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jueves, mayo 31, 2007

Quiero iluminarte (sic) a La Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta

Mañana primero de junio se cumplirán/cumplieron sesenta años de que la Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta se reunió a tocar… Y cuarenta años de que los Beatles celebraron ese vigésimo aniversario cuando cantaron precisamente It was twenty years ago today / Sgt. Pepper taught the band to play / They´ve been going in and out of style / But they’re guaranteed to raise a smile / So may I introduce to you / The act you’ve known for all these years / The Sgt. Pepper ‘s Lonely Hearts Club Band…

Fue hoy hace veinte años/ el Sargento Pimienta le enseñó a la banda a tocar / Ellos han estado de moda y pasados también / Pero ellos están garantizados que te harán sonreír / Así que te puedo presentar / al acto que has conocido todos estos años / La Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta

No poca cosa. Alter egos de cuatro personas que por un momento desearon hacer una pausa de sus existencias. Cuarenta años hace de ello.

La historia del disco fue relevante al máximo. Despojándose de las ataduras de llamarse como los Beatles, la banda del Sargento Pimienta se reunió a tocar. Y sacaron canción tras canción. Relevantes, trascendentes, exploratorias, audaces, retadoras. Me pregunto, ¿había un dejo de complacencia de ello? ¿De querer hacer algo que a nadie se le hubiera ocurrido hacer?

He estado escuchando estos días el disco de Pink Floyd, The Piper at the Gates of Dawn, obra que se ha dicho que es mucho más psicodélica que el Sargento Pimienta, de la misma época, de hecho se grabaron al mismo tiempo en los mismos estudios, sin embargo el SP es más accesible. Y The Piper, dirán lo que se quiera, pero está lleno de humor. Humor inglés, claro. Y el Sargento Pimienta, pues sí, también es inglés. Y tiene humor inglés. Pero también es más universal de cierta manera.

Lo psicodélico de esos años es difícil de explicar hoy día. Muchos creen que fue sólo ropa de colores estrafalaria y sexo liberado, amor y paz, maquillajes raros y consumir drogas.

Yo no lo viví tampoco, obvio, pero me ha tocado conocerlo en varios de sus contextos, en el lado contemplativo, registrando la realidad de manera un tanto directa y sin manipulación como la que venía en muchos ejemplares de revistas antiguas que tengo de Life en inglés y en español, también revisando el contexto un tanto liberal en artículos antiguos de la revista Rolling Stone que de repente se dejan ver, o, del lado conservador y hasta cierto punto objetivo, los de la revista Time Magazine de aquellos años, los cuales como dije hace meses, ya se pueden acceder; finalizando con un lado totalmente conservador como es la revista Selecciones de aquellos años de los sesenta, eso por el lado escrito. No sólo son artículos, son sus anuncios, son los reflejos de esos modos de vida, si un poco filtrados, si al menos en primera línea de lo percibido por la masa de aquella época.

Por otra parte he alcanzado a ver películas de esos años como Blow Up y Zabriskie Point, de Antonioni, o películas más comerciales como las que alcanzaron a hacer los Monkeys, hasta películas de alcance totalmente subversivo para su tiempo, como Easy Rider de Dennis Hooper. En todas se percibe ese intento por asir lo inasible. ¿La psicodelia era la muestra de algo por lo que se mataban (dicho en sentido figurado, por supuesto), o era ese algo?

Es complicado cuando tratamos de asimilar el sentido o significancia de esos nuevos estados de ideologías que estaban apareciendo, que un gran grupo de gente estaba creando y que otro mucho mayor gran grupo de gente comenzó a imitar ya sea por la búsqueda consciente de un nuevo estado de rebeldía en contra de su propia actualidad.

Esa su actualidad llámese Vietnam, o luchas de derechos civiles o la más plena alienación industrial de su época, en ocasiones en estos tiempos no alcanzamos a percibir lo que es estar ante un gran lienzo blanco que nos pide a gritos llenarlo con algo. Hoy por hoy nuestros lienzos son distintos. Son más bien lienzitos.

Primero que nada hay que pensar que hay millones de personas que ni a balazos lo podrán llenar de algo. Otros podrán llenarlo, claro, pero de porquerías, siendo amable. Unos más podrán intentar hacer algo pero sólo se quedarán en intentos.

Los Beatles tuvieron su lienzo, lo llenaron, fueron significativos, fueron trascendentes y aquí están hoy mismo todavía con nosotros. Si eso significa algo es que ellos si encontraron la manera de entender… el mensaje.

Innecesario decir que hay mucho que decir de ese disco. Su portada, reconocidísima como parteaguas en el ya amplísimo ramo de las cubiertas. Su doble cubierta. El haber dejado las letras impresas en ellas. Los regalitos que estaban incluidos. Y eso es sólo la forma. Ya hubieran revolucionado la industria sólo con ello.

(Y sí, me rehúso a hablar de la portada por más atractivísimo que me resulte hablar de ella. Por ejemplo, no quiero mencionar el detalle de tantas ideas incluidas en un cuadro de cartón de treinta y tantos por treinta y tantos centímetros, la audacia de poner mariguana entre tanta ornamentación, la muñeca con la camiseta o sweater referente a los Rolling Stones, supuestos competidores de toda la vida, ni querré mencionar tampoco lo de la referencia a tantas personas vivas y muertas que se veían, a partir de ser incluidas ahí, bautizadas y disponibles a entrar ya de manera propia en el cielo de la inmortalidad pop, no poca cosa que ellos, los Beatles tuvieran la posibilidad de llevarlos con ellos a la eternidad. Pero es tanto lo que todo mundo dice que yo ¿qué podría agregar al respecto?)

El artículo del Time de ese tiempo, septiembre de 1967 dice: Mensajeros de más allá del Rock and Roll, están creando la sonidos más originales, expresivos y musicalmente interesantes que están siendo escuchados en música pop. Ellos están guiando una evolución en la cual los mejores de los sonidos actuiales post-rock se están convertidos en algo que la música pop nunca ha sido antes: una forma de arte...

Y si comparamos la música del principio de ellos como agrupación, tipo Love Me Do y la de She Loves You, con piezas de este album, como She´s Leaving Home y la de A Day in the Life, pues como no mucha gente debió de pensar, esto no es posible, nadie puede crecer de esa manera en tan corto tiempo, y si no fuera porque tenemos materiales documentados de sus obras al día con día (la obsesiva The Beatles Recording Sessions, de Mark Lewishon, que tengo yo, muéranse de envidia), con los músicos que los acompañaron , por ejemplo en Eleanor Rigby y en la misma A Day in the Life, o atisbar de la increíble Strawberry Fields Forever a la siempre fascinante Lucy in the Sky with Diamonds, ya pensaríamos en alguna posibilidad exterior a ellos.

Y si no:

¡Mira a Lucy con sus diamantes en el cielo!
¡Piensa en si te querrán cuando tengas sesenta y cuatro!
¡Diviértete en el beneficio de Mr. Kite!
¡Busca a la que se fue de casa!
¡Excava un agujero!
¡Grita Buenos días, Buenos días!
¡Encuentra lo que está dentro de ti y fuera!
¡Hazlo con la ayuda de tus amigos!
¡Péinate y atestigua el paso de los días, un día en tu vida a la vez!

Me encantaría iluminarte.

George Martin, pero por supuesto estuvo ahí dándoles un oído en cuanto les hiciera falta un arreglito, algún truco técnico, lo que fuera, pero lo que los Beatles hicieron era de ellos, sólo de ellos.

Así las cosas, como dijo Time hace cuarenta años: hubo un largo y sinuoso camino de I want to hold your hand hasta I'd love to turn you on, con sus miles de interpretaciones y reinterpretaciones acerca de sí drogas o no drogas, inspiraciones del más allá y nosotros en los años venideros, preguntandonos en los lapsos en los que la conciencia nos lo permitía si los mensajeros algún día retornarían.

Luego el sueño se desvaneció. Los mensajeros no volverían.

No, hoy no escribiré letras de ellos, y ya no diré más. Sólo les pido que busquen el álbum, lo escuchen con atención una vez más, o miren bien la imagen de la portada y sólo piensen que hubo un tiempo en que la psicodelia reinaba en la tierra y en que hace cuarenta años, alguien celebraba que el Sargento Pimienta se había reunido a enseñar a tocar a su banda hace sesenta.

Me encantaría iluminarte.

No poca cosa.

martes, mayo 29, 2007

DISPARATES CONECTADOS: UNA LECTURA ACERCA DE LA LECTURA EN MÉXICO Y SU ESCASA RELACIÓN CON LA GUERRA DE IRAQ, EXCEPTO…



Tengan paciencia. Los temas están conectados. Poquito, pero lo están.

Primero: Algunos recurrentes a este blog sabrán que me gusta escribir. Es más. Algunos saben de mis novelas y de mis cuentos. Si vieran la cara de la gente que me dice: “¿Para qué escribes? ¿Qué no te has dado cuenta que la gente de aquí no lee?”. Y siempre que me dicen eso no sé que responder con claridad. Digo, a mí me gusta hacerlo y ya. Claro que uno piensa que escribir es un proceso que siempre encontrará su contraparte, el leer. Y definitivo, a menos que escribas un diario supersecreto, con todas tus aventuras secretas y desventuras desvergonzadas, siempre aspirarás a que alguien te lea.

¿Pero quién?

Es complicado y no hay respuesta fácil. Guillermo Sheridan escribió recientemente en Letras Libres un artículo sobre La Lectura en México. No puedes más que deprimirte. Y no es que el artículo traiga novedades en sí, o que venga con nuevos datos duros.

Dice Sheridan en su mencionado artículo: “Las estadísticas avasallan. Demuestran con alevosía y ventaja, sin mostrar forma alguna de clemencia ni resquicio para el anhelado error metodológico, que al mexicano (el 99.99 por ciento) no le gusta leer. Es más, no sólo no le gusta leer, no le gustan los libros ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata. Años de esfuerzo educativo, de aventar dinero a raudales en bibliotecas, centros culturales, publicidad, cursos, campañas y ferias, premios y becas, ofertas y descuentos, clubes y talleres, mesas redondas y presentaciones… Todo para merecer la sincera respuesta: No, no queremos leer. Que no nos interesa. Que no. Que no queremos. Que no haya libros y ya. Punto. No. ¡Que no! Ene, o = NO.”

Ya lo he dicho aquí o en otros medios. ¿Quieres saber como es una persona? Visítala en su casa. ¿Tiene libros? ¿Cuántos? Y todavía más: ¿Cuáles? ¿De qué tipo? ¿Son de la persona o son heredados o son de adorno o son de plano regalados? ¿O son de la escuela o son de colecciones fijas listas para que quepan en un librero? De ahí pa’l real. Ya sabes si tendrás amistad por años con esa persona o si ésta será incierta. La amistad, no la persona. El Nuevo Tesoro de la Juventud no cuenta.

¿Cuánto dinero no será lo dedicado, como afirma Sheridan, a “bibliotecas, centros culturales, publicidad, cursos, campañas y ferias, premios y becas, ofertas y descuentos, clubes y talleres, mesas redondas y presentaciones…”?

(Pensar en el tema del dinero reunido a través de tantas campañas y períodos anuales me hizo que entráramos, lo más discretamente, en el segundo tema, la Guerra de Iraq.)

