No recuerdo si he escrito sobre Blade Runner. Creo que no. O no mucho.
Blade Runner es una película que conocí hace 25 años, a un año de comenzar a comprar la revista Heavy Metal. Lo mencionó porque esta revista era el territorio natural del cual se nutren las fantasías o ficciones científicas (no discutiré si el término fantasía se aplica o no, hay abundante material para discurrencias y hoy no es el plan) y por supuesto traía su justa exposición de cuestiones relacionadas con la película y con el mismo Philip K. Dick, autor de la novela, como lo veremos más abajo).
(Heavy Metal fue una revista excelente. Tenía imágenes jamás vistas para un joven de catorce años que estaba en secundaria y entrando a prepa. Una revista afín a los que nos gustaban, y nos gustan, cuestiones de ciencia ficción, fantasía, películas de ambos temas, comics, situaciones y circunstancias similares, amerita escribir de ella algún día).
Vamos por partes.
Blade Runner fue una de esas circunstancias similares. Captó toda mi atención entera. No puedo decir que captó toda la atención entera de toda mi generación. No tengo idea de siquiera ser yo parte de alguna generación en particular.
Pero Blade Runner estuvo como muchas cosas similares en mis continuos despertares (una típica reflexión philipkdickiana) ya hace como veinticinco años.
Compré la película hace poco, eso sí. Y me fascina tenerla. Hace poco hablé con alguien al respecto de si hay películas que tienes por posesión, o por necesidad, o por obligación, Blade Runner es todas esas. “Posesión” es una cosa, “pose” es otra.
Aún y que yo crecí con la versión con su narración y me sentía particularmente encariñada con ella, la versión sin voz me parece fantástica también.
(En estos instantes escucho a una niña con un celular en la mano tocando sus tonos electrónicos de manera incesante, anárquica, irritante, ¿más repercusiones philipkdickianas sublimadas en la vida real?)
La película tiene esa etérea característica que les sucede ya a varias películas de ciencia ficción establecidas, de buenas a primeras no envejecen. Algo aprendieron los realizadores de cine de ciencia ficción durante los últimos cuarenta años.
Ejemplos. Hay películas de los cincuentas tales como “El Día que la Tierra se Detuvo” “The Day that the Earth Stood Out” (no recuerdo el título en español), o “La Guerra de los Mundos”, o “Destino: la Luna” o similares y veámoslo tal cual, al llegar a mediados de los setentas, su envejecimiento es claro. Cohetes preciosos, estilizados, aluminizados o cromados, sin nada que estorbe su esbeltez, vuelan o se impulsa, habría que decir, en el espacio exterior… con cables visibles.
Quizá el programa espacial de los sesenta o la cuestión de tantas sondas realmente interplanetarias y sus formas, o la necesidad de una mayor veracidad, o que los productores siente la obligación de ser realistas han influido en lo que debería ser the real thing, así han proporcionado ese buen envejecimiento que nos han dado 2001: Una Odisea Espacial (se evitó seguir la trama del libro hacia Saturno porque no salía un Saturno convincente, se quedó con Júpiter), Silent Running (del autor de los efectos especiales de 2001, al que Stanley nunca le reconoció su aportación al quedarse él con el Oscar, su único Oscar en toda su trayectoria), la misma Star Wars (que quizá una de las primeras sensaciones a partir de verla era sentir que los planetas y naves estaban gastados dándole esa sensación de autenticidad, o quizá eran las locaciones de Túnez y Guatemala), quizá Outland, y sobre todo, Blade Runner.
Una película famosilla de los setentas, Logan’s Run, por ejemplo, no pasa la prueba de fuego del tiempo, supongo que porque tiene que ver que la combinación de Michael York, Jenny Agutter y Farrah Fawcett, que por más “sexo atrevido” que le inyectaron no fue suficiente. Demasiada sofisticada. Estupidamente sofisticada, más bien, sería la década. De hecho creo que sólo yo me acuerdo de ella, incluso.
Las películas del Planeta de los Simios ahora resultan que son metáforas políticas sobre racismo sólo aguantan a medias (si es que algo), y serios discursos sobre sobrepoblación mundial como Soylent Green (¡…is people!) por su misma cinematografía (muy falsa) no pasan esa prueba del tiempo (su trama es demasiada sencilla para nuestras épocas tan sofisticadas y llenas de cultura).
El Dormilón, The Sleeper, de Woody Allen aguanta sólo porque nos fascina él mismo y porque trae unos excelentes gags visuales que a mis escépticos hijos, Sumos Protectores del Manga y Altos Defensores del Anime, que la acaban de ver, les fascinaron tanto como a mí la primera vez que la pude ver. Y no olvidemos los gags verbales, insuperables.
Si Rollerball, de 1975, aguanta (aunque se parece en ciertas partes a Soylent Green, para mí al menos, es porque me fascinan esas escenas de los partidos con motos explotando en medio de lucha de patines a muerte. Fenomenal espíritu adolescente en acción. (Por favor, eviten la segunda versión, es fenomenalmente fatal).
