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sábado, octubre 27, 2007

Rock de Película: Simbiosis Perfecta



Hablar de cine y música es amplio. Demasiado material. Por decir, hay muchísimas películas que quedaron en la memoria para siempre que han tenido como tema la música, Singing in the Rain. West Side Story, entre otras.

Y cómo a mí me gusta el rock y cómo éste está grabado en mí como tatuaje hasta los huesos recordaré las películas más importantes con está temática, según yo, pues.

Jailhouse Rock. Elvis Presley en la cárcel. Elvis sale y triunfa. Elvis es el rey. Sencilla y rebuscada. Sí. ¿Y qué? Fin de discusión.

A Hard’s Day’s Night. Los Beatles juegan a que son los Beatles en gira. Los Beatles borgesianamente actúan como ese tal grupo. Los Beatles se divierten tanto que se convierten en ellos. Ultragenial, ¿no?

The Wall. La pesadilla hecha realidad. Cuento sin ton ni son de un rockero llamado Pink. Martillos marchando por nuestras cabezas. No, no necesitamos educación. Bueno, sí, a veces. Pink Floyd no fueron sólo cerditos rosas volando.

Heavy Metal. El film de caricaturas por excelencia de fantasía para adultos que fueron el vehículo de muchas canciones de rock de grupos setenteros que aún escucho en mi MP3. O al revés. Taarna. Aún se le recuerda entre tantos escenarios de acuarela.

Gimme Shelter. De cuando la mayor banda de rock del mundo, los Rolling Stones, tocaron a plenitud mientras eran amenazados por los Ángeles del Infierno. Simpatía por el Diablo, ciertamente. Los sesenta terminaron realmente ese día en el Anti-Woodstock.

Rattle and Hum. U2 con una expresión sensible y hacia la raíz de la música. La versión de Helter Skelter de Beatles y de All Along the Watchtower de Dylan son estremecedoras. ¿Por qué vale más el CD que el DVD? Sigo sin entenderlo.

Purple Rain. Prince en el máximo de sus habilidades y capacidades. Let’s Go Crazy. Un autohomenaje descarado. Pero valió la pena. Totalmente.

The Song Remains the Same. Led Zeppelin rompiendo bocinas por doquier. El arquetipo de los videos llenos de plutonio de heavy metal de décadas por venir. Onirismos pretenciosos. Rock and Roll. Stairway to Heaven. En vivo. No se diga más.

Grease. Saturday Night Fever. Sergeant Pepper’s Lonely Heart Club Band. Las pongo sólo por ver sus nombres impresos. Hacerlo es todavía crimen capital en ciertas ciudades. Cintas cursis, temáticas, nos hablan de su propio época. Sí, las disfruté. Soy culpable. Demándenme.

Amadeus. La Bamba. The Buddy Holly Story. Tres películas sobre tres artistas que murieron antes de su momento. Richie Valens y Buddy Holly, el día en que la Música murió. De acuerdo, Amadeus no era rocker, pero, como si lo fuera, ¿no? Y se le extraña también.

This is Spinal Tap. Si no la han visto, se han perdido de una parodia que llega a doblarlos de risa. El bioregistro de un grupo de rock decadente que no encuentra el camino hacia el escenario. Literalmente.

Almost Famous. Periodismo de ensueño. Eres adolescente y cubres la gira de un grupo de rock. Es que debiste de estar ahí. Sus sueños. Sus excesos. Eso no pasa en la vida real, ¿verdad, Zeppelin?

The Kids are Alright. The Who. Crudo. Poder. Real. Y además: Keith Moon. Para subirse con ellos en el Autobús Mágico. Por algo CSI usa sus canciones.

All You Need is Cash. La desconocida historia de cuatro tipos que se juntan para hacer un grupo de rock que estremecerá al mundo. Mientras más sepas de los Beatles, más te reirás de ésta su genial parodia.

Y me faltaron muchas: Let it Be. Yellow Submarine. Streets of Fire. Easy Rider. The Phantom of the Opera. The Rocky Horror Show. El Mil Amores. Ah, no, esa no.


domingo, octubre 14, 2007

Crónicas del Metrobus - Cómo funciona - Cómo funcionamos - El Año de Viajar Peligrosamente



En ocasiones te tienes que dejar llevar. Flojito y cooperando. No hay de otra. No te puedes oponer a la masa. No puedes oponerte al sistema. No le puedes ganar al sistema, bien lo dicen los londinenses. Por lo menos lo dicen en las camisetas que venden al respecto del Underground, como le llaman a su Metro. Ellos saben dos o tres cosas en cuanto a Sistema de Transportación Colectivo se refiere. En la ciudad de México le dicen “el Metro” y con él está su increíble aliado, el “Metrobus”.

Es cuando agradeces que estés en una situación de querer bajar de peso. Es necesario estar delgado, ser de talla media, no traer bultos voluminosos. En caso contrario sufrirás las consecuencias.

Estuve el pasado martes frente a un precipicio. Nada me separaba de caer. En un descuido podría hacerlo. Y traía conmigo un peso muerto de aproximadamente cinco kilos tomado de entre mis manos. Un peso muerto tan pequeño que a nadie haría preocupar en circunstancias normales. Pero ya eran 25 minutos de estarlo sosteniendo en la misma posición. Podría parecer como castigo escolar. Sostén una carga por un período prolongado y no te muevas de posición en lo absoluto, sino…

Estando frente a ese precipicio no hacía más que mirar hacia el frente. No quería mirar hacia abajo. No quería ver la poca distancia de la que estaba el filo de mi abismo de la orilla de mis zapatos.

Y luego, la ingente cantidad de gente detrás y al lado de mí. Cada ocasión sentía que me empujaban un poco más, un centímetro tal vez, hacia delante a la hora de tensarse y a la hora de relajarse, podría percibir que recuperaba sólo la mitad de eso. Como si estuviera descubriendo una absurda respiración de locura. Pero no me engañaba, cada ocasión sólo me dejaba medio centímetro más cerca de la orilla.

No, no era una pesadilla o un mal sueño, ni siquiera un mal viaje (¿Mal viaje?, pudiera ser sólo el principio.)

¿Mencioné que el precipicio hasta el suelo sólo era de un metro? No, no lo hice. Pero como pudieron ver en el título, desplomándome hacia abajo me podría enfrentar de lleno y de frente en cualquier instante con el sistema de transporte urbano llamado Metrobus del Distrito Federal enclavado en el Ombligo, entre todos, el de la Luna, República Mexicana.

Los temerarios se asoman lo que pueden hacia su derecha. No hay salvaguardas que protejan de un desliz, de una torpeza involuntaria, de un accidente no tan feliz. Piensan estas personas sin miedo que ahí viene, ya no tan lejos, detrás de aquella curva vertical. Podría ser, ¿por qué no? El gigantesco vehículo por su carril particular que está a punto de llegar a la estación de 18 de Marzo a como a un cien metros tal vez de la estación del esta sí, estación del Metro llamada también 18 de Marzo, en medio de la celebérrima Avenida de los Insurgentes, muy cerca de su cruce con la calle de Montevideo, al norte de la Ciudad de México.

