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sábado, marzo 14, 2009

SOBRE WATCHMEN, CUENTOS, HISTORIETAS, COMICS, NOVELAS GRÁFICAS

Al principio le llamábamos cuentos, lo decíamos así en nuestro lenguaje cotidiano: “cómprame un cuento”, “¿dónde dejaste  los cuentos?”. La palabra clave era pues, “cuentos”. Al menos en Tampico y en Monterrey, circa 1970.

Nunca le decíamos “historietas”, o “revistas”, menos “comics”. O “cuentitos”.

Pero los leíamos desde que teníamos uso (aparente, como ahora) de razón, hace cuarenta años. Ahora yo tengo cuarenta y seis, y le sigo.

Siempre con la cuestión de seguir con la premisa absoluta del binomio narrador-audiencia.

Detalles, o mas bien, conceptos importantes a tomar en cuenta como La Suspensión de la Incredulidad.

Eso es básico. No es creer, sino CREER. No es lo mismo. Es complicado lo sé.

Y es que, dime lo que quieras pero, sí, no hay superhombres. No hay seres de otra galaxia con poderes. No hay fuerza sobrehumana. No hay personas que trabajan de noche vestidos con mallas. Pero lo vemos y aceptamos con tranquilidad.

Otro concepto: La Cuestión del Asombro. Leí durante muchos años los mismos comics. Los de siempre. Superman y sus mismos villanos y retos de los sesentas. Batman y sus mismos villanos y retos de los sesentas.

En los setentas Batman cambió. Se hizo más serio y oscuro. El dibujo se hizo más interesante. Podría nombrar escritores nuevos (Archie Goodwin era especial), pero los dibujantes, eran más geniales, más experimentadores, y son los que se quedaron mas con uno: Dick Giordano, Jim Aparo y sobre todo Neal Adams. Más estilizados. Superman tenía a Curt Swan y era fantástico y realista a la vez.

Pero las historias. Aún tengo muchos comics de Editorial Novaro en mi poder. Son joyas cotidianas. Están ajadas, lejos del Near Mint o sea, prístinos, que marcan los actuales canones de la conservación de comics. Nunca se revenderían a precios prime rate.

De hecho los comics mexicanos ahora con Editorial Vid cuestan probablemente alrededor de lo mismo de hace 30 años ajustando dólar y peso y sus respectivas inflaciones.

Pero la calidad de impresión de hoy es impresión-ante jamás incomparable con aquella.

Y nunca olvidar que todo esto es puro negocio. Detrás de Batman y Superman, DC Comics. Detrás de DC Comics, Time-Warner Communications. Detrás del Hombre Araña, Hulk y Iron Man, Marvel Comics. Negocios. Y todo lo que es negocio lo es, lo que no es negocio, no lo es. Simple. Reportes financieros, gerencia, dirección de empresa. Dinero entra. Dinero sale. Industria.

Las cosas funcionaban así, era una fábrica. Escritores y dibujantes pagados por contrato, creando por turnos y sin ser dueños jamás de lo que hacían. Creando sueños, ideales, grandezas, creando cuentos e historias, creando mitología, creando leyendas y hazañas. Así los disfrutábamos. Y cobraban por quincena. Y tomaban sus vacaciones y entraban a las 9 AM.

No les exigíamos gran cosa. Eran sólo “cuentos”, caramba.

En esos años después, los ochenta, hubo muchos cambios. Desapareció Editorial Novaro. La crisis perenne mexicana. Me hice hombre, planté un árbol. Ah, no, esa parte no, perdón. Sigamos, sí: dejé de comprar comics. No tenía sentido. Incluso Fantomas desapareció desde mucho antes.

Con el tiempo cambié a Heavy Metal, la fabulosa revista de aquellos años setenteros y ochenteros. No más “cuentos”. Estos de Heavy Metal eran comics para adultos, fantasía, ciencia ficción, violencia, sexo. Franceses, españoles, norteamericanos, ingleses, crudos, salvajes.

