Al principio era la Fuerza y la Fuerza fue hace mucho en una galaxia muy muy lejana, situada en San Francisco, California, donde en una comida Francis Ford Coppola le propuso a su buen amigo George Lucas que hiciera de ese asunto de la Fuerza una religión establecida y organizada, de verdad, vamos, corría el año de 1977 y Lucas sólo se río de la ocurrencia.
Después de más de doce mil millones de dólares entre entradas pagadas, y sobre todo de invasiones de juguetes con figuras extraterrestres y naves del universo creado por este señor, tal vez quede muy poco por decir.
Se reconoce la grandeza de un mundo inventado y se reconoce la grandeza de que invitaste al otro mundo, el nuestro, el real, a subir y que este mundo aceptó gozoso.
Se reconocen dos cosas más: un golpe maestro al decidir crear efectos que describieran para los demás su universo, y que decidiera guardarse para sí los derechos del llamado merchandising.
Lo que se dice original, Star Wars no es, definitivamente no, y eso ni a él ni a los millones de fanáticos les importa, ni les importará (característica clave para reconocer a un fanático).
Por ejemplo, saber que las ideas básicas de un mago, un aventurero y dos compañeros mecánicos como lacayos en busca de una princesa, ayudados por un contrabandista espacial (acompañado de un perro armado de dos metros y de dos patas), que se topan de casualidad con una princesa (republicana) depositaria de datos importantes para destruir un planeta artificial con gigantescos cañones de rayos no especificados (y que a fin de cuentas nunca fue una estrella, menos una estrella de la muerte, Death Star, por el tamaño del mismo a lo mucho fue un planeta de la muerte, pero, se debió de reconocer, Planet Star sonaba más a franquicia de hamburguesas galácticas y los especialistas de mercadotecnia del Imperio, de los que debe de haber en todos lados, no todos son militares, han de haber visto las ventajas de llamar a esa super arma “estrella” más que “planeta”, por eso los mercadotécnicos que en español denominaron a Star Wars como “La Guerra de las Galaxias”, pocos, eh, pocos).
Así las cosas todo el rollo galáctico no era más que un argumento tomado con o sin permiso, gracias, de La Fortaleza Prohibida del gran director japonés Akira Kurosawa, (de lo cual ya escribí aquí mismo) a quien se le devolvió el favor cuando George Lucas, Steven Spielberg y Francis Coppola le ayudaron a que este pasara mejor sus últimos años al estar presentes en la producción de películas como Ran, Kagemusha y Sueños de Kurosawa (incluso con la aparición en la última de Martín Scorsese).
Pero hay que pensar en esos fanáticos que vieron la película en su estreno nacional en México, por decir, un 23 de diciembre de 1977, viernes, a las siete de la noche, mirando a los demás que algunos traían incluso el libro con la novelización en inglés (malditos) y con sus camisetas estampadas con el célebre poster de los hermanos Hildebrandt (bastardos, los de la camiseta, no los hermanos Hildebrandt) y más aún, observando en medio de la película a personas que ¡tomaban fotografías a la pantalla!, ¡y con flash! (patéticos y ridículos, no se debe de usar flash).
También en el recuerdo está la primera imagen de la pantalla, después de los créditos ortogonales o como se digan (esos que van hacia un punto de fuga cerca de la eternidad, se van, se van, se fueron y ya no los alcanzaste a leer) y de repente baja la cámara hacia un planeta con su atmósfera y una nave espacial, que aaajum, igual que todas, estilo alargado, disparando rayitos a alguien, así, sin más, pero ¡cuidado! después de ese transporte espacial aparecía una nave blanca, larga, larga, larga, larga, llena de detalles y ¡la nave ocupaba ya toda la gran pantalla de Panavisión y no dejaba de aparecer! Nave larga aquella. Y después todavía, caímos en cuenta que sólo era un crucero imperial de tantos.
Y a ojo de pájaro, o de pequeña criatura espacial, ese crucero se veía inmenso con esa figura magnificente, triangular, con su centro de control impresionante, es más, se veía imperial (por eso, era una nave imperial).
