Esto lo escribí hace meses. Recién acabé de leer La Linterna Mágica. Ahí, Ingmar Bergman habló del mundo de los sueños. Ingmar Bergman está ya en el mundo de sus sueños.
Ingmar Bergman es difícil, complicado. Sus películas no son muy accesibles que digamos. Acabo de revisar de nuevo por ejemplo El Rito, una película hecha para la televisión sueca en 1969. Cinco personajes. Diálogos inquietantes. Preguntas oscuras. Una amiga hace años que la vio y me dijo en esa ocasión: terrorífica, espantosa. Si te gustó El Rito eres fan. Si no te gustó es que sencillamente no conoces a Bergman. Ni lo conocerás.
Será porque muestra la desolación del ser humano, su soledad. Su desesperanza.
Habrá gente que se pregunte: ¿Y eso que tiene que ver con el buen cine? ¿O con el llamado entretenimiento del cual mucha gente dice que para eso es lo que debe servir el cine?
Aunque pueda ser el cine para usos culturales o educativos, la mayoría de las personas piensa que el cine es eso, puro entretenimiento.
Cuando reflexionamos que el cine funciona en base a foto fijas procesadas por un motor que hace que estas se muevan de manera secuencial a través de una potente lámpara de luz, sus movimientos, que tienen como único propósito engañar al cerebro humano, mutan a una revelación de sueños y a un intento parcial, patético de alguna manera, de documentar nuestra realidad en toda su vastedad, de manera aproximada solamente.
Para eso también es el cine.
“Cuando el cine no es documento, es sueño”.
Acabo de leer La Linterna Mágica, la autobiografía de Bergman, y es sorprendente.
He aquí una persona llena de culpa, de dudas, de conducta inestable que se casó como ocho veces. Una persona de la que sus hijos, al momento de escribir este libro, 1985, no querían saber nada de él, que no comprendió en absoluto a sus padres, que no supo relacionarse con mucho de su círculo interior y que sin embargo hizo maravillas con esa potente linterna.
Bergman lo demuestra una y otra vez.
Con el menor de los recursos Bergman filmó El Séptimo Sello. Película que habla de la muerte y la humanidad. Del desconcierto de la existencia. Y la hizo en un parque cerca de unos edificios de departamentos que en algún momento se asoman en una escena de la misma. (Similar que Rashomon, un drama japonés medieval complejísimo acerca de la relatividad de la verdad que aún hoy asombra por su validez universal y su eterna actualidad, Akira Kurosawa la realizó en una cañada a unos cuantos metros de una autopista no muy lejos de Tokio).
Bergman después hizo Fresas Salvajes, Escenas de un Matrimonio, De la Vida de las Marionetas. Gritos y Susurros. Fanny y Alexander. Meditaciones de la existencia, todas ellas. De la madurez, del amor, del sufrimiento, de la angustia existencial, de Dios, del dolor, de la vejez.
Y en su biografía hay mucho dolor. Muchas confesiones impresionantes, eso sí. Destellos de su creatividad. Reflexiones que asombran por terribles y crudas, por el tormento que rezuma en sus páginas, imaginando la decepción perpetua de verse así como él siempre se vio, como sólo él y su familia lo ven, un pobre ser humano que despreció todas las oportunidades de aspirar a ser feliz. Y feliz es sólo una palabra.
“Las sombras mudas o parlantes se dirigen sin rodeos hacia mis espacios más secretos. El olor a metal caliente, la temblorosa luz de las imágenes… la manivela en la mano…”.
Nosotros vemos al genio, al sensible, al iluminado que tomó como pincel la cámara y a la linterna como lienzo. Él y su familia perdieron, los demás ganamos.
Y eso me causa, sabiendo además que a ustedes les podrá tener sin cuidado, mucha amargura.