Sí, es el vehículo que se asoma pitando un tanto irónicamente con una chicharrita que ha de significar algo así como “no se asomen, que no respondo”. No es sonido amenazante. Pero de que llega al frenar, a quedar a sólo unos dos-tres-cinco centímetros de la plataforma, sí queda.

Debe de haber crónicas del Metrobus por Internet. Eso supongo, pero no las encuentro. O del Metro. Pero pueden estar dispersas dentro de textos. O eso, o pueden ya ser materias tan aburridas para la gente que ya a nadie le interesan un comino. Andar en Metro o Metrobus puede ser ya parte del código genético de millones de personas. Y eso es por día. Y el Metro tiene 38 años de andar por ahí surcando las entrañas de la gran ciudad de México. El Metrobus tiene apenas dos años yendo para un lado, luego para el otro en sentido inverso. Podría estar dejando un surco. Alguna señal para ser vista desde el espacio dentro de unos decenios.

Y así como hay usuarios del Metro que ya ni se han de dar cuenta de nada nuevo (la experiencia Ceguera de Taller, de la que ya he hablado), disminuyendo en caída libre su atractivo como experiencia digna a ser narrada, porque, imaginemos por un segundo a alguien que vive en la Gran Ciudad desde hace más de 35 años y que desde hace 20 se dedica a utilizarlo en algún trayecto hacia y desde su oficina. Serían 220 días hábiles de trabajo anuales, o sea, 440 viajes, y eso por veinte años nos dan algo así como 8,800, o 10,000 para cerrar. Como quiera, son muchos viajes. ¿Qué le puedes decir de nuevo a algún usuario consuetudinario del Metro? No mucho.

Pero da la casualidad que yo soy nuevo usuario consuetudinario. Sigo viviendo en la bucólica ciudad aledaña al centro del país a donde llegué desde hace 4 años y me traslado todos los días a esta gran big-big-big epopéyica ciudad a 80 kilómetros de distancia.

El perturbado-esquizofrénico-maniático trayecto diario va como sigue: Me levanto todos los días a las 5:30 A.M., me traslado a la estación de autobuses a las 6:20 A.M. y justo llego a tomar el autobús de las 6:47 A.M.. La ciudad de México tiene para esto, entre muchos otros que pueda tener, un monstruo de tráfico que constituye la Madre de todos los Tráficos, el del gran punto de concentración humana llamado Indios Verdes.
Esta Madre en particular tiene la extraordinaria propiedad elástica de manipular el tiempo a su antojo. En ocasiones he llegado a mi punto de descenso a las 8:25 A.M., en otros momentos he llegado a las 9:10 A.M.. Esa es otra historia. (Y eso es todos los días. Será el lunes siguiente. Y el martes. Y el miércoles. Y así los días posteriores.) ¿Perturbador? Algo. Equis. Whatever. Nevermind.

El caso es que el autobús me deja invariablemente a cien metros de la Av. Montevideo y me toca punto de elección. ¿Me voy en Metro que está a cincuenta metros de mí? ¿O me voy en Metrobus que está a 125 metros siguiendo una angosta escalerita que tiene una visión digna de foto, look and feel, que te hace sentir que estás en el Metro de Tokio de los años 70’s? (Y que todavía no he tomado.)

Nada como vivir en el mundo libre que te deja opciones tan abiertas como estas. Parafraseando a Woody Allen en su clásico discurso a los graduandos: tenemos ante nosotros dos grandes caminos, uno de ellos te podría llevar a la desesperación de la aniquilación total, el otro, hacia la extinción absoluta, ojala seamos lo suficientemente sabios como para elegir el adecuado.

Ya antes me decidía siempre por el Metro pero cuando supe que la entrada al Metrobus estaba tan cerca, opté por ese cambio.

Las primeras veces no me fue tan desagradable. La estructura del Metrobus para esto consta de tres puertas. Aparte de primero como entender en el módulo automático algo tan complejo cómo el comprar mi tarjetita magnética para poder llenarla de pasajes válidos por un viaje, que cuestan 3.50 pesos cada uno, aproximadamente 32 centavos de dólar, y para después de ahí entrar a la plataforma, lo demás fue sencillo.

Esa primera vez no había muchas personas . Derivé hacia el fondo poco a poco. Donde había menos gente. Y nada, que de pronto, estoy rodeado de mujeres por todos lados. No me di cuenta de esto hasta que llegó el Metrobus en cuestión y subirme hacia él. Y ahí estuve en medio de fragancias escondidas de estrógenos que me rodeaban por todas partes. Hombres sólo yo y otros dos o tres. Luego me vine a enterar que una de las reglas que existen en esta transportación es que los hombres van separados de las mujeres por aquello de los extragrandebigsize apretujones a todo lo ancho y lo amplio de la experiencia. Las mujeres allá al fondo. Los hombres acá.

Mi primer viaje no fue tan complejo. Transcurrió sin novedad y ya para cuando llegué a la vigésimo tercera estación, que son las que transcurren hasta que me bajé, ya la población estaba más integrada.

Cosas extrañas, miré durante el trayecto a un hombre desnudo. Sí, un hombre en Full Monty en medio del amplio camellón-jardín de la avenida Insurgentes, a unos cuantos metros del pintarrajeado Monumento a la Raza (ah, Raza), ahí estaba el angelito como bañándose recién salido de la cuna, inmutable cual paciente habitante del Paleolítico Urbano, cerca de su casa-residencia-campamentoderesistencia. Imagen impresionante, surrealista y chocante. Me volteé a mirar las caras de las mujeres que probablemente también lo vieron. Nada. Todas ensimismadas en sus mismos yos.

Como mencioné, ese fue mi primer viaje. Hay que recalcar que son muchas estaciones. Que la velocidad del viaje es de 20 Km por hora. Que hay en promedio 500 metros lineales entre estación y estación. Y que algo curioso sucede en ciertos días. No sé a que se deba, pero hay un ultraexceso de personas en ciertas estaciones. Trato de discernir las causas.

Es decir, esas estaciones malthusianas son las que están cerca de una estación clave o emblemática del Metro, tales como la de la Raza o la de Insurgentes. ¡Qué barbaridad! Poco falta que salga alquien que grite “Soylent Green is people!” qué, cómo recordarán los que sepan de esto, es el grito que se avienta un Charlton Heston angustiado durante un Destino que Nos Alcance, aterrorizado de saber la verdad, que en un mundo del futuro, atestado de personas, lo que comeremos en esas galletitas verdes no serán más que, eso también, personas.

Y es que esa sensación de personas ultraarrembutadas ocupando cada centímetro cúbico de espacio respirable se da con mucha frecuencia, realmente, más que lo contrario.