Me recuerda a algo que leí en The Straight Dope, aquella colección de grandes preguntas sin responder (hasta que llegaron ahí) y que la verdad, los encargados de ese lugar son geniales en la labor de buscar la más plausible de las respuestas a esas grandes preguntas (su comentario un día: “estamos tratar de acabar con la ignorancia, pero, ¡caramba!, nos está costando más tiempo de lo que pensábamos”), al respecto de lo que costó la Guerra de Vietnam, de 1963 a 1973. Como el que responde no es muy conservador en verdad, afirmaba que tanto fue el costo, alrededor de 140,000 millones de dólares y el resultado fue de cualquier manera la derrota ignominiosa de parte de los EU, que si no hubiera sido mejor ganarse la buena voluntad de los pobladores de Vietnam al arrojarles, en lugar de bombas, balas, proyectiles y napalm, refrigeradores, televisiones, licuadoras, estufas y hasta autos. Habría que averiguar cual era la población de Vietnam del Norte por entonces, pero imaginemos que hubiera sido 39 millones de habitantes, mínimo le tocaban tres mil seiscientos dólares por persona, así, a una familia de cuatro personas catorce mil cuatricientos dólares, nada despreciable, ¿no? Además, 1,800,000 vietnamitas vivos más y nada de daño en su país por esa guerra.

De hecho, ¡excelente idea! Eso podrían hacer en Iraq y en Afganistán hoy por hoy: Si les regalas a sus habitantes, rebeldes y no rebeldes por igual, PC’s e impresoras en lugar de bombas gigantescas de las llamadas daisycutters, o cortadoras de margaritas, que son de las más poderosísimas, o pensemos tan sólo lo que se podría hacer con el equivalente del equipo de cada soldado norteamericano en Iraq y en Afganistán, que cuesta hasta 15,000 Dlls. cada uno, ¡imagínate el negocio de toners y papel que no se haría entre los mujeidines o mujaidines, acabándoselos cada mes al imprimir hojas y hojas de comunicados!

Como siempre, si lo que sobran son ideas, ¡caramba!

Y no es que me haya desviado. El tema es la lectura. O más bien, el tema es el fracaso de los programas de lectura en México.

Veamos.

Si aceptamos que los lectores en México somos el .01% de la población (como afirma Sheridan, quizá a la ligera, pero no está mal la apreciación), en ese caso somos como 105,000 personas que leemos religiosamente. La cantidad no es para deprimirnos a la ligera, de hecho desde cierto punto de vista hasta está excelente, sólo necesitamos sacar cuanto de la cantidad de arriba asimilada en lo que se dedica a estos asuntos a los que hace referencia Sheridan y muy sencillo, que los repartan entre nosotros, lectores primarios.

¿Por qué no? que nos paguen una parte de ello por ser lectores (hasta medalla deberían de darnos, sin nosotros que quedaba de la reputación de este país) en lugar de andar batallando por ahí comprando libros a precios de más de 200 pesos, o lo peor, pidiendo prestado o prestando, dependiendo del tipo de apóstol de la lectura que seamos. ¡Cuánto no nos tocaría!

Luego Sheridan a su vez, invoca a Gabriel Zaid en su ensayo llamado “La lectura como fracaso del sistema educativo”. Ahí afirma que “hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero que el dieciocho por ciento de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en una librería”. Bueno, ¿pero que es lo qué pensará esa gente? 1.6 millones de personas que acabaron los estudios universitarios. Dieciséis veces cien mil. Y que me imagino que sólo han de conocer librerías por necesidad ineludible de los hijos en tiempo de escuela, o tal vez manden a la esposa a comprarlos.

Sheridan afirma también que: esto demuestra algo realmente inaudito: en México la clase ilustrada es aún más bruta que la clase iletrada.”

Lo cual no es ningún favor a nadie, la verdad.

Entonces, ¿qué se puede hacer? En lugar de gastar tanto dinero en esos programas, mejor que nos entreguen ese dinero a nosotros también, además del de los lectores, a los que sí queremos escribir y que queremos que nos lean (no es mucho sacrificio, la verdad, uno tiene su corazoncito), y que si quieren, hay que ser legales, nos hagan evaluaciones al final de período contable al que se quieran referir y que nos descuenten si no cumplimos una meta de lectores efectivos. Esa es la palabra clave, “efectivo”. Así tendríamos que dejar todo tipo de ocupaciones de lo que no sea promoción efectiva de la lectura.

Los que nos consideramos escritores (más o menos en una escala muy personal interior, tal vez), tendríamos que estar a fuerza comprometidos a la causa. Deberíamos de ponernos a escribir mejor (eso sí) ya que estaríamos buscando siempre lectores efectivos y estos no serían a la fuerza, ya que podrían ser auditados o algo así. Podría haber además escuelas de escritores o programas enfocados a hacernos escribir mejor, con más creatividad, imaginación, audacia, lo que sea que compagine con las personalidades de cada quién.

Claro que luego entramos en problemas de que porque ese cuate que se dice escritor recibe su subvención, si ni siquiera lo leen sus parientes, o a ese otro que tiene décadas que no escribe también, o ese de más allá que no escribe ni su nombre, etc. O sea, dejaríamos ese pantano de la no-lectura en México por entrar en otro.

Pero que importa, el chiste es volar por los pantanos. Y no mancharse.

Entonces, como alguien ya preguntó, ¿para qué escribimos libros, si nadie los leerá? Llamémosles actos de fe. Del pequeño incauto desprevenido que se engancha con algo que le llamó la atención de lo que leemos, y acto de fe, no menor, el nuestro, de que nuestra escritura pudiera ser valiosa como para que alguien desee leerla algún día.

Y de hecho, gracias lector, por ser siempre comprensivo y apoyarnos en esta gran obra. No es para menos. Gracias gracias gracias… Ahí lo que sea su volunta’.


Por otra parte:

Pequeña especie-exabrupto-posdata-pacifista-derivada-del-comentario-que-dio-pie-a-este blog:

Ah, y norteamericanos hispanoparlantes, aprecien el punto, si es que no pusieron atención a lo que quise decir, que es mejor cesar toda ayuda militar, todo soldado, todo que huela a pólvora o gelignita, o como se llame eso, a un país que no los quiere, que más bien los ve como invasores. De no hacerlo así, saldrán de Iraq, como fuerza armada, en tres o cuatro años, morirán como diez mil más de personal militar innecesariamente, morirán como cien mil iraquíes igual, de manera terrible e inútil, se habrán gastado para entonces 400,000 millones de dólares (algo escuché de esa cifra) y dejarán un país el quíntuple de caos en el que está actualmente.

Mejor, esa es la gran idea, la gran clave: hagan cuentas y mejor cómprenles a los sunnitas, a los shiitas y hasta los iraníes, caramba, además de sirios, talibanes, afganos y gente de Al-Qaeda (aunque se diga que ni la modernidad de un año y medio de vivir en Estados Unidos les impidió a los diecinueve terroristas secuestradores de aviones cumplir su siniestro, y suicida, cometido, pero bueno, algo podrá ayudar, esperemos), estereos, computadoras, celulares, faxes, cámaras, todo lo que sea de consumo en masa, PlayStation 3 , XBoxes, Wii’s (con sus respectivos juegos, claro), aires acondicionados, refrigeradores, todo lo que sea para su relax.

Agoten su resistencia, y la de sus mujeres (puede que ayude más), con consumismo, con confort, arrópenlos en el concepto de gastar y gastar. Destruyan sus diversas espiritualidades con cuestiones egoístas, triviales, superficiales.

De ese modo, ustedes, norteamericanos, estarán más probablemente seguros ya en casita, vivos, enteros, completos, sin problemas emocionales, mirando la decadencia, ya no sólo la de su país, sino también la de Iraq y la de sus países circunvecinos. Lo que sea, pero nadie morirá el día después de que llegue ese dinero y se asimilen esas mercancías en vez de bombas, armamento, desolación, angustia, desesperanza y ultimadamente, muerte.

Mejor un Wal-Mart que se los vaya devorando poco a poquito, que un cuartel de tropas al que se ve claramente que van quedando menos y menos de estas, y que un país de iraquíes llorando sin cesar en la incertidumbre eterna. Mejor empleados de McDonalds que integrantes del complejo militar-industrial norteamericano, boyante en esta época del siglo. Mejor empleadas demostradoras de ropas de Gap, que mujeres musulmanas guardando bombas en sus propias ropas. Mejor adolescentes del medio oriente compitiendo día tras día por tener el mejor MySpace más concurrido, que adolescentes que están en el desgaste moral buscando no morir día tras día en una explosión producida por un carro-bomba.

Suena disparatado, pero no más que lo que sucede allá actualmente.

Y respecto a la lectura, igual de disparatado sonó lo que propuse, igual de disparatados son los hechos a como están ahorita. Díganme si no.

Y sigue dentro de poco el otro artículo de blog, ¿para qué escribimos blogs?

sábado, mayo 26, 2007

De narcos, pensiones y librerías.



La verdad que este país tiene varios problemas muy graves. Sí, eso no es novedad. La ola del narcotráfico. La ola de la inseguridad. La ola de violencia. Y esos son nuestros problemas inmediatos. Los de urgencia. Faltan los de emergencia. Y luego los de fondo.

¿Resolver los problemas de urgencia? Ni idea. Veamos lo del narco por una cuartilla: Cuestiones de narcos desatados unos contra otros. Eso es lo que nos dicen. Lucha de carteles sin cuartel. La policía en medio. Los civiles al margen, pero de repente involucrados con las balas perdidas y eso. Si es uno o más bandos, si ellos incluyen las corporaciones policíacas infiltradas, o el poder judicial débil, también corrompido o la misma sociedad civil, tolerante ante el dinero, al que no se le pregunta su origen incierto, probablemente eso es parte de todo.

La violencia está desatada y no hay quien la pare. Pero lo más probable es que ya parará. Esto no puede seguir por siempre. Hay tendencias, son como incendios o como epidemias. Estos se dan por mil circunstancias, arden por todo, hacen masa crítica, llegan a su tipping point, siguen por un tiempo e inexplicablemente se detienen. Claro, los bomberos y todo, por supuesto que ayudan. Pero dejan de suceder. El clima, el cambio de vientos, el aumento de humedad, las lluvias, todo junto.

Las tendencias de las masas así son. Las aguas se tienden a apaciguar solas. Podrán ser años, pero se apaciguarán. No hay ninguna benevolencia en este comentario, pero tampoco hay cinismo. Algo pasará entre carteles. Harán las paces entre ellos. Los mercados dejarán de ser atrayentes. El consumo será menor tal vez. Los precios subirán. Su atractivo disminuirá. Llegarán nuevas drogas. Morirán algunos de los cabecillas líderes y tal vez ascenderán los ineptos, que no serán tan buenos estrategas como los primeros, lo cual hará que le tengan que bajar a los ataques para reorganizarse y afianzarse. De hecho es poco saludable tener guerra en las calles. Eso siempre es malo para sus negocios. Ellos tienen familias también. Familias que desearían vivir en paz. Todos tenemos necesidades primarias que deben de satisfacerse. Ellos, al menos sus familias, deben ser como nosotros. Y tener aspiraciones dentro de lo razonable. Una es la aspiración a la seguridad. De ellos mismos y sus familiares. En algún lugar querrán sus hijos estudiar, ir al cine, comer en restaurantes. Lo que hacemos todos tarde que temprano. Y que todo eso se haga sin problemas de hostigamientos.

El mejor mundo es hacer y dejar hacer. La paz a las calles no se deberá a la policía. Ninguna tendencia puede ascender o descender indefinidamente. Ni llueve todo el tiempo hasta inundar al planeta ni hay sequía suficiente que dure toda la eternidad. Eso sí, habrá zonas de monzones eternos y zonas de sequías de décadas. Pero serán puntos localizados. Vivimos en un planeta cerrado, en un sistema cerrado, por más enorme que nos parezca. Cerrado, pero muy dinámico. Estos sistemas dinámicos tienden a equilibrarse por más tiempo que parezcan entre pequeñas o gigantescas desviaciones pendulares de un lado para otro.

Así sucederá con el clima del planeta. Si ese clima equilibrado será saludable para estar afuera tostándonos al sol o no es otro boleto. Si el clima de status quo que quede después de que se terminen las narcoguerras violentas en las calles no será saludable para la familia o si será extremadamente negativo para las libertades civiles comunes y corrientes, pero con la paz total, eso será también, otro boleto.