Pero Blade Runner, de 1982, sí ha prevalecido sin discusiones y sin peros, sin ajustes, sin explicaciones. Blade Runner sí se quedó con nosotros.
(Habiendo yo ya conocido algunos de sus libros, La Penúltima Verdad, en colección SuperFicción de Editorial Roca, por ejemplo, Philip K. Dick había escrito “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” allá por el sesenta y tantos y es fecha que hoy hoy hoy jamás la he leído. De hecho sólo hasta recientemente la conseguí. Una vez más no se trata de ver cual de los dos, novela o película es mejor. Ya iré leyendo la novela poco a poco.)
Ya he escrito aquí suficiente de lo que significa el cine para mí. Religión, afición, superstición, espejo, dilema, cultura, mil sucesos implantados en mi piel. Nunca el cine ha sido intrascendente o pretexto de conversaciones insulsas. Bueno, acepto, hay cada película que…
Blade Runner es una historia que no es que te agrade sólo los efectos especiales, o sólo la historia, o sólo la interpretación de Harrison Ford (bueno), o sólo la compleja muestra de un mundo de 2019 (la novela transcurre en 1992), o las actuaciones de los demás protagonistas, o lo que sucede con Rutger Hauer al final de la película, en la azotea del edificio Bradbury, bajo la lluvia. Más bien es la combinación de todo.
Los efectos no tanto son especiales, sino de ambiente. Efectos que conllevan hasta cierto punto, afectos. Hay escenas fabulosas, como la de las explosiones en el principio en el skyline de la Ciudad de Los Ángeles, o la de las grandes pirámides de departamentos u oficinas, fotografiadas en un gran cielo tornasolado, anaranjado. Los grandes anuncios panorámicos de la japonesa. Las voces rogando para que vayas a visitar o irte a vivir a las colonias. Una y otra y otra vez. Eso es la experiencia irrepetible. Eso mismo, la fotografía y la ambientación son insuperables. Y si le agregamos la música de Vangelis, oooootra onda.
Tal vez algo de aquí influyó en el concepto de ciberpunk, ese género de ciencia ficción que sucede dentro de redes de computadoras, dentro de chips de silicio, aderezado con abundantes neuroimplantes amplificados con drogas estimulantes y que más que revolucionario en trama (que ojala fuera así) lo es en atmósfera. Todo cromado, todo en velocidad terminal, todo acelerado, todo chirriante. (Y no es Crash de J.G. Ballard).
Y si algo tiene Blade Runner, es atmósfera.
Comparemos un poco: El Quinto Elemento de Luc Besson sucede una tercera parte o algo así, en un Nueva York futurista. Hay vehículos flotantes. Hay persecuciones entre estos vehículos. Hay acción. Pero no hay atmósfera. Todo se ve limpio. Pulido. Todo se ve artificial. Y ese es el punto. Finalmente no es convincente. Tú estás afuera, frente a la pantalla de cine o de tu TV y te sientes que El Quinto Elemento con todo y Bruce Willis y Gary Oldman, son actores (actorazos, tengo debilidad por ambos) puestos a moverse contra una superficie azul. En cambio acá ves a Rutger Hauer sacándole los ojos a su creador y ves un dolor y un sufrimiento en ambos (más en su creador, supongo). No hay vuelta de hoja. Blade Runner será una gran película en veinte años. El Quinto Elemento será, (lo lamento) sólo una película más.
Ahora Minority Report del gran Steven Spielberg (¿acaso no he dicho que fue escrita a partir de un cuento de Philip K. Dick?). Todo un superartesano el Steven. Pero en Minority él apuesta al billetazo (como muchas veces). Al gran efecto especial. Claro, mucho de la película es un gran efecto especial (las pantallas en el aire que utilizan los investigadores policiales, los vehículos subiendo por superficies verticales, la integración de la publicidad personalizada en el metro, y casualmente para terminar esto, la escena de la operación de los ojos que trae reminiscencias del diseñador de ojos oriental con quien se encuentra Hauer a principios de Blade) pero Tom Cruise, con todo el dolor que siente al ser manipulado para llegar hacia el gran final, no está a la altura de los intercambios emocionales que se dan entre Deckard (Harrison Ford) y Batty (Rutger Hauer) en esa azotea.
No hay grandeza en los actos de nadie entre los personajes de Minority Report. Incluso el final es uno de tantos que tiene que ver con un artilugio que entierra al maldito antagonista frente a sus iguales. Y ese es un final que hemos visto tantas veces de tantas maneras (El Fugitivo con ¿…Harrison Ford? es el primero que se me viene a la cabeza; otro, el final de la quinta temporada de 24 con el insuperable Jack Bauer es muy similar también) que ya está todo telegrafiado desde el comienzo del rollo de en medio, o la escena 13, hablando de DVDs.
