Todo este escrito viene al caso en el sentido de que sí está la pregunta viva de si algún día entraremos a ese “Concierto de las Naciones”, civilizadas, desarrolladas, creyentes en las leyes, procuradoras de justicia, de confianza en el futuro.
No sé si fui injusto con Alemania, pero sus hechos hablan, o si soy justo o injusto con este mí país. Sólo sé que ese su sentido de trabajo y cultura actual nacional no es suficiente. O que no es suficiente que seamos un lindo pueblo costumbrista y tradicional, incapaz de hacer la guerra a sus vecinos, enarbolador de la paz, pero con un serio desprecio por las leyes y por seguirlas, con un serio problema hacia el concepto de vida, con un serio desajuste con el entender del trabajo en equipo, en el sentido de organizarse para el bien común (con sus honrosas excepciones), viendo hacia la comunidad, hacia la sociedad, hacia su delegación, municipio, ciudad, estado, república misma.
Sí sé que la ley es para algo; sí sé que la ley se debe de observar; sí sé que hay que trabajar más, todos juntos; sí sé que hay un concepto del bien común del que México carece, sí sé que la confianza no existe más allá de la familia misma de cada persona. Y no sé como lograr que las cosas cambien. Que tengo mis dudas sobre si un día se resolverán esas deficiencias.
Que los alemanes, como pueblo ejemplo a analizar, es un pueblo genial, pero con esa tendencia a obedecer a sus líderes, impresionante, sin chistar, sin objetar, sin saber cuando detenerse. ¿Estaré equivocado en este respecto? ¿Será así siempre en el futuro?
¿Cómo crecieron ellos tanto de sus ruinas, dos veces?
¿Cómo nosotros hemos no crecido si no hemos estado nunca en ruinas? (Más que las de Teotihuacán, Tula, Chichen Itzá, etc., y no cuentan.)
O tal vez pensándolo bien sí cuentan, por…
...ese enamoramiento de nosotros mexicanos del pasado que sí existió y del que no.
…esa afición por los sacrificios humanos, de todos tipos y de la celebración insensata de la muerte (santa o no santa).
…esa atracción por ese México Mágico, intangible, inmutable, siempre recurrente.
…esa aparición permanente de la violencia, siempre presente, siempre pendiente, siempre querida, siempre requerida.
…esa desconfianza más allá de la casa de cada quién, como ya mencioné.
…ese desprecio por todo lo de fuera, excepto por sus bienes. Desprecio también por las instituciones, excepto cuando ellas pagan u otorgan beneficios o que se pueden moldear según requerimientos.
…esa necesidad de auto reafirmarse de su personalidad, de su unicidad, de su lugar privilegiado en el mundo, por tener a Acapulco, a la Barranca del Cobre, al Cañón del Sumidero, a sus minas de plata, a sus viejos pozos de petróleo, a sus viejas ruinas ya mencionadas, a su Virgen de Guadalupe.
…esa creencia que ser el originador del taco, del pulque, del tomate, del maíz, de la tortilla, de las enchiladas, bastan para que el mundo nos haga reverencias.
…esa habilidad sobrenatural, negada en sí de no poder inventar nada nuevo tecnológico, pero que de alguna extraña forma logra crear artilugios para clonar a centenas de millares de películas que no se han visto todavía en los mismos cines. Mismo caso los chips piratas para consolas de videojuego, los “chupones” externos para los aparatos receptores pirata de televisión vía satélite, tú nombra muestras de ingenio, ahí estamos.
…esa afinidad para poder vender esas mentadas películas en la calle. Esa filia por comprarlas. Esa fobia a denunciar su venta. Esa indiferencia hacia todo eso.
Ese desprecio en general por el orden y lo legal: ese amor por el atajo, por la vuelta en “U” en lugar prohibido, por no preocuparse por tener papeles en regla, por hacer lo que todo mundo hace al mismo tiempo, por no ver mal tranzar para avanzar, por querer saltarse la fila, por querer saltarse las trancas, por querer siempre copiar, por quererse arreglar.
Violencia, habida y por haber, en el mundo ordenado, estructurado, organizado, de los alemanes.
Violencia, habida y por haber, en el mundo simbólico, desenfrenado, matizado, de los mexicanos.
Un lugar en un pasillo imaginario de la geografía y de la historia donde cada quién mirará al otro y murmurará en sorpresiva y silenciosa simetría: “pobres de ellos”.
En cada caso, lo que nos separa que nuestros mundos caigan en caos es cualquier cosa… tenues hilos… tenues hilos clavados en el tiempo oscuro de la historia…
Y es que en México el año acaba el primero de noviembre.