Ya se imaginan los que conocen las imágenes del Metro de Tokio desde hace décadas. En la que contrataban a empujadores profesionales provistos de guantes blancos con el propósito de hacer que las personas pudieran caber dentro de cada vagón a como diera lugar. Pero comentar el punto del Metro, será para otra ocasión.

Volviendo a la experiencia del principio.

Llegué esa ocasión a las 9:00 A.M. excelente momento, según me había tocado en experiencias pasadas, para tomar el Metrobus, conforme a mis anteriores experiencias. Treinta y cinco minutos para recorrer los 11 km que me separan de ese punto de mi trabajo más los cien metros que caminar hasta mis oficinas. De inmediato percibí que había un buen de gente reunida en cada una de las salidas que concuerdan con las puertas del autobús. En las tres. Incluso en las de puras mujeres que está allá hasta el fondo. Ni modo. Tomé la decisión de pararme en la que estaba delante de mí.

A las 9:03 A.M. pasó el primero de los transportes. Las puertas estaban llenas de personas. Frase curiosa, pero sí: llenas de personas. Es decir, no se veía como pudiese alguien entrar, o en caso de quererlo, de salir de ahí. Atiborrado, embutido (se me acabarán los adjetivos, lo preveo, si de por sí no uso muchos adjetivos por mi acusada pobreza textual).

A las 9:07 A.M. llega el siguiente, no sale nadie, se sube uno. O más bien, se embarra uno adentro, afortunado que fue.

A las 9:11, arriba el nuevo, igual, no salidas, se unta otro, otra persona más con suerte.

A las 9:16, atraca el consecutivo, nadie desea salir, se aventura uno más.

Ah, quiero agregar que la gente es caritativa. Ellas ayudan al que se aventuró, le empujan hasta lo que pueden. Recordemos que la apertura hacia las puertas está llena de personas. A sólo 5 cm del filo. No hay línea amarilla preventiva como sucede con el Metro, que está separada del filo de la plataforma como por sólo 40 cm, y que la gente está muy advertida que no debe de cruzarla, que disminuya su riesgo, pero aquí en el Metrobus no hay una línea de seguridad, o si la hay es muy ignorada.

Mientras tanto las personas siguen llegando, acumulandose más y más. Se siguen apretujando. Cada persona es una entidad independiente. Tienen existencias separadas unas de otras. Tienen familias, propósitos distintos. Ideales, educación, necesidades. Orígenes y destinos separados. Pero aquí llegan todos con una sola idea. Subirse en el siguiente o en el siguiente del siguiente o esperar al siguiente del siguiente del siguiente. Y muchos con el pensamiento de hacerlo a como dé lugar. Todas estas personas tan diferentes entre sí, aquí guardan silencio. De ésta, hasta hace minutos heterogénea agrupación, ahora es homogénea hasta el asombro. De individuos nos convertimos en algo similar a una colmena. Nadie protesta, nadie exclama una queja. Eso es estoicismo colectivo de la mejor clase. Me hacen sentir orgulloso de ser mexicano. ¿Suena irónico? Tal vez. Me descubrí.

A las 9:18 A.M. se aparece un autobús vacío. ¡Dios existe! ¡Increíble! Todo hermoso él, sin personas, sin nadie a quien suplicarle con la vista de que se hagan más delgados para poder uno entrar. Recuerden, llevamos todos prisa infinita. Y no. Ahora no pediré a nadie nada. Soy libre. No me sacarán ni un “compermiso” siquiera.

Pero, esperen. No está frenando como debería. Se va se va se va, se fue.

Al parecer estas buenas personas que están a cargo del Metrobus a través de sus orwellianas cámaras en cada estación empiezan a enviar autobuses vacíos, supongo que con buena intención para aliviar en alguna parte delante de la ruta, la inmensa presión causada debido a la ingente cantidad de personas acumuladas en alguna de las estaciones críticas.

Pero eso no quita el malsano pensamiento de mi mente:

Veamos, ¿cuál será el criterio? ¿Ven a través de la camarita muchas personas que pasan por los torniquetes una tras otra tras otra tras otra y que al mismo tiempo no están llegando camiones con algo de espacio suficiente? ¿Cómo serán los criterios? ¿Se aíslan estas autoridades todopoderosas del Metrobus del pensamiento de que somos personas que estamos ahí para trasladarnos de la mejor manera posible por en medio de la gran ciudad? ¿Algún día sabremos del criterio que toman estos para enviar autobuses vacíos? ¿Algún día sabremos porque la gente se acumula más de lo normal? ¿Habrá signos reconocibles que podamos aprender a partir de la observación del Fenómeno del Transporte del cual nosotros todos somos parte?”

Deja cierta impotencia en el alma estas preguntas. Todo por no saber. Todo por no poder dejar de ser parte de esta necesidad de transporte aguda que sentimos, padecemos, vivimos.

A todo esto, ¿se habrá caído alguna persona por ese filo? No parece muy peligroso, sólo un metro, con la posible excepción de cuando esté por llegar el siguiente Metrobus a toda velocidad para poder frenar a tiempo en el punto indicado donde debe de frenar.

Pero el autobús vacío se fue se fue se fue y ya no volvió.

Pero a las 9:20 A.M. llega otro y lleno, igual que los demás. Las personas al principio parece que no son las mismas. El que me lo pareciera sólo era una ilusión óptica.

Porque a partir de un momento todas las caras empiezan a confundirse en una mezcla cada vez más homogénea, de pronto alguien muy feo se te queda viendo muy ídem desde la ventana de más allá, dentro del vehículo cuyo destino ya está predeterminado (el chofer lo sabe muy bien, lo instruyeron: váyase por todo Insurgentes hasta que acaba, hasta que esté a punto de caer en las fauces de algún monstruo que se lo trate de comer, ahí de la vuelta y haga el recorrido en sentido contrario, juro que se divertirá si lo hace las suficientes veces, si es que no muere antes de terrible abatimiento y sopor).

Pero no, la persona muy fea no es que sea fea, sino es que está haciendo gestos porque la están estrujando tremendamente y con prejuicio extremo entre otras quince que en un alarde de prestidigitación están elevando la hasta entonces nimia y poco atractiva (aceptémoslo, no nos engañemos, es poco atractiva) actividad descuidada de empacar personas más y más personas en un autobús finito (porque finito lo es sin duda) sin que nadie perezca de asfixia en el intento o se queje con el Jefe de Gobierno más cercano.

Esto es madurez ciudadana, no pedazos.

