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sábado, agosto 07, 2010

Toda la Maldad del Mundo








(Juro que estuve moviendole como 10 veces al TAMAÑO DE LA LETRA, nunca le pude encontrar, seguramente una bronca de Blogger, seguiremos intentando..., esta es la supuesta letra tamaño normal,  y se ve normal, pero aparece así de pequeña, que sería la de todo el texto, sorry about this).

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Es difícil tratar con absolutos, muy difícil.

Por ejemplo es imposible, o muy difícil, imaginar el principio del Tiempo, el principio de Dios, el principio del océano, el principio de la arena, el principio de la personalidad del tiempo.

En ese tenor es difícil de comprender el concepto de donde empieza el bien, o donde termina, o donde empieza, el mal, y sobre todo, hasta donde llega el mal. No sé si sea falacia o sofisma o argumento imposible de definir o de discutir o de qué sé yo.

Analicemos, aunque sólo sea para entrar en calor, el problema del Norte.

Es extraño imaginar que hay un punto arriba del Polo Norte. Hablo de una esfera como lo es la Tierra, achatada en los polos, etc.

Muy sencillo, imagínate primero el lugar denominado así: “Polo Norte”, no donde está el típico poste-caramelo de las caricaturas, lugar que marca la proximidad de la casa de Santa Claus, que es de todos sabido, que vive ahí, en el Polo Norte.

Sí, el Polo Norte, está ahí, en medio de la nieve, solito, solito.

A donde quiero llegar es que… estrictamente hay un punto, solo uno, que es el Norte, y que a partir de ese punto hacia cualquier dirección, cualquiera, la que quieras, la que sea, es hacia el Sur. Por raro que parezca. Cualquier flecha que pongas en cualquier dirección, es hacia el Sur.

¿Y arriba del Polo Norte?  ¿Qué otra dirección en el plano geográfico de dos dimensiones en el que nos movemos puede haber? ¿Y abajo del Polo Sur? ¿A algunos centímetros? Tal vez estoy rompiendo reglas básicas de delimitación de discusiones y mezclando gimnasia con magnesia con amnesia. No me importa.

Sí, sólo matemáticos y lógicos le entienden a esto, y ellos entrarían con cosas que nunca aprendí bien para mi vergüenza, cosas de planos cartesianos, geometría de sólidos, quizá topología y cosas así.

(De hecho, como me dan ganas de volver al tiempo y querer una segunda oportunidad de reaprender matemáticas, sí, es en serio.)

Ese Polo Norte o Sur, es, o son, absolutos. No hay nada más al norte o al sur, respectivamente.
Igual exploración similar a la de arriba, pero más docta, o más seria, o más correcta, corresponde a la del Tiempo, a la de Dios, a la del Bien, y precisamente a la del Mal.

Y es del Mal que deseo hablar.

Fuera de rollos morales o de cuestiones filosóficas o incluso religiosas, el Mal existe.

El Mal existe y está no muy lejos de nosotros.

Y una de mis preguntas cotidianas es: ¿Pero porqué es el Mal tan atractivo para muchos?

¿Qué hay en la mente humana que de una manera tan sencilla pierde todo sentido de conceptos morales como decencia, ética y similares, que se autocolocan en un plano existencial superior (o alterno) a todos sus semejantes (que dejan de serlo de inmediato) y que de manera sencilla ignoran toda conexión con la sociedad y que se vuelven, en el sentido estricto, peor que animales, logrando en ciertas circunstancias llegar a extremos impresionantes de desapego de total humanidad como para pensar en borrarla sin que eso les estorbe el desayuno, en absoluto?

¿Dónde está el límite del Mal?

Hitler se regodeaba viendo imágenes de los traidores a su régimen cuando eran colgados con cables o cuerdas de piano. Él determinó la cuestión final de los judíos desde su Mein Kampf y a partir de su mensaje sus subalternos (con los Protocolos de Wansee en 1941) llegaron de manera sencilla a la Solución Final con la más sorprendente industrialización de la muerte a una escala jamás vista en una especie de revolución del Mal en la forma de procesar vidas para ellos indeseables.

