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lunes, diciembre 17, 2007

Temas de Juguete, Segunda Parte







Hubo un tiempo en que yo adoraba el Batimovil. Sí, el de Batman, el de la serie de televisión de 1966-1968. El carrazo negro con unas como conchas aurales en cada lugar correspondiente al piloto y copiloto. Con fuego en la parte trasera al acelerar, todo negro excepto las líneas rojas por los contornos de los lados y el frente y un signo de Batman de color rojo en los costados.

Bueno, ese Batimovil, después de verlo en catalogos caros lo vi en una tienda de autoservicio de esas típicas y ya muy genéricas. Era un Hot Wheels de Mattel. Y lo compré, así como si nada. Y es que costó la friolera equivalente de sólo un dólar, ni más ni menos. Así las cosas, ya tengo otro juguete más en mi no muy larga colección.

El día que nació mi hijo, para que mi hija no se sintiera mal, según la tradición, le fui a comprar a ella una muñeca. No se me fuera a traumar o lo quisiera matar pasando los años. Ese día estuve en la tienda especializada y le compré a mi hija su muñeca, una Barbie, pero vi algo más a lo que no me pude resistir. Era un genial y cool pareja de figuras de un Alien contra un Depredador, los de las películas, claro, que habían tenido su encuentro en el fascinante mundo de los comics, era el año de 1994 y lo de la (very so-so) película juntos estaba a más de 11 años de distancia… y cuando pagué el asunto, mis figuras valían más que la muñeca de mi hija. Y no eran para que yo jugara, sino, y lo digo estrictamente, porque se verían cool en mi escritorio. Y se vieron gloriosamente cool mientras estuvieron ahí.

Y pues leí el libro ese de The Real Toy Store de Eric Clark, el cual tiene sus partes interesantes y otras megainteresantes, que hasta a mi hijo, ese en cuyo día en que nació me compré esas figuras, y la muñeca, le encantaron algunas partes…

El punto no es llegar sencillamente a la diatriba típica de estas circunstancias del que “nos están manipulando”, “sí, es demasiado comercialismo”, “somos consumistas ya desde bebés”, porque de ahí al “alguien tiene que pagar” y luego al original (y decepcionante desde cierto punto de vista), olvido de todo y volver al ciclo de la vida de comprar juguetes hay sólo un paso.

Así las cosas no puede uno pensar en lo que uno hizo en casa cuando estaba pequeño, que para eso sirve el artículo de la vez pasada relacionado con juguetes (y que fue desahogo realmente) sino en el pensar en que ya que uno es grande y tiene sus propios hijos, y que lo que escuchamos e hicimos durante ese período de crianza fue como estar presenciando nuestra propia niñez.

Y no es tanto esto una autocrítica, que ultimadamente cualquiera debería hacérsela si quisiera (y que si no quisiera, pues también sería su problema), sino que es más bien un repaso hacia nuestras actitudes complacientes con lo que existe y nos rodea, y de lo que las fuerzas vivas de la sociedad (desarticuladas como ciertamente son, de las que nadie jamás es responsable, sino el mismo desesperante consenso colectivo flojo, operante y totalmente dominante en sí) que son capaces de ejercer gracias a su propia presión que de alguna manera todos aceptamos sin parpadear, aún y que las hayamos comentado acremente en tonos de crítica de manera constante en la cena con los amigos, en la comida con los de la oficina, en las salas familiares.

Recuerdo algunas imágenes relacionadas con esto, la primera puede ser la de mi hija que a sus tres años despertaba en su cuarto a las dos de la mañana, queriendo ver televisión porque ya había descubierto que la televisión por cable como es el caso del Cartoon Network, estaba en marcha las 24 horas del día, como si en México o en Latinoamérica siempre hubiera habido un turno de noche para infantes televidentes. El punto que digan que mucho del contenido del Cartoon es o era hecho para adultos nostálgicos no es suficiente, el caso es que los adultos sí quisiéramos ver los Picapiedra de vez en cuando ya que los conocimos en nuestra propia niñez, pero, ¿todas, todas, todas las noches?