Gran mérito de todo esto (no poca parte de la atmósfera) debió haber sido la confianza depositada en un futurista de verdad, el bueno de Syd Mead, quien tranquilamente dispuso de una gran tela para verter toda su experiencia de alguien dedicado realmente a pensar en el diseño de las cosas del futuro.
Muchas ocasiones se olvida que las películas que hablan del futuro no exactamente son de naves espaciales o de mostrar descripciones de grandes civilizaciones, sino que ellas tratan de mostrar el futuro del ¿qué pasaría si…? Y llevarlo a sus últimas consecuencias.
De ese modo se observan los transportes, los puestos de comida, las habitaciones, los cabarets y cuestiones que puestos a nuestra vista así, nosotros los reconocemos en sus funciones básicas, básicas y lógicas.
Esto, aunque no tendrá el encanto fantalizado (palabra que inventé) de una cantina en Mos Eisley (en el planeta Tatooine, ¡Visítelo!), donde por cierto, el mismo Harrison Ford se entrevista con un viejo mago o sacerdote junto con un joven aventurero y dos raros androides, rodeados ellos de decenas de seres extraídos de un libro de pesadillas, pero que ya tendríamos que ver el baño a ver como se encuentra (como bien lo ilustró en un excelente y recordable chiste Sergio Aragonés, en la revista MAD correspondiente a aquél mes de 1977, probablemente Diciembre): repleto de extraños mingitorios retorcidos para todo tipo de… ustedes me entienden.
Blade Runner en ese sentido, fue diseñada para durar. No dudo que pasaremos el año de 2019… (Recordémoslo, son sólo doce años de aquí para allá, hace doce años fue el año de 1995 y que tan bien o mal se recuerda, ¿eh?) …y la sigamos viendo como si fuera un mundo alternativo, completo y contenido en su totalidad.
Los replicantes o androides a los que se da persecución nos tienen que simpatizar (un poco violentos, pero entendámoslos, están en busca de más vida, sólo tienen cuatro años por vivir y el tiempo se les acaba, ¿es muy duro ponerse en sus zapatos?) en sus dramas vividos. Y sabiendo que no les queda mucho por delante. Esa es una parte de la conciencia de todo esto. Saben que les queda poco tiempo. Nosotros no lo sabemos, podría ser mucho o poco. Pero la clave de la felicidad en esta alegre tierra que vivimos es que no sabemos ese pequeño gran dato.
O bueno, si lo mantenemos a una cuestión sencilla de ellos contra nosotros, bueno, ahí ni dudarlo, pero creo que se podría llegar a un buen acuerdo. Ahora, por otro lado, los replicantes van en busca de su creador para buscar la prórroga o para buscar ¿el desquite?
La relación que tiene Deckard con la replicante Rachael, Sean Young, también no está exenta de contradicciones tales y como los buenos personajes siempre deben de tener. La debe de matar, pero la quiere, sabe que tiene vida ilimitada, la única replicante que tiene tal característica. Pero el destino es complejo. Ahí viene Edward James Olmos en su genial personaje Gaff (recién salido de Zoot Suit y tal vez preparándose para dentro de veinte y pico de años, ser el comandante Adama de Battlestar Galactica) que está picándole los talones para que cumpla con el cometido de Blade Runner, o sea, destruir a los replicantes. A todos, sin excepción.
De las mejores escenas con contenido inusual en una película denominada a primera vista de acción, está la escena del piano que él toca con cierta calma y melancolía. O en la que él mira las fotos de los replicantes que más que fotografías simples son sus recuerdos casi tangibles.
Ahí está uno de los motivos recurrentes de Philip K. Dick, y que tiene tantos seguidores hoy en día a través de tantas películas, ¿cuál es la verdad? ¿La que nos convencemos que una señora es tu mamá sólo porque lo dice una foto? ¿Qué creemos que somos una manchita en una foto de grupo cuando alguien nos dijo que ese éramos en particular? (En una gran interrogante de un subalterno hacia el personaje de Kevin Costner en la película de JFK, a la hora de comparar posibles complots y sus posibles e impresionantes e inesperados motivaciones y/o participantes, nos da la terrible afirmación:”tú sabes quien fue tu padre, sólo porque tu madre te lo dijo”. Im-pla-ca-ble. Díganme si no.)
La realidad es la que tú, y por ende, todos, te vas forjando a través de millones de comparaciones a través de los días y los años con lo que está previsto que es, con tus idiosincrasias, tus educaciones, tus ambientes, los chismes que te dijeron en la escuela, en tu barrio o vecindario. Un hecho nuevo, para verificar el grado de veracidad que le vas a atribuir, lo comparas con los que te han sucedido, no tienes de otra. Si no lo haces entras en la confusión o preguntas o te ilustras o como sea. Pero primero lo tratas de comparar.
