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martes, agosto 26, 2025

1235. Creíamos que controlarían con celulares. Fue peor. Ni usábamos celulares y ya controlaban. //

NnCt 1,235 de 1,440 plan amigo para que te conectes en tu cajita electrónica y te envuelvas con alambres, conexiones a la pared, al aire, a la atmósfera, al infierno. //



EL REINO DE LAS MIL PANTALLAS

El día que me pasaron el dato que nada existía en los celulares, que era como el niño que no tenía control conectado mientras sus hermanos sí jugaban con controles conectados, pero que creía firmemente que sí estaba haciendo cosas significativas. Que estábamos cada uno en celdas comunicando cosas que no existían.

Enfrentarme con que no existía Aída, que no se le murió un hijo, y que cada quien tiene su teatro particular, que todos somos prisioneros de ideas y como el prisionero de aquella serie, The Prisoner, es entender realmente que nos quieren hacer creer que algo existía allá afuera.

Todo era un gran guion, los que interactuábamos presumíamos cosas que no eran, todo era comunicarnos por la cajita como esta que traigo y la que traes tú. Y trabajamos y nos enamorábamos de imposibles. Y deseábamos más y a algunos al meditar y concluir lo imposible, lo insostenible unos lo soportaban y otros no.

La vida transcurría y algunos sólo queríamos salir de ahí, pero no sabíamos cómo. O quizá sólo era yo.

Tú que estás en una cajita similar a la mía leyéndome, ¿tendrás alguna idea de sacarme de aquí?

¿O estás atrapado también como yo, como nosotros, como todos?// 1235


Agradecimos a la organización una vez más.

Por estar trabajando dentro de techo y no en las piedras. Eso apareció en las pantallas. Me levanté, hice mis abluciones, hice mis ejercicios. Me miré en la cámara espejo por los cinco minutos que nos daban permiso. Me gustó lo que vi. Pelo no muy blanco, no muy negro. Mis ojos brillantes. Se puede vivir así. 

Vi la hora. Eran las cinco. Faltaba algo para las seis, una hora para saludar a Aída. Ya me había lavado la cara, rasurarme, peinado, todo. Me sentía limpio.

Día domingo, perfecto, el día del descanso. Después de saludar a Aída tendríamos video compartido hacia la calle. Eso estimulaba mucho. Sobre todo a los que ya íbamos a terminar la condena. Tanto tiempo sin ver a nadie, ni a mis captores.

-Hola, Humberto.

Me quedé impávido. Miré la pantalla. No me había tocado ver a nadie más que a Aida en ella. Solo las columnas de números, tablas de claves y la copia manual de objetos que aparecían en ventanitas. Y Aida. Y ahora esta persona. Me sentí extraño. No era normal. Me puse en alerta total. Me causó mucha ansiedad. Sentí mi pulso elevarse.

-Humberto, ¿qué tal? Deja me presento. Si, sé que es inusual. 

Hizo una pausa. Era un tipo blanco, con lentes oscuros arriba sobre el cabello. Gesticulaba mucho.

-Deja me explico, soy hacker. Me llamo o me llaman Vaquero. Estoy en tu pantalla por minutos, encontré una puerta trasera y podemos hablar cinco minutos sin que nos detecten. Hace cuanto tiempo estás aquí. ¿Cuatro años?

“Algo así”, le contesté.

-Y ya vas a hablar con tu mujer-, me dijo.

Me asombró.

Contesté con la celeridad de alguien que está acostumbrado a obedecer más cuando hablo de mi mujer.

Aunque no es mi mujer exactamente.

“Sí, hablaré con mi mujer.”, le respondí.

La persona hacker Vaquero me dijo:

-¿Por qué es tu mujer?, ¿acaso la conociste en persona?

Me sentía con la necesidad de responderle.

-No, nunca, pero hemos hablado años de eso, ella está lejos, no puede viajar y además todo lo traducimos. Pero es una gran mujer, es muy culta, muy cariñosa, muy tierna. Me ama y la amo.

El hacker Vaquero guardó silencio. Al cabo de un momento lleno de tensión me dijo:

-Esa mujer no existe, Humberto. Es inventada. Se llama Aída. No lo niegues y no te asustes. De hecho me he metido a las conmutadores. He andado por los cables y por los túneles. Me conecté con los servidores. Todo está armado, crean psicodramas semánticos de acuerdo a cada prisionero. Por eso supe cómo se llama y supe muchas cosas de ella. Todo esto ha durado demasiado. Es una farsa, Humberto.

No podía creer nada, estaba como en un shock, ¿qué estaba diciendo este tipo? ¿Farsa? A qué se refiere? 

“No te entiendo. ¿De qué hablas? ¿Por qué dices que esto ha durado demasiado?”

-Porque todo este es… heredados. O porque están en una condena. O es capricho, o están en un loop. O Porque no saben qué hacer con ustedes, porque tal vez nunca han entregado la información que querían. Y quizá es eso. Nunca han entregado la información qué querían. En tu caso, tu información, Humberto.

“No puedo creerte, Vaquero, si es que así te llamas…”, le respondí.

-Eso no es tema ni problema. Sólo quería decirte eso, amigo. Que ellos son inteligencia artificial. Y que esto es mantenido por otra inteligencia artificial con el objetivo de cumplir un tiempo. Al final de la condena sólo los dejan salir y verán que están al filo de desierto, arena, palmera, rocas, más piedras y más arena. Ya se han juntado los sobrevivientes, en campamentos. Y ahí algunos empiezan a viajar. Y siempre habrá comida y agua y luz. Y viajarán a sus destinos. Mi objetivo es decirte que ya no tiene caso nada. No hables con ella. No sirve de nada. Pero antes de que te vayas quiero… Sí, porque te diré que desconectaré las puertas para que puedas salir… Pero necesito que me confirmes que si tienes algo que decir, ya que ya te vas a ir y no se lo quieres decir a nadie, me lo puedes decir a mí.

No sé de qué estaba hablando.

“Pero no sé qué decirte.”

-Tienes alguna idea de por qué estás ahí?

“No, no sé. Creo que por alguna violación a la ley, pero no sé cuál. Nunca me lo dijeron después de un tiempo eso fue lo de menos.” 

-Piensa, por favor, piensa.

Me empecé a angustiar, pensé que era una prueba, que nos estaban grabando, que era una prueba de no sé, de lealtad o de seguridad o de, no sé, yo sólo era un prisionero que estaba a punto de terminar mi condena. ¡Debía portarme bien! No quería que me dieran más tiempo por actuar como no debería. Pero, ¿cómo debería de actuar?