Segunda imagen: la de mi propia hija a sus cinco o seis años (me va a golpear cuando lea esto) diciéndome que le trajera de la calle, algo, lo que fuera, con la imagen de alguien famoso. Así nada más, “alguien famoso”. Alguien, supongo, que fuera mencionado en la TV como algún personaje del cual ella estuviese familiarizada.

Tercera imagen: la de un primo de esta niña que le decía a sus propios papás que le compraran lo que salía en la tele, diciéndoles: “yo quiero eso”, a la pregunta un tanto ingenua de la mamá de “¿para qué lo quieres?”, respondía el mocoso, ahora un mozalbete con cuasi bigote y novia, “es que no lo tengo”. Lo cual dejaba a todo el mundo y sus productos que no tuviese, como próximos oscuros objetos de deseo. Interesante punto de vista del muchachito.

Y luego se pone uno a pensar en cuantas personas no habría por ahí entre tanto niño al respecto de estos hiperconsumismos que nosotros de papás, creyéndonos eternamente pudientes, les compramos sólo porque traía la imagen, o la figura, o el parecido a algo que salía en televisión o en los comerciales, o en los anuncios panorámicos, o en las complacientes páginas de los diarios en sus soft news con lo que considerasen la novedad-of-the-week. Que eran eso, famosos.

Una cuarta imagen: el comentario, de los primeros que escuché, de un amigo que prescientemente declaró a McDonalds como realmente una juguetería que vendía hamburguesas a resultas de la introducción de la infame Cajita Feliz, que, bueno, ya se habría introducido en USA en 1978, algo así, y que en México llegó para quedarse cuando se inauguraron los primeros establecimientos en la Cd. de México y Monterrey en Octubre o Noviembre de 1984.

La quinta imagen: relacionada con la cuarta, es la búsqueda del muñequito de la semana correspondiente, que pudiese ser un Snoopy, un Donald, o una Sirenita o ya ni sé, en varias sucursales de McDonalds de la ciudad para que la pequeña criatura tuviera su colección de 4 muñecos completa, no fuera que sacara un 81 en Trigonometría en su tercer semestre de la preparatoria. (¡Hey, esperen! ¡Eso fue lo que sacó en el segundo mes…! ¿Habrá sido porque no le conseguí esa colección completa? Pero es que la muñeca de Lucy, la hermana de Linus, ¡estaba muy fea!) (Si se sorprenden de que la búsqueda era frenética por 4 muñequitos simpáticos de Snoopy o de Disney, que me dicen de cuando sacaron los 101 DÁLMATAS, de la película, eran eso, los 101 perrillos de plástico, ¡todos distintos! Y ahí están los papás. Yo le paré cuando llegué a 32.

Y si le siguiéramos… Una sexta imagen: relacionada con otras personas analizando si comprar o no unas figuras de Aliens, en la que se veía la imagen de una serpiente o criatura horrorosa dizque derivada de esta serie de ciencia ficción, pero que definitivamente no salió en la película, o películas, pero que sin embargo le atrajeron a la señora, aún con toda la repulsividad natural de algo tan espantoso, porque eso fue lo que dijo: “están horribles, de seguro a Pablito le gustarán”.

Ahí está la distorsión de lo que es y lo que no es. De lo que sí me mantengo al margen es de lo que DEBE o NO DEBE ser, y eso sí, con mucho cuidado, por favor.

En alguna parte sucedió la distorsión, de eso sí estoy seguro, en la que el juguete DEBERÍA de ser de una manera y no de otra, en la que DEBERÍA de tener aditamentos y detalles más alejados cada vez más de la idea de que ES LA IMAGINACIÓN de cada quién el que hace funcionar al juguete en vez de al revés, de cuando pareciera que ES EL JUGUETE quien hace la sugerencia al niño de cómo DEBERÍA SER JUGADO.