Pero la vida tiene siempre el contrapeso para los impíos, la mayoría de las personas que me acompañaron en esos viajes tan duraderos en mi mente y en el tiempo relativo al que de seguro Einstein se refería, (porque ya saben, ¿no?, te subes al Metrobus y el tiempo se elastiza tremendamente dentro de su estructura mientras el vehículo se mueve, o crees que se mueve, donde el viaje se hace eterno y juras que cuando sales de él has envejecido dos días más que si hubieras hecho el viaje de las veintitres y pico de estaciones a pie), y decía, esas personas con las que normalmente estoy al lado son estudiantes descarriados, o ejecutivos elegantes con sus trajes sufriendo un castigo planchándose aleatoriamente de manera activa y mirando el reloj preocupados cavilando si el cuarzo se detiene como si fueran manecillas (o como dijo Groucho alguna vez, no es que el reloj se haya parado, tal vez estén muertos), o más personas sin oficio o sin beneficio, bueno, algo habrán de hacer, no todo mundo se sube al Metrobus, si cuesta más que el Metro, ya dije, 32 centavos de dólar del Metrobus contra 18 centavos de dólar que cuesta subirse al Metro.

El punto es (tanta verborrea me enmudece) que a las 9:25 de la mañana (25 inauditos minutos desde que llegué a la estación de los cuales pasé 16 de ellos a unos cuantos centímetros del filo del precipicio mirando a la gente de Avenida Insurgentes Norte arriba de sus vehículos mirándonos de manera simultánea a nosotros a su vez [nada como una espera de veinticinco minutos como para hacerte sentir parte de la masa, esa togetherness que tanto nos hace falta en estos tiempos tan llenos de políticos tomadores de atajos o con jeeps rojos prestados], personas con sus manos sobre los volantes de sus propios vehículos y con sus pensamientos errando en sus mentes colectivas, idas, mientras escuchan al señor Gutiérrez Vivó despotricando contra el alguien en turno: “que bueno que hoy sí circulo” o “que bueno que tengo dos vehículos para írmela alternándomela” o “que bueno que tengo calcamonía Doble Cero, o sea, licencia para matar, y que se me permite circular per secula seculorum hasta que el combustible se me acabe”, si quisiera), sí, a las 9:25 de la mañana llegó otro Metrobus vacío.

La gente no lo puede creer por un picosegundo. Al segundo picosegundo ya estaban todos adentro y sólo quedé yo para estar de pie. Pareciendo infantes de hospicio cuando les dicen que ya llegó la comida y que sólo los primeros diez comerán, así entra la gente al interior del Metrobus. Algunos sonriendo y otros que no consiguieron asiento con caras mal disimuladas mirando al paisaje de la urbanidad de “a mí siempre me encanta ir de pie”.

Entre apretujones y derivaciones del cuerpo humano en todas sus flexiones el Metrobus va y va. Nada crees más que te pueda sorprender. Hasta que llegas a esas estaciones clave mencionadas cerca del Metro. Ahí sí es: ¡Sálvese quien pueda! Brazos, piernas, bolsas, todo es desconectado de sus dueños.

Por otra parte no quiero terminar esto afirmando que sí hay mujeres hermosas. Mujeres inquietantes con su ceja muy bien dibujada. Mirando con desafío a nadie en particular. Hay que ser fuerte para sobrevivir al apretujón, al Big Crunch. Hay que ser temible para pasar entre la meleé de la humanidad concentrada en cada puerta llena de seres anónimos que no tienen hacia donde salir, hacia donde moverse, hacia donde teletransportarse. Otra mujer guapa allá se está pintando, otra más acá huele precioso y sólo mi natural timidez me impide preguntar cual es el perfume que usa. Lo recordaré por siempre, lo juro, o al menos por diez minutos más. Hasta el siguiente perfume, la feromona anónima que me persigue y que estará ahí, entre tantos cuerpos pensando en donde bajar. Pensando en la hora. Pensando en la paciencia. Pensando en el momento eterno.

Pero el viaje continúa hasta su destino.

Señalaré, ya que ahora sí estamos avanzando, que hay cinco torturas aquí, en tiempo presente del infinitivo:

Una, la posición no natural en que tu cuello está colocado en la búsqueda de tus brazos por el tubo de aluminio más cercano que representa la estabilidad deseada. La vida ahora está llena de frenones y acelerones, tersos algunos y no tan tersos los otros.

Dos, que no alcanzas a ver a cuanto está tu estación de donde te encuentras debido a que el cartelito con ellas marcadas está a mucha distancia de tu ya deficiente vista.

Tres, que por la posición mantenida por minutos digna de un saltimbanqui du Soleil y ni sabes con precisión cual es la estación a la que vas llegando.

Cuatro, que por más que haces intentos mentales de pensar en otra cosa como porqué la gente podría tener interés en los bits de información que las pantallitas rojas que están empotradas en el techo del vehículo están transmitiendo de continuo, mismos bits repasados día con día, no ves la forma de cómo vas a salvar la distancia detrás de la pared humana compuesta por cuerpos y cuerpos de seres a los que no les interesas en lo más mínimo (a excepción de que si les preguntas, “¿se va a bajar en la siguiente?”, y cómo nadie lo piensa a hacer, ellos tratan de a su vez, sentimientos encontrados de afinidad humana, de contorsionarse muy amablemente para que tú trates de salir indemne de ahí por en medio de ellos, inverosímiles masas inamovibles).

Y cinco, el largo camino a la Salida en sí, es portentoso. La Odisea medida en decímetros. Sí sales de ahí es que estás compuesto de materiales que no todo mundo consta, ¿eh? Suenas a Tungsteno, suenas a Titanio, dulce olor de la mañana.

Huele como a... victoria.

No, no me quejo. Lo que me sigo preguntando, ¿es que esto del transporte humano-urbano es tan impredecible así? ¿No se puede medir la cantidad de gente que va de estación a estación de una manera aproximada como para ir enviando los autobuses poco a poco, o lo contrario, de mucho a mucho, para que la gente no se acumule en determinadas estaciones clave-críticas? ¿No venía eso en los manuales de uso del Metrobus? ¿O se perdieron? ¿O se necesita algo así como The Complete Metrobus Management for Dummies (like us)? ¿o están en un proceso de prueba y error? ¿No habrá un Microsoft Metrobus Simulator que puedan comprar? ¿Un SimMetrobus? ¿Un Metrobus Second Life? ¿Un Halo Metrobus 3? En algún lugar tendrán que aprender, ¿no? O practicar en nosotros, de plano, algún día aprenderán.

Me imagino la Sala de Control: Ahora el Ser Supremo del Metrobus envía uno vacío. Ahora no, mejor se espera a que se junten doscientos en la estación. (A lo mejor se pelean.) Ahora manda dos seguidos. Ahora hace que se vayan lentos. Ahora que se detengan a cada rato por dos minutos. (La vida, nos lo han dicho desde siempre, es un bello y agradable experimentar.)

¿Qué habrá en la mente de los conductores? ¿Qué habrá en la mente de estos Seres Divinos que manejan el Metrobús? No pueden ser personas como uno. No. No deberían ser. Manejan demasiados destinos como para ser normales.

Como yo sólo tengo dos semanas viajando en Metrobus, lo suspendí debido a ese retraso tan absurdo de 25 minutos. Tengo deberes. Tengo responsabilidad.
Tengo pudor.

