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miércoles, octubre 13, 2010

AGUA. ACTION. DAY. NOW.

En mayo de 1973 salió el número 120 de la revista Contenido celebrando su décimo aniversario en donde hubo muchos artículos que hacían remembranza a esos diez años, bastante interesante de leer y más de guardar, en suma, un buen número que conservo maltratado ya que ha soportado muchas mudanzas y cambios de lugar y hojeadas y demás, pero ahí está, completo todavía.


 Pero déjenme decirles que el último artículo (que era más bien un libro ultracondensado), no trataba de sus artículos usuales de celebración de cumpleaños, sino que hablaba del agua, es más, se llamaba La Muerte del Agua, libro-reportaje escrito por Pierre Rondiere, en el que tocaba los problemas que afrontaría la humanidad, tarde que temprano, con la probable desaparición o disminución de las fuentes que nos surten del vital líquido.

Era ese libro ultracondensado un largo recorrido acerca de todo lo que se les ocurra del agua, de donde viene, a donde va, donde se encuentra, cuanto se consume… desde su óptica precisa del año 1972.

Concluía en dos cosas claras: una, el agua o será extraída del mar, o dos, se buscará dentro de la tierra por más profundamente que estuviera dentro de ella. No habría opciones.

Ya como coda del libro condensado había un artículo llamado La Muerte del Agua en México, un subtema ya más enfocado a nuestro país, con sus ríos contaminados, con el desperdicio impresionante del agua a través de tantas maneras existentes (para eso se necesita imaginación, costumbres, malos diseños, actitudes, mala administración, mala visión, mala reparación, mala conservación) que uno no se explica (y no es consuelo) cómo es que el agua no se acabado mínimo desde hace 15 años.

Así las cosas se mencionaba algo que daba pavor y da todavía: el cómo llegaba una planta industrial a un lugar, terreno asegurado, electricidad, vías de comunicación y agua disponible, pero que en ese tiempo nadie se ocupaba por la parte que correspondía al desecho de los desperdicios que tal fábrica crearía como un producto remanente de sus procesos, y ahí tienen que sin más, sin preocuparse y sin remordimiento, se lo llevaban por tubería hacia el río o arroyo más cercano, contaminándolo de manera terrible.

¿Lo peor que te sugieren? Que así lo hacían miles de empresas. Y no creo que muchas de las empresas de hoy en día sean muy pudorosas en ese sentido, y si por ellas fuera…

Y el artículo puesto en México tocaba base con cada uno de los ríos importantes del país y su status, el que se salvaba más era en ese momento el Nazas, los demás, estaban más que reprobados.

Acababa también con el panorama sin esperanza, con el temor de que los industriales setenteros llegaran con pensamientos a corto plazo para levantar la economía tan maltrecha del país y con el son de traer empleos y que sí se iban a llevar de encuentro a los ríos en ese sentido de cruzada espiritual, pues que se los llevaran, total, ya que como tantas cosas, el fin justifica los medios.

Pero ahora es 2010 y es Octubre 15, y el panorama, bueno, no es apocalíptico inmediato, pero pudiera serlo.

No hace mucho anduve por el contorno de la Presa Endho, cerca de Tula en el estado de Hidalgo, México y es impresionante la cantidad de espuma industrial que está alrededor de ella. He andado cerca también de por ahí por arroyos de aguas negras con esa insidiosa espuma flotando y sabes que algo no anda bien, nada bien.

Y todavía te pones a pensar que han sido más de 35 años de campañas con slogans obvios y recurrentes, pero no por eso menos claros y al grano: Cuida el Agua, ¡Ciérrale, Amanda! y cosas por el estilo y nada que sucede. Las generaciones tienden a olvidarlo, me parece (si fuera lo contrario, todo mundo podría la basura en su lugar y el país sería limpito, limpito.

Hoy el agua sigue trayéndose de más lejos, se le quita a ciudades para dárselas a otras mas “importantes”, se hacen presas que sólo huracanes llenan, llegan estos y se tienen que abrir las compuertas de ellas porque sino reventarán, al abrirse las compuertas estas inundan zonas pobladas con los daños consiguientes.

La búsqueda de ese equilibrio es complicada y difusa.

Pero no todo es desesperanza, ya desde hace pocos años se puede pescar en Londres de nuevo, en el Tamesis, precisamente.

Lo cual es un avance considerando como estuvo de contaminado hace no mucho, y sabemos que no es para ponernos a echar las campanas al vuelo, pero significa que los daños graves se pueden reparar.

Sí, pero, ¿y el costo?

Y claro, ahora estamos con climas erráticos, con lluvias y sequías sin precedente, y suponemos que aún y que la ciencia y tecnología avanzan continuamente, pero al parecer no lo hacen de la manera rápida y firme y barata correspondiente, como creeríamos que pudiera suceder.

De tal manera ahí está la situación puesta para el desastre.