Ya luego podríamos analizar este fenómeno desde el punto de vista no judicial o criminal, sino de tendencia social natural. Las aguas buscan su nivel. Etc.

Pero me desvié totalmente. Los problemas de emergencia. O uno de ellos al menos. Dicen los que saben, en el libro Freakonomics de Steven Levitt (del que espero hablar pronto), que hay bases para afirmar que la baja de la delincuencia en las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos durante los 90’s fue la aprobación del aborto en los 70’s, una generación anterior.

Dicen que el ascenso de Irlanda como país industrial con mejores estándares de vida que muchos de sus equivalentes europeos en esta década es gracias a que un índice de dependientes cambió una generación atrás positivamente dándole más productividad y menos costos a través de las pensiones durante la generación presente. O sea, hay mucha gente trabajadora con menos dependientes detrás de ellos.

Estamos hablando de problemas generacionales.

Se dice que las pensiones son claves en el desarrollo de un país. Mientras menos carga le coloques a un país en ese sector, lo que está directamente mezclado con términos de creación de capital para pagarlas (el capital no es infinito, o sirve para invertir o sirve para pagar lo que debes, y las pensiones las debes de pagar, y si se crearon fue por algo, pero se habla de circunstancias diferentísimas para un país diferentísimo) y con demografía envejeciendo a menos ritmo, significará mejor oportunidad de éxito para un país en particular que esté en su momento generacional correcto y no tanto para el que no lo esté.

China, dice Malcolm Gladwell en un artículo reciente sobre Irlanda, General Motors, y pensiones llamado The Risk Pool, se tiene que dar prisa para hacerse rico. Tarde que temprano pagarán la factura al hecho de tener un solo hijo. Cuando estos hijos únicos se hagan viejitos, no habrá una generación que venga detrás de ellos a ayudarles a soportar la carga, ¿quién hará sus trabajos? La India está en su momento justo. Sus mejores años están por delante, debido a los ajustes demográficos de sólo una generación atrás.

En el lado privado, General Motors, esa corporación automovilística mundial ya tradicional, está batallando con todo y sus records de ventas. No se da abasto para pagar las pensiones a sus jubilados través de sus décadas de existencia ya que decidieron hacerlo ellos todo solo.

El caso de México es inquietante. Primero que nada porque vivimos aquí. En México se está gastando enormidades para pagar a los trabajadores del ISSSTE que tranquilamente buscan ser pensionados y dejar de trabajar a los 48 años. 48 años. Tienen (tenemos, supuestamente) vida en promedio de 25 años más. Y cada año habrá más pensionados. Y el dinero en teoría debe de producirse a mayor ritmo. Y eso no prevé las recurrentes crisis económicas generalizadas que se pueden producir por mil frentes distintos. Recesión industrial, cambio climático lento pero recurrente con sus efectos en cosechas o en producciones de materias primas encadenadas a la producción manufacturera, problemas de terrorismo que afecten el día con día normal de un país, alarmas epidemiológicas, problemas sociales mal manejados (el año pasado se perdió una gran oportunidad respecto al acero, en USA necesitaban grandes cantidades y en México las productoras de acero estaban en huelga debido a los mineros). Triste el caso.

Las pensiones exigen estabilidad. Y la estabilidad no existe en este planeta más que en las fábulas y en los finales de los cuentos de hadas de “vivieron felices para siempre”. Por eso son cuentos de hadas. Peter Drucker habló en contra de ellas en 1950. Desde entonces. Pero no se hace mucho caso al respecto.

No es sólo el ISSSTE, también por decir en Telmex, empresa privada desde 1991: ahí tengo un amigo de mi edad, (de hecho un año menos que yo) que está en en esa empresa desde 1984, o por ahí, que ya me dijo la palabra mágica: retiro. Como siempre, el punto es que no son fenómenos aislados o individuos en soledad. Es la masa, o más bien, son masas que piensan igual. ¿Qué le digo a mi amigo? Estás mal. Renuncia a tu retiro. Ajá. Probablemente siga siendo productivo, tal vez ponga un negocio. Pero recibirá su pensión, claro que sí.

Y como siempre, nos interesan nuestros intereses (perdonando la redundancia) de golpe y porrazo. Que sean inmediatos, gratificantes y al menor costo posible. Piensan que el barril es enorme. Que si no alcanza para todos, es culpa de los que llegaron después. Y que ultimadamente el último (otra redundancia) que se preocupe, total, que falta mucho para ello. Lo cáido cáido. Es lo más natural defender lo que conseguiste, a todas luces, legalmente. No hay nada objetable en ello. El pasado es el pasado, el presente es el presente y el futuro, ese es el problema, es el de todos. Lo bueno es que mi amigo no lee esto.

Y lo más gracioso es que la gente no se muere. Está viviendo más y más. Y lo digo desde el punto de vista práctico. Sí, tengo a mi mamá vivita y todo. Y tiene 66 años. Y puede que viva 15 años más por la edad alcanzada promedio de mi abuela y bisabuela. Pero no es el caso de mi mamá. Es el caso de todo el mundo en México que vive cada día más. No sé si mejor, pero sí cada día más. Por eso la gerontología y asuntos geriátricos va en ascenso, así como la industria de los asilos, de las enfermeras, de los retiros de ancianos y mil cosas similares. (Por eso la frase, quiere mucho a tus hijos, ellos elegirán el asilo en el que te meterán.)

Los pensionados viven de sus pensiones. Y las pensiones alguien las tiene que pagar. (Aunque muchas son insuficientes también, pero he leído cada caso en ciertas circunstancias que, uff.) Pero ya no está la circunstancia de que había muchos trabajadores por pensionado. Cada vez hay menos por cada jubilado. Así se comportan las burbujas demográficas.

De hecho en Europa también reventarán, en lo que es Francia, Alemania, España, e Italia, ya veremos cuando empiecen a ser más laxos con los latinoamericanos en cuestiones de migración para que vayamos a vivir allá. Somos menos complicados que los árabes, ya veremos, y tal vez somos mas afines a ellos. Al menos sus iglesias ahora vacías tendrán más feligreses. Nos lo suplicarán. Eurabia es más peligrosa para ellos y sus costumbres que Eurotitlán. Paciencia, paciencia. Ya llegará ese momento.

En Estados Unidos hará treinta años que había cinco trabajadores por viejito. En diez años más habrá sólo dos. El problema ahí está y llegará. Claro que llegará. Tendrán que compartir la carga.

El dinero es finito, ¿eh?

Los viejitos siguen ahí. Ya con el problema encima, ¿qué hacer con ellos? Nada. Seguir igual. Pero si las cosas están así hoy, ¿qué pasará el día de mañana? ¿Lo sabes tú, lo sé yo?

Apres moi, le deluge. Después de mí, el diluvio. Lo dijo supuestamente el rey Luis XIV de Francia. Nada importa más que mis intereses. Él vivió super. Lo máximo sobre la tierra. El Rey Sol. El esplendor del absolutismo europeo. Quince años después, Luis XVI perdió su país y la cabeza. Literalmente, ambos.

El problema es que insisto, la gente no entiende que esto nos afectará el día de mañana y a nuestros hijos también. Debemos de ser más productivos desde el día de ayer, desde el de antier, desde el de hace veinte años. Pero no podemos. Debemos hacerlo desde el día de hoy: ya mismo. El mejor día para sembrar un árbol enfrente de tu casa fue un día de verano de hace veinte años. El segundo mejor día es hoy mismo.

No perdamos el tiempo en tonterías. (Tan fácil de escribir: No-Perdamos-El-Tiempo-En-Tonterías. Se escribe facilísimo. Sí. Lo sé.)

Cambiar las cosas ya. Los superpetroleros actuales pesan como 400,000 toneladas o más. Casi ya ni pasan por los canales, ni el del Suez ni el de Panamá. Son gigantescos. Para detenerlos necesitas media hora de maniobras anticipadas. Para cambiar de dirección algo similar. Sentido de la anticipación, no es mucho pedir.

De repente no hay volantazo que sirva. Si eso es con un simple superpetrolero, ¿que será de un país entero?

Pero en un superpetrolero sólo están la pericia de los marineros, de su capitán y de la física. No hay más. En un país son sus ciudadanos, los poderes elegidos, los tres y la inercia. El problema es convencer a la gente de que existe un futuro. Y que no necesariamente mi futuro es el único. Está el de mis hijos. Y el de los demás hijos de los demás.

Pero para que se convenza a la gente que el país que dio pie a las pensiones, al ISSSTE y al IMSS, es otro muy distinto al actual, está difícil. Para convencer de eso a un país que está viendo al futuro arraigado a las reglas del pasado, está canijo. Pero se tiene que hacer.

Las aguas llegarán a su curso. Pero nadie se ha preguntado a qué nivel. Si nos taparán por encima, o si sólo será un simple arroyito secándose al sol, el mismo sol de la historia. De nuestra propia historia.

De librerías hablo en el siguiente blog, para que no digan que este es muy largo… y con temas todos revueltos... ;-)

viernes, mayo 25, 2007

La tecnología en nuestras manos, en nuestra cabeza, en nuestra conciencia.

Hay una especie de embrujo con la tecnología. Supongo que tiene que ver con necesidades primales de estatus, de conciencia, de ser parte de un grupo selecto con deseos de aprovechar lo que el hombre ha creado.

Ahora estamos en el mundo acelerado de los nuevos celulares, las nuevas cámaras digitales, incluso el aparato que los reúne (en alguna parte leí que Nokia es hoy por hoy el mayor fabricante de cámaras del mundo superando a los que se dedican en realidad y exclusivamente a hacer cámaras), nuevas pantallas planas de TV, nuevas consolas para jugar, nuevas grabadoras digitales para televisión que no graban comerciales, nuevas cámaras-de-verdad-cámaras digitales, nuevos GPS, nuevos mp3, nuevas laptops, nuevas laptops ultra compactas, nuevos Blackberrys, nuevos todos.

Tecnología, tecnología everywhere. Y todo tiene sus ramificaciones. Hay usos y costumbres relacionadas con ello. Hay cambios en la conducta individual de las personas que están expuestas a su uso. Se vuelven indispensables, la memoria se les borra de manera selectiva y esas personas ya no recuerdan como era su vida antes de que el artilugio apareciese en su cotidiano devenir.

Hay cambios en la masa de la gente. Hay modificaciones en las costumbres. Por decir ahora pueden tomarse imágenes de sucesos inmediatos y ponerse a disposición de todo el mundo. A partir de ahí la gran comunidad les da sentido. Sentido de todo tipo para esto, no hace mucho me tocó ver a un adolescente mostrarle el video de la autopsia de cierto cantante acribillado a balazos recientemente, a una chica con el afán de impresionarla, o al menos eso me pareció, cortejo raro, para esto. Supe recientemente de una niña de una secundaria cercana que fue atrapada por un director viendo escenas de snuff en un celular. El director ignoraba como se manejaba el reproductor de video del celular e ignoraba que era el snuff. Pero cuando lo vio ya nunca lo olvidará. Nada agradable creánme, aunque sea una leyenda urbana.

Hasta ese momento.

Lados buenos y lados malos, y sobre todo el lado de en medio. Aún me molesta (y me seguirá molestando) que la gente interrumpa una conversación, de esas en persona, para atender a una llamada que vino a interrumpirnos. De ese modo me establece que la llamada de esa persona, para la estupidez que sea, es más importante que yo o que mi conversación. Habrase visto.

Me imagino que pensaríamos todos si alguien llega de improviso en la conversación y pide que se le atienda con perentoriedad. De grosero no se le bajaría. Y si la persona le responde, exacto, ese es el caso.

Se podría presumir que la tecnología divide, que existe ese gap de tecnología que dividirá a la sociedad entre los que tienen acceso de los que no. Pero a veces eso lo pongo en duda severa cuando veo a todo todo todo mundo haciendo el gesto típico de leerse la mano, perdón, mirando su celular en cualquier parte, en cualquier lugar.