“¡No sé de qué me hablas!”, le grité.

Dejé de escucharlo.

“¿Vaquero?”

Se escuchó detrás de mí un sonido metálico y sospeché algo. Me fui a la puerta y de pronto la pude abrir. Nos dejaban salir a asolearnos un día a la semana. Salí al pasillo, me asomé con cuidado y no vi a nadie. Tendría que dejar al Vaquero fuera de mi mente. No le entendí. ¿Dijo que abriría las puertas a la salida?

Caminé hacia el patio. Conocía bien la ruta. Pero algo me llamó la atención porque una puerta grande siempre cerrada ahora estaba abierta. Dudé. Estaba temblando de emoción. Era otro pasillo. De pronto me detuve en una encrucijada y tomé hacia la derecha. No reconocía nada.

Así en unos pasos más entré en una sala donde había varias pantallas. Me acerqué a una de ellas, la examiné, era cómo la mía. Idéntica. El control de encendido donde debía estar. Miré para todos lados y no había nadie. No había polvo en ninguna parte. Ahí había limpieza constante.

La prendí. Sentí que era la hora de Aída. Volteando a los lados  en el espacio correspondiente di mi nombre, mi clave y se abrió la ventana familiar tal y como ocurría en mi pantalla.

Ahí estaba, Aída. Bella con su ojos de color y su cabello negro recogido. Recordé por un segundo que el Vaquero me dijo que era de IA.

-¡Humberto! ¿Dónde estás? -me gritó. Eso era inusual en ella. Mi corazón estaba latiendo con fuerza.

Me sorprendió que me preguntara eso, pero de inmediato pensé que el entorno era diferente. Le dije rápido:

“¡Me abrieron las puertas!” 

No supe que más decirle. Pero ella sí a mí.

-¿Te las abrió un tipo, que se dijo llamarse “Vaquero”? No, no, Humberto, no le hagas caso. Es un agente de IA. No existe. Es una representación de persona. Te quiso sacar información, ¿verdad?

De pronto me detuve. Lo que me llamó la atención de lo que Aída me estaba diciendo era la seguridad absoluta. No entendía cómo sabía eso. Ella sabía de mí solo lo que yo le decía. Ahora hasta sabía el nombre del tipo ese, el hacker, el Vaquero. Ya estaba en plena confusión. La duda empezó a corroerme mas 

-¡Humberto, no le digas nada! ¡Lo que le ibas a decir, dímelo a mí, tu mujer, Aída!

“¡Espera!”, le dije a Aída.

Avancé varios pasos  y vi otros pasillos y de pronto me vi en una sala con muchas pantallas y de pronto Aída apareció en unos y el Vaquero en otros. No sabía que se podía. ¿Cómo se arman esas cosas? ¿Quién prendió los equipos? ¿Cómo se dieron de alta?

-¡Humberto! Esa mujer es una bot, no existe, no le digas nada, te estaba programando para que le digas todo lo que sabes. ¡No le sueltes nada! ¡Te quiere hacer daño! ¡Te está engañando!

-¡Humberto! ¡Soy Aída! Te voy a conocer pronto. Regresa a la sala y dime lo que sabes… No le digas al Vaquero ese. ¡Es un controlador, un distorsionador!

-¡Tú eres la distorsionadora, maldita zorra! Humberto, ¿que no ves que el nombre de Aida, significa eso, AI.. da? Es Artificial Intelligence!!

-¡Estúpido! ¡No eres más que un agente provocador, no confundirás a Humberto! Humberto, ese vaquero que dice ser, no es un hacker, es un agente navegador con permisos para estar donde sea, por eso llegó a ti tan fácil, ¡intervino nuestras comunicaciones, nos espió!

-¡Zorra, eres de IA! ¡Eres puro código! Nunca te dirá lo que sabe, porque ya llegué yo. ¡Y tú eres puro código!

“¡Pero yo no sé nada de lo que hablan! ¡No sé nada!”, les dije.

Las voces se quedaron atrás. No lo toleraba. Nunca había visto a nadie más que a Aída. 

Ya me iba a salir, solo me quedaban pocos meses, iba a conocer a Aída. Esa era la idea. Esa era mi idea, ese era mi proyecto de mi vida recompuesta.

Salí al patio y seguí sin ver a nadie. No que lo esperase, pero era tan estremecedor todo. Y caminé hacia la puerta lentamente, con miedo volteando para todos lados, no quería ver monitores, no quería ver cámaras. No había nadie, nadie. Eso me causaba mucho temor. Ya no sabía lo que quería, no sabía qué era mejor, con personas o sin personas. No sabía ya nada. Estaba muy confundido.

Traté de recordar cuando fue la primera vez que llegué a ese lugar, sin ver nunca a nadie, solo desperté en un cuarto y con las instrucciones de lo que tenía que hacer. Sentía tanta hambre. Y también sentía que olía agradable al igual la temperatura.

Había instrucciones para entender las instrucciones, cosa más rara. Las instrucciones que nunca me fueron complicadas. Nunca me preguntaron nada. Se oía una música siempre similar, pero agradable. Había agua y comida a plenitud. Sabía que era un prisionero político aunque no entendía mucho porqué porque toda mi vida anterior sólo fui un empleado de una panadería cuyo único talento además de hacer el mejor betún era el de llamarme igual que el de un líder militar. Y ya llevaba los cuatro años y en las instrucciones bien decía que al final de ellas me dejarían ir. En la pantalla cada día se marcaban la cantidad de días. Al principio me mortificaba mucho, eran muchos días pero poco a poco fueron haciéndose menos, eso es lo que creía. 

O lo que me hicieron creer.

Esa ocasión en la panadería, cuando llegaron por mí, no me resistí. ¿Estaría mal eso? ¿Sería traición? No resistirse era como para condena de muerte según supe. Pero no tenía opción, no quería morir. Por otra parte también supe lo contrario, resistirse era pena de muerte. Desde el principio estaban las confusiones, por eso en cuanto llegué aquí todo me era claro y definido, incluyendo los días de mi condena y los que llevaba y los que me quedaban.

Llegué al fin del patio, había una gran puerta, vi ahora algo diferente, ahora vi el polvo en el piso en todas partes cubriendo el cemento y no vi más que eso, polvo y ninguna señal humana.