Lo cual si lo vemos desde un punto de vista idealista y romántico, es lo que hacíamos los de cierta edad y que al parecer ahora no se hace. Ya saben, las ruminaciones de siempre. Tal vez nos falta mundo, recoger más opiniones.

Ya entrando en terrenos del libro mencionado arriba es donde nos queda más claro lo que muchos sospechan, que mucho de cómo funciona el mundo hoy en día es en función de lo económico. Y no digo que eso sea malo intrínsecamente, pero como alguien dijo también, en un punto lo económico debe de detenerse, para beneficio de los mismos seres humanos.

Y no llamo a la revolución, sino a la evolución. Tener juguetes es agradable, pero ya lo mencioné, en alguna parte se desató una fiebre insana (o no tanto, jugosamente benéfica en términos de dinero) de ir por las mentes de los niños, y después de obtenerlas, por la cartera de los padres y lo que contenía.

Como discutí recientemente con mi hijo, y lo que da para otro tema, es la etiqueta de resignación mexicana por antonomasia (no, no es la de “ni modo”), sino es la de “así es”.

“Es que así es”. O su equivalente más juiciosa: “Así son las cosas”. Su corolario: “¿y qué le vamos a hacer?”.

Bueno, al menos concientizarnos, ¿no? Y no es que uno ignore el tema de la comercialización, o el tema de cómo por decir las películas son utilizadas para escaparates para comprar juguetes, o que Star Wars en sus últimas y terribles encarnaciones, (salvando algo el capítulo II), son sólo muestrarios andantes de productos, o comerciales glorificados de 2 horas y cuarto cada una de ellas. O cómo reputadamente afirmó George Lucas, “si no me hubiera ido bien en el cine, me hubiera dedicado a diseñar juguetes”. Ya decía yo.

Pero el bombardeo mis amigos, el bombardeo. En Monterrey desde que estaba en mi tierna adolescencia de 13 años empecé a captar que el anuncio de la por entonces primera juguetería (en importancia) de por allá, Julio Cepeda, que empezaba a forzar la relación de un mítico Santa Claus con esa juguetería. Y lo escuché al año siguiente. Y al siguiente. La misma musiquita incluso hasta llegar a mi tierna madurez. O sea, la puesta en práctica el terrible y fatalístico aforismo de Disney aquél que dice que cada hora nacen 10,000 clientes.

O también invocando el punto ese que dicen: es probable que la marca de Winnie Pooh, según se afirma, le meta al imperio Disney como seis mil millones de dólares de ingresos, ni más ni menos. Sí, un seis seguido de nueve ceros. Puede que esté exagerado el dato, pero aún la décima parte de esa cifra, es un hiperdineral.

Entonces, te digo, el tema de los hijos y los juguetes ahí está. Que si les compramos juguetes para compensar lo que no tuvimos, lo que no les dimos en algunos momentos, lo que no les estamos dando de cariño o de tiempo, y si eso lo proyectamos a los casos actuales, en el que existen las parejas trabajando, o el signo de nuestros tiempos, de parejas separadas en las que ambas personas también están tratando de compensar lo que no pueden prodigar en lo que a cuidado y contacto se refiere, pues, se da el caso de que las compañías de juguetes están vendiendo como desesperadas.

De eso trata el libro mencionado, de cómo el negocio de juguetes para niños como objetivo es un negocio que para nada es para niños. Que hay una lucha viciosa para conseguir sus mentes, incluso desde bebés.

De cómo por decir, es un negocio de 21,000 millones de dólares (Winnie Pooh no son sólo juguetes, sino estampados en ropa y mil cosas mas, como servilletas incluso o pañuelos desechables).

De cómo sólo quedaron dos grandes compañías, Mattel y Hasbro, de cómo se fueron engullendo a todas las demás. De cómo quedan unas cuantas pequeñitas que ahí la llevan, como los que fabrican Bratz, MGA.