¡La habrán llamado? ¡Un mensaje! ¡Quizá sea E-L M-E-N-S-A-J-E! ¿Será importante? ¿Será trascendente? ¿Será relevante?

Sepa. Cada quién lo sabrá según los dictados de su propia consciencia.

Y hace diez años no había nada de eso. Típico. Hace millones de años, todo esto que ven, era mar.

Vi en la TV un documental sobre el ascenso del celular desde el punto de vista tecnológico. La lucha entre Motorola y ATT para quedarse con un pastel hasta entonces indefinido de mercado ansioso por poder estar comunicado en cualquier lugar que se pudiese. Ganador a corto plazo, ATT. Ganador a largo plazo, Motorola, pudiera ser. El costo de un celular en 1986, cuatro mil dólares. Ahora, veinte, cuarenta, no más de doscientos dólares.

Y esa necesidad de que te encuentren donde sea y que tú lo uses cuando lo requieras, ¿será tan necesaria? Vivíamos bien antes, ¿no?

Pero no iba a hablar de celulares. Sino de la tecnología en sí.

Hace años en Manhattan se creó una red de tubos neumáticos con el objetivo de poder enviarse mensajes entre oficinas utilizando aire comprimido o algo por el estilo. Podrían enviarse pequeños objetos dentro de las capsulitas, incluso tal vez hasta la cartera de alguien olvidada se pudo haber enviado. Había futuro para ello, pero con el paso del tiempo se descubrió que no tanto. Se masificó el teléfono. Después el fax. El correo electrónico. El beeper. El tubo neumático es hoy por hoy sólo una interesante reliquia.

La clave Morse ya no se usa actualmente. Ya no hay telegramas en los Estados Unidos. México sigue. Es más, no estoy seguro, ¿se siguen enviando telegramas en México? Tuve una novia hará veinticinco años que me mandaba de vez en cuando sólo para saludarme. ¿Se acordará ella de eso?

Pero también me enteré que esa sucesión de sonidos y pitiditos, puntos y rayas, cuando ya te metes en eso de la transmisión y recepción, como todo, tiendes a conocerlos íntimamente, ritmos, pausas, ese tipo de cosas. De ese modo ya podrías hasta reconocer quién era el que transmitía, eso por un lado, porque hay como detallitos imperceptibles para todos excepto para los operadores que vivían en eso todo el día, y que en medio de noticias o mensajes entre estos expertos operadores se comunicaban mensajes personales de cómo estaban las cosas, de la novia, de la familia, detalles así, ¡por ahí mismo, en medio del telégrafo! Dicho de ese modo no suena raro.

Pero no me lo imaginaba.

Hubo un programa de TV que no ha de haber durado ni cuatro episodios, allá en los 90’s. Abraham Lincoln, de entre todos los personajes posibles, era el protagonista. Un programa de comedia con fondo histórico. Tal vez era pésimo. Nunca lo conocí, pero leí que tenía una escena de él manejando un telégrafo entre él y un operador que resultaba que era operadora mujer. Me hizo mucha gracia que en una conversación entre ellos las cosas se fueron calentando (ya saben, "¿traes medias?") y en pocos minutos tuvieron un conato equivalente de cybersex, ¡pero con puntos y rayas! ¿Cómo se llamaría? ¿Morsesex?

Y eso me recuerda que el sexo es muchas ocasiones el motor de ciertas tecnologías.

Los proyectores que mostraban películas porno de 8 o 16 mm. Los primeros videocasetes Beta con lo mismo. Los CD-ROMS. Internet y sus websites. Los DVDs. Las webcams. Ya mencioné el caso del snuff en el celular.

Porno es prohibido es atractivo es productor de ganancias exorbitantes.

Pero la cuestión es clara. La tecnología que forma nuestras vidas no es del todo dominante en lo que a modernidad se refiere.

Un artículo reciente del New Yorker menciona un libro que se llama “The Shock of the Old: Technology and Global History Since 1990” escrito por David Edgerton que da en el clavo. Seremos lo modernos que queramos ser pero nuestro teclado es 99.99 % con seguridad del tipo QWERTY, directo representante del que se diseñó para escribir en el siglo XIX por más DVORAK que me quieras presumir. En otras palabras el asegura que es el uso de la tecnología lo que nos cambia, no la tecnología en sí.

David Edgerton es un historiador militar que propone la idea de que no es tanto que vivamos en una nueva época cada que un cambio importante y relevante de tecnología llegue. Si no que él afirma que esa tecnología sólo se adapta a lo que tenemos. Claro, con nuevos desafíos pero que a final de cuentas nada cambia. Las costumbres superficiales tal vez.

Digo, se sigue yendo la luz cuando llueve o nieva o con los huracanes. La distribución de energía se habrá eficientizado a lo mucho desde hace un siglo, pero nada más. Se sigue yendo. Ojala hayas salvado.

Lo que pasa es que el avance tecnológico no es suficiente. Es el uso del mismo. Beta contra VHS. Ganó VHS, Beta era mejor. Mac contra las PC compatibles con IBM (¿se acuerdan?). Ganaron las PC compatibles. La Mac es mejor, clarísimo, pero… (y sí, yo uso una PC).

Dice el artículo un punto interesante. El asunto de los caballos en la guerra. ¿Qué con el uso de vehículos todo terreno estos cuadrúpedos se iban a abandonar? ¿Qué fue en la Segunda Guerra Mundial cuando la mayoría cree que fue la última ocasión que se utilizaron a gran escala? (Durante el Blitzkrieg, de parte de la caballería polaca contra los Panzer alemanes, adivinen quien ganó...)

Resulta que se usan hoy mismo en Afganistán para poder andar en ese terreno rocoso y montañoso. Y los soldados americanos les es necesario saber coordinar ataques realizados con B-52’s JUNTO con cargas de caballería, al mismo tiempo (Ya escribí un artículo en el que menciono el asunto de los B-52, aviones jet provistos de armas nucleares, puestos en marcha en 1962 y con un uso previsible para veinticinco años más). Incluso ha habido ya cargas hasta de trescientos jinetes. Soldados americanos contra mujeidines. Guerra es guerra hasta con resorteras y piedras.

Se han escrito miles de toneladas de hojas de papel hablando de las oficinas sin papel que desde 1975 iban a darse por todos lados. Me hizo gracia también que Bill Clinton dijo en el año 2000 que “…dentro de dos o tres generaciones gracias al proyecto del Genoma Humano los niños sabrían que (el) Cáncer será sólo una constelación en el espacio…”. Lo cual sólo se podría agregar que para entonces habrá muchas escuelas elementales con clases de astronomía.

Y ahí está la nanotecnología. ¿Exactamente en qué beneficiará a los procesos de producción del día con día la utilización de la nanotecnología? Digo, nuevos materiales y nuevas medicinas. Ajá. ¿Cuándo? Ya lo veremos. ¿Desean apostar? (Y me considero tecnofílico, conste.)

Y la investigación de las células madre. Sigo dudando de la utilidad de los laboratorios que congelan el cordón umbilical de los bebés recién nacidos y que con una no tan módica cuota anual para manterlos congelados podrá colaborar a la salud de estos niños cuando ellos crezcan. Se me hace una tecnología muy jalada de los pelos, nada probada, pero no me hagan caso, total, no es mi dinero. Pero es una industria pujante (supongo que es de esas industrias basadas en el miedo, muy apropiada para esta nuestra época libre de temores). Y bueno, si hay clientes…

Otra cuestión de las nuevas tecnologías es lo que se vino a llamar la Nueva Economía y sus reglas. Son temas geniales, pero no son todavía para consumo o utilidad general: las diez compañías más importantes del planeta son petroleras (Exxon, Royal Dutch Petroleum, BP), financieras (ING), del llamado retail (Wal-Mart), de servicios (IBM) o automovilísticas (GM). Nada de nuevas tecnologías por ahí. Acaso el uso de las tecnologías las han eficientizado algo, pero ¿hasta qué punto? Pero no están por ahí en los supuestos primeros lugares los productores o creadores de la misma.

Las representantes de la nueva economía están allá hasta el número 33, Hewlett-Packard, o en el remoto número 140 como Microsoft, tan poderosas como nos puedan sonar.

La píldora anticonceptiva y toda la modernidad y el condón, descendiente del mismo que se inventó no hace cuantos siglos y que se usa hoy por hoy más que antes. Y no se le agregaron baterías ni nuevos diseños ni nada. Es lo mismitito. De la píldora masculina, o implantitos en la piel para hombres, ni sus luces.

Luego se llevó el tema a otro. El tema del mantenimiento. El de que quizá es más productivo el negocio de mantener que el de vender y que eso es más claro en nuestros países tercermundistas. El autor del libro pone de ejemplo a Ghana, que ha llevado el desarrollo del taller mecánico a una forma de arte. Pero yo me quedo con Cuba. Cuba, lo puedes ver en documentales, conste, no he tenido la fortuna para ir, digo, de ir, pero siempre me ha parecido una imagen congelada de hace cincuenta años con sus viejos autos andando. Ese es el mérito. Siguen andando después de cincuenta años.

Y mucho se ha dicho que la industria de la computación mexicana, en lo que a técnica se refiere, es maravillosa en cuanto a remedios. Yo conocí a personas que arreglaban una minicomputadora en los 80’s con sólo papel aluminio e ingenuo ingenio .

En cierto periódico muy famoso y ahora glamoroso de estos tiempos oriundo del norte del país, allá en 1985, antes de “modernizarse” utilizaban una unidad de cinta de datos, de esas de carrete, muy mona ella, arriba de una basecita de madera convertida en carrito transportador de esos de rueditas como de carrito de roles. Así la movían entre varias minis que tenía el dichoso periódico. Tiempos de la prehistoria.

No hay mucho que hacerle ahí. Se les llama, acabo de saberlo, a estas tecnologías, porque lo son, tecnologías creoles, o criollas. Ha de ser como dicen que los rusos eran para el cine en los años veinte. Los mejores teóricos del mundo. Eisenstein y demás. Era natural, no había celuloide para filmar.

Y si no hay tu materia prima, a teorizar, que el mundo se va acabar.

Hay también en el artículo una reflexión de Carl Sagan: “Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de la ciencia y de la tecnología, en la cual difícilmente alguien sabe algo de ciencia y tecnología.”

Triste, pero cierto. ¿Será necesario que se sepa más de tecnología y de ciencia? Yo digo que sí. Que es urgente. Y eso es otra historia.

Así las cosas. Este mundo nos dará muchas sorpresas en el futuro. Y siempre estaremos pensando acerca del nuevo gizmo, ¿es tan necesario usarlo? Para años después afirmar, “sin él el mundo sería tan diferente.” O una variación: “Sin él me moriría”.

Ajá. Claro.

Mismas gatas pero revolcadas.

Igual en el siglo XIX como en el XX y como en el XXI y en los siglos por venir.

Recuerden, es el uso de la tecnología, no la tecnología en sí, la que nos cambia, sea eso lo que quiera decir.

Amén.

miércoles, mayo 23, 2007

LA FUERZA DE LA FUERZA Y DE STAR WARS, QUE TREINTA AÑOS NO ES NADA

Al principio era la Fuerza y la Fuerza fue hace mucho en una galaxia muy muy lejana, situada en San Francisco, California, donde en una comida Francis Ford Coppola le propuso a su buen amigo George Lucas que hiciera de ese asunto de la Fuerza una religión establecida y organizada, de verdad, vamos, corría el año de 1977 y Lucas sólo se río de la ocurrencia.

Después de más de doce mil millones de dólares entre entradas pagadas, y sobre todo de invasiones de juguetes con figuras extraterrestres y naves del universo creado por este señor, tal vez quede muy poco por decir.

Se reconoce la grandeza de un mundo inventado y se reconoce la grandeza de que invitaste al otro mundo, el nuestro, el real, a subir y que este mundo aceptó gozoso.