Tanto si eres crédulo o si algo tiene cierto grado de credibilidad, lo pones en la lista de “cuestiones veraces muy probablemente”. De lo contrario lo pones en la lista de “cuestiones a recordar probar después a la luz de más evidencia”, para ganar más tiempo; o finalmente lo colocas en la lista de “cuestiones poco probables”, “cuestiones poco posibles” o en la de “cuestiones lo más rotundamente falsas”.
Así está construida la realidad en la que existimos, pedacito a pedacito, centímetro a centímetro, gramo a gramo, la vamos creando al ir comparando siempre, o de otro ángulo la vamos sospechando siempre, y finalmente la vamos asimilando como comprobable o no.
En el caso de los replicantes, obvio, no fue así. A ellos les dieron sus listas de referencia completas desde el principio. Ellos siguen realizando comparaciones, pero lo hacen en base a listas ya prefabricadas de alguien más. Sus recuerdos ya están impresos o ya están como ya se dice incluso no tanto en el habla popular pero como tema ya en TV, como conceptos implantados (si afirmamos que ya hasta en la TV los tenemos significa que eso ya es mucho decir, las películas de Eterno Resplandor de una Mente Reluciente o The Matrix, la primera, son un ejemplo).
Quizá sus recuerdos ya les son tan queridos como los nuestros porque tal vez aquí ellos no tienen punto de referencia conocido para poder determinar que hay diferencia entre un recuerdo implantado de una experiencia feliz de su niñez o el propio recuerdo real. (Mis hermanos me divierten mucho en estos temas: estoy positivamente seguro que algunas cuestiones que comentan en una reunión familiar son falsas, inventadas o exageradas al menos, ellos me están tratando de implantar a fuerza sus propios puntos de vista, o de plano me implantaron los equivocados, el problema es ¿cómo saberlo a fin de cuentas?)
Otro ejemplo terrestre: A mi me tocó vender sistemas de telecomunicaciones. Me dijeron que nuestras marcas eran mejores (hasta cierto punto) que las de otras marcas. Me lo instruyeron. Me dieron mi lista de referencia prefabricada y la seguí al pie de la letra. No creo que eso fuera del todo insincero o falso, digo, yo confiaba en quien me lo decía y confiaba en el porqué me lo decían. Algo vendí incluso.
No, yo no fui un replicante.
Blade Runner y el acto de humanidad al final proporcionado por un replicante que no tenía nada que perder. Una escena por donde se vea poderosa, original, inspirada. Siempre saldrán las respuestas simplistas a los porqués. Pero dejando un lado a ello, lo que vimos es algo que siempre quedará guardado. Quizá ese sea el mejor momento de Rutger Hauer en su larga historia del cine en la que ha estado (incluyo Nighthawks y Fatherland).
Concluyendo. Blade Runner es una película realizada por un gran artesano, Ridley Scott (que todos los que sabemos del tema reconocemos que entregó antes otra joya del género ciencia ficción, Alien, también de la que se podría escribir a montones), que fue hecha con toda la mano, que tal vez no pegó lo suficiente en su tiempo, que ahora la tengo yo y que inexplicablemente me hace sentir mejor el tenerla que el no tenerla.
Ahora si tan sólo pudiera darme tiempo de leer la novela…
…porque ahora resulta que a Philip K. Dick le entregaron el reconocimiento póstumo de estar en la Biblioteca de América, una especie de Salón de la Fama literario que sólo tiene a los mejores escritores entre sus elegidos. Ahí están cuatro de sus entre cuarenta y pico de novelas: Los Tres Estigmas de Robert Aldritch, El Hombre en el Castillo, Ubik y ¿Sueñan los androides con Ovejas Eléctricas? Lo cual es una situación algo simpática a lo más ya que Dick no confiaba en absoluto en cualquier cosa que pudiera ser institucional de alguna manera. ¿Qué diría ahora?
Pero como Van Gogh, Philip K. Dick nunca pudo gozar de su popularidad. Tantas películas que se han hecho ya no sólo de sus novelas, ahora hasta de sus cuentos. Ni hablar. (De sus últimas para mí sólo Minority Report). Ya dije.
Nadie sabe para quien trabaja.
Postfacio:
Nada más para terminar. Philip K. Dick escribía en un ambiente no tan literario llamado Pulp, como el de Pulp Fiction, aquél tipo de libros que eran impresos en papel del que se llama “papel revolución”. Eran ediciones chafas, baratas, que buscaban sólo complacer a gente sin mucha exigencia o requerimiento. Muchas ocasiones esas ediciones se lanzaban con dos novelas incluidas, una especie de dos por uno, con lujuriosas portadas y con títulos muy sugerentes. De estas ediciones un editor comentó que si la Biblia pudiera ser condensada para ser publicada en este tipo de libro de dos por uno, la primera parte, el Antiguo Testamento se llamaría “El Amo del Caos” y la segunda parte, el Nuevo Testamento, tendría por nombre “La Cosa de las Tres Almas”.
Simpático. Tiene que ser.