Y la expresión “Lord Darth Vader está a bordo” se convirtió en una de las frases más conocidas, tal vez tan sólo similar en los anales de Cultura Pop a la de “Elvis ha dejado el edificio”. Bueno, conocidas para nosotros que sí estamos al pendiente de ese tipo de Cultura Pop.
Ese fue el principio. Lo demás se puede definir en jawas, tusken riders, Obi Wan, sable láser jedi, cantina, Han Solo, Chewbacca, Millenium Falcon, Stormtroopers, Tattoine, Alderaan, La Fuerza, lunas de Yavín, X-Wing, Death Star, ¡Ka-BOOM!
El impacto fue arrollador en nuestras mentes. Una película superbien hecha de ciencia ficción. (En realidad no era de ciencia ficción, pero se respetaban muchos elementos del género, y muchos no, lo aclaro, pero si cabía en lo que se venía a llamar space opera).
Las naves espaciales y sus diseños ocuparon arquetipos completos en nuestros esquemas de cómo deberían ser unas naves espaciales.
Era como una primera novia a la que no le veíamos defectos. Todo le era perdonable. Errores, grandilocuencias, final cursi (eso sí, muy Leni Riefehenstal, tipo El Triunfo de la Voluntad, con todas las filas de soldados nazis de un lado y del otro de los héroes, o del Füehrer himself) y Chewbacca gruñendo, exigiendo saludo, o algo así. El comic relief de R2-D2 totalmente en su papel y con sus silbiditos para que los niños rieran un poco.
Luego pasaron tres años. En diciembre de 1980 (otro mes marcado cruelmente por la Cultura Pop, ¿es necesario decir a quién me refiero acaso?) se estrenó la que nos sabíamos que sería la mejor película de la serie, El Imperio Contraataca, la cual tenía unos efectos que nos dejó estupefactos, sobre todo cuando vimos los fabulosos AT-AT caminando lentamente contra la base rebelde en el planeta Hoth (claro que con el paso de los años salen preguntas, por decir, ¿por qué simular bestias elefantásticas para destrozar unos gigantescos generadores de energía, cuando esas bestezuelas serían vulnerables a unos pequeños cazas?. Todo por el lector).
En resumen Yoda, Boba Fett, La Ciudad de las Nubes, Lando Calrissian, pelea de poder a poder para ver quién tiene un sable láser mejor, y al casi final una revelación de altísimo impacto: “Luke, yo soy tu padre”y después de eso, un lapso que tuvo esperándonos tres años para saber que iba a pasar con el pobre de Han Solo congelado (Pasando los años leí en una revista de tecnología, una Wired, hablando del fenómeno de Star Wars, una carta de un tipo protestando acerca de cómo se habían mencionado, según él a la ligera, las palabras de Yoda: “Yoda, lo que dijo en realidad fue ‘Haz, no intentes’” Y el tipo cerraba su carta afirmando con toda la seriedad posible: “Las palabras de Yoda son sagradas”, pero díganme, ¿qué sucede en las mentes de esas personas?).
Y vimos cosas raras, un intento de incesto ligerón, que sólo fue sugerido y que hizo pensar dos cosas: una, que a George Lucas se le hizo bolas el engrudo y que no había pensado bien bien bien el argumento general de su trilogía. Aquí fue cuando se supo que iban a ser nueve películas, divididas en trilogías, en las que se contaría su saga (palabra de origen escandinavo que significa algo así como leyendas y que hasta entonces nadie en general conocía). Luego las tres trilogías quedaron reducidas a dos, que es lo que estuvimos viendo hasta el momento.
Debo de confesar que después de ver El Regreso del Jedi (¿Cuándo se fue éste? ¿Quién lo hizo Jedi?, ¿Acaso fue Yoda? ¿En qué ceremonia?) el sentimiento que nos embargó fue de desastre. Los Ewoks, ¿tanto se necesitaban ositos de peluche con esteroides haciendo cosas graciosas?
