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viernes, julio 15, 2011

Escribiendo una novela


¿Por qué escribe uno? O… ¿por qué escribe uno una novela…? o ¿por qué uno desea escribir una novela, imprimirla y venderla él solo, todo solo?

La respuesta más sencilla y menos satisfactoria puede ser…

“Porque se puede…”. Y ya.

Hay muchas otras respuestas allá afuera y no tengo una más clara. Si desean ahorrarse todo el rollo siguiente acepten sencillamente entonces la segunda o primera alternada: “porque me gusta” y como variación podrían aceptar “porque me es necesidad”. Y ya.

A veces me falta reflexionar el porqué hago esto. No tanto como ejercicio de vanidad, sino porque lo quiero dejar establecido.

Bueno, el asunto es que al principio de los tiempos escribí porque alguien me preguntó que porqué no escribía todo eso que les contaba, platicaba, opinaba, narraba, etc.,  llámese opinión, libro nuevo, noticia por ahí, película, programa de tv, suceso u ocurrencia o cualquier cosa que pasase por mi radar.

La idea se me hizo atractiva, lo hice así, lo imprimí (no había entonces tantas impresoras laser, lo hacía en impresora de matrices de puntos Enteia), lo mostré a mis nada solícitos amigos, pero con un poco de persistencia y terquedad encontré quien me publicara y no me pagara, y luego mejor, conseguí quien me publicara y sí me pagara… No mucho, pero algo bueno salió.

Eso fue en 1990 y fue agradable.

Pasó que en 1993 cayó en mis manos un ejemplar de la revista Time con un artículo sobre los videojuegos (llamado “The Attack of the Videogames” y encontré un término que decía algo así, “ipm”, o sea, interacciones por minuto: la cantidad de circunstancias que se le da al usuario del juego y que es una de las bases para que el juego sea interesante, en unidades por minuto. (Son las que realmente te intoxican con su placer y que después te hacen dependiente de la dopaminas que te provoca encontrar esas interacciones…).

El caso es que alguien diseñara así las cosas, pues no, no se me había ocurrido, o sea, ya había interactuado con juegos de video muchísimas veces, pero no lo había pensado así, que el diseñador se pone a trabajar con un narrador para ir sembrando en los momentos adecuados ocurrencias, eventos o como dice arriba, “interacciones” para mantener el interés del participante. (En el juego de Doom de 1993, por ejemplo, cuando entrabas era “natural” que después de una batalla contra demonios y espectros que te dejaba super herido, sin fuerza y casi sin “vida”, entrabas a una cámara, cuarto o salón donde encontrabas las sustancias que de ingerirlas te pondrían de nuevo en marcha. Muy bien calculado, por cierto.)

¿Y qué es lo que hace un novelista o cuentista? Narra una historia con la esperanza de mantener interesado al lector constantemente, sí,  no hay de otra, si no se hace de esa manera, no hay lector, punto. Mantener entretenido al lector es lo importante, si no, no llegará a “FIN”.

Por más que lo anterior parezca obvio, no lo es tanto a la hora de escribir, el narrador que intenta serlo normalmente no es mecánico, no es como los que escriben novelas de vaqueros como Marcial Lafuente Estefanía o los de Zane Gray, que escribieron cientos de novelas con temas básicos, o Corín Tellado o Barbara Cartland en el tema de las novelas románticas. El lector de esa literatura no exigía gran cosa, sólo que fuera entretenida; que los argumentos a fin de cuentas eran similares no les importaba mucho, no había exigencia, pero todo esto es… otro tema. (¿Se seguirán vendiendo las novelas de vaqueros? Hace mucho que no las veo. Le gustaban mucho a mi papá. Fue mi primera lectura de “letritas”… Perdón, ese es oootro tema también, cierto.)

Sigamos. 

Resulta que en esos días apareció el tema de Tlatelolco con toda su truculencia y sus dobleces, por los 25 años de aniversario, 1993,  en un momento clave de la sociedad mexicana que por fin comenzaba a salir de su miedo y su silencio y que deseaba terminar con el desconocimiento del tema, resolver sus misterios, y si era posible, sus injusticias, encontrar sus culpables y demás.

A mí en particular ese tema me ha impresionado muchísimo siempre. Ya lo he explicado en mi blog, pero bueno, ese asunto me daba muchas vueltas en la mente desde mis 14 años, en 1976, cuando leí La Noche de Tlatelolco de Elenita.

Y por otro lado el tema de la realidad virtual (como otros que andaban flotando, sistemas expertos, inteligencia artificial, redes neuronales, todos con posibles aplicaciones) insistía en aparecer en revistas que incluso eran de número único y especial porque no había tantos avances sobre el tema como para mantener una revista mensual.

A nosotros los que amamos la ciencia ficción, el tema de la simulación realista siempre nos ha parecido atrayente, en Star Trek; the Next Generation hacían gala de ello con su holodeck.

Por supuesto no hay que olvidar la revista Wired que apareció en la primavera de 1993, con un impacto en mi cabeza total y general. Me hizo pensar que por fin había una revista para tecnólogos aficionados que queríamos saber todo lo de la tecnología en cuanto a impacto actual, pasado, y futuro en la sociedad. Sí, quería eso y más… Wired me daba las tendencias, las posibilidades, los trampolines sobre los cuales saltar para llegar a reflexionar hacia lo más lejos posible, mezclado con lo natural y lo más lógico.