De cómo el 60% de los juguetes que se venden en USA son comprados en tres lugares, Wal-Mart, Target y Toys R’ Us. De cómo las demás compañías y tiendas están en franca crisis desde entonces, desapareciendo las demás pequeñas a pasos agigantados. En como influencian en la misma industria, como hacen influencia en la fabricación de los juguetes y lo peor, la manipulación absoluta de los precios. De cómo Wal-Mart, si quisiera, podría regalar los juguetes a sus clientes ya que es sólo una pizquita de lo que puede vender, pero los necesita para atraer a sus clientes.

De que los consumidores van a una juguetería seis veces al año, pero a Wal-Mart van 26 en promedio, para lo cual ellos utilizan a los juguetes hiperbaratos, sólo como gancho para que los papás acudan. De cómo Wal-Mart vende a dos dólares del precio del costo un juguete determinado dejando sin oportunidad a las demás tiendas. De cómo a ellos le tienen miedo todo mundo, de cómo se enteran que a una compañía de juguetes le pudo ir bien en beneficios por acción, y que ellos llegan a convencerlos de buena manera de dividirse esos beneficios.

También comenta el libro de Clark que los niños están llegando cada vez mas pronto a ser grandes, en inglés esto sería algo así como Kids Getting Older Younger, o Niños Haciéndose Mayores Mas Pequeños.

Luego antes de concluir el libro, se embarca el autor a mostrarnos el mundo donde se fabrican el 80% de los juguetes, el delta del Río Pearl en China, en ese submundo que ya se explora en el libro de No Logo de Naomí Klein, de quien ya hablé hará dos meses. Describe Clark el mundo de la fabricación de juguetes de mujeres jóvenes que no tienen más remedio que ser empleadas en lugares sin ventilación, para hacer muñecas, juegos, juguetes, figuras de acción y mucho mucho de lo que venimos a comprar en Navidad.

Habla de la terrible lucha entre el vivir mal, a vivir peor, como es el caso de estas mujeres. Turnos que quiebran la espalda, labores embrutecedoras. Salarios bajísimos. Todo eso que explica mucho del porqué China está creciendo económicamente y que uno en ocasiones no acierta a entender. ¿Por qué esas personas aceptan sueldos tan bajos? ¿Por qué aceptan trabajar en esas condiciones?

Creo que después de la lectura de estos dos libros, no me queda más remedio que decir que, una, no les queda de otra, y dos, la desmedida necesidad del occidental de quererlo todo más barato a como dé lugar, así sin preguntar, sin exigir más que lo elemental en derechos humanos que los chinos supuestamente aceptan, y que se dice que sólo solapan o francamente engañan a los visitadores extranjeros de derechos del trabajador para que no los multen, ya que dicen que estos son muy estrictos, o a la actitud sumada de todo mundo de que haz ruido, pero no hagas demasiado, porque si no, habría desempleo en China, por tanto no serían tan competitivos, por tanto los precios serían más altos, por tanto se tendrían que buscar condiciones más atractivas en Filipinas o Tailandia (siempre habrá un país deseando cerrar los ojos un poco en búsqueda de cuantiosas inversiones extranjeras) y todo eso podría pasar, según esto, si elevaran los estandares de trabajo y de vida y en fin… son esas cosas que dicen.

Y bueno, no sé si consiga algo, pero al menos veré las etiquetas de todo lo que compre…

Y no es el punto ser así como globalofóbico o cosas así, sino que se debe de ser más exigente, más cuidadoso de lo que se compra. Y no se habla de que seamos verdes hasta el exceso.

Lo que pasa es que, creo yo, que se tiende a ignorar el asunto para mantener callada a nuestra conciencia. Y la política del “ojos que no ven, corazón que no siente” es suficiente para muchos.

Es más, debería de ser utilizado ese tipo de argumentos para no comprar cosas chinas, como cuando se llevó a cabo un boicot en contra de los atuneros que mataban descuidadamente a los delfines a la hora de pescar su atún. Debieron de poner una etiquetita en las latas para saber cual atún era más “sano”, pobre del atún en cualquier caso.