La gran puerta estaba abierta y miré afuera y vi arena de un lado, un gran bosque del otro, arriba un cielo azul sin nubes. Un sonido como de mar, que no se veía en absoluto, pero se sentía su influencia, la gran masa como de un instrumento musical, y un aire como de brisa con un sabor a sal. Debía estar en bosque cerca de una playa. No supe qué hacer y me quedé mirando el paisaje en medio de la confusión.

Encontré cerca una rama muy grande y sólida.

Me regresé al complejo. Y empecé a ver cada pantalla en la que salía el Vaquero. Y en otras Aída, aquella mujer con la que me comunicaba y que desde el principio se me hizo bellísima, con rasgos suaves, dulces, ojos cafés claros, con pestañas grandes que pudieron ser postizas, labios gruesos, con los que soñaba besarme.

Ahora, la misma mujer me gritaba, cara de miedo, ojos espantosos, gestos terribles. No podía creerlo y me estaba dando cuenta que no podría soportarla. ¿Tanto cambiamos de un momento para otro? Quería esconderme pero no sabía dónde. Todo estaba tan a la vista. Me sentí tan desprotegido, buscaba frenético de las cámaras, esas eran sus armas, me veían me disparaban, me capturaban y me tenían en las manos en sus cámaras y yo los veía a ellos en las pantallas, en esas pantallas por todos lados.

El Vaquero me gritaba de esa pantalla y de otras. Se veía un efecto extraño como el de las antiguas tiendas de televisiones que veías lo mismo muchas veces.

-¡Dime lo que sabes, dime de los planes, dime de las fuerzas, dímelo!

Me acerqué a esa pantalla y usando la rama la quebré con todas mis fuerzas.

Escuché la voz de Aída detrás de mí:

-Humberto, recuérdame, te amo, nos vamos a ver pronto, ¡pero dime de las estrategias, dime los hallazgos, las reservas! ¡No tenemos mucho tiempo!

A esa pantalla la aventé al piso. Se hizo pedazos. Pude haberme lastimado con los vidrios. 

-¡Humberto, por favor, Humberto, escúchame! ¡Es importante para nosotros, no le sueltes nada a la bruja zorra esa mentirosa artificial hija de plástico!

La rompí.

-¡Mi cielo, Humberto, háblame, dime los planes, por favor, no hay tiempo!

Le rompí el monitor.

Por fin llegué a mi cuarto. Aseguré con fuerza desde dentro. Vi la pantalla. Estaba Aida, un segundo, estaba el Vaquero el otro segundo, los dos con los rostros desencajados. Estaban peleando por el mismo espacio. No pude más y la rompí también. 

En ese instante hubo un extraño silencio.

Me vi en el espejo y fue como mirarme por primera vez. Yo no sabía nada, no sabía nada de planes militares, yo era sólo un panadero que extrañaba tanto hacer pan. Yo no sabía nada de armas o reservas. Un día se darán cuenta de su error.

Estaba tan fatigado. No sé de dónde reuní fuerzas y me hice un café. Me quedé mirando mi pantalla rota. 

Negué con la cabeza. No sé cuanto tiempo estuve así. No pasaban música. Antes de otra cosa me fui a las bocinas y las desconecté. No quería escuchar nada.

Pero algo pasaría. Extrañaba a Aída. A la mía. Con la que me iba a casar. Quizá cuando descubrieran su error me sacarían de ahí y me darían muerte o libertad u otra prisión. Me sentía en la confusión máxima. Ya me daba igual. ¿Entonces no existía Aída? ¿Entonces sí estaba por otra cosa? ¿No era una condena? ¿Me querían sacar una información que no tenía? ¿Entonces nunca iba a salir?

Pero un día eso también dejaría de ocurrir, ellos descubrirían su error y mientras, un día a la vez, un día a la vez. Me sentí tan cansado. Tan agobiado. El café estaba tan delicioso. Algo más dulce que de costumbre. No sé cómo pero sé que encontraría la paz. A mí me gustaba la paz. Me quise dormir. 

Dormí y soñé. Soñé que mis problemas eran como un montón de bestias que se reunían juntas. Y llegaban personas a caballo y se las llevaban a alguna parte lejos de mí. Creí reconocer a uno de los jinetes. No podía ser, no conocía a nadie más que a Aída.

Al despertar vi la pantalla. La música se escuchaba desde las bocinas perfectamente conectadas. Sentí que la angustia y ansiedad se habían ido. No sé si temporalmente. No sé si volverían. El tema es que en ese instante es que estaba como siempre. La prendí. Di mi clave. Y vi que decía que ya dentro de poco recuperaría mi libertad. 

Me sentí tan contento. La vida a veces no necesitas más que un reset a tiempo. Aída no tardaría en saludarme. Parecía que todo había vuelto a cómo eran las cosas. Eso me tranquilizaba. Me daba esperanza.

Lo que no sabía nadie, ni Aída y no se lo iba a contar, era que recordaba perfectamente el camino a la libertad, pasillo a pasillo a salón a espacio abierto y a la puerta. No sé si estarían abiertas. Pero ya que aprendes el camino, no lo olvidas. Ahora sería sólo esperar la segunda oportunidad. Sí, porque habría la segunda oportunidad. Siempre hay una segunda oportunidad. Te aferras a la esperanza. Estaría listo, claro que sí. Muy listo.//1235


jueves, agosto 21, 2025

1234. Escribo y mi vida está, pero el olvido vuelve y me desdibujo poco a poco. Vida en blanco. //


NnCt 1234 de 1,440 sucesiones numéricas en perfecto orden cosa rara en estos ambientes pero que cada uno contiene una semillita y cada semillita con la ayuda de otra semillita, pues…///




EN BLANCO

Era ese día como todos. Ir al coworking todos los días. Pasar en la tarde por el Tim Hortons. Llegar a mi casa a jugar FIFA. Yo era muy sociable. Bueno, en línea era muy sociable.

Jugaba con más de 10 personas a las que no conocía. Me aceptaban como era. Yo a ellas. Era cómodo no verlas. En el coworking era convivir con personas reales con las que estaba al lado mío, tomar café, sonreír a la de recepción, conversar de noticias al vuelo, criticar al gobierno, sonreír con la coordinadora de piso, nada de profundidades, de hecho, yo odiaba las profundidades. 