Como parábola final comprensible-pero-inasible de la existencia de vivir al filo del abismo algo, una barrera infranqueable hasta ahora me hace desconocer su conducta o conductas. Lo afirmo y reafirmo.

Tanto de la gente como el de la ruta en sí. Tanto como el de la gente que administra ese Metrobus en sí.

Estarán rodeados de sus pantallas, es otra posibilidad que se me ocurre. Más opciones de su praxis posible es que tal vez tengan delante de sí una maqueta tipo pista Sizzler (¡Somos Los Vencedores!) o mejor aún: una Scalextric, desde donde ven y perciben la cantidad diminuta de personas que se juntan alrededor de un punto geográfico en forma de Sistemas Dinámicos en tercera dimensión, o como ya dilucidé, desde donde ese alguien se pone a jugar con sus amigos a ver cuanta gente se junta más y en dónde y cuánta se traslada más dentro de un vehículo determinado o no sé.

Algo así.

Y es que todo tiene su razón. Estoy convencido.

El chiste es que hay que encontrarla. Algún día se va a dejar.

Y entonces, mientras me bajo en mi destino alcanzado, embarrado de humanidad si no es personas, ¿qué es lo que le pondremos a las mentadas galletitas verdes?




viernes, octubre 12, 2007

Rozando al cielo, a través de una escalera / Led Zeppelin se reúne de nuevo.

Cuando tenía 19 años y trabajaba en Cigarrera La Moderna, Adrián, de 21, me decía que ese rollo del rock que escuchaba por entonces se iba a acabar pronto y del cual fanatizaba mucho. Que en dos años más ya le bajaría a mi acelere y que gradualmente iría escuchando música más pop. Eso fue en 1981.

Han pasado 26 años y sigo igual y hasta peor. Digo, ya tengo hijos y todo, y trabajo en un ambiente formal de trabajo y demás, pero ustedes saben de que hablo.

Bueno, es un decir. Yo aseguro que estamos para defender la causa de todos mientras sea en pos de la buena voluntad de la decisión libre y soberana que debemos contar y que todos debemos tener.

O sea, por más que otras músicas no me agraden ni tantito, no obsta para que no apoye el derecho de cada quien a escucharlas. ¿Qué le vamos a hacer?

Pero a mi me gusta el rock (suena a canción vieja de Menudo, ¿no? Como decir “Sí, ya lo sé, es sólo Rock and Roll, pero me gusta) Y es interesante que en un mismo artículo aparezcan esos dos nombres de grupos, ambos de relativo impacto, supongo, unos más que otros, sobre todo en la mente de sus respectivos fanáticos.

¿Cuándo escuché a Led Zeppelin la primera vez? No tengo la menor idea. Ni con quién. La primera vez que vi The Song Remains the Same fue en el desaparecido Cine Alameda, frente a la idem allá en Monterrey, pudo ser finales de 1978 o principios de 1979. Fue lo más cercano a ir a un concierto real. Todo mundo gritando en el cine, todo mundo diciendo estupideces y todo mundo riéndose. Era buena vibra. Nosotros, chavos todavía prepos, vimos a tipos salidos de proverbiales hoyos fonqui, pidiéndonos el oropel de los cigarros. No cigarros, sólo el oropel. Presurosos, se lo dimos. Nunca he estado en un cine con tanto humo por dentro. Alguien grita de pronto: “¡Chingue a su madre el que no ladre!” Todos ladramos de inmediato. Buena vibra.

La película comenzaba con un asunto raro, escenas de campiña inglesa. Carros antiguos. Arroyos primaverales corriendo con tranquilidad. Tipos sin cara jugando juegos raros. Y cada uno de Zeppelin, Plant, Page, Bonham y Jones, les avisaban, hay un concierto mañana.

Las palomas volando. Los flashes aislados. Y la canción potentísima, de Rock and Roll con su lonely lonely lonely, que un amigo por mucho tiempo pensó que esa canción se llamaba así “Lonely”.

Recuerdo haber ido a ver la misma película de The Song Remains the Same, por segunda ocasión al Cinema del Valle (al que asistimos sólo nosotros cuatro amigos y una pareja de viejitos orgullosos que definitivamente pienso todavía que se equivocaron y que no quisieron admitirlo) el día que el candidato a gobernador por el estado ilustre de Nuevo León, Don Alfonso Martínez Domínguez, llegó a la ciudad de Monterrey a reconocerla (había estado muchos años de su vida fuera) para posteriormente gobernar desde ahí, vieja costumbre de nuestro país con los designados candidatos del partido dominante de por entonces.

Corría el año de 1979.

No había camiones que tomar porque todo el transporte fue utilizado para llevar personas muy amablemente a recibirlo en su glorioso regreso y hacerle valla al prócer.

Y del Cinema del Valle (fallecido también) a mi casa había un largo lago largo camino. Camino que todo el tiempo estuvo lonely lonely lonely. Rock and Roll.


En alguna parte escuché por primera vez Stairway to Heaven, la sobrenaturalmente exquisita Escalera al Cielo. Debió transportarme al mismo lugar donde me sigue transportando cada que la escucho. Fue en radio, por supuesto, proveniente de una de las intrépidas estaciones de radio que había por entonces en Monterrey, la XERG.

No hablaré más de la canción. Eso lo haré cuando haga el ensayo dedicado para tal efecto, que espero sea pronto.

Muy posiblemente muchos de los que leen estas notas no tienen la edad para conocer el alcance de Led Zeppelin como grupo de rock and roll. Muchos tampoco alcanzan a entender (o quizá no les interese de plano) lo que significa escuchar una pieza como Dazed and Confused, ese extendido track que viene en el Led Zeppelin The BBC Sessions y que estoy escuchando en este instante.

En alguna parte uno se transfigura en desear explorar esos sonidos de distorsión y gritos acompañados con una batería que para nada guarda los tiempos que otras músicas podrían tener como signatura común y que sirven de punto de referencia familiar al cual mirar y al cual atenerse.

El rock, como la pornografía o la ciencia ficción sólo se reconoce cuando estás ahí y cuando la percibes. Es muy complejo y arriesgado expresar sólo una endeble definición que siempre estará a la búsqueda de las palabras correctas.

Led Zeppelin tal vez no fue el mejor grupo de rock and roll, de hecho es reconocido de facto que varios grupos le pueden pelear el título. Pero no muchos. O incluso en cuanto al adjetivo “pesado” que acompaña a la palabra rock, existen varios grupos que pueden también merecer ese nombre en el transcurso de los últimos 40 años. Pero no muchos, tampoco.

Pero además de la música Led Zeppelin también fue la banda. Como siempre en estos casos no es sencillo afirmar que juntas a cuatro personas y de ahí resulta una banda funcional, plena y lista para producir música.