Parafraseando: …Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir…
Genial.
Blade Runner es una película que conocí hace 25 años, a un año de comenzar a comprar la revista Heavy Metal. Lo mencionó porque esta revista era el territorio natural del cual se nutren las fantasías o ficciones científicas (no discutiré si el término fantasía se aplica o no, hay abundante material para discurrencias y hoy no es el plan) y por supuesto traía su justa exposición de cuestiones relacionadas con la película y con el mismo Philip K. Dick, autor de la novela, como lo veremos más abajo).
(Heavy Metal fue una revista excelente. Tenía imágenes jamás vistas para un joven de catorce años que estaba en secundaria y entrando a prepa. Una revista afín a los que nos gustaban, y nos gustan, cuestiones de ciencia ficción, fantasía, películas de ambos temas, comics, situaciones y circunstancias similares, amerita escribir de ella algún día).
Vamos por partes.
Blade Runner fue una de esas circunstancias similares. Captó toda mi atención entera. No puedo decir que captó toda la atención entera de toda mi generación. No tengo idea de siquiera ser yo parte de alguna generación en particular.
Pero Blade Runner estuvo como muchas cosas similares en mis continuos despertares (una típica reflexión philipkdickiana) ya hace como veinticinco años.
Compré la película hace poco, eso sí. Y me fascina tenerla. Hace poco hablé con alguien al respecto de si hay películas que tienes por posesión, o por necesidad, o por obligación, Blade Runner es todas esas. “Posesión” es una cosa, “pose” es otra.
Aún y que yo crecí con la versión con su narración y me sentía particularmente encariñada con ella, la versión sin voz me parece fantástica también.
(En estos instantes escucho a una niña con un celular en la mano tocando sus tonos electrónicos de manera incesante, anárquica, irritante, ¿más repercusiones philipkdickianas sublimadas en la vida real?)
La película tiene esa etérea característica que les sucede ya a varias películas de ciencia ficción establecidas, de buenas a primeras no envejecen. Algo aprendieron los realizadores de cine de ciencia ficción durante los últimos cuarenta años.
Ejemplos. Hay películas de los cincuentas tales como “El Día que la Tierra se Detuvo” “The Day that the Earth Stood Out” (no recuerdo el título en español), o “La Guerra de los Mundos”, o “Destino: la Luna” o similares y veámoslo tal cual, al llegar a mediados de los setentas, su envejecimiento es claro. Cohetes preciosos, estilizados, aluminizados o cromados, sin nada que estorbe su esbeltez, vuelan o se impulsa, habría que decir, en el espacio exterior… con cables visibles.
Quizá el programa espacial de los sesenta o la cuestión de tantas sondas realmente interplanetarias y sus formas, o la necesidad de una mayor veracidad, o que los productores siente la obligación de ser realistas han influido en lo que debería ser the real thing, así han proporcionado ese buen envejecimiento que nos han dado 2001: Una Odisea Espacial (se evitó seguir la trama del libro hacia Saturno porque no salía un Saturno convincente, se quedó con Júpiter), Silent Running (del autor de los efectos especiales de 2001, al que Stanley nunca le reconoció su aportación al quedarse él con el Oscar, su único Oscar en toda su trayectoria), la misma Star Wars (que quizá una de las primeras sensaciones a partir de verla era sentir que los planetas y naves estaban gastados dándole esa sensación de autenticidad, o quizá eran las locaciones de Túnez y Guatemala), quizá Outland, y sobre todo, Blade Runner.
Una película famosilla de los setentas, Logan’s Run, por ejemplo, no pasa la prueba de fuego del tiempo, supongo que porque tiene que ver que la combinación de Michael York, Jenny Agutter y Farrah Fawcett, que por más “sexo atrevido” que le inyectaron no fue suficiente. Demasiada sofisticada. Estupidamente sofisticada, más bien, sería la década. De hecho creo que sólo yo me acuerdo de ella, incluso.
Las películas del Planeta de los Simios ahora resultan que son metáforas políticas sobre racismo sólo aguantan a medias (si es que algo), y serios discursos sobre sobrepoblación mundial como Soylent Green (¡…is people!) por su misma cinematografía (muy falsa) no pasan esa prueba del tiempo (su trama es demasiada sencilla para nuestras épocas tan sofisticadas y llenas de cultura).
El Dormilón, The Sleeper, de Woody Allen aguanta sólo porque nos fascina él mismo y porque trae unos excelentes gags visuales que a mis escépticos hijos, Sumos Protectores del Manga y Altos Defensores del Anime, que la acaban de ver, les fascinaron tanto como a mí la primera vez que la pude ver. Y no olvidemos los gags verbales, insuperables.
Si Rollerball, de 1975, aguanta (aunque se parece en ciertas partes a Soylent Green, para mí al menos, es porque me fascinan esas escenas de los partidos con motos explotando en medio de lucha de patines a muerte. Fenomenal espíritu adolescente en acción. (Por favor, eviten la segunda versión, es fenomenalmente fatal).