Cuando iba al Tim Hortons me sentaba en la misma área, no siempre donde mismo pero en la misma área. Con todo y mi poca sociabilidad conocí a pocas personas. Una de ellas fue la que denominé Mariana. No quise saber nada más de ella solo que se llamaba Mariana. Ni ella quiso saber mi nombre completo, más que Raúl. Sólo supe que era casada. Le gustaba el rock suave y lo normal de la vida. Cada mes nos veíamos, bebíamos algo ligero, teníamos buen sexo y nos separábamos. Hasta el encuentro del siguiente mes.

Así pasaban los encuentros y los meses. La escuchaba en sus generalidades, los temas de su trabajo. Después Mariana desapareció de pronto y llegó una maestra de primaria y secundaria a la que llamaré Desirée. Fue similar. Buen sexo cada cuando. Buen café también cada cuando. Rebanadas ricas de pastel de la Letty. Y hasta la siguiente vez.

Mi trabajo iba y venía, era de ventas, además de preparar presentaciones de vez en cuando, luego viajar por todo el país, dar cursos del producto y servicio, que tenían que ver con Seguros de Energía y Gas, a fin de cuentas una aplicación muy interesante. 

Publicaba poco en redes sociales. Era más tipo lector. Estaba en un grupo de Facebook que tenía que ver con el primer empleo que tuve. Estuve en esa empresa por catorce meses. Hacía de ello cuarenta años. En ese grupo había mucha gente que no conocía porque habían llegado antes de mí, años, y después de mí, décadas. De pronto me fastidiaba mucho porque había gente muy religiosa publicando mensajes diarios sobre la Virgen María y de oraciones por los enfermos y así.

En principio, como me pasaba seguido, no recordaba con claridad porqué me metí ahí. O porqué me quedé ahí. Tenía la sensación de que era como una especie de eslabón hacia un tema de mi pasado. Algo importante, que me hacía pensar, algo sobresaliente que tenía que ver más que con nostalgia. Sonaba a melancolía.

Veía a las personas en sus imágenes de reunión. Las repasaba una y otra vez. Tenía esa curiosa sensación de que me faltaba alguien o alguienes. No sabía quién. Pero los repasaba y ahí estaban todos con quien estuve. Digo, en medio de tantos años y tanta gente. Había una Margarita, una Tere, un Pablo, un Mario, un Adrián. Un Jorge. Algunos ya habían muerto. Con todos esos, tuve una relación, un jefe, un colega, un compañero de comedor. La persona quien me dio la bienvenida, la persona que me dio la despedida.

Un día, digo, tenía mi vida normal, no siempre ocurría, veía las viejas fotos. Siempre lo hacía para buscar ese algo que se me escapaba. Me detuve en una que tal vez me tomó desprevenido. Había alguien que sí se me hacía conocido. Conocida. ¿Quién era esta chaparrita? Busqué los nombres en las etiquetas. No, no estaba. Ah, sí, lo leí, Jani. Jani Manzano.

Jani Manzano. Hubo un sonido de timbre lejano familiar en medio de la niebla que se fue apagando lentamente.

Sí, algo tenía que ver yo con Jani Manzano. Pero no supe qué. Algo raro había ahí. La foto era pequeña. En algún sector del cerebro por segundos me imaginaba con ella, hablando tal vez, riéndome, comiendo en grupo en ese lugar, un comedor industrial, riéndonos mucho, y de pronto se  me escapaba como neblina, no terminaba de ubicarla. Regresaba a ver la foto, examinándolos, reconociéndolos a todos, pero a ella no, noté curioso que mi vista hacía como que me la saltaba, había un tope, algo casi físico, pero en este momento casi forzado, sí lograba hacer el movimiento de pensar en ella. Pero topaba en ladrillos. En ladrillos blancos.

En blanco.

A veces manejaba por una calle, frenando en una esquina particular del norte de la ciudad de Monterrey y me sentía como que algo había ocurrido en ese punto. Veía en otro momento a un carro Volkswagen Gol y me acordaba de inmediato que su antecesor lejano fue la Brasilia. En eso me acordaba de una Brasilia celeste pálida que fue con la que comencé a manejar. Pero no recordaba con quien. Más bien reconocía a mi amigo Miguel, con quien sí de seguro aprendí a manejar en su carro. También me enseñó mi hermano en su camioneta. 

Entonces, ¿con quién demonios estuve en una Brasilia celeste pálida que me concedió la gran confianza para que me prestase su carro si no sabía manejar bien? ¿De qué tamaño puede ser una confianza? ¿Con base a qué se otorga una confianza? ¿A cambio de qué?

De pronto iba por casa de mi mamá donde viví hasta casi los treinta y cerca de ahí en otra esquina en donde hay una escuela secundaria de ladrillos rojos, me llegaba el flashazo de una velada que pasé con alguien y así, estaba en blanco con quien. Otra pared.

Velada que, de hecho, la medio recordaba, ¿hubo sensualidad? pero con cierta vergüenza. Más bien era tanta, que jamás querría volver a pasar por ahí, pero ese acto casi inconsciente de evitar ese segmento de ruta era un movimiento de instinto, como que solo el pasar por ahí era de mala suerte y me dejaría un mal sabor de boca.

No me intrigaba, sólo me causaba curiosidad. Los rostros de esas personas en las fotografías del grupo en Facebook me miraban o se miraban entre sí.

Siempre ponía música en mi casa en Spotify, y en ese instante escuchaba piano. 

Había una pieza de Chopin con Mauricio Pollini que hacía mucho estaba en un cassette que me prestó Rubén. El Nocturno número 3. Y de pronto recordé otro cassette, un TDK 90, de música clásica que me grabó él, Rubén. Era lo más equilibrado del mundo, tenía a Tchaikovsky, a Beethoven, La Pastoral, Orff, la Carmina Burana, Mozart, la Sinfonía 40, Vivaldi, las Cuatro Estaciones, magníficas.

Bueno, de repente ese cassette que fue muy querido por mí, de pronto, la inquietud del compulsivo, ¿qué se hizo de él? ¿En qué momento se me perdió? ¿O lo presté? ¿A quién se lo presté? En blanco. Me daba ansiedad, una de mis cosas favoritas, ¿se me desapareció así como así? Mi sentido completista, obsesivo, fallido.

Me sentía intrigado y de repente me detuve.

“¡Hey, es un cassette!, y sí tengo donde tocar cassettes”, me dije, porque de hecho compré una  grabadora en Amazon que me convierte la música o lo que esté en el cassette en MP3 y de ahí poder subirlo a mi lap. Bueno, su objetivo no era para tocar cassettes en general, sino los míos, los que grabé en mi programa que tuve veinte o veinticinco años atrás y lo que quería era convertirlos, conservarlos, porque el cassette, como medio de guardar sonidos, pues, era muy viejo.