La magia del rock, como de muchas expresiones colectivas es encontrar cuatro personas con un solo objetivo, ser una agrupación y que cada uno de los integrantes contribuya con su personalidad especial en algo indefinido o definido que tal vez sólo pudiese existir de manera temporal pero que en este caso específico y a través de un ademán mágico del universo dieron lo mejor de sí durante en este caso esos doce años fabulosos en que ellos, Led Zeppelin fueron la banda de rock más pesado del mundo.

Cualquier cosa que eso pudiese significar.

Led Zeppelin se reúne por primera vez de manera específica para un concierto desde 1980, en Inglaterra este 26 de Noviembre.

Esperemos que los que vayan a presenciar ese hecho, se maravillen como lo que yo y muchos más lo harían de estar ahí.

Rozando al cielo, a través de una escalera.

domingo, octubre 07, 2007

PREVINIENDO DISRUPCIONES, LA FICCIÓN TECNOLÓGICA



La tecnología nos forma. Nosotros somos lo que la tecnología nos ha permitido ser. Eso está registrado a hierro en la historia en todas las culturas. A falta de ella o por tener acceso a ella, o por haberla usado en su provecho.

Los que escribimos de Ciencia Ficción o de Ficción Tecnológica o como se le quiera llamar ahora, porque dicen que la realidad la ha rebasado, lo hacemos porque nos gusta imaginar lo que estamos viviendo y pensar un paso más allá o dos, o tres. A veces lo logramos, a veces sencillamente no.

Pero eso sí, el futuro ya no es lo que era antes…

Los artilugios están a nuestro alrededor primero como publicidad, luego como objetos de lujo prohibitivo, más después como objetos de glamour anhelado y posteriormente como supuestos objetos de necesidad básica y fundamental.

¿El celular ha hecho la vida mejor a todos? ¿La televisión por cable? ¿El mismo Internet? ¿El Ipod y subsecuentes? ¿Las pantallas de plasma? ¿La cámara en mi celular? ¿Soy por eso más productivo? ¿Más feliz? ¿El hecho de que todo mundo me encuentre ahora me ha hecho mejor? ¿Estoy realmente mejor informado con tanto feed? ¿Me hace mejor persona? ¿La música ahora hecha específicamente para ser escuchada a través de algoritmos de compresión como el MP3 es mejor que la que se diseñaba para LP’s, y posteriormente, para CDs?

Los que escribimos con la tecnología en mente en muchas ocasiones nos pone a pensar el a dónde irá tal o cual tecnología emergente.

No es muy aventurado suponer que Los Supersónicos nos marcaron el camino. Tal vez antes de ellos, el mismo Dick Tracy. No es difícil de creer cuando vemos a Cometín Sónico ser castigado en su salón de clases por su maestra, debido a que estaba carcajeándose en su lugar debido a que veía un programa desde la comodidad de su muñeca, situación a la que estamos ya a punto de tener a nuestro alcance. (Pero, ¿por cuanto tiempo puedes ver un juego de Fútbol Americano o un capítulo de Friends del tamaño de una pantalla de 4 cm por 4 cm en el que ni siquiera puedes distinguir entre cada quién?)

Una circunstancia como esa, diseñada hacia el futuro desde la mentalidad de alguien que lo imaginó durante los sesenta ya nos presagiaba de una aplicación, el poder mirar un programa de televisión, que llevada a cabo en ciertos lugares y momentos, en un salón de clases durante la impartición de una lección, llevaba una consecuencia, en este caso, un castigo.

Cometín no debería estar haciendo eso durante la clase. Hay momentos para eso. Supongo que se lo debieron haber dicho. Y no hizo caso.

El caso actual es similar. Las operaciones mochila son comunes en las escuelas, si acaso tienen motivaciones más bien de salud y seguridad, signo evidentemente trágico de nuestros tiempos. No es poco común que traigan los niños en esos momentos un celular (al menos no traen pistolas o jeringas, todavía) En algunas escuelas eso no está permitido. Ni los celulares, ni las pistolas, ni las jeringas.

Entendamos a los maestros. Hace veinte años eso era impensable, no había celulares en primer lugar. Ahora todos lo tienen. Ahora no sirven sólo para hablar de cuestiones de emergencia. Ahora son utilizados para comunicarse a través de un lenguaje criptográfico que sólo es entendido por una minoría (o mayoría realmente) que debe de tener menos de treinta años para ser aceptado dentro de ella.

Eso no lo imaginaron los que escribían de tecnología.

Por decir, los envíos de mensajes fueron descubiertos por el mismo usuario.

¿Qué pasa con los ringtones? Una industria de millones de dólares donde hace cinco años no era nada. Un tono particular que sea pegajoso en un celular será enviado, transmitido, copiado hasta la estratosfera y significará fortunas para algunos.

Eso tampoco fue imaginado. Un reciente artículo del New York Times menciona el tema con asombro. Que la gente quiera, desee, procure pagar sus treinta segundos de canción por un tiempo limitado como es tres meses en ciertos casos por el mismo precio que puede adquirir la canción completa de por vida, es enigmático.

Tampoco eso fue previsto por algún escritor de ciencia ficción o por algún escritor de tecnología. Esos son los casos fortuitos que hacen entrar dinero a las arcas de alguien.
Y esa es la tecnología que llega a nuestros oídos. Es la tecnología de las masas. La que se enfoca al consumo.

Y también hay otras tecnologías de las que sí escriben los que escribimos de esto. Son las que se ocupan de otro tipo de cuestiones tales como las conductas de los consumidores. Las que se enfocan en querer saber cuales son tus gustos en ropa, en libros, en cine, en supermercados, en bebidas, en compras en general.

Porque hay tecnologías que te van registrando poco a poco tus compras. Ya saben de tu gusto por ese vino espumoso tan delicioso, saben que estás a dieta y que tal vez tienes tendencia de diabetes. (Y eso que no hablamos de la tecnología de identificación de radio frecuencia, la RFID, que pudiera ser ubicua en pocos años, eso da para mucho más)

¿Qué cual es el problema? Que un día se pueda vender esa información a alguna compañía de seguros que sabrá que compras cigarros pero que declaraste en tu forma de registro médico que no fumas, que estás comprando carne de tal tipo y que lo haces como costumbre a pesar que tienes problemas de colesterol, que tus tallas de pantalón para caballero que compras es para una persona que tiene 20% de obesidad, que como no has comprado artículos deportivos en varios años, realizas una vida sedentaria, que tu riesgo de diabetes está creciendo y que por tanto, en lugar de cobrarte la menor tarifa de tu seguro ya calificarás para una tarifa mayor, o al menos para tener una mayor y muy seria entrevista a la hora de ir a pagar tu siguiente mensualidad.