Pero Blade Runner, de 1982, sí ha prevalecido sin discusiones y sin peros, sin ajustes, sin explicaciones. Blade Runner sí se quedó con nosotros.
(Habiendo yo ya conocido algunos de sus libros, La Penúltima Verdad, en colección SuperFicción de Editorial Roca, por ejemplo, Philip K. Dick había escrito “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” allá por el sesenta y tantos y es fecha que hoy hoy hoy jamás la he leído. De hecho sólo hasta recientemente la conseguí. Una vez más no se trata de ver cual de los dos, novela o película es mejor. Ya iré leyendo la novela poco a poco.)
Ya he escrito aquí suficiente de lo que significa el cine para mí. Religión, afición, superstición, espejo, dilema, cultura, mil sucesos implantados en mi piel. Nunca el cine ha sido intrascendente o pretexto de conversaciones insulsas. Bueno, acepto, hay cada película que…
Blade Runner es una historia que no es que te agrade sólo los efectos especiales, o sólo la historia, o sólo la interpretación de Harrison Ford (bueno), o sólo la compleja muestra de un mundo de 2019 (la novela transcurre en 1992), o las actuaciones de los demás protagonistas, o lo que sucede con Rutger Hauer al final de la película, en la azotea del edificio Bradbury, bajo la lluvia. Más bien es la combinación de todo.
Los efectos no tanto son especiales, sino de ambiente. Efectos que conllevan hasta cierto punto, afectos. Hay escenas fabulosas, como la de las explosiones en el principio en el skyline de la Ciudad de Los Ángeles, o la de las grandes pirámides de departamentos u oficinas, fotografiadas en un gran cielo tornasolado, anaranjado. Los grandes anuncios panorámicos de la japonesa. Las voces rogando para que vayas a visitar o irte a vivir a las colonias. Una y otra y otra vez. Eso es la experiencia irrepetible. Eso mismo, la fotografía y la ambientación son insuperables. Y si le agregamos la música de Vangelis, oooootra onda.
Tal vez algo de aquí influyó en el concepto de ciberpunk, ese género de ciencia ficción que sucede dentro de redes de computadoras, dentro de chips de silicio, aderezado con abundantes neuroimplantes amplificados con drogas estimulantes y que más que revolucionario en trama (que ojala fuera así) lo es en atmósfera. Todo cromado, todo en velocidad terminal, todo acelerado, todo chirriante. (Y no es Crash de J.G. Ballard).
Y si algo tiene Blade Runner, es atmósfera.
Comparemos un poco: El Quinto Elemento de Luc Besson sucede una tercera parte o algo así, en un Nueva York futurista. Hay vehículos flotantes. Hay persecuciones entre estos vehículos. Hay acción. Pero no hay atmósfera. Todo se ve limpio. Pulido. Todo se ve artificial. Y ese es el punto. Finalmente no es convincente. Tú estás afuera, frente a la pantalla de cine o de tu TV y te sientes que El Quinto Elemento con todo y Bruce Willis y Gary Oldman, son actores (actorazos, tengo debilidad por ambos) puestos a moverse contra una superficie azul. En cambio acá ves a Rutger Hauer sacándole los ojos a su creador y ves un dolor y un sufrimiento en ambos (más en su creador, supongo). No hay vuelta de hoja. Blade Runner será una gran película en veinte años. El Quinto Elemento será, (lo lamento) sólo una película más.
Ahora Minority Report del gran Steven Spielberg (¿acaso no he dicho que fue escrita a partir de un cuento de Philip K. Dick?). Todo un superartesano el Steven. Pero en Minority él apuesta al billetazo (como muchas veces). Al gran efecto especial. Claro, mucho de la película es un gran efecto especial (las pantallas en el aire que utilizan los investigadores policiales, los vehículos subiendo por superficies verticales, la integración de la publicidad personalizada en el metro, y casualmente para terminar esto, la escena de la operación de los ojos que trae reminiscencias del diseñador de ojos oriental con quien se encuentra Hauer a principios de Blade) pero Tom Cruise, con todo el dolor que siente al ser manipulado para llegar hacia el gran final, no está a la altura de los intercambios emocionales que se dan entre Deckard (Harrison Ford) y Batty (Rutger Hauer) en esa azotea.
No hay grandeza en los actos de nadie entre los personajes de Minority Report. Incluso el final es uno de tantos que tiene que ver con un artilugio que entierra al maldito antagonista frente a sus iguales. Y ese es un final que hemos visto tantas veces de tantas maneras (El Fugitivo con ¿…Harrison Ford? es el primero que se me viene a la cabeza; otro, el final de la quinta temporada de 24 con el insuperable Jack Bauer es muy similar también) que ya está todo telegrafiado desde el comienzo del rollo de en medio, o la escena 13, hablando de DVDs.