Recordé de ráfaga una frase que me sonaba a un mandamiento del que pensé que era propio o que lo había leído por ahí en Pinterest. 

“No seas tan materialista, es sólo un objeto”. 

Era la respuesta fría, cándida, a mi pregunta adolorida, “¿cómo que lo perdiste?”.

¿Pero a quién le pregunté y quién me respondió con su frase? ¿Eso pasó? Lo presté y nunca me lo regresaron?

Así pasaron muchos meses. Todo tan esporádico. Aquí lo cuento como si fuera seguido, pero pasaban semanas o meses entre cada incidente, o temporadas enteras, pero era como un recordatorio incidental, por decir, hace frío, usa sweater, está nublado, saca la sombrilla, está caluroso, usa manga corta.

Desirée, la maestra, entre pastelito y pastelito mientras tanto me contaba sus cosas, sus asuntos, sus temas. Sus amigas, su vida profesional de maestra de tantos años y cómo batallaba con sus alumnos y papás. Lo que quiero decir es que de cualquier manera la vida era sencilla.

Una ocasión que no estaba jugando FIFA, veía unos videos en Facebook, como siempre que quería que el tiempo corriera más de prisa. Algo tienen esos videos o reels que me distorsionan mi sentido de los minutos. Eran como un anestesiador enfocado directamente en mi cerebro.

En eso el fin de mi vida tranquila ocurrió cuando la puerta sonó. Fui a abrirla. No esperaba a nadie en particular, podrían haber sido los Testigos en su afán de pescar almas.

Había un tipo de mi estatura, pelo castaño, ojos cafés claros. No parecía de Amazon ni nada de eso. Me miraba a los ojos con curiosidad. Eso no lo hacen ni los de Amazon ni los Testigos ni los candidatos políticos que vienen por votos que no les daré jamás.

-Hola, ¿eres Raúl Mijares? -me dijo. 

En la desconfianza de siempre respondí:

-¿De parte?

-De Jani Manzano.

No pude encajar el nombre, me quedé pensando en quien se refería. Me sonó el nombre, allá en los patios traseros de mi cerebro. Patios por los que nunca iba mucho, con muchas cosas viejas sin ordenar y todos llenos de maleza que un día se habría de cortar, pero…

-¿Jani Manzano? ¿De dónde?

-¿De Industrias BitSat?

La vieja empresa, la del grupo. Se escuchaba raro que alguien la mencionara en voz alta. La familiaridad de ciertas cosas se pierden con la falta de uso. Una vieja palabra que es de las que están guardadas en tu closet, muy, muy atrás.

-Pero no recuerdo con claridad. Eso fue hace cuarenta años o más -le respondí, tratando de ganar tiempo.

Sentía que tenía que tallarme los ojos. Pasamos a la sala. Veía mi espacio, mis libros, mis videos, los cartuchos. El Xbox. El FIFA. Sonrió al ver el FIFA. 

Nos sentamos.

Él continuó:

-Bueno, sin rodeos. No soy tan dramático. Lo que pasa es que, bueno… ya, sin anestesia, lo que pasa es que soy tu hijo, Sergio Manzano.

-¿Mi hijo?

Una mano me agarró el corazón por segundos, luego lo soltó. Volvió a latir. Respiré lo más profundamente posible. Aparenté que no parpadeé, ni que me puse rojo, ni lo del corazón emproblemado por segundos.

Siguió hablando con frases que no quería entender, que no quería escuchar, que no quería saber:

-Sí, el que tuviste con Jani Manzano. Me dijo antes de morirse que te pidiera disculpas muchas, casi bromeando, mamá era muy ocurrente, pero que te dijera, así, de rápido, que te dijera, ella era muy práctica, mi mamá, diabólica, diría yo, bueno…

Él ya no me veía directamente, veía hacia el techo. Evitaba verme a los ojos.

-Sí, este, ella pidió específicamente que te borraran la mente hace 30 años todo lo respecto a Industrias BitSat, excepto lo superficial y aprovechó sus influencias para que también borraran lo que tenías que ver tú con ella, que trabajaron un tiempo juntos, y sobre todo que…

Contuve la respiración no quería escuchar nada de lo que seguiría:

-¿Sí?

-Qué, pues, la parte más importante que te borraron, fue la de que diez años después de tu salida de esa empresa, se volvieron a ver y… digo, no es sencillo de decir, mi mamá, reunió su orgullo, lo guardó en una bolsa, lo dejó en la casa, y fue y te pidió a ti, Raúl, ser papá de su bebé que ella quería mucho, y que tú no quisiste…

Hizo una pausa, respiró de nuevo.

-En primera, humillaste a mamá en tu negativa, imagínate la pena en ella de pedir algo así tan complejo, y que se lo nieguen, ¡qué barbaridad!, pero algo en tu mente reaccionó, no sé qué fue… así me dijo, pero hizo que aceptaras a medias, y ella me aclaró mil veces que no, no tuvieron, este, contacto, sólo fuiste pues, el donador de la semillita, decía mi mamá bromeando, cosa que me fastidiaba, pues, repito, fuiste el donador de la semillita de donde salió el hijo qué fui yo… que soy yo.

Yo no podía decir nada.

-Pues, repito, o vuelvo al tema, luego te borraron la mente con todo lo que tuvo que ver con cierta parte de Industrias BitSat, con la generalidad de la empresa pero como que con la gente no, había selectividad aunque de cierta manera todo pudo quedar difuso pero sí, como te dije la parte que corresponde de ella y de mí esa fue tachada en total. 

-¿Contra mi voluntad? ¿Cómo ocurrió?

-Creo que según supe, estuviste de acuerdo. No sé lo que habría en tu mente hace como 40 años.

Hubo un silencio. Siguió hablando:

-Por cierto, en esta caja hay tres cosas que me dijo que te entregara.

Vi la caja, la tomé, había una hoja y una cajita que se sentía ligera. Presentí lo que había en la cajita.

La hoja decía solamente con letra a mano: “Gracias, güero”. En la cajita había un cassette y un DSB. Era un cassette TDK de 90, gastado pero al parecer en buenas condiciones, que decía en el lado A, “Clásica” y en el lado B con mi letra de hacía 40 años, “Pastoral – 1812 – Mozart – Vivaldi”.

Vi el otro objeto. Un viejo DSB. Casi de la primera generación, o de la segunda, ahora son muy diferentes. Nadie los reconocería como depósitos de memorias reales, personales, corporales.