Por favor, ¡se trata de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS! ¿Y el respeto a una saga, donde quedó?
En las arcas o bóvedas del señor Lucas. O destruido en forma de rocas de lo que era Alderaan.
Pasan los años y llega dieciséis años después La Amenaza Fantasma y todo se derrumbó. Los puristas no podemos seguir así, sí, nos gustan los efectos, sí, nos gusta ver velocidad, derroche de imaginación en... efectos... y nada más. ¿El colmo? Sus criaturas digitales, Jar-Jar Binks, y el intento por desanudar el mazacote de historia que hizo para querer explicar el origen del porqué Darth Vader se volvió malo malo malo (que al final del Regreso se hizo bueno de nuevo, en un final cursi a más no poder).
Finalizando. George Lucas de 1977, visionario, genio, malos diálogos, nos mantuvo con el cerebro desconectado, excelentísimo narrador o contador de historias y nos maravilló con la técnica del descontón: “¡POW! No pienses, maravíllate, no te detengas en buscar agujeros en la historia, ¡no pares, sigue, sigue! ¡Usa la Fuerza y compra monitos al por mayor, que se agotan!”.
George Lucas de 2005, creedor de efectos especiales, no sólo creador, sino creedor, imaginando que eso mantiene una historia, dueño magno del concepto de merchandising, si lo vemos desde el punto de vista empresarial, premio Nobel, caramba (si existiese), pero desde el punto de vista de creador con un genio y un corazón de una historia que debería de ser recordada sin afectación, sin clichés, sin oropel, la historia vista con calidad de leyenda. Despojemos al emperador y veremos que está desnudo.
Ah, pero que buenos efectos, ¿eh?
Otra cosa y tal vez lo peor. Es de amplio sabido que sin querer Lucas, y Spielberg, destruyeron el cine adulto norteamericano de los últimos 30 años. La mayoría del mundo dejó de poner atención al cine de temas maduros, al cine de pensar, al cine de visiones personales e intimistas, al de violencia real y no imaginaria o excesiva, por las películas de acción, dizque de ciencia ficción, en las que los niños son amenazados por sombras de villanos malvados, y los héroes son sólo músculo y astucia para evitar que una bola gigante se deslice y los atropelle al haber robado de su templo un ídolo sagrado.
El bien siempre triunfa, así, blanco y puro, igualito que en la vida real, ¿verdad?
Por lo menos eso se vio en los últimos treinta años, en la taquilla.
Que la Paciencia nos acompañe.
La mayoría de lo anterior fue escrito hace dos años, antes de ver la película de La Venganza del Sith (el mismo nombre se me escapa, tan poco arraigo le tuve), es más, tengo flojera de consultar como se llama. Triste película. Sombría a más no poder. Oscura, insatisfactoria, desesperanzadora. Tenebrosa incluso (la muerte de los pequeños aprendices de Jedi por parte de Anakin), macabra, además.
El cine desde el punto de vista de Lucas, no es para dejarnos callados. No hubo gozo en su realización final. Si nos debió a todos un final más sobrio, digno, con el Regreso del Jedi, con esta última y definitiva entrega se fue hacia el otro lado.
Pero, ¿qué necesidad? ¿Para qué contratar a tanto argumentista?
Una vez más, los efectos (no sólo de argumento sólido vive el hombre): El sable morado de Mace Windu. Genial. Los homenajes rapidísimos a 2001: Una Odisea Espacial (que ya lo había hecho cuando en la parte de La Amenaza Fantasma, había sacado al fondo una navecita tipo pod, que los que están familiarizados con el pod perdido de la nave Discovery reconocerán), el homenaje a Frankestein, cuando aparece Anakin convertido por primera vez en Darth Vader en todo su esplendor.