Tal vez sea esa la tendencia. La búsqueda del juguete “sano” o “noble” o como se le quiera llamar. El que no haya sido fabricado en circunstancias claramente terribles. Y sí, ahora hay una tendencia mundial a revertir eso. Pero por decir, Wal-Mart hoy por hoy sigue negándose a dar los nombres y direcciones de los lugares que le fabrican juguetes y muchas cosas más. Y Disney niega que tenga empleados en “sweatshops” fábricas de esclavos en por decir Haití, porque esa gente maltratada no es su empleada. Aunque sí es una maquiladora de algún subcontratista que fabrica el Goofy para tal o cual juguete Disney.

Toda una red cómplice de ojos que no ven.

¿Más datos triviales del libro? Claroo.

3,600 millones de juguetes anuales en el mercado de USA.

279 millones de carritos Hot Wheels y Matchbox (como mi Batimovil, hecho en China).

349 millones de peluches.

20,000 comerciales que un niño ve al año de puros juguetes.

Muchas compañías, las que le quieren hacer sombra a Hasbro o Mattel, como insectos lo pueden hacer, le han quitado la palabra “Toys” a su nombre, ya que están no en el negocio de juguetes, sino el de “entretenimiento como estilo de vida”.

Muchas compañías ya no venden juguetes, ellos dicen que venden “propiedades”.

En la tienda de FAO Schwarz, la mejor juguetería del mundo, supuestamente, de Nueva York, venden un Ferrari para niños en 50,000 dlls.

A las ferias del Juguete de Nueva York, no pueden entrar niños y te revisan al entrar.

Hasta los años 70’s, la gente compraba hasta el 80% de sus juguetes seis semanas antes de Navidad, ahora es el 45%.

Dos tercios de Fisher Price son juguetes relacionados con los Muppets, Barney y Winnie the Pooh.

Ahora se gasta más en cada niño, alrededor de 400 dlls., en promedio.

Las parejas tienen niños mas tarde… cuando hay más dinero disponible.

Los abuelos, que ya viven más que antes, tienen más dinero y compran juguetes “clásicos”.

Un juego para adultos como el “Trivial Pursuit” se tardó 45 minutos en imaginar...

…y se tardó cuatro años en llegar a las masas. Fue un fenómeno total de ventas.

Milton Bradley murió en 1911. Su compañía fue comprada por Hasbro en 1998.

La Barbie está inspirada en una muñeca al natural de una prostituta alemana.

Las niñas en promedio tienen un Ken por cada 10 Barbies.

Las licencias de Barbie son casi tan grandes como sus ventas: 2.2 mil millones contra 2.4 mil en 2004.

Barbie en los comerciales jamás es mencionada como una muñeca, siempre es una persona.

El rostro de una Bratz lleva 16 capas de pintura.

Si Barbie era el 90% del mercado de muñecas de USA en 2001, en 2004, con la llegada de Bratz bajó al 70%.

Cuando salió la canción de Barbie Girl, Mattel demandó a los de MCA Records, productores del grupo Aqua, luego bajo presiones retiraron la demanda.

En 2003 hubo una guerra de precios entre Wal-Mart y las cadenas jugueteras. Un Play Set de Hot Wheels, a precio original de 49.88, Walmart lo bajó hasta 29.74, casi el precio de costo. KB Toys compraba un Hokey Pokey Elmo a 25 dlls, Wal-Mart vendía el mismo juguete a 19.50.

Las Cajitas Felices son en cuanto a ingresos el 20% del total de la cadena McDonalds.

Los Transformers fueron el primer juguete del cual hicieron un programa de televisión. Luego siguieron muchos más.

(Fue cuando llegó la orden: el juguete manda a la imaginación. Cuando la mercadotecnia empezó a atacar la mente de los niños de manera furiosa y sin cuartel.

Vean un programa de noticias a las 6 AM, están los juguetes. ¿Que niño está despierto a esa hora viendo noticias? Pero los papás sí lo están, Y están tomando notas mentalmente.)