Se reconocen dos cosas más: un golpe maestro al decidir crear efectos que describieran para los demás su universo, y que decidiera guardarse para sí los derechos del llamado merchandising.

Lo que se dice original, Star Wars no es, definitivamente no, y eso ni a él ni a los millones de fanáticos les importa, ni les importará (característica clave para reconocer a un fanático).

Por ejemplo, saber que las ideas básicas de un mago, un aventurero y dos compañeros mecánicos como lacayos en busca de una princesa, ayudados por un contrabandista espacial (acompañado de un perro armado de dos metros y de dos patas), que se topan de casualidad con una princesa (republicana) depositaria de datos importantes para destruir un planeta artificial con gigantescos cañones de rayos no especificados (y que a fin de cuentas nunca fue una estrella, menos una estrella de la muerte, Death Star, por el tamaño del mismo a lo mucho fue un planeta de la muerte, pero, se debió de reconocer, Planet Star sonaba más a franquicia de hamburguesas galácticas y los especialistas de mercadotecnia del Imperio, de los que debe de haber en todos lados, no todos son militares, han de haber visto las ventajas de llamar a esa super arma “estrella” más que “planeta”, por eso los mercadotécnicos que en español denominaron a Star Wars como “La Guerra de las Galaxias”, pocos, eh, pocos).

Así las cosas todo el rollo galáctico no era más que un argumento tomado con o sin permiso, gracias, de La Fortaleza Prohibida del gran director japonés Akira Kurosawa, (de lo cual ya escribí aquí mismo) a quien se le devolvió el favor cuando George Lucas, Steven Spielberg y Francis Coppola le ayudaron a que este pasara mejor sus últimos años al estar presentes en la producción de películas como Ran, Kagemusha y Sueños de Kurosawa (incluso con la aparición en la última de Martín Scorsese).

Pero hay que pensar en esos fanáticos que vieron la película en su estreno nacional en México, por decir, un 23 de diciembre de 1977, viernes, a las siete de la noche, mirando a los demás que algunos traían incluso el libro con la novelización en inglés (malditos) y con sus camisetas estampadas con el célebre poster de los hermanos Hildebrandt (bastardos, los de la camiseta, no los hermanos Hildebrandt) y más aún, observando en medio de la película a personas que ¡tomaban fotografías a la pantalla!, ¡y con flash! (patéticos y ridículos, no se debe de usar flash).

También en el recuerdo está la primera imagen de la pantalla, después de los créditos ortogonales o como se digan (esos que van hacia un punto de fuga cerca de la eternidad, se van, se van, se fueron y ya no los alcanzaste a leer) y de repente baja la cámara hacia un planeta con su atmósfera y una nave espacial, que aaajum, igual que todas, estilo alargado, disparando rayitos a alguien, así, sin más, pero ¡cuidado! después de ese transporte espacial aparecía una nave blanca, larga, larga, larga, larga, llena de detalles y ¡la nave ocupaba ya toda la gran pantalla de Panavisión y no dejaba de aparecer! Nave larga aquella. Y después todavía, caímos en cuenta que sólo era un crucero imperial de tantos.

Y a ojo de pájaro, o de pequeña criatura espacial, ese crucero se veía inmenso con esa figura magnificente, triangular, con su centro de control impresionante, es más, se veía imperial (por eso, era una nave imperial).

Y la expresión “Lord Darth Vader está a bordo” se convirtió en una de las frases más conocidas, tal vez tan sólo similar en los anales de Cultura Pop a la de “Elvis ha dejado el edificio”. Bueno, conocidas para nosotros que sí estamos al pendiente de ese tipo de Cultura Pop.

Ese fue el principio. Lo demás se puede definir en jawas, tusken riders, Obi Wan, sable láser jedi, cantina, Han Solo, Chewbacca, Millenium Falcon, Stormtroopers, Tattoine, Alderaan, La Fuerza, lunas de Yavín, X-Wing, Death Star, ¡Ka-BOOM!

El impacto fue arrollador en nuestras mentes. Una película superbien hecha de ciencia ficción. (En realidad no era de ciencia ficción, pero se respetaban muchos elementos del género, y muchos no, lo aclaro, pero si cabía en lo que se venía a llamar space opera).

Las naves espaciales y sus diseños ocuparon arquetipos completos en nuestros esquemas de cómo deberían ser unas naves espaciales.

Era como una primera novia a la que no le veíamos defectos. Todo le era perdonable. Errores, grandilocuencias, final cursi (eso sí, muy Leni Riefehenstal, tipo El Triunfo de la Voluntad, con todas las filas de soldados nazis de un lado y del otro de los héroes, o del Füehrer himself) y Chewbacca gruñendo, exigiendo saludo, o algo así. El comic relief de R2-D2 totalmente en su papel y con sus silbiditos para que los niños rieran un poco.

Luego pasaron tres años. En diciembre de 1980 (otro mes marcado cruelmente por la Cultura Pop, ¿es necesario decir a quién me refiero acaso?) se estrenó la que nos sabíamos que sería la mejor película de la serie, El Imperio Contraataca, la cual tenía unos efectos que nos dejó estupefactos, sobre todo cuando vimos los fabulosos AT-AT caminando lentamente contra la base rebelde en el planeta Hoth (claro que con el paso de los años salen preguntas, por decir, ¿por qué simular bestias elefantásticas para destrozar unos gigantescos generadores de energía, cuando esas bestezuelas serían vulnerables a unos pequeños cazas?. Todo por el lector).

En resumen Yoda, Boba Fett, La Ciudad de las Nubes, Lando Calrissian, pelea de poder a poder para ver quién tiene un sable láser mejor, y al casi final una revelación de altísimo impacto: “Luke, yo soy tu padre”y después de eso, un lapso que tuvo esperándonos tres años para saber que iba a pasar con el pobre de Han Solo congelado (Pasando los años leí en una revista de tecnología, una Wired, hablando del fenómeno de Star Wars, una carta de un tipo protestando acerca de cómo se habían mencionado, según él a la ligera, las palabras de Yoda: “Yoda, lo que dijo en realidad fue ‘Haz, no intentes’” Y el tipo cerraba su carta afirmando con toda la seriedad posible: “Las palabras de Yoda son sagradas”, pero díganme, ¿qué sucede en las mentes de esas personas?).

Y vimos cosas raras, un intento de incesto ligerón, que sólo fue sugerido y que hizo pensar dos cosas: una, que a George Lucas se le hizo bolas el engrudo y que no había pensado bien bien bien el argumento general de su trilogía. Aquí fue cuando se supo que iban a ser nueve películas, divididas en trilogías, en las que se contaría su saga (palabra de origen escandinavo que significa algo así como leyendas y que hasta entonces nadie en general conocía). Luego las tres trilogías quedaron reducidas a dos, que es lo que estuvimos viendo hasta el momento.

Debo de confesar que después de ver El Regreso del Jedi (¿Cuándo se fue éste? ¿Quién lo hizo Jedi?, ¿Acaso fue Yoda? ¿En qué ceremonia?) el sentimiento que nos embargó fue de desastre. Los Ewoks, ¿tanto se necesitaban ositos de peluche con esteroides haciendo cosas graciosas?

Por favor, ¡se trata de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS! ¿Y el respeto a una saga, donde quedó?

En las arcas o bóvedas del señor Lucas. O destruido en forma de rocas de lo que era Alderaan.

Pasan los años y llega dieciséis años después La Amenaza Fantasma y todo se derrumbó. Los puristas no podemos seguir así, sí, nos gustan los efectos, sí, nos gusta ver velocidad, derroche de imaginación en... efectos... y nada más. ¿El colmo? Sus criaturas digitales, Jar-Jar Binks, y el intento por desanudar el mazacote de historia que hizo para querer explicar el origen del porqué Darth Vader se volvió malo malo malo (que al final del Regreso se hizo bueno de nuevo, en un final cursi a más no poder).

Finalizando. George Lucas de 1977, visionario, genio, malos diálogos, nos mantuvo con el cerebro desconectado, excelentísimo narrador o contador de historias y nos maravilló con la técnica del descontón: “¡POW! No pienses, maravíllate, no te detengas en buscar agujeros en la historia, ¡no pares, sigue, sigue! ¡Usa la Fuerza y compra monitos al por mayor, que se agotan!”.

George Lucas de 2005, creedor de efectos especiales, no sólo creador, sino creedor, imaginando que eso mantiene una historia, dueño magno del concepto de merchandising, si lo vemos desde el punto de vista empresarial, premio Nobel, caramba (si existiese), pero desde el punto de vista de creador con un genio y un corazón de una historia que debería de ser recordada sin afectación, sin clichés, sin oropel, la historia vista con calidad de leyenda. Despojemos al emperador y veremos que está desnudo.

Ah, pero que buenos efectos, ¿eh?

Otra cosa y tal vez lo peor. Es de amplio sabido que sin querer Lucas, y Spielberg, destruyeron el cine adulto norteamericano de los últimos 30 años. La mayoría del mundo dejó de poner atención al cine de temas maduros, al cine de pensar, al cine de visiones personales e intimistas, al de violencia real y no imaginaria o excesiva, por las películas de acción, dizque de ciencia ficción, en las que los niños son amenazados por sombras de villanos malvados, y los héroes son sólo músculo y astucia para evitar que una bola gigante se deslice y los atropelle al haber robado de su templo un ídolo sagrado.

El bien siempre triunfa, así, blanco y puro, igualito que en la vida real, ¿verdad?

Por lo menos eso se vio en los últimos treinta años, en la taquilla.

Que la Paciencia nos acompañe.

La mayoría de lo anterior fue escrito hace dos años, antes de ver la película de La Venganza del Sith (el mismo nombre se me escapa, tan poco arraigo le tuve), es más, tengo flojera de consultar como se llama. Triste película. Sombría a más no poder. Oscura, insatisfactoria, desesperanzadora. Tenebrosa incluso (la muerte de los pequeños aprendices de Jedi por parte de Anakin), macabra, además.

El cine desde el punto de vista de Lucas, no es para dejarnos callados. No hubo gozo en su realización final. Si nos debió a todos un final más sobrio, digno, con el Regreso del Jedi, con esta última y definitiva entrega se fue hacia el otro lado.

Pero, ¿qué necesidad? ¿Para qué contratar a tanto argumentista?

Una vez más, los efectos (no sólo de argumento sólido vive el hombre): El sable morado de Mace Windu. Genial. Los homenajes rapidísimos a 2001: Una Odisea Espacial (que ya lo había hecho cuando en la parte de La Amenaza Fantasma, había sacado al fondo una navecita tipo pod, que los que están familiarizados con el pod perdido de la nave Discovery reconocerán), el homenaje a Frankestein, cuando aparece Anakin convertido por primera vez en Darth Vader en todo su esplendor.

Pero los diálogos. Pero los agujeros lógicos de trama: Como acomodar una historia a fuerza a fuerza que ni con calzador. Y ya ni para qué reparar en ellos. ¿C-3P0 construido por Anakin-Darth Vader? No problem. ¿Obi Wan viviendo a poca distancia relativamente hablando en el mismo Tattoine, de entre todos los mundos posibles de la g-a-l-a-x-i-a, de Luke Skywalker? ¿Ahí mismo viviendo tampoco muy lejos de Jabba the Hut quien tenía contacto cercano con el mismo Bobba Fett, cuyo padre fue base de todos los clones de los Stormtroopers imperiales de la galaxia, y quién buscaba a su vez a Han Solo, el intrépido contrabandista por una recompensa?

Todo se puede explicar. ¿Qué la princesa Amidala no supiera que iba a tener cuates-gemelos en medio de tantatantatanta tecnología? Claro, hay sustento.

