«¡Debe haber una salida de
aquí…!»
después del sol en la tierra
por la tormenta
quedó la oscuridad
quedaste tú y tus promesas
en tu tiniebla
dentro de tu palpitar eléctrico
de gas energizado
de electrones secuestrados
al final enardecidos
yo estuve ahí, dentro de ti
¡vibra en el vacío, vibra!
después... en el silencio,
exhaustos en tu sombra,
en mi noche
por la tormenta
después del sol en la tierra
sólo quedará la sangre
sólo quedará el neón...
Cornell Bluth, De las Crónicas Eléctricas
(1959)
«Debe haber una salida de aquí»,
dijo el bromista al ladrón,
«Hay demasiada confusión,
no consigo ayuda
los de traje se toman mi vino,
campesinos escarban mi tierra
Nadie de por aquí sabe lo que hay de valor»
Bob
Dylan, Por la Torre de Guardia (1968)
...que sepas que,
en tu juicio de los muertos
nadie, ni siquiera el mismo Dios,
que todo lo puede,
te querrá salvar...
Capítulo 0 de 39 - En el reino del dolor eterno
DESPERTÉ.
Envuelto. En vendas.
Me
dolía todo. Me ardía todo. Lo peor. Tenía comezón. Me quería rascar y no podía.
De lo más insoportable.
—¿Podría
dejar de quejarse? Asusta a los demás...
Eso
me dijo la enfermera, infeliz. Además, tenía mucho frío.
Me
creaba fascinación el rojo del metal. Mientras estaba en ello en mi carne el
metal rojo me creaba quemaduras de segundo grado.
Alguien
dijo: «quemar es un placer».
Pero al
arder yo, lo aseguro: no lo fue.
Lo
peor que recuerdas de un fuego es el olor de tu propia piel quemada.
La enfermera
volvió a pasar esa tarde. ¡Qué vieja tan infeliz!, Cómo si ella sufriera lo que
yo estaba sufriendo.
—¿Me
dará de esos?
—¿Qué
cosa?
—Esos...
los calmantes que le está dando a los demás…
—No.
Solamente lo que le haya prescrito el doctor.
Me ignoró y
se fue por donde había venido.
Lo
dicho: ¡Qué vieja tan infeliz!
Mi
mente vagó. Me imaginé al funcionario de turno leyendo mi historial clínico con
curiosidad dos o tres frases, para luego tirarlo al bote de la basura y poner
un REVISADO en una lista con mi nombre.
Aquél
era el comienzo del documento llamado:
«NOTAS DEL INCIDENTE EN LA PLANTA REFINERÍA DEPÓSITOS II».
Todo
tendría que estar ya asimilado, pero, ¿cómo se logra eso?
Muy
fácil, dirán muchos. Para eso se inventó la evasión. Y también los mecanismos y
los medicamentos con qué hacerlo: Si no puedes por ti mismo, busca tu propio coctel-de-amnesia-selectiva.
A mí no me
dejaron ser. Por alguna razón llegaron los abrecerebros
y me dieron el brebaje equivocado, porque de seguro era el equivocado, el queremos-saberlo-todo-todo-todo. Y por
mí, sin problema, si me logras
desaparecerlo todo después con un coctel negro, correcto. Pero no, los Medici me sacaron lo que querían y así
me dejaron, reconexión hecha. Me prometieron cura. Pero no hubo rescate
emocional.
Todo
volvió. Puntual y prolijo, con su grandioso horror. Todo neuroquímico, con
neuronas solas.
Así,
algún brebaje reforzó los recuerdos y los fijó para siempre.
Para
siempre. Hasta que me muera. O después, como este escrito. Si sobrevive, lo
probará. Y allí hay alguien, que lo esté absorbiendo o copiando mecánicamente,
o químicamente, o por fotones, o por ADN, o incluso leyéndolo a través de la
Matriz, ya estuvo que perduró por siempre.
Me
dolía todo.
¿Ha
deseado alguien recordar algo por siempre? Captar esa esencia para que nunca te
abandone, y poder identificar todos y cada uno de los elementos de, por
ejemplo, el perfume amado, incluso más que a su misma portadora…
¿Verdad
que no se puede? Nunca es lo mismo. El maldito cerebro los guarda y los
encierra, y debajo de la duramadre les da a esos aromas una pátina mental de
magia, que el más poderoso grabador de moléculas nunca podrá igualar, simular,
sugerir, probar, mostrar... aunque la prueba física —la verdad absoluta,
científica e inamovible—, demuestre que se trate del mismo olor grabado, tras
el paso del tiempo.
Bendita
memoria. El estar con tus padres, la primera visión de la escuela, el primer olor
de la primera goma de borrar sabor uva, la sensación del césped-zacate-pasto verde recién cortado en verano, los olores… y
así estoy siempre en los olores: El del hot
cake correcto. El de la vieja Old
Spice del infierno. El del
sudor de tu primer revuelco prohibido con la sabrosa sirvienta en turno,
delicioso aroma erótico-sudorífero.
¿Todo
se olvida? No, no todo. Pero el paso del tiempo todo lo desgasta, lo deshace,
lo desune. Así las cosas, quedémonos con el recuerdo promedio.
Maldigo
esa palabra: «promedio».
El
detalle se pierde, sólo se conserva el promedio de todo. En este caso, el
evento promedio. O el promedio del evento. No me engaño. Sólo recuerdo el
promedio del sabor. El promedio de la visión. El promedio del aroma. Aunque sea
poco, las neuronas apenas recuerdan y llenan los espacios vacíos y dejan algo
aceptable, aunque sólo sean débiles trazos de un triste promedio.
Claro
que me puedo equivocar.
Pero
ese triste promedio sirve para lo bueno y para lo malo. Y a eso es a lo que precisamente
aspiro en mi situación. Eso es lo que quiero, que mis recuerdos buenos y malos
sean tratados de manera justa, por igual.
Que
se deshagan solos o que se destruyan o que se desmadren, lo que sea.
Por
eso odiaba a los doctores.
Al
reconstruirme quirúrgicos recuerdos me rompieron el alma.
Lo
que quedaba de ella, los corpúsculos que la formaban, cada uno de los
compuestos electroquímicos, electrolíticos, clónicos, catalépticos, cónicos y…
al unirla de nuevo me despedazaron.
Me
trajeron de vuelta los horrores. A la piel quemada. ¿Los vapores? Hasta el
último alveolo. Las visiones chirriantes. Fierros que gritan y torturan.
Rojo
blanco en fierro vivo derivado a rojo de carne muerto.
Y
la verdad, que es una sola, no la quería perpetuar completa tal como fue.
Hubo
de todo y todo lo que transcribí, transcribo y transcribiré, gota a gota, fue,
es y será, verdad.
Muero
por una taza de café. Pero ya no moriré como morí docenas de veces con aquella
enfermera y el dolor reptándome por todas partes.
Desde
dentro, hacia fuera. Sin final. Sin principio. Está en mí. Más de lo que creí
posible.
Y
la comezón. Se me quitará. Me lo dijo.
Pero
ella también me dijo algo cierto:
Vaya y recupérese. Será como
purificarse.
****
¿Oíste el
presagio en los vientos que brillan de noche?
al
final explotaremos todos...
pero,
si lo supieras de antemano,
¿querrás
estar conmigo en la casa del sol?
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