Entonces todo eso confluyó para darme una idea para escribir un tema en narrativa que me permitiera hablar de Tlatelolco, y meter ese tema histórico reciente en una extraña melange de un videojuego de realidad virtual puesto en un futuro cercano de nuestro México.

Poco a poco esto fue derivando (de hecho, esto tiene que ver con demasiadas derivaciones), en la necesidad de escribir algo más y más grande. De ahí que el desarrollo de la historia tuviera que incluir un tema del México de 1968, pero exigiera ponerle distancia, por eso tuve que hacer que el tiempo de la novela se fuera hasta el año 2018, o sea, 50 años en el futuro. Al estar escribiendo eso en 1993, no habría problema, estábamos a la mera mitad del plazo fijado.

Bueno, el caso es que la escribí. La novela que se llama Technotitlan: Año Cero.
Hubo todo un proceso… ¿dije sólo un proceso? Mil procesos más bien. ¿Saben cuántas decisiones hay que tomar para escribir un solo párrafo?

Si se deja coma, si no se la deja, si se pone punto y aparte, si se le pone punto y seguido. Si cambiamos la oración de pasiva a activa, si la arreglamos de esta otra manera para obtener más fuerza, más poder. Porque de lo que se trata es que las frases tengan poder, con las palabras acomodadas de la manera correcta, lo tendrán. Hay gente que sí se fija.

 Si el párrafo queda así, o si no, o si no es arrogancia el haberlo puesto de ese modo, o si no da nada de novedad al lector en el transcurso de la narración, si se agrega otro párrafo más para aclarar, si el lector no se me está perdiendo, o si peco de subestimarlo, o si peco de sobrestimarlo. Uf, mil elecciones.

Y eso puede ser en un capítulo, y luego en otro, y otro más, y ver si todos van embonando.

En ocasiones me sentía como ingeniero de sistemas, y recordaba temas de lógica computacional, o temas binarios o de álgebra booleana, o los que tenían que ver con esos de que…  por ejemplo, “necesito un personaje de 70 años así y así, y lo necesito para tal momento y debe aparecer y empezar a ejercer interacciones en tal otro momento”. Y ya, lo sacamos, le creamos una personalidad ad hoc y lo colocamos donde hace falta, desde donde hace falta. Y lo más curioso es que de pronto este personaje se pondrá a hablar sin que le digamos qué o cómo, o porqué, de hecho, ese personaje que acabamos de inventar en ocasiones adquiere más preponderancia de lo esperado. Suele pasar.

A pegarle los cables correspondientes, y que todo parezca natural. Eso es lo importante. NATURAL.

Hay muchos más temas de dentro de la novela, de “dentro” de escribir, de “por fuera” está lo siguiente:
Recuerdo a un conocido que era gerente en una empresa que era cliente nuestro. Cuando se enteró que estaba escribiendo y cuando escuchó mis planes de autoeditarme, autoimprimirme, vender mis libros yo solo y demás, me cuestionó así de plano si yo escribía por dinero.

En realidad uno se pregunta a veces eso y se dice que tal vez no sea bien visto que uno diga la verdad, y que sí, acepte que sí escribe porque tiene deseos de dedicarse a eso, pero que además tiene personas que dependen de uno y que al final del día no es malo escribir y ganar algo para comprar lechita y zapatitos para los niños.

Pero este amigo me hizo sentir mal. No podía decirle eso en aquel momento. No se me ocurrió. Y le dije que primero hay un amor al arte, que sí, que la intención es escribir lo que uno quiere, no lo que quiere la gente necesariamente, y que sí, que ojalá les guste, aunque eso no está nunca garantizado, pero que a lo mejor sí lo valorarán y lo entenderán y sí les gustará tu trabajo.

Aún así lo que le dije no me satisfizo. Y lo pensé y lo pensé y lo pensé. Y a los tres años tuve la respuesta, puede que fuera un proceso de reflexión algo lento, pero sí, al final me dije: bueno, si a este amigo le pagan por hacer su trabajo, ¿qué tiene que venir a cuestionarme si escribo por dinero? Es un oficio más, sólo eso. 

Así las cosas. He escrito 8 libros, y quiero ponerlos a disposición del mundo, ya he puesto tres y hay muchas sugerencias: ponlos en Amazon, contacta a esa editorial, ve allá o acá. Y no, la idea mía original es hacerlo yo de manera independiente y eso pienso hacer, digo, ya lo he hecho en dos o tres ocasiones. Y ha funcionado, para asombro de los detractores de la idea, ha funcionado.

En resumen: pienso imprimir yo mismo los libros, compaginarlos, guillotinarlos, engraparlos, pegarlos, ponerles la portada que lleve a imprimir, luego de nuevo la guillotina, y ya, firmar cada ejemplar y decir al mundo: este sí es un libro hecho a mano por el autor mismo. Espero que la gente aprecie algo así. Será interesante.

Ya contaré más a la siguiente.

Si quieren más información, con todo gusto, estoy en el correo luis.garcia.2099@gmail.com .

Que tengan un buen día.