Pero esos subalternos a su vez tenían la idea de que algo no andaba bien. Si el concepto de maldad, o a partir del cual distinguimos el bien del mal, hubiera estado de lleno en sus cabezas, el genocidio lo hubieran visto desde su escala de valores, correcto, y por tanto le hubieran podido decir al mundo, aún si estaban perdiendo: “¡Hey, lo que hacemos es un bien a la humanidad! ¡Felicítenos, estamos librando al mundo, a sus habitantes, de muchas de sus perniciosas creaturas!”

Hubiera resultado en un mundo vuelto de cabeza.

Pero no, a la vista de su derrota  procedieron a ocultar lo más posible sus hazañas quemando cadáveres a montones, labor que no pudieron, por su magnitud, realizar. Sabían que no serían comprendidos.

Sólo seres como Adolf Eichmann no mostraron arrepentimiento (como lo afirmó en su juicio en Jerusalén cuando fue enjuiciado y condenado en 1962).

En ese gesto de destruir la evidencia de su hecho, ellos mismos, los nazis, aceptaban que hicieron algo que no estaba dentro de lo correcto, de lo generalmente aceptable por la humanidad. Aún y que se escudaban tras el concepto: “no nos van a entender el bien que les hacíamos”. Curioso que su verdad tan evidente, axiomática, no podría ser comprendida por el grueso de la humanidad. ¿Pensarían que estaban en otro tipo de humanidad?

Aquí podemos hacer un paréntesis sobre conceptos:

En el libro de Isaías capítulo 55:8-9, está escrito: “mis pensamientos no son tus pensamientos, ni mis caminos son tus caminos, dijo el SEÑOR. Porque mientras los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que tus caminos, y mis pensamientos más que los tuyos”.

Como dice el Nuevo Diccionario de las Ideas sobre el tema del Mal (The Evil), sobre el entendimiento de Dios, Dios puede operar a diferentes estándares que los nuestros. Él ciertamente puede hacer las reglas. La moral y aún las leyes lógicas que correctamente nos unen, vienen de Dios pero en ningún caso nos dan acceso a su naturaleza. La Maldad Humana puede ascender así del resentimiento de la dependencia de ser una creatura –pero también de los esfuerzos mal encausados de un imitatio Dei, o imitación de Dios.

Así las cosas: ¿sería posible, si su verdad de destrucción era tan evidente para ellos, los nazis, que el Bien, Dios, su concepto al menos, estaba con ellos y el que perdieran la guerra solo fue una casualidad de circunstancias, producto de una reunión de poderes como nunca se hubiera visto en el pasado en contra de un solo enemigo, y así rusos, norteamericanos, ingleses, franceses y 50 naciones más se pusieron en contra de los nazis, arios, supremos representantes del Tercer Reich y que sólo de esa manera pudieron ser derrotados?

Entonces, ellos, los nazis, los “buenos” de sus películas, como se muestra en forma de sátira con la película dentro de la película de “Inglorious Bastards”, de Tarantino, fueron derrotados, según su torcida realidad, por las Fuerzas del Mal, ¿no?




De hecho, en nuestra propia realidad, se explotaba el miedo entre los norteamericanos de que el Mal mayor llegaría al mundo si los nazis procedían a conquistar Inglaterra y luego a Estados Unidos. Y esto es obvio, dado lo descubierto a posteriori de la ferocidad de los nazis y de sus ideas de exterminio industrial.

Era miedo, era terror, de que el Mal triunfara sobre el Bien. Podrían pasar mil cosas de invadirlo todo.

Era algo que las Fuerzas Aliadas no se podían permitir. Y bueno, el resto es historia.

El Mal no triunfó específicamente en este mundo real en esos años, pero díganle eso a los alemanes civiles (los malos) que murieron en los bombardeos de la RAF (los buenos) a Hamburgo y a Dresde en marzo de 1945, o a los japoneses civiles de Hiroshima y Nagasaki de Agosto de 1945, en los primeros dos casos creando verdaderas tormentas de fuego, en las segundas con las conocidas primeras bombas norteamericana (o sea, de los buenos) con fuegos atómicos.

