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miércoles, noviembre 16, 2022

Novela completa Sangre de Neón, Parte 1, Cap 0 de 39 - En el reino del dolor eterno (Derechos Reservados, Luis Eduardo García)


  

«¡Debe haber una salida de aquí…!»

 

 

 

después del sol en la tierra

por la tormenta

quedó la oscuridad

quedaste tú y tus promesas

en tu tiniebla

dentro de tu palpitar eléctrico

de gas energizado

de electrones secuestrados

al final enardecidos

yo estuve ahí, dentro de ti

¡vibra en el vacío, vibra!

después... en el silencio,

exhaustos en tu sombra,

en mi noche

por la tormenta

después del sol en la tierra

sólo quedará la sangre

sólo quedará el neón...

 

Cornell Bluth, De las Crónicas Eléctricas (1959)

 

 

 

«Debe haber una salida de aquí»,

dijo el bromista al ladrón,

«Hay demasiada confusión,

no consigo ayuda

los de traje se toman mi vino,

campesinos escarban mi tierra

Nadie de por aquí sabe lo que hay de valor»

 

Bob Dylan, Por la Torre de Guardia (1968)

 

 

...que sepas que,

 en tu juicio de los muertos

nadie, ni siquiera el mismo Dios,

que todo lo puede,

te querrá salvar...



Capítulo 0 de 39 -  En el reino del dolor eterno 


DESPERTÉ. Envuelto. En vendas.

Me dolía todo. Me ardía todo. Lo peor. Tenía comezón. Me quería rascar y no podía. De lo más insoportable.

—¿Podría dejar de quejarse? Asusta a los demás...

Eso me dijo la enfermera, infeliz. Además, tenía mucho frío.

 

Me creaba fascinación el rojo del metal. Mientras estaba en ello en mi carne el metal rojo me creaba quemaduras de segundo grado.

Alguien dijo: «quemar es un placer».

Pero al arder yo, lo aseguro: no lo fue.

Lo peor que recuerdas de un fuego es el olor de tu propia piel quemada.

 

La enfermera volvió a pasar esa tarde. ¡Qué vieja tan infeliz!, Cómo si ella sufriera lo que yo estaba sufriendo.

—¿Me dará de esos?

—¿Qué cosa?

—Esos... los calmantes que le está dando a los demás…

—No. Solamente lo que le haya prescrito el doctor.

Me ignoró y se fue por donde había venido.

Lo dicho: ¡Qué vieja tan infeliz!

Mi mente vagó. Me imaginé al funcionario de turno leyendo mi historial clínico con curiosidad dos o tres frases, para luego tirarlo al bote de la basura y poner un REVISADO en una lista con mi nombre.

 

Aquél era el comienzo del documento llamado: «NOTAS DEL INCIDENTE EN LA PLANTA REFINERÍA DEPÓSITOS II».

Todo tendría que estar ya asimilado, pero, ¿cómo se logra eso?

Muy fácil, dirán muchos. Para eso se inventó la evasión. Y también los mecanismos y los medicamentos con qué hacerlo: Si no puedes por ti mismo, busca tu propio coctel-de-amnesia-selectiva.

A mí no me dejaron ser. Por alguna razón llegaron los abrecerebros y me dieron el brebaje equivocado, porque de seguro era el equivocado, el queremos-saberlo-todo-todo-todo. Y por mí, sin problema, si me logras desaparecerlo todo después con un coctel negro, correcto. Pero no, los Medici me sacaron lo que querían y así me dejaron, reconexión hecha. Me prometieron cura. Pero no hubo rescate emocional.

 

Todo volvió. Puntual y prolijo, con su grandioso horror. Todo neuroquímico, con neuronas solas.

Así, algún brebaje reforzó los recuerdos y los fijó para siempre.

Para siempre. Hasta que me muera. O después, como este escrito. Si sobrevive, lo probará. Y allí hay alguien, que lo esté absorbiendo o copiando mecánicamente, o químicamente, o por fotones, o por ADN, o incluso leyéndolo a través de la Matriz, ya estuvo que perduró por siempre.

 

Me dolía todo.

¿Ha deseado alguien recordar algo por siempre? Captar esa esencia para que nunca te abandone, y poder identificar todos y cada uno de los elementos de, por ejemplo, el perfume amado, incluso más que a su misma portadora…

¿Verdad que no se puede? Nunca es lo mismo. El maldito cerebro los guarda y los encierra, y debajo de la duramadre les da a esos aromas una pátina mental de magia, que el más poderoso grabador de moléculas nunca podrá igualar, simular, sugerir, probar, mostrar... aunque la prueba física —la verdad absoluta, científica e inamovible—, demuestre que se trate del mismo olor grabado, tras el paso del tiempo.

Bendita memoria. El estar con tus padres, la primera visión de la escuela, el primer olor de la primera goma de borrar sabor uva, la sensación del césped-zacate-pasto verde recién cortado en verano, los olores… y así estoy siempre en los olores: El del hot cake correcto. El de la vieja Old Spice del infierno. El del sudor de tu primer revuelco prohibido con la sabrosa sirvienta en turno, delicioso aroma erótico-sudorífero.

¿Todo se olvida? No, no todo. Pero el paso del tiempo todo lo desgasta, lo deshace, lo desune. Así las cosas, quedémonos con el recuerdo promedio.

Maldigo esa palabra: «promedio».

El detalle se pierde, sólo se conserva el promedio de todo. En este caso, el evento promedio. O el promedio del evento. No me engaño. Sólo recuerdo el promedio del sabor. El promedio de la visión. El promedio del aroma. Aunque sea poco, las neuronas apenas recuerdan y llenan los espacios vacíos y dejan algo aceptable, aunque sólo sean débiles trazos de un triste promedio.

Claro que me puedo equivocar.

Pero ese triste promedio sirve para lo bueno y para lo malo. Y a eso es a lo que precisamente aspiro en mi situación. Eso es lo que quiero, que mis recuerdos buenos y malos sean tratados de manera justa, por igual.

Que se deshagan solos o que se destruyan o que se desmadren, lo que sea.

Por eso odiaba a los doctores.

Al reconstruirme quirúrgicos recuerdos me rompieron el alma.

Lo que quedaba de ella, los corpúsculos que la formaban, cada uno de los compuestos electroquímicos, electrolíticos, clónicos, catalépticos, cónicos y… al unirla de nuevo me despedazaron.

Me trajeron de vuelta los horrores. A la piel quemada. ¿Los vapores? Hasta el último alveolo. Las visiones chirriantes. Fierros que gritan y torturan.

Rojo blanco en fierro vivo derivado a rojo de carne muerto.

Y la verdad, que es una sola, no la quería perpetuar completa tal como fue.

Hubo de todo y todo lo que transcribí, transcribo y transcribiré, gota a gota, fue, es y será, verdad.

 

Muero por una taza de café. Pero ya no moriré como morí docenas de veces con aquella enfermera y el dolor reptándome por todas partes.

Desde dentro, hacia fuera. Sin final. Sin principio. Está en mí. Más de lo que creí posible.

Y la comezón. Se me quitará. Me lo dijo.

Pero ella también me dijo algo cierto:

Vaya y recupérese. Será como purificarse.

 

 

****

 

¿Oíste el presagio en los vientos que brillan de noche?

al final explotaremos todos...

pero, si lo supieras de antemano,

¿querrás estar conmigo en la casa del sol?


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