Fue uno de los autores que yo empecé a seguir desde mi adolescencia allá por los 70’s. Lo descubrí en casa de Jaime, su papá tenía decenas de cosas de Asimov, sobre todo de su ciencia ficción, porque luego descubrí que escribía muchísimo ensayo.
Su estilo siempre fue directo, él decía que no tenía que leer a Proust o a Joyce, que él no era estilista del lenguaje. Que a él le interesaban los hechos, causas, efectos, final a veces sorpresivo, a veces dramático, nunca decepcionante.
Era un escritor totalmente objetivo, lógico, estructurado. Sus historias eran como él, organizado, metódico.
Nació ruso en ese pequeño lapso de cuando San Petersburgo se llamaba Petrogrado allá por 1920. Poco después, en 1923, llegó a Estados Unidos, sus papás pusieron una dulcería en Nueva York y de ella vivió su familia. Aprendió a leer muy rápido, fue a la escuela, se destacó y su interés por la ciencia ficción de entonces fue todo para él y no tardó en él mismo querer crear sus historias, cosa que empezó a hacer ya en forma a sus 19 años.
Isaac Asimov se acababa de enterar por entonces que ahí mismo en Nueva York había gente interesada en la ciencia ficción. Y lo más maravilloso fue descubrir que había personas interesadas en SU propia ciencia ficción.
Entre sus cuentos están Navidad en Ganimedes, Fraile Negro de la Llama (extrañísimo nombre que más bien se lo puso su editor), Varados frente a Vesta, Compre Júpiter, Asnos Estúpidos, Cae la Noche, y mi favorito, La Última Pregunta. Todos contando con lo último de ciencia. Interesantes, entretenidos, recordables, trascendentes.
En lo que respecta a ciencia él decía sencillamente que el saber científico lo obtenía de leer la revista Scientific American, y ya, era todo lo que necesitaba. Tan suficiente fue que eso le valió muchísimo a la hora de dar conferencias de las que él contaba que le decían del tema del que iba a hablar al instante mismo de subir al podio, una capacidad envidiable.
En los años 40’s escribió los relatos que serían la base para sus novelas de Fundación, leídas por mí en los 70’s, otra revelación maravillosa. Toda una saga (la palabra todavía no existía en sí para el mundo latino) en la que fuimos testigos de cómo Hari Seldon el creador de la Psicohistoria (una ciencia similar a la prospectiva grado mil), fue construyendo por necesidad una entidad llamada la Fundación en la que preservaría los logros culturales de la galaxia entera, ayudando a evitar los mil años de caos que según él como psicohistoriador que era, preveía que sucederían ya que le era claro que el Imperio Galáctico estaba dando claras señales de entrar en una decadencia total (tal y como había sucedido en el Imperio Romano antes de entrar en la oscuras edades medias).
Después de Fundación vino Fundación e Imperio y finalmente Segunda Fundación. (En los 80’s empezaría a unir esas historias con las de los Robots y la Tierra).
Tan lleno de detalles está la vida de Asimov que por poco dejo fuera el tema este de los robots, que aún y que ya eran conocidos en la literatura y en el mismo cine con la película de Metropolis de Fritz Lang, el doctor Asimov se podría afirmar que le puso orden y sentido y hasta llegó, a pura fuerza de lógica, a definir las Tres Leyes de la Robótica, leyes que aún siguen siendo válidas y estudiadas como si fueran la base real para construir lo que él soñó, un mundo en el que los robots existirían para hacer los trabajos repetitivos del ser humano y aún más allá, verlos como compañeros mismos de su existencia.
Identidad y conciencia de un mero aparato, definido en el título de su colección de historias de robots:Yo, Robot.
Además de sus cuentos y sus novelas, allá por 1955, Asimov empezó a escribir no ficción como una manera de expresarse sobre la especialidad por la que se decidió, bioquímica. De manera casi informal fue como se inició al escribir sobre temas de ciencia y comenzó a publicar columnas mensuales en la revista en la que se publicaba su ciencia ficción, Astounding Science Fiction. Su primer artículo o ensayo tuvo por nombre “La Hemoglobina y el Universo”.
Una cosa llevó a la otra y empezó a escribir ya no sólo ensayos, sino libros de textos. Mientras una novela le llevaba 9 meses en terminar, un libro de texto le podía llevar sólo 6 semanas.
Creo que si hubiera una imagen en el diccionario en el término “prolífico”, ahí bien vendría la foto del doctor Asimov. Eso lo indica el número de libros escritos o en los que él intervino de manera activa, en muchos campos y que llegaron a ser 468 libros registrados.
Para él la vida era teclear o escribir o lo que sea que fuera el proceso de estar volcando su cerebro e ideas en hojas de papel o en hojas de procesador de palabras, día tras día, sin detenerse, sin necesidad de hacer rituales ni nada especial, sólo escribir, escribir y ya.
En su autobiografía afirma que si los doctores le hubieran dicho que qué haría si le quedaban sólo seis meses de vida, él hubiera contestado sin dudar: “Teclear más rápido”.
Isaac Asimov murió sin ver los avances actuales, pero de alguna manera u otra percibió que la ciencia era capaz de llegar a mucho de la mano del hombre, ya que la veía como “un mecanismo que trata de mejorar tu conocimiento de la naturaleza, es un sistema que prueba tus pensamientos contra el universo y ve si ellos coinciden”.
A mí en particular del buen doctor Isaac Asimov me hace falta releer algunos cuentos memorables, recordar cada una de las Fundaciones, releer fascinado La Ultima Pregunta, o releer cada tanto el ensayo sobre la Fuerza Irresistible puesto enfrente de la Masa Inamovible o sólo recordar el delicioso nombre del cuento de Estoy en Puerto Marte sin Hilda.
Esos, todos esos, son algunos de los placeres que tendré mientras viva, estoy seguro.
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