Podrá haber varias escenas simpáticas, o a lo mejor muchas. Dejando a un lado la primera, la que más se me viene a la mente es en la segunda, El Ataque de los Clones, creo: Anakin se deja caer al vacío de su nave voladora, que comandaba el bueno de Obi Wan, para ir tras el presunto cuasiasesino que iba a matar a la hermosa Natalie Portman, quiero decir, Amidala. Después de muchas laberínticas acrobacias, Obi Wan al ya reunirse con su aprendiz, le dice a Anakin algo así como: “Anakin, uno de estos días me vas a terminar matando”.

Innecesario decir que hace treinta años, antes de terminar el segundo acto de la primera película, eso es lo que precisamente lo que hace Anakin, vestido de negro, en ese primer gran duelo de espadas, a su antiguo maestro, Obi Wan Kenobi, al rebanarlo en dos. O al menos eso creemos entonces.

Me reí mucho en ese instante, en esa frase de cuando ambos eran jóvenes. Las palabras a veces se convierten en profecías. Punto alto del que hizo los diálogos. De los pocos puntos altos, claro.

Y todo todo todo lo aceptamos porque le tenemos cariño a Star Wars. Adolescente, en mi caso, infantil en otros. Esa es la razón.

Y porque no puede uno negarse a la marea gigantesca (como muchas otras a las que no podemos sustraernos) de lo que fue el fenómeno que cumple estos días treinta años, el de La Guerra de las Galaxias.






martes, mayo 15, 2007

Entre Lost, Shark y El Pantera

No quería verlo. De hecho siempre he tenido mis dudas al respecto. Pero, ¿qué más da? Démosle una oportunidad.

Si no están metidos en la onda de Lost, sáltense todo hasta leer el renglón que dice “En el caso de El Pantera…”.

Primero que nada estaba viendo como en un capítulo de Lost en su tercera temporada en AXN dedicado a Sayid, nuestro amable ex-torturador iraquí de mirada tierna, donde Locke, nuestro ex inválido lector de Soldier of Fortune con graves problemas de juicio, la vuelve a desastrar.

Está él frente a una vieja PC dentro de la recién encontrada estación Dharma llamada La Flama, una que tiene una antenita de telecomunicaciones, aparentemente un puente hacia el mundo exterior, cuando después que le gana a la computadora en ajedrez y que de manera tecnomilagrosa le aparece una especie de esos odiosos menús telefónicos que dicen, ya saben, ¿no? “si usted está interesado en comprar nuestros geniales productos marqué 1, si usted está interesado en conocer nuestros maravillosos artículos marque 2, si usted está interesado en… marque el que le da la gana, si está perdido después de quince números marcados y no se siente humillado sólo cuelgue e inténtelo otro día…”.

Bueno, una especie de estos menús apareció en la pantalla. Nuestro familiar guía oriental de la Fundación Hanso relacionada con la Iniciativa Dharma (si no saben de que estoy hablando se están perdiendo de algo interesante) dice: “Si va a comunicarse con el mundo exterior marque en el teclado no-se-qué”. Locke lo marcó. El tipo coreano vuelve a decir: “Ya que no funciona el canal de comunicación del mundo exterior, entonces marque no-se-cuanto si quiere ver el sonar”. Locke lo marcó. El tipo coreano dice finalmente: “El sonar no funciona. Si es que han atacado los Hostiles marque 7-7”.

Me imagino que Locke debería estar harto. Debió haber recordado como la desastró totalmente cuando le dijo a Desmond, el escocés, que ya no marcara los numeritos en la vieja Apple de la estación de la escotilla original porque no tenía caso, no iba a pasar nada. No lo hizo, quebró la Apple y el mundo casi estalla. “El cielo se volvió púrpura” dice repetidamente Hurley después de eso. De no haber sido por Desmond ustedes no estarían leyendo esto, muchachitos, en la comodidad de su hogar.

El punto es que este chico calvo no ha aprendido la lección. Si ya nos enseñaron los explosivos C-4 con los que estaba alambrada la casa. Si ya nos dicen que el ruso del parche es malo malo como la carne de puerco, tanto que mató a la chica negra que pidió ser muerta, nada más para ver como se la gastan los Otros.

Bueno, ya sabiendo eso, ¿qué se puede esperar al respecto del coreano en la pantalla de la computadora que dice: “Si es que han atacado los Hostiles marque 7-7”?

¿Qué podíamos esperar? Pues eso, si los malos (la maldad aquí es relativa, Ben, the creepy guy, líder de los Otros, afirma que ellos son los buenos) van a atacar la estación La Flama y los explosivos están por todas partes, juguemos a la camisa hawaiana, la estación va a explotar. Y de hecho, explotó.

(El juego de la camisa hawaiana es este: cuando ves una película o lees un cuento o lees una novela, si ya estás entrenado, tú puedes descubrir el pequeño detalle que está dizque escondido en la trama que es el que va a solucionar o a recrudecer, hacia el final, el problema del héroe. Chejov, el genial escritor de cuentos ruso, ¿o fue Hemingway? ¿o Faulkner?, decía que si tú sacas una escopeta en el primer acto, la deberás usar en el tercero. Si tú dices que te encanta tu camiseta hawaiana porque te da suerte, si la pierdes durante la historia por alguna causa, sobre todo estúpida, le dará un extra de suspenso a la trama, o si la usas le darás la seguridad al héroe para que éste triunfe en su adversidad. Aquí en este capítulo de Lost, Locke juega al ajedrez con la PC, el coreano aparece en la pantalla cuando él gana y aparece esa pregunta, recordamos el record, sin ser pleonasmo, supongo, de Locke en cuanto a decisiones, y pensamos en el explosivo C-4 alambrado por todo el sótano de la estación… trama más telegrafiada, y sin afirmar que así es la serie, cosa que no lo es, en ese punto específico de este capítulo en particular, no se puede…).

Luego está Shark. Me fascina James Woods de fiscal de distrito. Había una escena de cortinilla de inicio de serie en la que está él en algún juicio, sonriendo relajado mirando sólo a nosotros, al segundo después su rostro cambia, no sé si la luz o los músculos faciales son que le dan un gesto de dureza y de hasta villanía. Se ve genial en esa transformación.

Los capítulos de Shark son interesantes. Me gusta ver a Woods bordeando lo ético y lo no ético para triunfar o perder. El chiste no es verlo ganar, como en todos los programas de este tipo, el chiste es COMO verlo ganar. O perder, que ya lo ha hecho.

Los guionistas de Lost ya conocen el oficio. Saben donde meter la tensión, donde no abusar de la buena voluntad de los televidentes. Saben que no los puedes traicionar. Saben que deben de entregar sorpresas a cada tanto para poder mantener el interés de todos nosotros.

Eso sí. Se nota que nos conocen. Esa es la clave del éxito de un programa de TV, que conocen al dedillo a su audiencia. Saben que en este juego de atención a un show como ese hay saber entregar porciones a la medida. Saben que esas dosis se entregan en ritmos distintos. Saben que están encadenados a un formato de 48 minutos con pausas. Que hay introducción para interesarte, desarrollo para crear suspenso, clímax para explosiones y finalmente un epílogo impresionante o inquietante que te debe de enganchar al final. El chiste es lograr que nosotros le seamos fieles a un producto que nos entrega lo que queremos, misterios y sorpresas.

La clave es precisamente el conocer las cuerdas con las cuales se entregan los sonidos precisos de la historia en el timbre, tono y volumen correctos para que nosotros los adoptemos como nuestros y nos reflejemos en ellos debido a nuestras propias necesidades de suspenso.

Muchos pueden decir que esto no es más que fórmulas. No tiene nada de malo si eso nos agrada. Es como escuchar a los Beatles. No hay canciones nuevas de ellos. Oímos las mismas pero nosotros somos los que cambiamos semana a semana. Y las queremos volver a escuchar. No hay fórmulas nuevas, y somos nosotros los que queremos volverlas a ver.

El ritmo puede cambiar, pero al final Shark y Lost nos entregan lo que buscamos: resolver nuestras necesidades de saber como la persona enjuiciada, que no es totalmente mala, debe de ir a la cárcel o no, en el primer caso, y nuestras necesidades de suspenso y misterio en un soberbio rompecabezas en el segundo.

Ahora sí.

En el caso de El Pantera, las comparaciones serán odiosas pero hay que seguir adelante. Acabo de verlo hará una hora. Todavía lo estoy asimilando.

Es un buen producto. Hay vetas interesantes por ahí. Alguien podrá decir que no es justo que se exija mucho del mismo porque apenas comenzamos ese tipo de producciones. Que no seamos duros con él. Pero el mundo es así.

Hay públicos y hay públicos. Hay exigencias y no. Para los que no son exigentes El Pantera será suficiente. Pero. Pero. Pero. No es muy complicado que El Pantera cumpla con todo tipo de público.

Por ejemplo. Su producción sí es de calidad. No se han descuidado pre, producción y post.

El problema no es ese. Televisa tiene con qué. Se nota.

Influencias se nota que hay muchas. (El punto de que son copias, influencias, robos u homenajes estará siempre a discusión). Desde la pantalla partida en tres, a la 24, hasta algunas más lejanas en la memoria de los veteranos como las cortinillas congeladas formateadas a comic en las que se recuerdan las cortinillas que cierran los entreactos de Wild Wild West, la serie aquella de vaqueros vaportecnológicos de los sesentas, Espías con Espuelas con Robert Conrad.

Eso no es problema. El problema es el guión. Confieso que sí leía El Santo de José G. Cruz en los setentas (cuyo comic fue ensalzado por su “hibridismo técnico” en aquél libro que perdí hará muchos años, “Biblioteca de Grandes Temas de Salvat”, Literatura de la Imagen). Confieso que leí Kalimán y que leí Memín Pingüin. Fantomas, uff, extraordinario. Bueno, hasta me aventaba las novelitas gráficas de MiniTerror, MiniPolicíaca, Batú. El Libro Policial. Lágrimas, Risas y Amor. Fuego. Destinos Opuestos. Ughh. Algo de Zor, Los Supersabios, Rolando el Rabioso (sobresaliente por donde se le vea) Chanoc (hubo números geniales). Alma Grande. Capulinita, El Payo, Supermaya, Borjita y demás. Admiré aquél clásico de los sesentas de Anibal 5, de Jorodowsky. Pero nunca leí El Pantera. (De Editorial Novaro, el que quieran, pero no eran mexicanos per se)

Cliché tras cliché. El asunto del inocente en la cárcel. El asunto de su fuga en helicóptero, homenaje a aquella fuga del siglo de Kaplan de 1973. El punto de los malos malos malos que se visten feo feo feo y que abusan de los buenos buenos buenos y de los desorientados desorientados. El detalle de que a cada rato se muestran las aptitudes de músculos y de agilidad marcial del héroe. El punto acerca del policía todo-excepto-undercover que vigila al protagonista desde su patrulla con unos binoculares con todas las ganas de que sea descubierto como el “policía que vigila al protagonista”. Los villanos marcados como el que más. Los buenos, siempre los débiles que son los que sufren. El general anciano buena onda (algo cliché también) que lo protege para que “haga la ciudad de nuevo habitable”. Los malvados que no envejecen en cinco años. La chica que se le ofrece a la primera oportunidad. El héroe noble que se le niega porque es menor de edad y porque de plano no le interesa (eso es muy de Kalimán, "serenidad y paciencia, Solín"). Los malos que van a cazarlo a “su” edificio. ¿Tendrá papeles en regla? ¿Habrá pagado el predial?) El uso de una pequeña rehén por un villano de medio pelo. Poses de los villanos exclusivos para la cámara que está a ras de suelo. Etcétera.

Sin que se haga menoscabo al esfuerzo detrás de ello (que es muchísimo), sólo hay que recordarles a los productores de El Pantera, que no bastan las escuelas en boga de lo que es forma. No es difícil en estos tiempos imitar un look y un feel obtenido a través de examinar con atención sencillos DVDs de Sin City o de temporadas de 24 con estilos originales y de cierta manera individuales e identificados plenamente con sus creadores.