Hace pocos días apareció en el Wall Street Journal un artículo acerca de Google. Me gusta Google. Me fascina Google. Su lema dice “Don’t be evil”. No hagas el mal. Más bien no era un artículo en sí, sino un cuento por Cory Doctorow, escritor de ciencia ficción, publicado en Radar Magazine en el que hablaba de una persona que de cierta manera a la hora de pasar una aduana se le empiezan a hacer preguntas acerca del expediente de sus costumbres, obtenidas en resumen de lo que había estado investigando en Google (lo mencionan por su nombre, incluso), y eso lo hacen al revisar de pe a pa su historial de búsquedas, su redes sociales de amigos a través de Facebook o de MySpace, sus hábitos de ver qué videos acostumbra a mirar en You Tube, para tratar de encontrar un patrón de conducta que pudiese indicar con certeza si él era una persona “confiable” para la seguridad del estado.

Google es el buscador por excelencia que nació hace nueve años. Nadie lo imaginó. Nadie pensó que Google sería tan avasallante. Que compraría You Tube, precisamente, con los más de cien millones de personas que ven videos ahí todos los días. Que permitiera guardar documentos y documentos en su casi infinita capacidad de correo por persona que tiene actualmente, casi 3 gigabytes de capacidad de guardar información.

Un día podrías pensar guardar las películas que más te gustan ahí, las compradas, eso no se hace todavía, pero podrás, ¿no? Pero no tendrías que guardarlas físicamente (si es que hablar de físico en estos asuntos es un poco absurdo porque, ¿dónde está Google? ¿Ahí, allá, en Seattle, en Santander Jiménez, Tamps.? Es de esas neoconcepciones en las que preferimos no pensar), no, una película es demasiado espacio, pero sí guardarías el permiso para poder verlas cuando quisieras a través de tu gigantesco ancho de banda, que para entonces ya se debería haber abaratado (we hope so).

Y mientras, ahí podrías guardar tus fotos, tus contactos, tus amigos, la suma de tus hábitos, tu vida misma. Pero sería guardada primero a través de una computadora que necesita electricidad, para esto, acceso a Internet, después. Y que a final de cuentas utilizarías los métodos de Google para guardarla ahí.

Aquí entra la imaginación de los autores: Y un mal día Google decide venderse al gobierno, o gobierno ordena: “dame los registros de esa persona y de esa otra”. O algo más sencillo, cuando quieres entrar a la frontera querrán los de migración verificar tu conducta. Y recurrirán a su método indicado. Del que saben que guarda tu historial que tú mismo le proporcionaste a través de los años.

Podrían saber de tus hábitos de compra, los que leímos arriba. ¡Qué vergüenza! Ya vio el tipo con la charola las películas que te gustan, esas son de adultos y tratan de personas de costumbres y, más importante aún, opiniones, dudosas, ¿eh? ¿Compras hebillas de a cuánto? ¿Botas de qué material? ¿Sí sabías que esas pieles pertenecen a especies en vías de extinción? Que se me hace que ni a McAllen llegas, bato.

Y eso, viendo ahora lo que sucede en los Estados Unidos, no suena tan lejano.

Para eso escribimos lo que creemos, pensamos, intentamos, de tecnología y de ciencia ficción, y que aún y que podrías pensar que todo eso ya está muy rebasado por la realidad, siempre habrá mucha tela de donde cortar. Prevenir, no sólo prever. No lo olviden. Nunca lo olviden.

Que estén bien.

lunes, octubre 01, 2007

DOS DE OCTUBRE NO SE OLVIDA – DOS DE OCTUBRE NO SE OLVIDA - Pronto, pronto, el Cuadragésimo Aniversario 1968-2008, ¡Espérelo!

Escribí una novela que tiene que ver con Tlatelolco, si han sido lectores de este blog ya estarán familiarizados con ella. Se llama Technotitlan: Año Cero y está publicada en uno de mis blogs que están aquí cerca. Al menos una de sus cuatro partes transcurre en aquél año, aquél otoño.

No sé si eso me da cierta autoridad sobre el tema. Pero pongamos que tantita. Así que...

Varios puntos de reflexión acerca de Tlatelolco - México 1968

Sobre los aniversarios en sí.

No que sea tanto el trigésimo noveno aniversario de la Noche del Dos de Octubre de 1968, sino que es la antesala para el cuadragésimo aniversario de la misma, lo cual, como muchos saben de manera un tanto sobrenatural, un tanto instintiva y un tanto trivial y frívola, despierta más atención que el trigésimo noveno aniversario o que el cuadragésimo primero aniversario por razones un tanto oscuras.

¿Cuál es la magia de celebrar los múltiplos de diez, los múltiplos de veinte, o los múltiplos de cincuenta años, digo, más que los múltiples de tres, o de siete, o los años en números primos?

Si meditamos en ese punto nunca terminaríamos. Lo único que podríamos decir es que en el décimo aniversario del 2 de octubre, en 1978 salió en la revista Proceso un artículo con el todavía vivo por entonces Licenciado Gustavo Díaz Ordaz y su recién encomienda para ir a España como flamante embajador, cargo al que renunció casi de inmediato aduciendo problemas de salud.

Lo que trae ese ejemplar de la revista en particular es un recuento de las entrevistas que dio el mencionado político y, que como nunca había dado la cara después de que había finalizado su período sexenal presidencial el 1 de diciembre de 1970, a los reporteros les era más interesante y jugoso lo que dijera respecto a los eventos de aquellos días del 1968.

No dijo mucho, pero si hubo algo de impacto fue la declaración final que a la letra fue así:

“No estoy de acuerdo con usted en que hay un país antes Tlatelolco y otro país después Tlatelolco, ese es un incidente remoto. Que va a España un mexicano limpio, que no tiene las manos manchadas de sangre…

“…Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años (de mi gobierno), es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo, vida, integridad física, horas, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de mi nombre a la historia. Todo se puso en la balanza, salimos adelante, y si no hubiera sido por eso, usted no tendría la oportunidad, muchachito, de estar aquí preguntando…”.


Woow. Definitivo. Es interesante cada uno de sus puntos.
Sobre la declaración de Díaz Ordáz a los periodistas.
La gente percibe lo que quiere percibir, lo que desea percibir, lo que las limitaciones de sus sentidos le dan para percibir.

Él afirmaba es más, estaba profundamente convencido de que el país no había cambiado en 1968. Él firmemente creía que no tenía las manos manchadas de sangre. Él absolutamente pensaba que salvó al país. Él imaginaba que había arriesgado su integridad física.

Él aseguró que había puesto todo en la balanza, y estuvo convencido de que salimos adelante. (Echeverría, su un tanto creepy sucesor en la presidencia, tan convencido estaba de esa idea que hasta sacó el lema presidencial de campaña, que lo tragamos hasta en la sopa en aquellos años de 1970, “¡Arriba y Adelante!”).

Lo mejor es el final.

¿Realmente el señor Díaz Ordaz pensaba que si no hubiera sido por todo eso, el periodista en cuestión no tendría la oportunidad, el muchachito, de estar ahí preguntando?

Les digo, aquí la cosa se puso interesante.

Introducción sobre los what if’s históricos y contemporáneos.

Veamos hacia dónde se despiertan las dudas de los what if 's históricos.