Estos civiles, ¿eran los Malos?
(Recordando como los cruzados (o sea, los “buenos”) en la Edad Media mataban a todos los de un pueblo sin distinguir entre cristianos, moros, judíos, con la excusa de que no había problema, Dios distinguiría a los suyos.)

Por cierto, nunca sobra recordar las palabras de Robert Oppenheimmer al respecto de al ver la bomba de Trinidad, la real primera, la de prueba que hicieron explotar en Alamogordo, Nuevo México en Junio de 1945, dijera al ser iluminado por la tremenda bola de fuego, inimaginable, majestuosa, terrible, el sol nunca antes visto sobre la superficie de nuestro planeta, palabras de el Bhagavad Gita:
Me he convertido en la Muerte, soy el Destructor de Mundos…”.

Ese fue también el Mal encarnado en material nuclear. Casualmente los científicos entonces (los buenos), no sabían si toda la atmósfera (sí, toda ella, la que nos rodea y guarda el aire que respiramos, etc.) pudiera incendiarse en cadena y destruirnos de paso.

Riesgos laborales.

Y el Mal está en nosotros, e insisto no tanto, según yo, definido como la ausencia de Dios en los corazones de las personas.

Pienso en Eva, ¿fue mala al comer del Árbol de la Sabiduría? Caín, ¿acaso es él el guardián de su hermano? David, ¿no condenó a muerte en la batalla, al esposo de Betsabé, por lujuria?

Sí creo que haya una desconexión social entre cierto tipo de personas al mirar a otras, sí creo que ellos se piensan que son más importantes que las demás, y sí creo que muchas personas sencillamente se pasarían y se pasan comúnmente al lado del Mal, si les ofrecen las amplias ventajas de las que dispondrán si sólo desconectan los censores morales con los que creemos que nacemos, o si... les prometen impunidad, ya sea por estar con los vencedores, ya sea porque son los de las armas, ya sea porque saben que la justicia aplicada es bastante, bastante limitada.




Temas como empatía, como benevolencia, generosidad, si fueran contadores en un imaginario tablero de controles o indicadores, darían vueltas erráticas sin que mostraran un patrón claro.

¿Cómo personas pueden ser tan sanguinarias y al mismo tiempo tan “buenas” para un pueblo?

¿De dónde sacan arrestos para aceptar disparar a matar a grupos de muchachos desarmados en una inocente y trivial fiesta?
¿Para arrojar dos granadas en una celebración cívica en una plaza llena de gente?

¿Para matar a un grupo de chiquillos que sólo tuvieron el último error de su vida de estar en el lugar que no les correspondía estar?

 O sencillamente, ¿para mandar cortar cabezas de sus adversarios y colocarlas a la entrada de una ciudad, para colgar cuerpos en puentes, arrojar cadáveres enfrente de jardines de niños, o para disparar a lo que se mueva sin importar quien pase o a quien le toque?

Y últimamente, ¿para tener narcofosas con 51 cuerpos enterrados?

(Este blog lleva 3 meses escribiéndose debido a exceso de trabajo, poca concentración, síndrome de déficit de atención, no desearía seguir agregando más ejemplos recientes).

¿Más casos del Mal encarnado?

Se dice que al igual que en la Alemania Nazi, en nuestro querido México, durante la revolución, muchos burócratas, a los que se les dio poder de vida o muerte, se convirtieron en sanguinarios asesinos escudados en el concepto México.

Sí, mediocres burócratas de escritorio que se convirtieron en desalmados.

O no nos vayamos muy lejos, exploremos dos casos de nuestros vecinos norteamericanos, uno más histórico que el otro:

Uno, el simpático general Curtis LeMay, quien en 1942-1945 estuvo detrás de la política de los terribles bombardeos de fuego a las ciudades japonesas.