Otro golpe de la mercadotecnia. Llamarle a los muñecos para hombres, Figuras de Acción. (¡¡Eso fue genial!!)

Y ya me cansé. Y no hablamos de los lugares “para niños” en Internet, basados en licencias de cine o de caricaturas, en figuras de televisión, en las propias muñecas. Ellos, los fabricantes, las tiendas, quieren ser dueños y dueñas de las almas de nuestros niños y no habrá poder en el mundo para que logremos que las suelten. Hasta que crezcan. Para entonces ya nos habrán sacado el dinero.

¿Qué más, para terminar?

Los anuncios que usan razones psicológicas para dar razones a los niños para los padres. En el comercial se comenta el complemento, tal casita porque ahí vive la familia completa del _____ (ponga su personaje, Dora la Exploradora, Elmo, el trenecito ese que luego salió contaminado en su pintura con plomo desde su fábrica de China en quizá el peor golpe para los fabricantes de por allá en su historia, a ver si ahora sí hacen algo, si se preocupan por los niños que juegan, imaginémonos a las mujeres que los pintan).

Anuncios que indican que si no se tiene tal o cual juego lo hace uno perdedor o perdedora. Haciéndolos vulnerables emocionalmente. Estudios que hacen psicólogos pagados por las compañías de juguetes para hacer que se compren más juguetes, algo así como una medicina negra (la que sirve específicamente para matar, no la que cura) que sirva para que las cosas le beneficien a un sector, en perjuicio del otro. O díganme sinceramente si llegaron a leer hasta acá, ¿a poco creen que las compañías jugueteras hacen algún bien a nuestros hijos, así como para santificarlas?

No, no es un negocio como el de las compañías que hacen radios o llantas. La Industria Juguetera es más bien como la Industria de los Cosméticos. Se trata de convencerte de que debes de hacer cosas (consumir juguetes) (consumir jabones o cremas), para sentirte bien (satisfaciendo complejos de culpa, o complejos de limpieza insuficiente).

Otra joya:

Cuando sacan a muchos chicos en un comercial. Un juguete, le está indicando al niño que tendrá muchos amigos. Esto es especialmente cruel. Y ya luego tienes el juguete y nadie se te acerca. No fue mi caso, naturalmente.

La peor frase, o la mejor, depende de quien esté leyendo: Colecciónalos todos. ¡Todo lo que no se puede escribir de esta! El juego de los 101 Dálmatas que mencioné. Los Beanie Babys, que eran coleccionables artificialmente. Sacaban unos cuantos por unos días de manera limitada, y la gente empezaba a reaccionar comprándolos, incluso más allá del precio, porque decían que se iban a acabar. ¿El resultado? Nadie jamás vio que una “colección” de estas cosas, o de las que sean, fuera valiosa en aquellos, o estos, días. Asimismo esto va por esas Cajitas Felices, o por las tarjetitas del Yugi–Oh, y mil cosas más.

El factor Nag, el estar jode y jode, moleste y moleste, es otra creación derivada de la mercadotecnia de los comerciales de juguetes. Algo que también se los tenemos que agradecer, que carambas.

La mercadotecnia es lo primero. El juguete viene después, el niño, al final. Ese es el modo en que la vida es.

¿Lo peor?

Que nuestros hijos sean iguales de débiles en estas cuestiones para cuando ellos les toca asumir el mismo papel.

No me quiero imaginar los gigantescos monstruos mercadológicos cósmicos contra los que tendremos que pelear, ellos y nosotros. Ahora será por la salud mental de nuestros nietos (tengo 45 años, no vayan a creer que soy abuelo todavía, pero…) y el bolsillo de nuestros hijos.

Y mientras. Lucha por tus hijos. Ya.

Y ese es el reporte del libro de The Real Toy Story… de Eric Clark.

Tú sigue comprando que nada pasa.