Sergio dijo:

-Ahí están las memorias que te borraron, por seguridad, se hacía un respaldo, tengo entendido. Pueden ser insertadas en la persona de nuevo, según supe. Así que si quieres volver a revivir todo eso, creo que sí puedes si es que quisieras, y para eso pues es cuestión de que tomes la decisión de… “recargarla” o “reinsertarla” dentro de tu “sistema o centro de memoria”. Al parecer no son incompatibles con las que hacen ahorita…

Y así mi mente, mis ojos, mi pasado, mi presente, mi futuro, se quedaron en blanco.

Me miró como aliviado después de haber soltado la bomba o las bombas.

-Bueno, ¿no me vas a invitar, no sé, una hamburguesa o algo? O mínimo, ¿tienes café? 

Fue un café. Tuvimos buen momento. No supe mucho de qué hablar con él. Solo superficialidades, qué había estudiado, dónde trabajaba, si estaba casado o comprometido, donde estaba políticamente, de rato lo veía con curiosidad. Me preguntó qué hacía y si estaba casado y eso.

¿Sergio Manzano era realmente mi hijo? Al parecer no era de importancia. Lo que sí era importante era que fuera hijo de… Jani. Parecía buen muchacho, me contó sí, que tenía carrera, profesión, marca profesional, personal, familia. Me dijo que me invitaría un café próximamente para no perder el contacto.

Sonreí con eso de “no perder el contacto”. Tardaría un buen tiempo en asimilarlo.

Al salir me quedé solo.

Vi el DSB. ¿Me lo recargaría o no? ¿Ganaría algo, perdería algo? ¿Sería mejor que me quedara en la duda? No lo sabía. ¿Jani fue tan importante? Tal vez sí, tal vez no. ¿Hice bien con eso de aceptar borrarme todo eso de la memoria?

Tendría que pensarlo y si un día me recargaría mi propia memoria borrada. No sé si tendría caso o no. No sé si me aportaría algo significativo.

Guardé el DSB y el cassette con cierta ceremonia entre mis libros de uno de los estantes de a mero arriba.

Después de Desirée a quién extrañe mucho, pasó la que llamaré Lupita que duró poco, luego se fue y llegó la que llamaré Vania. Era complicado volverse a casar después de haber tenido un fracaso tan épico como el mío. Pero Vania era especial. Se reía muy lindo.

Un día Vania, quien leía mucho, era muy curiosa y era muy técnica, vio el cassette, lo tomó y leyó las etiquetas, miró la fecha y la leyó despacio con su voz ronca, usual:

-“19 de mayo de 1981”. Caramba, ¡qué “vintage”!

En eso tomó el viejo DSB y lo examinó.

-¿Y esto otro? ¿Qué es?

-Una especie de drive de memoria -dije un tanto disimulando ansiedad. Los tendría que cambiar de estante. Demasiado visibles.

-¿Memoria? No conocía de estas. Tienes cada cosa. ¿Qué guardas dentro, cuanto es su capacidad? ¿También es “vintage”?

Yo que tenía tiempo de no pensar en eso. Sólo miré a la pequeña unidad y me quedé mirando al vació.

Me estremecí y por fin respondí:

-Supongo que me la dieron en algún evento. Alguna unidad fallida como el Jazz de a finales de los 90s, carísimo, o como la unidad de cinta digital de 8mm. Poca difusión. Y creo, que, sí, creo que está en blanco. 

Hice una pausa. Miré la foto de Sergio, su hijo y yo platicando en un café. 

Repetí:

-Totalmente en blanco…

Vania me miró con esos ojos negros intensos.

-Estás evadiendo, Raúl. Y si no es nada, pues tírala si no te sirve… guardas demasiadas cosas, cables, celulares, monitores. Eres el típico divorciado que se quiere quedar solterón y sus espacios se llenan de cosas que no saben tirar. Así eres, tantas cosas en tu vida que no sabes tirar. No sabes manejar los vacíos. Tienes que llenarlos con objetos ocupadores de espacio.

Vania era muy impositiva. Lo sigue siendo.

-No, que se quede ahí, es de recuerdo. No es sólo un objeto ocupador de espacio.

Yo también lo era. Impositivo. Lo sigo siendo. Se la quité de las manos, opuso cierta resistencia a soltarlo.

-Tienes tanta basura, mi cielo. ¡Ah, ya sé! No lo quieres tirar porque te la ha de haber regalado alguna de tus viejas -sonrío-. ¡Eres incorregible, canijo, un total semental!

Hizo una pausa y Vania se llevó una mano a la boca asustada pero con sonrisa. Exclamó:

-¿O dije un total sentimental? ¿Qué dije? ¿O lo pensé? ¡Dime que dije!

Vania se rio de su ocurrencia. Me gustaba cómo se reía. Vania tenía su agradabilidad.

Yo sonreí también mientras guardaba la unidad DSB en un cajón y me aseguré de cerrarlo muy bien. “Si te contara”, pensé. Un día puede que se lo diría.

Y sin dejar de sonreír cambié el tema.//1234


lunes, agosto 18, 2025

1233. Amanece domingo, 1970, repetición total. Noche y amanece de nuevo, domingo de 1970. ///

NnCt 1233 de 1,440 amaneceres que son menos que los 3,654 días que fue lo que se calcula que fueron los que ocurrieron en el Día de la Marmota y que te pudieron servir de aprendizaje. // 17 DE AGOSTO DE 2025




REPETICIÓN REPLAY

Aquí la cuestión, ¿te acuerdas, que Tampico es la ciudad más lenta del mundo en la que ocurren las cosas más lentas del mundo y tú amaneces en ella de pronto como por arte de magia y tus papás se quieren deshacer de ti y te mandan al cine a ver tres películas que les llaman de matinée? 

Ves a tus amigos de la cuadra con los que convives y a los que cada día los miras diferente, y de pronto de la casa de enfrente de la tuya sale Rubén, que dice que vengas a ver algo, escuchas que es futbol y piensas en otro aburrido partido que no entiendes y que es extraño en sí mismo. Con todo y que es el Mundial de México 770 y piensas que sí, algo debe ser relevante, aunque estés en Tampico y todo sucede en DF, en Puebla, en León, en Guadalajara, en Toluca.

Y Rubén no sé si cumple su palabra porque lo que te muestra es algo impresionante en verdad, fuera de rango, lo más grande del mundo desde que el papá de Aureliano le enseñara el hielo y lo recordase el día de su fusilamiento, la televisión a color,  sí, a color, tal cómo es la realidad.