Pero los diálogos. Pero los agujeros lógicos de trama: Como acomodar una historia a fuerza a fuerza que ni con calzador. Y ya ni para qué reparar en ellos. ¿C-3P0 construido por Anakin-Darth Vader? No problem. ¿Obi Wan viviendo a poca distancia relativamente hablando en el mismo Tattoine, de entre todos los mundos posibles de la g-a-l-a-x-i-a, de Luke Skywalker? ¿Ahí mismo viviendo tampoco muy lejos de Jabba the Hut quien tenía contacto cercano con el mismo Bobba Fett, cuyo padre fue base de todos los clones de los Stormtroopers imperiales de la galaxia, y quién buscaba a su vez a Han Solo, el intrépido contrabandista por una recompensa?
Todo se puede explicar. ¿Qué la princesa Amidala no supiera que iba a tener cuates-gemelos en medio de tantatantatanta tecnología? Claro, hay sustento.
Podrá haber varias escenas simpáticas, o a lo mejor muchas. Dejando a un lado la primera, la que más se me viene a la mente es en la segunda, El Ataque de los Clones, creo: Anakin se deja caer al vacío de su nave voladora, que comandaba el bueno de Obi Wan, para ir tras el presunto cuasiasesino que iba a matar a la hermosa Natalie Portman, quiero decir, Amidala. Después de muchas laberínticas acrobacias, Obi Wan al ya reunirse con su aprendiz, le dice a Anakin algo así como: “Anakin, uno de estos días me vas a terminar matando”.
Innecesario decir que hace treinta años, antes de terminar el segundo acto de la primera película, eso es lo que precisamente lo que hace Anakin, vestido de negro, en ese primer gran duelo de espadas, a su antiguo maestro, Obi Wan Kenobi, al rebanarlo en dos. O al menos eso creemos entonces.
Me reí mucho en ese instante, en esa frase de cuando ambos eran jóvenes. Las palabras a veces se convierten en profecías. Punto alto del que hizo los diálogos. De los pocos puntos altos, claro.
Y todo todo todo lo aceptamos porque le tenemos cariño a Star Wars. Adolescente, en mi caso, infantil en otros. Esa es la razón.
Y porque no puede uno negarse a la marea gigantesca (como muchas otras a las que no podemos sustraernos) de lo que fue el fenómeno que cumple estos días treinta años, el de La Guerra de las Galaxias.
Después de más de doce mil millones de dólares entre entradas pagadas, y sobre todo de invasiones de juguetes con figuras extraterrestres y naves del universo creado por este señor, tal vez quede muy poco por decir.
Se reconoce la grandeza de un mundo inventado y se reconoce la grandeza de que invitaste al otro mundo, el nuestro, el real, a subir y que este mundo aceptó gozoso.
Se reconocen dos cosas más: un golpe maestro al decidir crear efectos que describieran para los demás su universo, y que decidiera guardarse para sí los derechos del llamado merchandising.
Lo que se dice original, Star Wars no es, definitivamente no, y eso ni a él ni a los millones de fanáticos les importa, ni les importará (característica clave para reconocer a un fanático).
Por ejemplo, saber que las ideas básicas de un mago, un aventurero y dos compañeros mecánicos como lacayos en busca de una princesa, ayudados por un contrabandista espacial (acompañado de un perro armado de dos metros y de dos patas), que se topan de casualidad con una princesa (republicana) depositaria de datos importantes para destruir un planeta artificial con gigantescos cañones de rayos no especificados (y que a fin de cuentas nunca fue una estrella, menos una estrella de la muerte, Death Star, por el tamaño del mismo a lo mucho fue un planeta de la muerte, pero, se debió de reconocer, Planet Star sonaba más a franquicia de hamburguesas galácticas y los especialistas de mercadotecnia del Imperio, de los que debe de haber en todos lados, no todos son militares, han de haber visto las ventajas de llamar a esa super arma “estrella” más que “planeta”, por eso los mercadotécnicos que en español denominaron a Star Wars como “La Guerra de las Galaxias”, pocos, eh, pocos).