Gran mérito de todo esto (no poca parte de la atmósfera) debió haber sido la confianza depositada en un futurista de verdad, el bueno de Syd Mead, quien tranquilamente dispuso de una gran tela para verter toda su experiencia de alguien dedicado realmente a pensar en el diseño de las cosas del futuro.
Muchas ocasiones se olvida que las películas que hablan del futuro no exactamente son de naves espaciales o de mostrar descripciones de grandes civilizaciones, sino que ellas tratan de mostrar el futuro del ¿qué pasaría si…? Y llevarlo a sus últimas consecuencias.
De ese modo se observan los transportes, los puestos de comida, las habitaciones, los cabarets y cuestiones que puestos a nuestra vista así, nosotros los reconocemos en sus funciones básicas, básicas y lógicas.
Esto, aunque no tendrá el encanto fantalizado (palabra que inventé) de una cantina en Mos Eisley (en el planeta Tatooine, ¡Visítelo!), donde por cierto, el mismo Harrison Ford se entrevista con un viejo mago o sacerdote junto con un joven aventurero y dos raros androides, rodeados ellos de decenas de seres extraídos de un libro de pesadillas, pero que ya tendríamos que ver el baño a ver como se encuentra (como bien lo ilustró en un excelente y recordable chiste Sergio Aragonés, en la revista MAD correspondiente a aquél mes de 1977, probablemente Diciembre): repleto de extraños mingitorios retorcidos para todo tipo de… ustedes me entienden.
Blade Runner en ese sentido, fue diseñada para durar. No dudo que pasaremos el año de 2019… (Recordémoslo, son sólo doce años de aquí para allá, hace doce años fue el año de 1995 y que tan bien o mal se recuerda, ¿eh?) …y la sigamos viendo como si fuera un mundo alternativo, completo y contenido en su totalidad.
Los replicantes o androides a los que se da persecución nos tienen que simpatizar (un poco violentos, pero entendámoslos, están en busca de más vida, sólo tienen cuatro años por vivir y el tiempo se les acaba, ¿es muy duro ponerse en sus zapatos?) en sus dramas vividos. Y sabiendo que no les queda mucho por delante. Esa es una parte de la conciencia de todo esto. Saben que les queda poco tiempo. Nosotros no lo sabemos, podría ser mucho o poco. Pero la clave de la felicidad en esta alegre tierra que vivimos es que no sabemos ese pequeño gran dato.
O bueno, si lo mantenemos a una cuestión sencilla de ellos contra nosotros, bueno, ahí ni dudarlo, pero creo que se podría llegar a un buen acuerdo. Ahora, por otro lado, los replicantes van en busca de su creador para buscar la prórroga o para buscar ¿el desquite?
La relación que tiene Deckard con la replicante Rachael, Sean Young, también no está exenta de contradicciones tales y como los buenos personajes siempre deben de tener. La debe de matar, pero la quiere, sabe que tiene vida ilimitada, la única replicante que tiene tal característica. Pero el destino es complejo. Ahí viene Edward James Olmos en su genial personaje Gaff (recién salido de Zoot Suit y tal vez preparándose para dentro de veinte y pico de años, ser el comandante Adama de Battlestar Galactica) que está picándole los talones para que cumpla con el cometido de Blade Runner, o sea, destruir a los replicantes. A todos, sin excepción.
De las mejores escenas con contenido inusual en una película denominada a primera vista de acción, está la escena del piano que él toca con cierta calma y melancolía. O en la que él mira las fotos de los replicantes que más que fotografías simples son sus recuerdos casi tangibles.
Ahí está uno de los motivos recurrentes de Philip K. Dick, y que tiene tantos seguidores hoy en día a través de tantas películas, ¿cuál es la verdad? ¿La que nos convencemos que una señora es tu mamá sólo porque lo dice una foto? ¿Qué creemos que somos una manchita en una foto de grupo cuando alguien nos dijo que ese éramos en particular? (En una gran interrogante de un subalterno hacia el personaje de Kevin Costner en la película de JFK, a la hora de comparar posibles complots y sus posibles e impresionantes e inesperados motivaciones y/o participantes, nos da la terrible afirmación:”tú sabes quien fue tu padre, sólo porque tu madre te lo dijo”. Im-pla-ca-ble. Díganme si no.)
La realidad es la que tú, y por ende, todos, te vas forjando a través de millones de comparaciones a través de los días y los años con lo que está previsto que es, con tus idiosincrasias, tus educaciones, tus ambientes, los chismes que te dijeron en la escuela, en tu barrio o vecindario. Un hecho nuevo, para verificar el grado de veracidad que le vas a atribuir, lo comparas con los que te han sucedido, no tienes de otra. Si no lo haces entras en la confusión o preguntas o te ilustras o como sea. Pero primero lo tratas de comparar.
