por entendido. Digo, hasta Telmex ya está pensando en cuestiones de contenido para la famosa “convergencia” digital. De algo significativo tienes que llenar tus canales de medios diseñados para atraer y retener a sus usuarios y que no se vayan tan rápido a otras opciones. No basta poner las barras de colores. Cualquiera se cansa.

El negocio entonces era muestra de pura intuición salvaje. Suena a telenovela, “Intuiciooooón Saaaaalvaje”. Es más, se podría hacer una telenovela así. Imagínense solamente a algún protagonista yendo y viniendo en medio de las abismos y fiordos burocráticos para conseguir una concesión en gobierno para poder levantar un imperio multimedia decenas de años antes de inventarse la palabra, que sólo existía en su mente efervescente por el momento, en contra de todas las dificultades posibles. Imagínense que él pensó, y sus valientes amigos, claro, que iba a haber multitudes y multitudes religiosamente pegadas a ese aparato a diario, con esas antenas de conejo para poder verte mejor, m’ijita, para poder que me veas venderte más televisiones, con sus respectivas antenas de conejo, por supuesto, mejores estufas, mejores lavadoras, mejores sueños, mejores ilusiones, mejores vidas. Bueno, no era acto de venta, era más bien un acto de sugerencia, un acto mágico de sugestión, un acto de fe casi mística llegado a nuestras salas, a nuestras cocinas, a nuestras recamaras en vivo y en directo.

Así las cosas la televisión se desarrolló en ese tenor. Parecía gratis la condenada. Excepto para los que pagaban, según la leyenda, veinte centavos para poder verla en casa de los amigos. Nunca me tocó hacerlo pero me decían que así era. En casa del privilegiado, ahí estaban todos los gorrones.

Bueno, sí era gratis. Aparentemente. El concepto de que tú compras un aparato en algún lado (a plazos y paso a paso, despacito) y llegas a tu casa, lo enchufas a la corriente eléctrica (que tienes que pagar también) y ya casi por un milagro electrónico, ves un partido de fútbol o una telenovela o una serie, todo eso y gratis. Woow, eso sí que es negocio. Para el televidente.

¡Pos que generosidad, caramba, de los concesionarios que nosotros vemos desde aquí, en casita!

Muy poca, muy poquitísima gente, ha de haber pensado que la gente pagaba su televisión al mirar los comerciales ubicuos, eternos, malditos, sin seso en su 99.99% (lo restante, el .01%, es magistral). Ni más ni menos. Y ya hablé de que lo que la televisión vende realmente no es detergente o jabón o sopas para nosotros. Lo que la televisión vende es audiencia. O sea, a nosotros en bola. Nosotros en bola a cierta hora. Cientos de miles de nosotros. Millones de nosotros en bola al mismo tiempo, sufriendo la misma tragedia, admirando el mismo espectáculo, presenciando al mismo conductor de noticias recitar la misma noticia, el mismo delantero disparar su mismo gol. Punto. La cohesión monolítica total. Hacemos una pausa. No se vayan. No le cambies. A continuación unos mensajes de nuestros patrocinadores.

Ando buena onda y dispensaré a mis lectores de mi sorpresa conceptual-total a mis tiernos siete años al ver por primera vez una televisión en color. La maravilla de mirar un partido de béisbol de grandes ligas por tres horas, el pasto, el cielo, el estadio, los uniformes, y uno sin ser absolutamente un fanático de un décimo de medio pelo del llamado rey de los deportes.

Y esa imagen venía del aire. Así, solamente del aire. Al parecer a través de dos tubitos delgados rígidos aluminizados que se alargaban y se acomodaban de una manera misteriosa para poder
mirar una mejor imagen. Un mejor sonido. Era un arte, un misterio el dominar su acomodo. ¡Cómo odiábamos esas rayas en caos sin imagen, esa nieve ruidosa llena de estática de las profundidades que atacaba los sentidos y convertía a la gente rápidamente en piltrafas llenas de histeria! Brrr. Que recuerdos. No por nada ese ícono de imagen en ruido rosa que se llama, supongo, fue utilizado con mucha eficacia por una película de horror-terror evidente como Poltergeist durante los 80’s.

Y algo tiene de nostálgico ese fenómeno que incluso las presentaciones especiales actuales de HBO las transmiten con ese sonido caótico para sus inicios y finales, como un fade in de presagio y como fade out de epílogo.