Así las cosas todo el rollo galáctico no era más que un argumento tomado con o sin permiso, gracias, de La Fortaleza Prohibida del gran director japonés Akira Kurosawa, (de lo cual ya escribí aquí mismo) a quien se le devolvió el favor cuando George Lucas, Steven Spielberg y Francis Coppola le ayudaron a que este pasara mejor sus últimos años al estar presentes en la producción de películas como Ran, Kagemusha y Sueños de Kurosawa (incluso con la aparición en la última de Martín Scorsese).
Pero hay que pensar en esos fanáticos que vieron la película en su estreno nacional en México, por decir, un 23 de diciembre de 1977, viernes, a las siete de la noche, mirando a los demás que algunos traían incluso el libro con la novelización en inglés (malditos) y con sus camisetas estampadas con el célebre poster de los hermanos Hildebrandt (bastardos, los de la camiseta, no los hermanos Hildebrandt) y más aún, observando en medio de la película a personas que ¡tomaban fotografías a la pantalla!, ¡y con flash! (patéticos y ridículos, no se debe de usar flash).
También en el recuerdo está la primera imagen de la pantalla, después de los créditos ortogonales o como se digan (esos que van hacia un punto de fuga cerca de la eternidad, se van, se van, se fueron y ya no los alcanzaste a leer) y de repente baja la cámara hacia un planeta con su atmósfera y una nave espacial, que aaajum, igual que todas, estilo alargado, disparando rayitos a alguien, así, sin más, pero ¡cuidado! después de ese transporte espacial aparecía una nave blanca, larga, larga, larga, larga, llena de detalles y ¡la nave ocupaba ya toda la gran pantalla de Panavisión y no dejaba de aparecer! Nave larga aquella. Y después todavía, caímos en cuenta que sólo era un crucero imperial de tantos.
Y a ojo de pájaro, o de pequeña criatura espacial, ese crucero se veía inmenso con esa figura magnificente, triangular, con su centro de control impresionante, es más, se veía imperial (por eso, era una nave imperial).
Y la expresión “Lord Darth Vader está a bordo” se convirtió en una de las frases más conocidas, tal vez tan sólo similar en los anales de Cultura Pop a la de “Elvis ha dejado el edificio”. Bueno, conocidas para nosotros que sí estamos al pendiente de ese tipo de Cultura Pop.
Ese fue el principio. Lo demás se puede definir en jawas, tusken riders, Obi Wan, sable láser jedi, cantina, Han Solo, Chewbacca, Millenium Falcon, Stormtroopers, Tattoine, Alderaan, La Fuerza, lunas de Yavín, X-Wing, Death Star, ¡Ka-BOOM!
El impacto fue arrollador en nuestras mentes. Una película superbien hecha de ciencia ficción. (En realidad no era de ciencia ficción, pero se respetaban muchos elementos del género, y muchos no, lo aclaro, pero si cabía en lo que se venía a llamar space opera).
Las naves espaciales y sus diseños ocuparon arquetipos completos en nuestros esquemas de cómo deberían ser unas naves espaciales.
Era como una primera novia a la que no le veíamos defectos. Todo le era perdonable. Errores, grandilocuencias, final cursi (eso sí, muy Leni Riefehenstal, tipo El Triunfo de la Voluntad, con todas las filas de soldados nazis de un lado y del otro de los héroes, o del Füehrer himself) y Chewbacca gruñendo, exigiendo saludo, o algo así. El comic relief de R2-D2 totalmente en su papel y con sus silbiditos para que los niños rieran un poco.
Luego pasaron tres años. En diciembre de 1980 (otro mes marcado cruelmente por la Cultura Pop, ¿es necesario decir a quién me refiero acaso?) se estrenó la que nos sabíamos que sería la mejor película de la serie, El Imperio Contraataca, la cual tenía unos efectos que nos dejó estupefactos, sobre todo cuando vimos los fabulosos AT-AT caminando lentamente contra la base rebelde en el planeta Hoth (claro que con el paso de los años salen preguntas, por decir, ¿por qué simular bestias elefantásticas para destrozar unos gigantescos generadores de energía, cuando esas bestezuelas serían vulnerables a unos pequeños cazas?. Todo por el lector).