Los what if´s, o qué hubiera pasado si… son sólo juegos del intelecto, materia prima de las historias alternativas, que a veces no llegan y ni llevan a nada.

Pero aún así que muchos los consideran un desperdicio, los usan mucho los historiadores para dar más claridad a los hechos tal y cual sucedieron para analizar sus potencialidades y posibilidades dando de ese modo un refuerzo a tal o cual teoría en muchos de los casos, y en los otros para dar un punto de vista, algo romántico en sí, de lo que nos perdimos de ver, de presenciar, de estudiar o de ser parte de todo ello, a través de los hilos del futuro único y real que nos toca vivir al cual ciertamente pertenecemos ya que lo estamos precisamente comentando y ustedes precisamente leyendo.

Ejemplos rápidos de what if's:

¿Qué hubiera pasado si Hernán Cortés se alía con los Aztecas, así como se alió en la realidad con los tlaxcaltecas, y ya con la temible Máquina de Guerra Azteca, de impresionante poderío (esto afirmado por historiadores de todas partes, su costumbre de extraer corazones los horroriza totalmente), hubiera deseado irse contra los mismos españoles en Cuba y más allá, contra la misma Madre Patria?

¿Qué hubiera pasado si los españoles ya en la Post Conquista hubieran llegado con sus familias a la Nueva España (no solos como llegaron investidos como aventureros) y les hubieran dado iguales derechos a los mestizos que ellos mismos tuvieran?

¿Qué hubiera pasado si España en lugar de gastarse todos los metales preciosos encontrados en la Nueva España en guerras europeas y en lujos los hubiera invertido de alguna manera, colonial y todo, y en parte, digo, todo sería mucho pedir, en estos mismos territorios?

¿Qué hubiera pasado si Hidalgo no se hubiera detenido en el Monte de las Cruces teniendo ante sí a la en ese instante la muy indefensa ciudad de México en aquél aciago año de 1810?

¿Que hubiera pasado si se hubiera encontrado oro en California veinte años antes del 12 de febrero de 1847, diez días después de que California ya no era nuestra según el tratado de Guadalupe-Hidalgo?

¿Qué hubiera pasado si alguien hubiera encontrado la fórmula para que los dirigentes de nuestro país se hubieran puesto de acuerdo, debería de haber maneras, y hubieran dejado de cometer tantas estupideces como cometieron, con pocas excepciones, muchísimas durante el siglo diecinueve?

Ya lo dejaré, me emocioné un poco, caramba.

Y así y así. Los análisis de esas respuestas todas quedan en lo teórico o en las pláticas de cafés o como temas de disertaciones para tesis propias del tema.

Volvamos a 1968 y sus propios what if’s.

Concentrémonos en el que hubiera pasado si no hubiera habido Matanza del Dos de Octubre.

Los what if’s del Dos de Octubre.

Así de sencillito.




¿Qué hubiera pasado si Luis Echeverría no hubiera estado esperando agazapado esperando su oportunidad?




¿Qué hubiera pasado si no hubiera habido soldados esa tarde que presagiaba lluvia?




¿Qué hubiera pasado si no hubiera estado en el edificio Chihuahua el Batallón Olimpia, el grupo paramilitar altamente entrenado para disipar manifestaciones?

¿Qué hubiera pasado si no hubiera habido sencillamente manifestación esa tarde?


¿Qué hubiera pasado si… todos se hubieran ido temprano a sus casas?

¿Qué hubiera pasado si no hubiera habido helicópteros… o bengalas?



¿Qué hubiera pasado si los soldados no hubieran avanzado a bayoneta calada?

¿Qué hubiera pasado si no hubiera llovido aumentando más la confusión?

¿Qué hubiera pasado si el 1ero de Septiembre de 1969 al no haber habido Matanza, se hubiera hablado sólo de disturbios que eventualmente se hubieran disipado como todos los demás lo hicieron después en todo el mundo?

Después de sus propios levantamientos estudiantiles se vio que no pasó nada en Brasil. Ni en Francia, después de todo, a lo mucho que al presidente De Gaulle lo hicieron renunciar pacíficamente el año siguiente, pero tomó el poder George Pompidou, de su misma escuela. Al tipo Gatopardo, todo cambia pero nada cambia realmente. Ni en Estados Unidos. Ni en Alemania. Ni en ninguna parte.

Los cambios se realizan de manera gradual. Nunca de manera sorpresiva o de golpe o sin causa o precedente.

Es decir, tanto disturbio juvenil que no llevó a gran cosa a final de cuentas.

Tomemos en cuenta también que el Movimiento estudiantil del 68 fue circunscrito exclusivamente al territorio de la Capital del país. Nada más. Una brigada de estudiantes médicos que fueron a un pueblito cercano a la capital y nada más.

Cuando se analiza la declaración de Díaz Ordáz y que involucra simbólicamente a todo el país, a los demás 29 estados y dos territorios en aquél entonces, uno dice, ¿realmente se podría perder un país, todo un país desde dentro?

Como que para que haya explosión pareja debe de haber suficiente combustible, ¿no? No me parece que hubiera tanto como para "incendiar" al país. Ni de manera simbólica al menos, menos de manera realista.

Más what if’s.

Si no hubiera habido matanza, ¿Díaz Ordáz se hubiera decidido por otro que no fuera su sagaz, astuto y culto en cuanto a sus intenciones, secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez?

¿El pérfido y a la vez confuso funcionario que trató de quedar bien con todos, y cuando quiero decir todos, eso es lo que quiero decir, todos, con los norteamericanos, con los rusos, con los cubanos, con los del tercer mundo y que a final de cuentas no quedó bien con nadie?

¿Habría habido una posibilidad real, mínima de que nos habríamos ahorrado la Guerra Sucia que tuvimos durante esos años de los setentas? (Insisto, nada como lo que sufrieron los sudamericanos en aquellos años, pero la nuestra también fue una Guerra Sucia al fin y al cabo).

¿Hubiéramos tenido otro candidato y por ende, a la usanza de esos tiempos, podríamos haber tenido otro Presidente de la República?

¿Hubiera sido más suave y más inteligente que Echeverría al no caer en los populismos que tanto nos costaron en los doce años siguientes?

¿Hubiera habido entonces otro presidente distinto a José López Portillo?

¿Hubiera sido otra nuestra historia?
¿Seguiríamos teniendo Partido Revolucionario Institucional?

¿Hubiera habido Salinas?

¿EZLN?

¿Colosio? ¿Aburto? ¿Un solo tirador? ¿Dos tiradores? ¿Conspiración?

¿Zedillo? ¿Fox? ¿López Obrador? ¿Felipe Calderón?

Pensemos en ello mientras da comienzo el cuarentavo período anual en el cual tendremos mucho que pensar al respecto.

Mientras se habla y hablará de la Independencia de México y de la Revolución Mexicana también pensemos, ¿cuánto le debemos al 68?

Todo un año. Todo un año…

Seguiremos con el tema... pero por supuesto que seguiremos...