Si quieres llegar a trascender en la Televisión (con T mayúscula), tienes que tener un enfoque más allá de la forma y buscar el fondo. No es lógico esperar que un héroe como El Pantera vuelva a la ciudad habitable. Las personas, por más poderosas que sean, no pueden aspirar a resolver todos los problemas del mundo, pero sí los de su mundo.

Los problemas de inseguridad de una ciudad no son debidos exclusivamente a villanos como el Kingpin, de Daredevil, o los de Lex Luthor, o al Mal por extensión sino debido a decenas de factores unos más que otros que no tienen solución sencilla o individual.

Los guiones por tanto se deberían de enfocar a las relaciones reales de un personaje con su pasado, con su presente y hacia donde debe éste de moverse. Los personajes de comic no mueren normalmente. Los Simpson siguen de la misma edad que hace diecisiete temporadas. Son aventuras distintas las que los hacen moverse y los que hacen que sus lectores les sean fieles. Pero en los nuevos contextos esto ya debe de tener una gran directriz. No me agrada mucho el rollo de lo del Quinto Sol y su extinción. Se me hace oooootro cliché muy a lo Velasco Piña y sus estrafalarios libros. Pero en fin, ya lo conoceremos.

Pero en fin, repito. Televisa está comenzando a meterle kilos a esto. Estoy seguro que hay mucho de donde sacar talento para seguir entregando un producto de calidad.

Sugerencias en buena onda:

Sugiero que se profundicen en la personalidad de cada personaje. Ya se sabe que no hay malos malos en el mundo ni hay buenos buenos (el Doctor House es un buen ejemplo de ello, es un excelente doctor, pero es adicto a un painkiller).

Sugiero que se trate de buscar un estilo original más que buscar mostrar la influencia. Tal vez sea inevitable hacer la cortinilla de la página del comic. Es un elemento familiar dedicado a los fans de su medio original.

Sugiero que se eviten los clichés. Policías vigilantes. Generales redentores. Chicas malas y sensuales que se derriten como vírgenes delante del noble protagonista. Villanos sin aristas de las cuales asirse, sin rasgos que agraden aún por la fascinación real como la que sienten sus presas ante la cobra. El bonachón “compadre” que la puede hacer de patiño o casi sidekick.

Sugiero que eviten ser autocomplacientes diciendo que es un “primer esfuerzo”.

Sugiero que eviten ser complacientes con un público y un rating, si la historia es buena (y eso es lo que Cecil B. de Mille decía acerca de las películas, y de estos esfuerzos, las tres cosas importantes deben ser “la historia, la historia y la historia”) habrá audiencia. Si no hay historia no hay nada porque interesarse, ni por los sorprendentes efectos de cámara, ni por las viejorronas enseñando nalga ni por la constante acción a veces sin sentido que está presente a cada minuto.

Sugiero menos comerciales. Conté como quince en el primer corte. Para eso es la tele abierta, lo sé, para ser vista con comerciales, pero debe de haber una manera de ser menos codiciosos. No maten a la gallina de los huevos de oro, si es que se convierte en eso.

Sugiero que piensen en qué público es el target deseado. ¿El acostumbrado a las producciones de cable, que es de más alto nivel adquisitivo que el de tele abierta? ¿El populachero que le fascina La Parodia? ¿El telenovelero que quiere seguir llorando con los mismos refritos sentimentales de hace cincuenta años?

Sugiero que tengan el objetivo claro. Que piensen que tienen poco tiempo para mostrar una historia completa. Que sientan los productores que tienen una gran oportunidad de entregar un gran trabajo. Que piensen en ganarse los corazones de los televidentes. Que deseen en verdad hacernos olvidar cambiarle de canal en medio de tanto comercial.

Sugiero que recuerden que hay hoy por hoy Héroes, que hay Lost, que hay tres C. S. I. y que allá hacen programas de manera industrial sin ser mencionados en los principales noticieros en cadena nacional cada vez que se estrena uno.

Sugiero no olvidar que cada programa debe de ser, aparte de seguir esa fórmula de la que hablamos arriba, trascendente, importante para nosotros, y que entregue lo que se busca principalmente, entretenimiento de calidad, de fondo y de forma.

Sugiero finalmente, con todo respeto, que no piensen sólo en ratings de temporalidad limitada, que piensen en el televidente común y en el no común, y que nos lleven a recordar, dentro de unos treinta años ¿por qué no?, que hubo una serie mexicana que inició una gran industria de series mexicanas filmadas y que se llamó sencillamente El Pantera.


lunes, mayo 07, 2007

Todos somos Blade Runner. Bueno, no todos.

No recuerdo si he escrito sobre Blade Runner. Creo que no. O no mucho.

Blade Runner es una película que conocí hace 25 años, a un año de comenzar a comprar la revista Heavy Metal. Lo mencionó porque esta revista era el territorio natural del cual se nutren las fantasías o ficciones científicas (no discutiré si el término fantasía se aplica o no, hay abundante material para discurrencias y hoy no es el plan) y por supuesto traía su justa exposición de cuestiones relacionadas con la película y con el mismo Philip K. Dick, autor de la novela, como lo veremos más abajo).

(Heavy Metal fue una revista excelente. Tenía imágenes jamás vistas para un joven de catorce años que estaba en secundaria y entrando a prepa. Una revista afín a los que nos gustaban, y nos gustan, cuestiones de ciencia ficción, fantasía, películas de ambos temas, comics, situaciones y circunstancias similares, amerita escribir de ella algún día).

Vamos por partes.

Blade Runner fue una de esas circunstancias similares. Captó toda mi atención entera. No puedo decir que captó toda la atención entera de toda mi generación. No tengo idea de siquiera ser yo parte de alguna generación en particular.

Pero Blade Runner estuvo como muchas cosas similares en mis continuos despertares (una típica reflexión philipkdickiana) ya hace como veinticinco años.

Compré la película hace poco, eso sí. Y me fascina tenerla. Hace poco hablé con alguien al respecto de si hay películas que tienes por posesión, o por necesidad, o por obligación, Blade Runner es todas esas. “Posesión” es una cosa, “pose” es otra.

Aún y que yo crecí con la versión con su narración y me sentía particularmente encariñada con ella, la versión sin voz me parece fantástica también.

(En estos instantes escucho a una niña con un celular en la mano tocando sus tonos electrónicos de manera incesante, anárquica, irritante, ¿más repercusiones philipkdickianas sublimadas en la vida real?)

La película tiene esa etérea característica que les sucede ya a varias películas de ciencia ficción establecidas, de buenas a primeras no envejecen. Algo aprendieron los realizadores de cine de ciencia ficción durante los últimos cuarenta años.

Ejemplos. Hay películas de los cincuentas tales como “El Día que la Tierra se Detuvo” “The Day that the Earth Stood Out” (no recuerdo el título en español), o “La Guerra de los Mundos”, o “Destino: la Luna” o similares y veámoslo tal cual, al llegar a mediados de los setentas, su envejecimiento es claro. Cohetes preciosos, estilizados, aluminizados o cromados, sin nada que estorbe su esbeltez, vuelan o se impulsa, habría que decir, en el espacio exterior… con cables visibles.

Quizá el programa espacial de los sesenta o la cuestión de tantas sondas realmente interplanetarias y sus formas, o la necesidad de una mayor veracidad, o que los productores siente la obligación de ser realistas han influido en lo que debería ser the real thing, así han proporcionado ese buen envejecimiento que nos han dado 2001: Una Odisea Espacial (se evitó seguir la trama del libro hacia Saturno porque no salía un Saturno convincente, se quedó con Júpiter), Silent Running (del autor de los efectos especiales de 2001, al que Stanley nunca le reconoció su aportación al quedarse él con el Oscar, su único Oscar en toda su trayectoria), la misma Star Wars (que quizá una de las primeras sensaciones a partir de verla era sentir que los planetas y naves estaban gastados dándole esa sensación de autenticidad, o quizá eran las locaciones de Túnez y Guatemala), quizá Outland, y sobre todo, Blade Runner.

Una película famosilla de los setentas, Logan’s Run, por ejemplo, no pasa la prueba de fuego del tiempo, supongo que porque tiene que ver que la combinación de Michael York, Jenny Agutter y Farrah Fawcett, que por más “sexo atrevido” que le inyectaron no fue suficiente. Demasiada sofisticada. Estupidamente sofisticada, más bien, sería la década. De hecho creo que sólo yo me acuerdo de ella, incluso.

Las películas del Planeta de los Simios ahora resultan que son metáforas políticas sobre racismo sólo aguantan a medias (si es que algo), y serios discursos sobre sobrepoblación mundial como Soylent Green (¡…is people!) por su misma cinematografía (muy falsa) no pasan esa prueba del tiempo (su trama es demasiada sencilla para nuestras épocas tan sofisticadas y llenas de cultura).

El Dormilón, The Sleeper, de Woody Allen aguanta sólo porque nos fascina él mismo y porque trae unos excelentes gags visuales que a mis escépticos hijos, Sumos Protectores del Manga y Altos Defensores del Anime, que la acaban de ver, les fascinaron tanto como a mí la primera vez que la pude ver. Y no olvidemos los gags verbales, insuperables.

Si Rollerball, de 1975, aguanta (aunque se parece en ciertas partes a Soylent Green, para mí al menos, es porque me fascinan esas escenas de los partidos con motos explotando en medio de lucha de patines a muerte. Fenomenal espíritu adolescente en acción. (Por favor, eviten la segunda versión, es fenomenalmente fatal).

Pero Blade Runner, de 1982, sí ha prevalecido sin discusiones y sin peros, sin ajustes, sin explicaciones. Blade Runner sí se quedó con nosotros.

(Habiendo yo ya conocido algunos de sus libros, La Penúltima Verdad, en colección SuperFicción de Editorial Roca, por ejemplo, Philip K. Dick había escrito “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” allá por el sesenta y tantos y es fecha que hoy hoy hoy jamás la he leído. De hecho sólo hasta recientemente la conseguí. Una vez más no se trata de ver cual de los dos, novela o película es mejor. Ya iré leyendo la novela poco a poco.)

Ya he escrito aquí suficiente de lo que significa el cine para mí. Religión, afición, superstición, espejo, dilema, cultura, mil sucesos implantados en mi piel. Nunca el cine ha sido intrascendente o pretexto de conversaciones insulsas. Bueno, acepto, hay cada película que…

Blade Runner es una historia que no es que te agrade sólo los efectos especiales, o sólo la historia, o sólo la interpretación de Harrison Ford (bueno), o sólo la compleja muestra de un mundo de 2019 (la novela transcurre en 1992), o las actuaciones de los demás protagonistas, o lo que sucede con Rutger Hauer al final de la película, en la azotea del edificio Bradbury, bajo la lluvia. Más bien es la combinación de todo.

Los efectos no tanto son especiales, sino de ambiente. Efectos que conllevan hasta cierto punto, afectos. Hay escenas fabulosas, como la de las explosiones en el principio en el skyline de la Ciudad de Los Ángeles, o la de las grandes pirámides de departamentos u oficinas, fotografiadas en un gran cielo tornasolado, anaranjado. Los grandes anuncios panorámicos de la japonesa. Las voces rogando para que vayas a visitar o irte a vivir a las colonias. Una y otra y otra vez. Eso es la experiencia irrepetible. Eso mismo, la fotografía y la ambientación son insuperables. Y si le agregamos la música de Vangelis, oooootra onda.

Tal vez algo de aquí influyó en el concepto de ciberpunk, ese género de ciencia ficción que sucede dentro de redes de computadoras, dentro de chips de silicio, aderezado con abundantes neuroimplantes amplificados con drogas estimulantes y que más que revolucionario en trama (que ojala fuera así) lo es en atmósfera. Todo cromado, todo en velocidad terminal, todo acelerado, todo chirriante. (Y no es Crash de J.G. Ballard).

Y si algo tiene Blade Runner, es atmósfera.