En resumen Yoda, Boba Fett, La Ciudad de las Nubes, Lando Calrissian, pelea de poder a poder para ver quién tiene un sable láser mejor, y al casi final una revelación de altísimo impacto: “Luke, yo soy tu padre”y después de eso, un lapso que tuvo esperándonos tres años para saber que iba a pasar con el pobre de Han Solo congelado (Pasando los años leí en una revista de tecnología, una Wired, hablando del fenómeno de Star Wars, una carta de un tipo protestando acerca de cómo se habían mencionado, según él a la ligera, las palabras de Yoda: “Yoda, lo que dijo en realidad fue ‘Haz, no intentes’” Y el tipo cerraba su carta afirmando con toda la seriedad posible: “Las palabras de Yoda son sagradas”, pero díganme, ¿qué sucede en las mentes de esas personas?).
Y vimos cosas raras, un intento de incesto ligerón, que sólo fue sugerido y que hizo pensar dos cosas: una, que a George Lucas se le hizo bolas el engrudo y que no había pensado bien bien bien el argumento general de su trilogía. Aquí fue cuando se supo que iban a ser nueve películas, divididas en trilogías, en las que se contaría su saga (palabra de origen escandinavo que significa algo así como leyendas y que hasta entonces nadie en general conocía). Luego las tres trilogías quedaron reducidas a dos, que es lo que estuvimos viendo hasta el momento.
Debo de confesar que después de ver El Regreso del Jedi (¿Cuándo se fue éste? ¿Quién lo hizo Jedi?, ¿Acaso fue Yoda? ¿En qué ceremonia?) el sentimiento que nos embargó fue de desastre. Los Ewoks, ¿tanto se necesitaban ositos de peluche con esteroides haciendo cosas graciosas?
Por favor, ¡se trata de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS! ¿Y el respeto a una saga, donde quedó?
En las arcas o bóvedas del señor Lucas. O destruido en forma de rocas de lo que era Alderaan.
Pasan los años y llega dieciséis años después La Amenaza Fantasma y todo se derrumbó. Los puristas no podemos seguir así, sí, nos gustan los efectos, sí, nos gusta ver velocidad, derroche de imaginación en... efectos... y nada más. ¿El colmo? Sus criaturas digitales, Jar-Jar Binks, y el intento por desanudar el mazacote de historia que hizo para querer explicar el origen del porqué Darth Vader se volvió malo malo malo (que al final del Regreso se hizo bueno de nuevo, en un final cursi a más no poder).
Finalizando. George Lucas de 1977, visionario, genio, malos diálogos, nos mantuvo con el cerebro desconectado, excelentísimo narrador o contador de historias y nos maravilló con la técnica del descontón: “¡POW! No pienses, maravíllate, no te detengas en buscar agujeros en la historia, ¡no pares, sigue, sigue! ¡Usa la Fuerza y compra monitos al por mayor, que se agotan!”.
George Lucas de 2005, creedor de efectos especiales, no sólo creador, sino creedor, imaginando que eso mantiene una historia, dueño magno del concepto de merchandising, si lo vemos desde el punto de vista empresarial, premio Nobel, caramba (si existiese), pero desde el punto de vista de creador con un genio y un corazón de una historia que debería de ser recordada sin afectación, sin clichés, sin oropel, la historia vista con calidad de leyenda. Despojemos al emperador y veremos que está desnudo.
Ah, pero que buenos efectos, ¿eh?
Otra cosa y tal vez lo peor. Es de amplio sabido que sin querer Lucas, y Spielberg, destruyeron el cine adulto norteamericano de los últimos 30 años. La mayoría del mundo dejó de poner atención al cine de temas maduros, al cine de pensar, al cine de visiones personales e intimistas, al de violencia real y no imaginaria o excesiva, por las películas de acción, dizque de ciencia ficción, en las que los niños son amenazados por sombras de villanos malvados, y los héroes son sólo músculo y astucia para evitar que una bola gigante se deslice y los atropelle al haber robado de su templo un ídolo sagrado.