Ajá.

lunes, diciembre 10, 2007

Cigarros, Cine y Vida Real

Este artículo lo escribí para un periódico local, un suplemento cultural...


Woody Allen en Manhattan toma un cigarro y se lo pone en la boca. Mariel Hemingway le dice, “Tú no fumas”. Woody responde, “¿Y qué? Me veo muy bien con él”.

En mi casa mi papá fumaba Raleigh (lo cual al ir a comprarlos era un tormento al no poder yo pronunciar en ese entonces la letra “erre”).

Tenemos que recordar que antes el cigarro no sólo era normal en nuestras vidas, sino que era símbolo de madurez. El que fumaba lo hacía con una imponencia e impresión de virilidad, de yo-podría-conseguirlo-todo-si-me-lo-propusiera-pero-ahorita-no-tengo-ganas.

La imagen del hombre de Marlboro subyugó a millones en todo el mundo. La idea de estar en medio de la nieve en medio buscando ganado, sólo tú, tu caballo fiel, tu empeño, tu fuerza de voluntad y tu cigarro era magnífica. Los que crearon la cuenta de publicidad con ese enfoque de los últimos vaqueros de la humanidad son-fueron-serán unos genios de la transmisión de ideas.

Ese hombre de Marlboro pertenece al cine sin haber salido nunca en ninguna película. No sabemos de donde viene, no sabemos nada de su familia, ni de sus deseos, menos de sus ideales, ni de sus conflictos. ¿Le cansará andar a caballo todo el día?

Mi papá estudio ingeniero agrónomo y nunca acabó. Mi abuelo tenía un rancho ganadero, allá cerca de la frontera tamaulipeca. En muchas ocasiones vi, en tiempo de mis vacaciones escolares, como él llegaba de andar a caballo todo el día en medio de sol, matorrales, nopales, huizaches, buscando ganado para vacunarlo o herrarlo. No sé si se pareciera al hombre Marlboro, pero ahí estaba su caballo fiel, “el Cuatralbo”, su empeño, su fuerza de voluntad. Y su cigarro. Dos cajetillas diarias de Raleigh

Tal vez por todo el anterior nunca me forjé una imagen negativa del cigarro. Nunca he sido de los que se rompen las vestiduras porque alguien cerca está fumando en un lugar que esté prohibido. Y también de cierto modo me molestan los esfuerzos de los puristas de ir convirtiendo en parias sociales a los que lo hacen.

Por eso la cuestión de que en cine estos puristas han pedido a los productores que las personas que lo hagan sean los antagonistas. Que es necesario dejar la imagen al respecto de que a los que fuman les va mal, que tendrán su castigo. Dicen los que promueven esto que las imágenes que ven los chicos en cine se les quedan marcadas de por vida. Entonces que si ves al protagonista triunfando, y fumando, sólo estás uniendo dos símbolos en la mente de los jóvenes inocentes que no pueden distinguir la verdad que se sublima de la pantalla de plata. Que no distinguen la fantasía de la realidad.

¿Será por eso que mi sable láser como el de Star Wars jamás funcionó correctamente? Tal vez.

Perdonen por decirlo. La imagen de una mujer fumando en el cine es poderosísima. Y el cine enseña mucho tipo de conductas, de todas.

Una mujer mirándome a través de humo en espiral, caótico como son caóticas las olas húmedas rompiendo en su playa. En su mano fina, su cigarro. Un café vaporoso a su lado. Perfume cautivador, suave, conteniendo delicias, umbral preciso de percepción. No nombres, shh, tiempo disponible, momento eterno. Luz tímida por detrás iluminando su largo cabello. Ceja delineada. Labios carnosos. Mirada deseando saber de qué estoy hecho. Cierra sus labios y envía su humo, delicada, hacia el cielo. La cámara la abandona, con algo de pudor mezcla de melancolía, y se dirige lenta hacia la ventana. La lluvia afuera. En blanco y negro. Fade out.

Sí, la vida a veces puede ser un cliché. Pero, ¡qué cliché, Dios mío!