Y en ese inter se relanzó Batman y Superman en DC sin yo saberlo a detalle (cada 5 o 6 años lo harían para captar nuevos lectores). Leí historias fascinantes de Batman por Vid, “Las Diez Noches de la KGBestia”, genial, impresionante, con escenas que ni en el cine. De Superman ya se veía diferente con la mano de John Byrne. Más intenso, más dubitativo, más real.

Hablo de los 80’s, a mediados.

Seguían los años. Nada nuevo al respecto. En 1991 veo y compro comics de Star Trek, excelente dibujo y buena representación del ambiente del fascinante programa de la TV. En español nos llegan comics como Batman: Año Uno. Muy bueno. Un tal Frank Miller. Nada más. En ese momento no me interesa comprar más comics de momento. Hay mucha variedad. ¿Cuál comprar?

Pero un día, Santiago, un muy buen amigo de un muy buen amigo, me dice, “lee esto, es otra onda”.

Lo miro y veo un libro, trade paperback, dice por ahí. Una carita sonriente, una mancha roja dominando el circulo amarillo, sangre presumiblemente. El nombre en un costado, cosa rara: Watchmen.

“Es otra onda”, me quedé pensando, “¿qué quiso decir con eso?”

Lo leí poco a poco. Eran doce comics reunidos en un libro. En cierto modo era demasiada lectura de golpe.

Interesante, me dije, en principio nadie conocido. ¿De DC Comics? ¿No trabajan ellos únicamente con el universo de superhéroes conocido? Batman, Superman, Joker, Luthor, Green Lantern, Flash, Hawkman… (en alguna parte se dejaron de traducir los nombres de estos personajes) no aparecían.

Pero había circunstancias curiosas en Watchmen. Alan Moore lo escribía. Dave Gibbons lo dibujó. Nombres para apuntar y recordar. Estilo sobrio. Páginas de tres por tres cuadros, en la inmensa mayoría. Frases tomadas de canciones de Bob Dylan. Cuando vi referencias a Desolation Row y a All Along the Watchtower, RELACIONADAS AL PIE DE LA LETRA con el capítulo que acababa de leer, la resonancia cultural y emocional dentro de mí fue absoluta.

¿QUÉ DEMONIOS ESTABA LEYENDO?

Esto no era un comic, era un libro, una novela ilustrada o algo más complicado de explicar.

Historia tras historia, personaje tras personaje, intrincadas relaciones entre cada uno de ellos, el uso del tiempo, los flashbacks. Del creciente ritmo de tensión de que algo inminentemente terrible pasará. Del comic de piratas dentro del comic. De las historias dentro de la historia representadas en otras formas inusuales para un comic: entrevistas, capítulos de libros, diarios, reportes psicológicos, noticias, revistas, artículos.

Esta era una historia que ahora, como pocas veces, nos exigía esfuerzo para entenderlo, para desentrañarlo, para irle captando en todas sus sutilezas y matices.

Situaciones políticas realistas-fantásticas, historias alternativas: es 1985 y Nixon gobierna todavía,  la Unión Soviética amenazando Europa. Horrores, crímenes, intrigas, sexo, conspiraciones, misterios, todo en un mismo comic ordenado en procesión correcta, lógica, ineludible. Inaudito para el medio.

Watchmen me marcó de manera determinante.

Ese comic, Watchmen, y al mismo tiempo leer el Sandman, de Neil Gaiman, y el Dark Knight Returns, de Frank Miller, me indujeron a pensar que el comic ya había cambiado, ahora sí y de lleno. Incluso abandoné Heavy Metal.

Ya no eran cuentitos, cuentos o historietas, eran comics y eran un medio de expresión legítimo que exigía y exige de su lector inteligencia, sensibilidad, deseo de entender, de ser retado a captar lo que es sugerido, que al contrario de causarnos evasión (y así y todo, que son también entretenimiento sin pretensiones, igual que las películas, igual que las novelas, igual que las obras del mundo serio de la cultura en algún momento de su apreciación), nos hacen pensar y gozar como cuando leemos la literatura “legítima”.

Y eso ya era posible en este caso, gracias a un comic.

A una historieta.

A un cuento.

A Watchmen.