Así ves minutos de un partido olvidado, probablemente el de Rumania-Checoeslovaquia que ganó Rumania 2 a 1, después de ir perdiendo 1 a cero. Y ves frases en la pantalla arriba del juego tales como “REPETICIÓN REPLAY” porque de alguna manera ves como una jugada se repite dos o tres veces la misma, tema que por un lado no alcanzas a entender para qué alguien querría ver dos veces las cosas, pero con el tiempo se verá que se necesita la frase porque la gente pudiera pensar que es otro gol y otro gol y hay que decirle a las personas que la tecnología puede jugar con sus mentes, pero ese anuncio demuestra la honestidad al pueblo, no pueblo, es repetición de la jugada, es para que la observes mejor. Solo eso. Lo hacemos por tu comunidad. A color la honestidad. “REPETICIÓN REPLAY”

Y fue solo un gol.

Pero el color, el color, mi amigo, mi amiga, mi vida adquirió sentido con él. La experiencia fue casi sexual, placer intenso… El pasto verde, los colores de las camisetas, de los anuncios, todo borroso, o sea, una televisión a color, no sabías que los papás de Rubén tenían tanto dinero para tener una televisión a color. Sólo sabrías con el tiempo que a tus abuelos de Monterrey, tus tías le comprarían una, que un tío tuyo de Monterrey, también y que dentro de un año verías un partido de beisbol desconocido, pero también totalmente exuberante en su de nuevo verde pasto maravilloso con sus uniformes increíbles, rojos, azules, amarillos, y con el tiempo también tu papá no sabes a quién robaría o quién le pagaría algo o cómo se endeudaría en abonos, pero tuvo su televisión a color justo para la serie mundial de beisbol de octubre de1976 pero para eso todavía faltaban años para eso y, tal vez, eso quizá nunca sucedería en tu dimensión porque estabas atorado en el mismo día en Tampico, ese día 6 de junio de 1970, el día de Rumania-Checoeslovaquia que tanta historia hizo en tu cerebro y en tu alma en la que de extraña manera sentías que ya lo habías visto todo y que después de eso ya nada podría sorprenderte.

Y luego vas al cine, estás en el camión, toda la Avenida Hidalgo, ves al Dairy Queen, del cual una vez probaste la nieve, pero la nieve del pasado tenía ingredientes del pasado y era mejor que todo lo que dijiste… y que has probado el hoy por hoy, si tan solo hubieras salido de ese loop porque de eso no puedes estar tan seguro.

Era el Mundial de 1970, te dije, y jugábamos futbol, yo un tanto a fuerza y llevado por la presión de grupo, de hecho aun no sabía decir que no y todos querían algo de la fiesta del Mundial y era normal que del grupito que vivíamos en la calle de Avenida del Real que topaba en Avenida Hidalgo, formáramos un equipo pero como yo no quise decir públicamente que a mí no se me daba el futbol, es más, a mí no se me daba nada. Pero tenía demasiada pena para aceptar en público la pena que a mí no se me daba nada. Lo bueno era que ese no decir me mantenía en el grupo

Y el Yayi, amigo oscuro de color de piel, y no por eso lo estoy tipificando, genial jugador, que tal vez por eso él era Brasil siempre, juego místico de personificaciones, y no que yo quisiera ser Brasil, porque en aquellos años el nombre conjuraba habilidades milagrosas y a ese equipo solo le faltaba caminar sobre el agua y tal vez lo intentó y lo logró y no lo supimos, y, bueno, el Yayi, repito, jugaba muy bien al fut, y nadie, pero nadie, le quitaba la pelota al Yayi.

Así fue cuando estuvimos un día todos a punto de jugar en un jardín rodeado por árboles con frutas como mangos, por decir, no sé cómo, así en sucesión, Yayi era Brasil, otro de los compañeros era Italia, no veía mucha lógica en eso de que cada jugador fuera un país personificado, pero, así como quiera, inevitablemente otro compañero era Uruguay, otro era México, otro Inglaterra, a mí me tocaba de entre todos los posibles, inevitablemente, Bulgaria, ¿te das cuenta?, ¡Bulgaria! 

Nunca supe si yo era el último a quien le preguntaban y todos los mejores países ya habían sido ganados. A mí no se me ocurría  ninguno. Nunca.

No recuerdo ningún marcador de nuestro partido de ese día particular ni que sólo hubo un juego formal que perdimos, ganamos, no sé. Y el calor y que a cada minuto preguntaba cuanto faltaba, de hecho, se me hacía muy profesional preguntar algo así y que me respondieran.

¡Bulgaria vivía!

Por fin acabó el suplicio y a cambiarnos rápido.

De alguna manera llegó ese domingo marcado con prodigios comenzando con con la visión de la televisión a color de Rubén y antes amanecimos y… después nos subimos al camión para transportarnos por toda la avenida Hidalgo hasta llegar al cine Alameda.

Ya en el camión le dije a mi hermano:

-Creo que ya vimos las películas.

-No sabes cuáles van a dar. ¿Cómo sabes si no has leído el periódico?

-Sí, es la del Santo contra el Estrangulador. Luego la del Santo contra el Espectro del Estrangulador. Luego es la de Dos Pintores Pintorescos con Viruta y Capulina. Me gustan las tres, pero la del Estrangulador me da cierto miedo.

-No es cierto.

Luego llegamos al cine Alameda y ahí estaban en la marquesina las tres una detrás de otra. De pronto dije:

-Entraremos y cuando estemos jugando en la alfombra, el niño de camiseta azul se va a pelear conmigo porque dirá que lo empujé y no será cierto, se caerá solo porque sus tenis están desabrochados y se tropezará.

-No es cierto. No sabes quién estará en el cine.

-Tú lo golpearás y llegará su papá y el administrador del cine y sacará al señor y al hijo porque nos reconocerá porque somos amigos de Gustavo, que a ti te cae mal, el hijo de la Güera, la inspectora de los cines que a todos manda y que era amiga de mi tía Sanjuanita.

-No es cierto. No sabes qué pasará.

Después de la primera película del Santo contra el Estrangulador se encendían las luces tenues del frente del cine, por eso le daba una sensación fantasmagórica de entrebrumas y en menos de un minuto ya la alfombra estaba lleno de niños y en eso había que aprovechar y así estábamos también nosotros jugando en la alfombra gigante a las luchitas, además nos aventábamos desde la parte superior porque era una pendientita y rodábamos, además ocurría que siempre desearíamos tener alfombra en la casa porque era un lujazo tenerla y se sentía como que fuera de nuestros mundos.