Por otra parte vemos las ciudades que tienen agua potable para todo uso, para la regadera, para el excusado, para todo, y esa agua que se va casi limpia era potable y no sé si se reutiliza como se debiera pero ahí está yéndose por el drenaje. Ok, se puede ir a una planta tratadora, pero, ¿y la energía gastada en limpiar agua que no tenía que ser usada en esos menesteres necesariamente?

Es como si pensáramos que el agua siempre estará ahí.

Ahora veamos esto:


(Lo que sigue es la transcripción de un artículo de Selecciones del Reader´s Digest del número correspondiente al mes de Enero de 1943, de Antoine de Saint-Exupéry)

Ante la Cascada
(Condensado del libro “Arenas, cumbres y estrellas”) Por Antoine de Saint-Exupéry.

Como piloto de la línea francesa del Sahara, estuve destacado algún tiempo en Port Etienne, en la linde de una región insumisa del desierto. No es una población. Hay allí una fortaleza, un hangar, y un cuartel de madera para los aviadores franceses. Algunas veces los moros se aventuraban a llegar hasta la fortaleza, con esperanza de comprar azúcar, telas de algodón, té.

Cuando venía algún influyente jefe de tribu, lo invitábamos a subir a un avión y le enseñábamos algo del mundo, Nuestra mira era ablandar el fiero orgullo de estos hombres de tribu. Como defensores de Alá, que según ellos era el único Dios, más con desprecio que con odio, disparaban contra nuestros aviones, o asesinaban al infiel que se veía obligado a posarse en la tierra que Alá les había concedido.

Tres de estos moros fueron a Francia en nuestros aviones. Yo hablé con ellos a su regreso. No se tomaron ni la menor molestia de ocultar la helada indiferencia en que los dejaban la Torre Eiffel, los barcos y las locomotoras. Admitían que Francia era, en cierto sentido, admirable, pero no precisamente por esas cosas estúpidas hechas de hierro. Había cosas mejores. Ahí estaba el circo por ejemplo. “Las mujeres francesas –decían- saltan de un caballo al galope a otro”.

Dicho esto se detenían a meditar.

“Tome usted un moro de cada tribu – continuaban-: llévelo al circo. Y nunca más harán estas tribus guerra a los franceses”

Habían visto praderas en Francia en las cuales podían pacer holgadamente los camellos de todas sus tribus. ¡Qué de bosques había en Francia! ¿Y dónde me dejan ustedes las vacas repletas de leche?

Recuerdo a mis viajeros sentados a la entrada de sus tiendas de campaña, rodeados de los hombres de su tribu, saboreando el placer de narrarles esta nueva serie de cuentos de las Mil y Una Noches.

Entre los absortos oyentes había hombres que nunca en su vida vieron un árbol, ni un río, ni una rosa; que únicamente por el Corán sabían de la existencia de jardines cruzados por arroyuelos, o sea, lo que ellos llamaban paraíso. Viviendo en el desierto, la única manera de alcanzar el Paraíso consistía en morir de cruda muerte por el tiro de un rifle de un infiel, después de largos años de existencia miserable. Sin embargo a los franceses, a quienes otorgaba estos tesoros, Dios no les exigía pago adecuado ni en forma de sed, ni de muerte. Era sobre este punto inexplicable sobre el que los jefes se hacían ahora en voz susurrante misteriosas confidencias.

“Saben ustedes… el Dios de los franceses… es más generoso con los franceses que el Dios de los moros con los moros”.

Los habían llevado a los Alpes de Francia. El guía los condujo frente a una inmensa cascada. ¡Agua! ¡Cuántos días tenían ellos que marchar por el desierto para llegar a un manantial! ¡Agua! ¡Algo que vale lo que pesa en oro! Algo cuya gota más insignificante hacía brotar de la arena el verde brillo de la yerba después de la lluvia. Y hacía diez  años
Que no llovía en Port Etienne.

–Bueno, vámonos- les había dicho el guía.

Pero ninguno se movió. Tenían ahí, ante los ojos, clara y manifiesta, una prueba del poder  de Dios… ¿Iban a volverle la espalda?

–Ya hemos visto todo lo que hay que ver –insistió el guía-. Vámonos.

–No; queremos esperar–contestaron ellos.

–Hasta que se acabe el agua.


Hablaban en serio. Esperaban el momento en que Dios se cansara de despilfarrar así el agua. Estaban seguros de que Dios, que tan tacaño se mostraba con ella, acabaría por arrepentirse de dejarla correr de esa manera.

–Pero si hace miles de años que esa agua está corriendo…–les observó el guía.

¡Ah! Por eso no se hablaba en Port Etienne con mucho calor del episodio. Había milagros que era mejor no comentar. Sí; a fuerza de hablar de ellos, de pensar en ellos, acabaría uno por hacerse un lío y no entender nada de nada.


Así la cosa, desde que leí esa historia, hace más de 20 años, veo una cascada y me pregunto eso, ¿cuándo acabará de caer?

Cambiemos políticas, actitudes, pensamientos. Seamos RACIONALES, TENGAMOS VISIÓN. Punto.

Y pensemos en el agua. SIEMPRE.

Visiten también, si pueden, el blog de Blog Action Day 2010 AGUA .

Gracias.