Llegamos a Nicholas Negroponte. Este es un cuate a quien yo admiro mucho. Lo conocí en los
artículos del final de las páginas de cada revista Wired que me caía (cuando era magnífica, atractiva, impredecible, adictiva, genial, iridiscente, insólita en sus colores, audaz e irreverente la mencionada revista, socialmente tecnológica, tecnológicamente social). Él fundó el Centro o Instituto de Multimedia del MIT allá, obvio, en Massachussets. Y escribió un libro que se me hizo genial en muchos aspectos llamado Being Digital (también digamos lo otro, muchos criticaron a Negroponte porque no incluyó o previó, en él, pareciendo que esa es su profesión, el ser profeta, el ser ayatollah digital, la inimaginable explosión-expresión-multitudinaria de Internet a pocos meses de su aparición inminente en la conciencia mundial stream con el recién ascenso de los browsers o navegadores).

Este señor tiempo atrás habló de ¿qué era? ¿Ley? ¿Postulado? de Negroponte, en el que afirmaba que los medios que eran transmitidos tradicionalmente por el aire serían transmitidos ahora por cable y a su vez los tradicionales medios de cable serían transmitidos en
el próximo futuro a través del aire.

¿Cómo se refleja esto en la actualidad? Muy sencillo, ese telefonito por cable tiene menos hermanitos ahora que esos mismos aparatos pero inalámbricos, vulgo celulares (última cifra en México, 13 o 14 millones de líneas domésticas o comerciales, y 60 millones de celulares). Y esa televisioncita con su (¿¿¿cuántas veces lo mencionaré en este artículo???) antena de conejo ahora estaría predispuesta a ser usada sólo con un cable pegado a su posterior (en frente se vería muy muy pero muy feo).

Así las cosas, el cable coaxial está si no en todas partes, sí en muchas casas. Cuestiones de posicionamiento económico y mercadotécnico. La gente que quisiera calidad en televisión sólo tendía que acercarse a su concesionario de cable más cercano. Y pareciera que la televisión
gratuita que llegaba a través del éter, aparentemente gratis, se hubiera propuesto eso, que la gente corriera huyendo hacia el cable. Cuestión de ver la televisión hoy en la noche, cualquier noche.

Mientras peras o manzanas, la FCC o Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos decidió que ya estuvo bueno. Que hay que darle a la ciudadanía sin cable, una mejor imagen. Y los avances digitales dicen ya basta, que hay muchas maneras de manejar un ancho de banda. Hay que mandar bits en vez de electrones. Seamos digitales. 20 millones de hogares en los Estados Unidos ven televisión abierta. Increíble, ¿no? Bueno, difícil de creer. 60 millones de norteamericanos miran televisión con antenita de… conejo. Ya se acabará esto. Van a entregar dos vales de cuarenta dólares cada uno, ochenta para los que no tengan calculadora, para poder comprar un aparato receptor o convertidor digital (generosidad de generosidades), muy planito y mono él, que estará arriba de sus tevés para poder recibir la señal digital que las estaciones empezarán, o empezaron, a transmitir desde ya.

Los que vieron la presentación de comparación dijeron que la transmisión con convertidor se ve como imagen de DVD. Woow. Ya era hora.

Las señales que quedarán vacías, oscuras, solas, huecas, serán utilizadas para frecuencias de radio policíacas o para celulares. Y eso esas ondas son geniales para penetrar en edificios y casas.

Los lugares de curiosidades tendrán esas antenitas junto con los ocho tracks, las consolas antiguas esas magníficas, los fonógrafos imponentes, los prácticos teléfonos de esos de ruedita
con agujeritos por donde marcabas (¡se me olvidó como se llamaban! ¡No es posible!), los audiocassettes (próximamente, ya los veremos ahí), la Beta, la VHS (próximamente ésta última, yo ya me preparé, me acabó de comprar una sorprendente videocasseterita casi de plástico por alrededor de 27 dólares y me compraré otra por si las moscas, una no es ninguna), el CB, los incontables modelos de celulares de todos tamaños que han pasado por nuestras manos, las antenas parabólicas de esas gigantes que se usaban a la vista de todos, los faxes monstruosos de los que había antes, el Telepong, el Atari, el Intellivision, los jueguitos de Mattel de deportes, los radios de bulbos, los videodiscos, las televisiones esas de pantalla que se abrían hacia arriba y ocupaban un espacio inmenso, y un gran etc., etc., etc. Y un día también le diremos adiós al Ipod, al MP3, al mismo Internet, al DVD, al mismo Yahoo, al Bluetooth, al YouTube y nos acordaremos de lo eternos que parecían y que los queríamos tanto que querríamos que nos enterraran con ellos.

Y esa es la triste historia del final de las antenas de conejo en tu casa, en mi casa, en la casa de todos los seres vivientes del universo conocido.