Comparemos un poco: El Quinto Elemento de Luc Besson sucede una tercera parte o algo así, en un Nueva York futurista. Hay vehículos flotantes. Hay persecuciones entre estos vehículos. Hay acción. Pero no hay atmósfera. Todo se ve limpio. Pulido. Todo se ve artificial. Y ese es el punto. Finalmente no es convincente. Tú estás afuera, frente a la pantalla de cine o de tu TV y te sientes que El Quinto Elemento con todo y Bruce Willis y Gary Oldman, son actores (actorazos, tengo debilidad por ambos) puestos a moverse contra una superficie azul. En cambio acá ves a Rutger Hauer sacándole los ojos a su creador y ves un dolor y un sufrimiento en ambos (más en su creador, supongo). No hay vuelta de hoja. Blade Runner será una gran película en veinte años. El Quinto Elemento será, (lo lamento) sólo una película más.

Ahora Minority Report del gran Steven Spielberg (¿acaso no he dicho que fue escrita a partir de un cuento de Philip K. Dick?). Todo un superartesano el Steven. Pero en Minority él apuesta al billetazo (como muchas veces). Al gran efecto especial. Claro, mucho de la película es un gran efecto especial (las pantallas en el aire que utilizan los investigadores policiales, los vehículos subiendo por superficies verticales, la integración de la publicidad personalizada en el metro, y casualmente para terminar esto, la escena de la operación de los ojos que trae reminiscencias del diseñador de ojos oriental con quien se encuentra Hauer a principios de Blade) pero Tom Cruise, con todo el dolor que siente al ser manipulado para llegar hacia el gran final, no está a la altura de los intercambios emocionales que se dan entre Deckard (Harrison Ford) y Batty (Rutger Hauer) en esa azotea.

No hay grandeza en los actos de nadie entre los personajes de Minority Report. Incluso el final es uno de tantos que tiene que ver con un artilugio que entierra al maldito antagonista frente a sus iguales. Y ese es un final que hemos visto tantas veces de tantas maneras (El Fugitivo con ¿…Harrison Ford? es el primero que se me viene a la cabeza; otro, el final de la quinta temporada de 24 con el insuperable Jack Bauer es muy similar también) que ya está todo telegrafiado desde el comienzo del rollo de en medio, o la escena 13, hablando de DVDs.

Gran mérito de todo esto (no poca parte de la atmósfera) debió haber sido la confianza depositada en un futurista de verdad, el bueno de Syd Mead, quien tranquilamente dispuso de una gran tela para verter toda su experiencia de alguien dedicado realmente a pensar en el diseño de las cosas del futuro.

Muchas ocasiones se olvida que las películas que hablan del futuro no exactamente son de naves espaciales o de mostrar descripciones de grandes civilizaciones, sino que ellas tratan de mostrar el futuro del ¿qué pasaría si…? Y llevarlo a sus últimas consecuencias.

De ese modo se observan los transportes, los puestos de comida, las habitaciones, los cabarets y cuestiones que puestos a nuestra vista así, nosotros los reconocemos en sus funciones básicas, básicas y lógicas.

Esto, aunque no tendrá el encanto fantalizado (palabra que inventé) de una cantina en Mos Eisley (en el planeta Tatooine, ¡Visítelo!), donde por cierto, el mismo Harrison Ford se entrevista con un viejo mago o sacerdote junto con un joven aventurero y dos raros androides, rodeados ellos de decenas de seres extraídos de un libro de pesadillas, pero que ya tendríamos que ver el baño a ver como se encuentra (como bien lo ilustró en un excelente y recordable chiste Sergio Aragonés, en la revista MAD correspondiente a aquél mes de 1977, probablemente Diciembre): repleto de extraños mingitorios retorcidos para todo tipo de… ustedes me entienden.

Blade Runner en ese sentido, fue diseñada para durar. No dudo que pasaremos el año de 2019… (Recordémoslo, son sólo doce años de aquí para allá, hace doce años fue el año de 1995 y que tan bien o mal se recuerda, ¿eh?) …y la sigamos viendo como si fuera un mundo alternativo, completo y contenido en su totalidad.

Los replicantes o androides a los que se da persecución nos tienen que simpatizar (un poco violentos, pero entendámoslos, están en busca de más vida, sólo tienen cuatro años por vivir y el tiempo se les acaba, ¿es muy duro ponerse en sus zapatos?) en sus dramas vividos. Y sabiendo que no les queda mucho por delante. Esa es una parte de la conciencia de todo esto. Saben que les queda poco tiempo. Nosotros no lo sabemos, podría ser mucho o poco. Pero la clave de la felicidad en esta alegre tierra que vivimos es que no sabemos ese pequeño gran dato.

O bueno, si lo mantenemos a una cuestión sencilla de ellos contra nosotros, bueno, ahí ni dudarlo, pero creo que se podría llegar a un buen acuerdo. Ahora, por otro lado, los replicantes van en busca de su creador para buscar la prórroga o para buscar ¿el desquite?

La relación que tiene Deckard con la replicante Rachael, Sean Young, también no está exenta de contradicciones tales y como los buenos personajes siempre deben de tener. La debe de matar, pero la quiere, sabe que tiene vida ilimitada, la única replicante que tiene tal característica. Pero el destino es complejo. Ahí viene Edward James Olmos en su genial personaje Gaff (recién salido de Zoot Suit y tal vez preparándose para dentro de veinte y pico de años, ser el comandante Adama de Battlestar Galactica) que está picándole los talones para que cumpla con el cometido de Blade Runner, o sea, destruir a los replicantes. A todos, sin excepción.

De las mejores escenas con contenido inusual en una película denominada a primera vista de acción, está la escena del piano que él toca con cierta calma y melancolía. O en la que él mira las fotos de los replicantes que más que fotografías simples son sus recuerdos casi tangibles.

Ahí está uno de los motivos recurrentes de Philip K. Dick, y que tiene tantos seguidores hoy en día a través de tantas películas, ¿cuál es la verdad? ¿La que nos convencemos que una señora es tu mamá sólo porque lo dice una foto? ¿Qué creemos que somos una manchita en una foto de grupo cuando alguien nos dijo que ese éramos en particular? (En una gran interrogante de un subalterno hacia el personaje de Kevin Costner en la película de JFK, a la hora de comparar posibles complots y sus posibles e impresionantes e inesperados motivaciones y/o participantes, nos da la terrible afirmación:”tú sabes quien fue tu padre, sólo porque tu madre te lo dijo”. Im-pla-ca-ble. Díganme si no.)

La realidad es la que tú, y por ende, todos, te vas forjando a través de millones de comparaciones a través de los días y los años con lo que está previsto que es, con tus idiosincrasias, tus educaciones, tus ambientes, los chismes que te dijeron en la escuela, en tu barrio o vecindario. Un hecho nuevo, para verificar el grado de veracidad que le vas a atribuir, lo comparas con los que te han sucedido, no tienes de otra. Si no lo haces entras en la confusión o preguntas o te ilustras o como sea. Pero primero lo tratas de comparar.

Tanto si eres crédulo o si algo tiene cierto grado de credibilidad, lo pones en la lista de “cuestiones veraces muy probablemente”. De lo contrario lo pones en la lista de “cuestiones a recordar probar después a la luz de más evidencia”, para ganar más tiempo; o finalmente lo colocas en la lista de “cuestiones poco probables”, “cuestiones poco posibles” o en la de “cuestiones lo más rotundamente falsas”.

Así está construida la realidad en la que existimos, pedacito a pedacito, centímetro a centímetro, gramo a gramo, la vamos creando al ir comparando siempre, o de otro ángulo la vamos sospechando siempre, y finalmente la vamos asimilando como comprobable o no.

En el caso de los replicantes, obvio, no fue así. A ellos les dieron sus listas de referencia completas desde el principio. Ellos siguen realizando comparaciones, pero lo hacen en base a listas ya prefabricadas de alguien más. Sus recuerdos ya están impresos o ya están como ya se dice incluso no tanto en el habla popular pero como tema ya en TV, como conceptos implantados (si afirmamos que ya hasta en la TV los tenemos significa que eso ya es mucho decir, las películas de Eterno Resplandor de una Mente Reluciente o The Matrix, la primera, son un ejemplo).

Quizá sus recuerdos ya les son tan queridos como los nuestros porque tal vez aquí ellos no tienen punto de referencia conocido para poder determinar que hay diferencia entre un recuerdo implantado de una experiencia feliz de su niñez o el propio recuerdo real. (Mis hermanos me divierten mucho en estos temas: estoy positivamente seguro que algunas cuestiones que comentan en una reunión familiar son falsas, inventadas o exageradas al menos, ellos me están tratando de implantar a fuerza sus propios puntos de vista, o de plano me implantaron los equivocados, el problema es ¿cómo saberlo a fin de cuentas?)

Otro ejemplo terrestre: A mi me tocó vender sistemas de telecomunicaciones. Me dijeron que nuestras marcas eran mejores (hasta cierto punto) que las de otras marcas. Me lo instruyeron. Me dieron mi lista de referencia prefabricada y la seguí al pie de la letra. No creo que eso fuera del todo insincero o falso, digo, yo confiaba en quien me lo decía y confiaba en el porqué me lo decían. Algo vendí incluso.

No, yo no fui un replicante.

Blade Runner y el acto de humanidad al final proporcionado por un replicante que no tenía nada que perder. Una escena por donde se vea poderosa, original, inspirada. Siempre saldrán las respuestas simplistas a los porqués. Pero dejando un lado a ello, lo que vimos es algo que siempre quedará guardado. Quizá ese sea el mejor momento de Rutger Hauer en su larga historia del cine en la que ha estado (incluyo Nighthawks y Fatherland).

Concluyendo. Blade Runner es una película realizada por un gran artesano, Ridley Scott (que todos los que sabemos del tema reconocemos que entregó antes otra joya del género ciencia ficción, Alien, también de la que se podría escribir a montones), que fue hecha con toda la mano, que tal vez no pegó lo suficiente en su tiempo, que ahora la tengo yo y que inexplicablemente me hace sentir mejor el tenerla que el no tenerla.

Ahora si tan sólo pudiera darme tiempo de leer la novela…

…porque ahora resulta que a Philip K. Dick le entregaron el reconocimiento póstumo de estar en la Biblioteca de América, una especie de Salón de la Fama literario que sólo tiene a los mejores escritores entre sus elegidos. Ahí están cuatro de sus entre cuarenta y pico de novelas: Los Tres Estigmas de Robert Aldritch, El Hombre en el Castillo, Ubik y ¿Sueñan los androides con Ovejas Eléctricas? Lo cual es una situación algo simpática a lo más ya que Dick no confiaba en absoluto en cualquier cosa que pudiera ser institucional de alguna manera. ¿Qué diría ahora?

Pero como Van Gogh, Philip K. Dick nunca pudo gozar de su popularidad. Tantas películas que se han hecho ya no sólo de sus novelas, ahora hasta de sus cuentos. Ni hablar. (De sus últimas para mí sólo Minority Report). Ya dije.

Nadie sabe para quien trabaja.

Postfacio:

Nada más para terminar. Philip K. Dick escribía en un ambiente no tan literario llamado Pulp, como el de Pulp Fiction, aquél tipo de libros que eran impresos en papel del que se llama “papel revolución”. Eran ediciones chafas, baratas, que buscaban sólo complacer a gente sin mucha exigencia o requerimiento. Muchas ocasiones esas ediciones se lanzaban con dos novelas incluidas, una especie de dos por uno, con lujuriosas portadas y con títulos muy sugerentes. De estas ediciones un editor comentó que si la Biblia pudiera ser condensada para ser publicada en este tipo de libro de dos por uno, la primera parte, el Antiguo Testamento se llamaría “El Amo del Caos” y la segunda parte, el Nuevo Testamento, tendría por nombre “La Cosa de las Tres Almas”.

Simpático. Tiene que ser.

Parafraseando: …Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir…

Genial.