Tanto si eres crédulo o si algo tiene cierto grado de credibilidad, lo pones en la lista de “cuestiones veraces muy probablemente”. De lo contrario lo pones en la lista de “cuestiones a recordar probar después a la luz de más evidencia”, para ganar más tiempo; o finalmente lo colocas en la lista de “cuestiones poco probables”, “cuestiones poco posibles” o en la de “cuestiones lo más rotundamente falsas”.
Así está construida la realidad en la que existimos, pedacito a pedacito, centímetro a centímetro, gramo a gramo, la vamos creando al ir comparando siempre, o de otro ángulo la vamos sospechando siempre, y finalmente la vamos asimilando como comprobable o no.
En el caso de los replicantes, obvio, no fue así. A ellos les dieron sus listas de referencia completas desde el principio. Ellos siguen realizando comparaciones, pero lo hacen en base a listas ya prefabricadas de alguien más. Sus recuerdos ya están impresos o ya están como ya se dice incluso no tanto en el habla popular pero como tema ya en TV, como conceptos implantados (si afirmamos que ya hasta en la TV los tenemos significa que eso ya es mucho decir, las películas de Eterno Resplandor de una Mente Reluciente o The Matrix, la primera, son un ejemplo).
Quizá sus recuerdos ya les son tan queridos como los nuestros porque tal vez aquí ellos no tienen punto de referencia conocido para poder determinar que hay diferencia entre un recuerdo implantado de una experiencia feliz de su niñez o el propio recuerdo real. (Mis hermanos me divierten mucho en estos temas: estoy positivamente seguro que algunas cuestiones que comentan en una reunión familiar son falsas, inventadas o exageradas al menos, ellos me están tratando de implantar a fuerza sus propios puntos de vista, o de plano me implantaron los equivocados, el problema es ¿cómo saberlo a fin de cuentas?)
Otro ejemplo terrestre: A mi me tocó vender sistemas de telecomunicaciones. Me dijeron que nuestras marcas eran mejores (hasta cierto punto) que las de otras marcas. Me lo instruyeron. Me dieron mi lista de referencia prefabricada y la seguí al pie de la letra. No creo que eso fuera del todo insincero o falso, digo, yo confiaba en quien me lo decía y confiaba en el porqué me lo decían. Algo vendí incluso.
No, yo no fui un replicante.
Blade Runner y el acto de humanidad al final proporcionado por un replicante que no tenía nada que perder. Una escena por donde se vea poderosa, original, inspirada. Siempre saldrán las respuestas simplistas a los porqués. Pero dejando un lado a ello, lo que vimos es algo que siempre quedará guardado. Quizá ese sea el mejor momento de Rutger Hauer en su larga historia del cine en la que ha estado (incluyo Nighthawks y Fatherland).
Concluyendo. Blade Runner es una película realizada por un gran artesano, Ridley Scott (que todos los que sabemos del tema reconocemos que entregó antes otra joya del género ciencia ficción, Alien, también de la que se podría escribir a montones), que fue hecha con toda la mano, que tal vez no pegó lo suficiente en su tiempo, que ahora la tengo yo y que inexplicablemente me hace sentir mejor el tenerla que el no tenerla.
Ahora si tan sólo pudiera darme tiempo de leer la novela…
…porque ahora resulta que a Philip K. Dick le entregaron el reconocimiento póstumo de estar en la Biblioteca de América, una especie de Salón de la Fama literario que sólo tiene a los mejores escritores entre sus elegidos. Ahí están cuatro de sus entre cuarenta y pico de novelas: Los Tres Estigmas de Robert Aldritch, El Hombre en el Castillo, Ubik y ¿Sueñan los androides con Ovejas Eléctricas? Lo cual es una situación algo simpática a lo más ya que Dick no confiaba en absoluto en cualquier cosa que pudiera ser institucional de alguna manera. ¿Qué diría ahora?
Pero como Van Gogh, Philip K. Dick nunca pudo gozar de su popularidad. Tantas películas que se han hecho ya no sólo de sus novelas, ahora hasta de sus cuentos. Ni hablar. (De sus últimas para mí sólo Minority Report). Ya dije.
Nadie sabe para quien trabaja.
Postfacio:
Nada más para terminar. Philip K. Dick escribía en un ambiente no tan literario llamado Pulp, como el de Pulp Fiction, aquél tipo de libros que eran impresos en papel del que se llama “papel revolución”. Eran ediciones chafas, baratas, que buscaban sólo complacer a gente sin mucha exigencia o requerimiento. Muchas ocasiones esas ediciones se lanzaban con dos novelas incluidas, una especie de dos por uno, con lujuriosas portadas y con títulos muy sugerentes. De estas ediciones un editor comentó que si la Biblia pudiera ser condensada para ser publicada en este tipo de libro de dos por uno, la primera parte, el Antiguo Testamento se llamaría “El Amo del Caos” y la segunda parte, el Nuevo Testamento, tendría por nombre “La Cosa de las Tres Almas”.
Simpático. Tiene que ser.
Parafraseando: …Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir…
Genial.
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