Como muestra la película de Patton (1970) con George C. Scott, los norteamericanos de cierto nivel para arriba realmente odiaban a los rusos. Sabían que tarde que temprano los tendrían que enfrentar, sabían que Stalin era otro multiasesino de escritorio igual que Hitler y que habría que actuar en consecuencia. No por temas de bondad o de justicia, sino por temas de que sólo debe haber un vencedor, un dueño de la casa.

Curtis LeMay lo veía así. Durante los años cincuenta y principios de los sesenta, este señor mandaba sus cazas arriba de zonas soviéticas para desafiarlos a empezar tiroteos, duelos de agresión en el cielo. De esos tiroteos a utilizar bombas atómicas no habría muchos pasos.

A ese tipo de estrategia maniaca se llamó algo así como Provocación al Omnicidio.

Nunca había leído esa palabra, omnicidio, que a sugerencia de nuestro mínimo conocimiento de latín, creemos que significa “muerte de todos”.

Así de sencillo, Muerte de Todos, o Muerte a Todos.

No le preocupaba a LeMay que se murieran cientos de millones de seres humanos en los ataques mutuos de cada lado, más los colaterales, más los que matase la radioactividad lentamente a través de las décadas.

Y no le importaba mucho porque en los cálculos y simulaciones de los juegos de guerra siempre habría más sobrevivientes del lado americano y eso los haría victoriosos.

A LeMay jamás le importaron o perturbaron esas posibles muertes consecuencia de sus más que mortales provocaciones.

¿Es ese el Mal Encarnado?

No soy antiyanqui, pero ahí tenemos la matanza de My Lai de 1968, por órdenes de un ya olvidado teniente William Calley, 300 civiles vietnamitas muertos.

¿Es ese el Mal?

O tenemos lo que les hacían a los prisioneros iraquíes en la prisión de Abu Ghraib, las terribles humillaciones que la enfermera aquella con cara angelical les hacía pasar a los vencidos.
¿Es eso el Mal?

O la ya, última de esta tanda, lo que sucedió en Iraq que sacó a la luz pública el lugar de wikileak.org, respecto al REAL video de unos helicópteros norteamericanos que están monitoreando una reunión de varios hombres en alguna calle de algún pueblo olvidado y que fríamente y hasta con bromas de mal gusto, sin aviso, les ordenan disparar y ellos lo hacen tranquilamente, alevosamente.

Sin dejar de ver el caso obvio que ellos, los buenos, traen la mejor tecnología para monitoreo, que traen mejor armamento que sus “adversarios”, mejor posición de tiro, desde el aire, y sin avisar, como dije, con toda la premeditación, alevosía y ventaja. Y ellos dispararon.
Mataron a dos periodistas que sólo cumplían su deber, reportar lo que pasaba. Y a los demás que estuvieron con la mala suerte de estar donde no debían estar.

Uno de los pilotos decía, después de disparar a una camioneta que venía a ayudar a los heridos, contraviniendo los acuerdos de la Convención de Ginebra respecto a que se debe respetar la vida de quien viene solo a ayudar al herido, que sólo esperaba que una de las víctimas mal herida, levantara el arma que él creía ver en sus manos para así dispararle desde las sombras, como pensaba que ese gesto le justificaba el hacerlo.

Esa “arma” era la cámara de uno de los periodistas.

¿El Mal está ahí?

No hay respuesta, lo que sí sé, es que dentro de estas personas, en su crecimiento, madurez, estado de adultez, en algún momento se cortaron los cables de la decencia, de la moral, de la empatía.

O sea, el Mal está en todas partes. O si quieren puede estar en todas partes.

Volviendo a nuestro México, se dice que una cosa lleva a la otra.

El mexicano descuidado (realmente descuidado? O simplemente despreciativo de todo lo que huela a ley, a reglamento, a código) que no cumple unas sencillas leyes de reglamento y que por eso le da soborno al policía.

El policía que la acepta porque sabe que esas sencillas leyes son abusivas hasta cierto punto y de pronto totalmente a discreción del mismo.