El bien siempre triunfa, así, blanco y puro, igualito que en la vida real, ¿verdad?
Por lo menos eso se vio en los últimos treinta años, en la taquilla.
Que la Paciencia nos acompañe.
La mayoría de lo anterior fue escrito hace dos años, antes de ver la película de La Venganza del Sith (el mismo nombre se me escapa, tan poco arraigo le tuve), es más, tengo flojera de consultar como se llama. Triste película. Sombría a más no poder. Oscura, insatisfactoria, desesperanzadora. Tenebrosa incluso (la muerte de los pequeños aprendices de Jedi por parte de Anakin), macabra, además.
El cine desde el punto de vista de Lucas, no es para dejarnos callados. No hubo gozo en su realización final. Si nos debió a todos un final más sobrio, digno, con el Regreso del Jedi, con esta última y definitiva entrega se fue hacia el otro lado.
Pero, ¿qué necesidad? ¿Para qué contratar a tanto argumentista?
Una vez más, los efectos (no sólo de argumento sólido vive el hombre): El sable morado de Mace Windu. Genial. Los homenajes rapidísimos a 2001: Una Odisea Espacial (que ya lo había hecho cuando en la parte de La Amenaza Fantasma, había sacado al fondo una navecita tipo pod, que los que están familiarizados con el pod perdido de la nave Discovery reconocerán), el homenaje a Frankestein, cuando aparece Anakin convertido por primera vez en Darth Vader en todo su esplendor.
Pero los diálogos. Pero los agujeros lógicos de trama: Como acomodar una historia a fuerza a fuerza que ni con calzador. Y ya ni para qué reparar en ellos. ¿C-3P0 construido por Anakin-Darth Vader? No problem. ¿Obi Wan viviendo a poca distancia relativamente hablando en el mismo Tattoine, de entre todos los mundos posibles de la g-a-l-a-x-i-a, de Luke Skywalker? ¿Ahí mismo viviendo tampoco muy lejos de Jabba the Hut quien tenía contacto cercano con el mismo Bobba Fett, cuyo padre fue base de todos los clones de los Stormtroopers imperiales de la galaxia, y quién buscaba a su vez a Han Solo, el intrépido contrabandista por una recompensa?
Todo se puede explicar. ¿Qué la princesa Amidala no supiera que iba a tener cuates-gemelos en medio de tantatantatanta tecnología? Claro, hay sustento.
Podrá haber varias escenas simpáticas, o a lo mejor muchas. Dejando a un lado la primera, la que más se me viene a la mente es en la segunda, El Ataque de los Clones, creo: Anakin se deja caer al vacío de su nave voladora, que comandaba el bueno de Obi Wan, para ir tras el presunto cuasiasesino que iba a matar a la hermosa Natalie Portman, quiero decir, Amidala. Después de muchas laberínticas acrobacias, Obi Wan al ya reunirse con su aprendiz, le dice a Anakin algo así como: “Anakin, uno de estos días me vas a terminar matando”.
Innecesario decir que hace treinta años, antes de terminar el segundo acto de la primera película, eso es lo que precisamente lo que hace Anakin, vestido de negro, en ese primer gran duelo de espadas, a su antiguo maestro, Obi Wan Kenobi, al rebanarlo en dos. O al menos eso creemos entonces.
Me reí mucho en ese instante, en esa frase de cuando ambos eran jóvenes. Las palabras a veces se convierten en profecías. Punto alto del que hizo los diálogos. De los pocos puntos altos, claro.
Y todo todo todo lo aceptamos porque le tenemos cariño a Star Wars. Adolescente, en mi caso, infantil en otros. Esa es la razón.
Y porque no puede uno negarse a la marea gigantesca (como muchas otras a las que no podemos sustraernos) de lo que fue el fenómeno que cumple estos días treinta años, el de La Guerra de las Galaxias.
1 comentario:
Excelente la forma de escribirlo, te felicito
saludos
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