Nanocuento extendido 1,018 de 1,440 de parte de su vecino Luis Eduardo García que cada vez está más delirante en su mente porque se imagina que un día podría imprimir todos sus nanocuentos, cada uno separado, con letra grande, los 1,440, y así tapizar un cuarto o varios con todos, sin repetir y en ese lugar poder poner sus libros de los demás que tiene en venta y todo esto en una librería que se le llamaría así, la Librería de un Sólo Autor, Librería por Sólo Un Mes, eso, por sólo un mes y podría haber conferencias, cursos, o lo que sea...
¿Qué tanto dinero se puede perder? No sé, Luis, piénsalo.
NnCt 1018 de los 1,440 pasillos que llevaban a la perdición, a la muerte segura, y al peor de todos, a la sala de espera del SAT con la idea de que debías recargos, por multas y omisiones…///
CUENTO CORTO 1018 EL DE LA CHICA DEL CARTEL Y TODO LO QUE LE PUDE HABER DICHO, PERO LO OLVIDÉ
…los cuales te podrían llevar al colmo de la locura, porque no le entiendes y nunca le entendiste, pero mientras te explicaban no captaste porque ahí estaba la pared con la mujer viviendo en su cartel, congelada para siempre que te veía y te veía y que de pronto te decía a ti, de entre todos, a ti: “¿ya sacaste tu firma?” “¿Ya sacaste tu firma?” “Faltan pocos días para que saques tu firma!”, “¡No siempre podremos esperarte!”, y te dijiste con claridad que se te vendrán muchos problemas y esas pastillitas no podrán salvarte jamás y si te equivocas puede que entres en la sala de las mil cortinas con orillas delgadas como cristal que si las tocas aunque sea levemente te dejarán heridas y heridas y te molestarán tanto que jamás podrás reflexionar jamás de nuevo y ni los gatos querrán seguir tus pasos para ver si les dejaste comida en su plato...
Cierras los ojos y te preguntas si fue verdad que viste a una mujer en un cartel hablando contigo, pidiéndote que hicieras cosas que no estás acostumbrado y estás en la confusión sobre si el tema de la conexión de la realidad se estuviera difuminando y el hilo de plata o el hilo rojo o el cable de oxígeno o el cable coaxial o el cable CAT6 o la fibra óptica se estuviera a punto de desconectar y toda la energía vital o la visión misma de las cosas se estuviera a punto de disolverse y de esa manera poder ocurrir eventos, más bien desgracias, con consecuencias catastróficas, pero no será así y vuelves y entras a los pasillos para ver el cartel y así te das cuenta al examinarlo con cuidado y precisión, a ti no se te engaña tan fácil, que no era un cartel sino una de esas nuevas pantallas ultradelgadas y así te enteras, intuyes, concluyes de que no soñaste, que ahí detrás del cartel había una chica viva que solo mandaba mensajes ultrapersonalizados hacia tu cerebro. Hasta te sentiste con vergüenza de que habías pensado que un cartel, por Dios, que un cartel te había hablado. Un vértigo te poseyó.
O más bien, un vértigo me poseyó.
Pero ahora en otro momento extraño, absurdo, el cartel venía hacia mí. Y me hablaba. Y yo en el descreimiento. No podía ser. Y me miraba y seguía hablando. Al tenerla a cincuenta centímetros creí entender, hablaba sola, con un manos libres. Me sonrió y le sonreí, pero mi sonrisa fue como estúpida. Me sentí idiota por eso.
En eso se detuvo y empezó a hablarme.
“Ya vi que me viste”, dijo, imperativa, “lo veo en tu cara. No me acuerdo de ti, pero veo tu mirada. Sólo te digo una cosa: Por favor, no olvides, soy solo una cara más. No me busques, no soy nada tuyo y nunca serás nada para mí, no acepto mensajes de ninguna manera, soy cien por cien por ciento, mil por ciento, diez mil por ciento lacrada al perfecto vacío, hermética hasta el vicio absoluto y mi perfil es restringido con doble llave con dos pasos cada llave. Que tengas buena vida.”
Eso fue todo. Me quedé helado y estaba abrigado por la lluvia que se veía venir, ahora también en mi corazón. En eso me dio un episodio que se me daba mucho y que ciertas personas le llaman “lethológico”, que significa que pienso en algo y se me olvida la palabra y no llego a ello y por no concretar me atormenta y eso me puede pasar por días y días y la gente me mira y me dice que ando poético y se burla de mí. Algunos me acusan incluso de “alexitimia”, esa circunstancia de que no puedo describir mis emociones de manera verbal que es parte de la cosa de mis inadaptaciones… raíz de mis rechazos y que, podré ser muy preciso en lo técnico, pero hacia afuera, pues…
Pero lo que me pasó con la chica magnífica, única, se le llama en francés “l’esprit de l’escalier” que significa algo así como “el ocurrente de la escalera”, “el inteligente de la escalera”, que viene siendo que se refiere al fenómeno de pensar en lo perfecto a decir, la mejor respuesta, la mejor ocurrencia, pero solo te llegó a tu conciencia después de que ya hayas salido de la habitación y te estés alejando del momento que era perfecto. Es tan doloroso, tan frustrante, como decían en la antigüedad en aquél ritual: “la tenías y la dejaste ir”.
Y mientras me acordaba lo de “lethológico”, lo de mi “alexitimia” y lo de “l’esprit de l’escalier” de pronto ya supe qué decirle, que ella lo que más necesita en su vida, lo veo de manera absoluta, es alguien como yo, de hecho solo yo, nada más yo, totalmente, terminantemente, fulminantemente, yo, quien le puedo resolver todos los problemas, actuales, pasados y futuros y que si ella no me dejase entrar en su hermética, clorhídrica existencia ella lo lamentará toda la misma porque este era el mejor momento “ichi-go ichi-e” que significa en japonés el encuentro que sucede solo una vez en la vida, porque esa electricidad, magnetismo, derroche de alegría, casi de intoxicación total, llegando al derretimiento del reactor nuclear de los corazones más negros, y que se sentiría como alinear de entre todo el universo eterno, corazón con corazón, mirada a mirada, mano con mano, piel con piel.
Y así fue que me sentí solo en el pasillo, la gente se había ido a sus casas, comenzó el frío, me cerré el abrigo, me armé de valor y me dirigí a la oscuridad, hacia la pesera o microbús que me llevaría a mi casa en medio de los baches, la lluvia, y la única emoción sería si alcanzara a tener asiento o no. Pero me sentí feliz porque es posible que estuviera a punto de pasar por sobre mi problema con ese maldito síndrome o como se le llame a “la ocurrencia de la escalera”. A la siguiente, estoy seguro, se me ocurriría que decirle. Soy optimista, muy optimista. Siempre. Eternamente. //1018
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