(¿No sería sencillo, o sería muy complicado que se instalasen brigadas relámpago ciudadanas que vigilaran en los retenes de las antialcohólicas para evitar el soborno, o el abuso, de los policías que lo acompañan a uno al mismo cajero a sacar dinero para ellos, dadas las ALTISIMAS MULTAS, que algún legislador ocurrente inepto se le puso entre ceja y ceja poner en contra de la ciudadanía para hacer que la gente desista de salir a la calle alcoholizada?)

Ese mismo policía, de los buenos, que con su flamante teléfono celular le da el pitazo a los malos para que estos escapen o ataquen o bloqueen, o se desplieguen a través de una ciudad.
¿Ese es el Mal?

¿Quién es el Mal, sabe que lo es?

¿Qué sucede en la mente de esas personas que irrumpen el orden establecido exhibiendo todo su poder de fuego en contra de población desarmada, que sin darse cuenta estos últimos son muchos muchos más?




¿Se creerán émulos de Robin Hood en los que dan dinero a comunidades que mirando a otra parte, se los aceptan de manera sencilla? ¿Y los procuran? ¿Y se sienten orgullosos de ellos?

¿Tendrán deseos de tener familia, o ya tienen una, o tienen varias, que sea feliz o prospera?
¿Tendrán la idea de que sus hijos estudien en escuelas y sean profesionistas?

¿A qué le apostaran en el futuro? ¿Tendrán idea del daño que hacen?

¿Se sentirán mal con lo que hacen?

¿Qué piensa un tipo en el momento que le corta la cabeza a uno de sus enemigos?

¿Qué siente cuando la toma y la pone en una hielera?

Tal vez en este orden de ideas parezca la siguiente pregunta o reflexión muy estúpida o trivial, pero, ¿qué piensan que les sucedió en la escuela primaria cuando repetía las tablas de multiplicar o las hazañas de Benito Juarez?, ¿que sucedió en su mente a partir de esa normalidad que todos compartimos de mayor a menor grado, para que esa persona llegando a tener cierta edad adquiriera esa destreza, habilidad y sangre fría, y ya de hecho, la anormalidad, para llegar a cortarle la cabeza a un semejante?

¿En qué momento aparece el Mal?

¿Por qué no se les aparece a todos?

Recuerdo los casos que me tocó leer en el Tipping Point de Malcolm Gladwell, respecto a que qué pasaría si a la gente se le dijera, lo que sucedió en el experimento (similar al llamado Lucifer, en el que había prisioneros y guardias y en el que los “guardias” se volvían sádicos de la nada con los “prisioneros”) que consistía en algo así:

“Ahí abajo hay una persona con electrodos que se activan desde este botón, se le pedirá que le aplaste al botón si se le pide”.

Había varias modalidades, a) si la persona había cometido alguna falta, b) si no la habrían hecho, c) si la gente sabría quien era el verdugo y d) si no se llegase a saber jamás quien lo era.

Lo que se vio con no tanta sorpresa era que, cuando aumentaba el anonimato y el consiguiente no castigo, las electrocuciones se hicieron muy populares.

De ahí nos ponemos a pensar, ¿cuánta gente no roba o mata, o comete crímenes nada más porque sabe que la pueden atrapar? (en México eso es un decir, pero como quiera mucha gente le teme a la ley, más que ama la ley, hay diferencia, ¿ok?)

¿Qué no haría la gente si estuviera convencida que hay impunidad?

Y hay gente que dice que no hay temor de Dios, y hay personas que no creen en Dios y que se dicen amorales, pero que jamás se atreverían a sacar un arma para matar a nadie alevosamente.

No en todos, y eso es lo que nos da esperanza, que ahí está el Mal entre nosotros, quizá a unos centímetros debajo de nuestro Polo Norte moral.

A sólo unos centímetros.

Pero soy optimista, me queda la esperanza que la inmensa mayoría nunca cruzará esa distancia.

Eso espero.

Y líbranos del Mal.


Amén.