En eso el niño de azul se cayó, tropezándose solo, y de pronto me retó que porqué lo aventé y ahí pensé que necesitaba una imagen que pusiera las cosas en orden con un “REPETICIÓN REPLAY” para aclarar todo, pero como no hubo nada empezó a querer pelearse conmigo y mi hermano llegó como de rayo y le dio un trancazo en el brazo, de pronto vino el papá y éste le gritó a mi hermano, de inmediato vino el administrador del cine, y con la lámpara nos miró con atención y nos reconoció que éramos amigos de Gustavo, el hijo de la señora la Güera, que era amiga de mi tía Sanjuanita. Por eso nos dio la razón. Ya no supimos que pasó con el papá y el niño.

-La película se quedará oscura, a lo mejor se quemará, gritaremos “Cácaro” y ahí me daré cuenta de que perdí el peso del camión de regreso. Me pondré muy nervioso porque te enojarás conmigo.

-No es cierto.

Le dije:

-Te daré uno de mis dos pesos para que lo cuides si no, nos iremos a pie.

Sucedió tal cual, la película se quedó oscura, gritamos “Cácaro” y ya no tenía ningún peso, me puse nervioso y mi hermano se enojó conmigo.

Al fin acabó todo.

Sí, descubrí que se me perdió mi peso y al menos salvé el otro dándoselo a él.

Le dije:

-El camión se descompondrá después del Hotel Camino Real, veremos el carruaje viejo, y tendremos que caminar, pasaremos por el Dairy Queen y nos quedaremos viendo como siempre queriendo un cono de nieve Dairy Queen que sólo una vez en la vida nos dieron y que no volveremos a comer quizá en cuarenta años más cuando la vida sea muy diferente a esta que llevamos ahora y no veamos ya nunca jamás a nadie de estos nuestros amigos de ahora y llegará el día que ya no sepamos nunca jamás del Yayi ni de Marina, ni de su hermana Flor, o de Rubén o de quién era el jugador que le tocaba el equipo de México o el de Italia. 

Pero Yayi siempre era Brasil y yo siempre era Bulgaria. 

-No es cierto, me dijo mi hermano.

El camión se descompuso, vi el carruaje con el que siempre quise pararme y verlo de cerca pero nunca me dejaron, y pasamos por el Dairy Queen y me pareció fabuloso recordar el maravilloso sabor y ni lo triste que me puse por no tener dinero y el no poder comer de su nieve me frustró. Son los beneficios de saber que es lo que ocurrirá.

-Mamá se va asustar y nos gritará porque llegamos una hora tarde de lo de siempre.

-No es cierto, me dijo mi hermano.

Mamá, obvio, no tenías que revivir el mismo día las mil de las veces para saberlo que así ocurriría por toda la eternidad. Vaya que nos gritó y regañó.

Después de la rabieta prevista de mi mamá, a sabiendas que no había programación, prendimos la tele nuestra blanco y negro y encontramos de nuevo que no había nada más que ruido y rarezas y líneas y como si bestias extraterrestres enojadas adentro hicieran mil ruidos y el mundo no podía darles más, de ese modo se convertían en conjunto en multitud de rayas grises y blancas de pronto se veía la pantalla una gran raya negra horizontal que se movía para abajo sin detenerse, sin detenerse, de manera misteriosa y dije…

-Es el “vertical”, se arreglará con el control de atrás, la pequeña perilla delgada, pero con cuidado, te va a dar toques.

-No es cierto… 

Me hice un paso para atrás y dicho y hecho gritó:

-¡Ah! ¡Me dio toques!!

Mamá vino y lo arregló así, y a ella no le dio toques.

A las cuatro PM por fin, afuera ardiendo con la torridez, habría dentro imágenes pero será algo llamado “Visión” con un documental de algo industrial de Alemania, y que se nos hacía todo tan lejano, como de otro planeta. No era lo que queríamos. Queríamos caricaturas, queríamos Los Picapiedra, queríamos Monstruos del Espacio. Queríamos al Correcaminos. Queríamos a Speedy González. De pronto apareció Mexico Magia y Encuentro quien venía para matarnos la ilusión y luego  de ahí llegó Siempre en Domingo con una ristra de cantantes y no, no era lo que queríamos, solo sabíamos que en un canal faltaba poco para que saliese Disneylandia y ahí era muy claro, en la pantalla decía que era en color. No nos mentirían, ¿verdad? ¿Y sería posible que ese día, Disneylandia sí saldría en color en nuestra televisión? Todo era posible.

No, no salió en color. Ya después nos dio mamá de cenar. Huevos con tortilla de harina recién  hechas. Nos decía que sí ya teníamos la tarea, le decíamos que sí. Yo era el único que sabía que mañana volvería a ser domingo. No sé cuantas veces había ocurrido esto. Muchas veces. A mi hermano ya había aprendido yo a no decirle nada, no me creía y me miraba como loco.

Solo sabía eso. El lunes no llegaría. Por eso hacía como que hacía la tarea. No tenía caso.

Y dormíamos ya para que fuera lunes.  Pero aparecía de nuevo el domingo. Y las mismas películas. Y la misma caminata desde el Dairy Queen. Y todo igual. Y aquí sigo, porque no hay escapatoria. ¿Por qué?, sigo sin saber. Bueno, no todo es igual. 

De tanto jugar y observar ya le quito la pelota al Yayi. Y siento que me odia cada vez más. Pero no me importa. 

Y me sigo llamando Bulgaria mientras espero a que un día llegue ya por fin, a ser lunes. /// 1233


1232. Huíamos y huíamos de las pantallas, los pasillos, las escaleras, y al final, más pantallas.///

NnCt 1232 de 1,440 espejos que los pones mitad enfrente del otro y en esos reflejos sales tú en todos hasta el infinito excepto en el segundo o tercero en el que aparece de pronto la imagen de la bestia que eres y que ignoras excepto cuando aparecen esos espejos y te reconoces y dices “¡que inteligente era Charles Addams cuando hacía esos cartones como el recién descrito!” Y eso fue antes de que fundaras a tu familia tan querida, la Familia Addams, Charles…”

Y eso estábamos discutiendo precisamente de tecnología cuando apareció un gato negro y detrás de eso apareció una mujer gritando, “¡Max, no te vayas…!” Siempre una mujer tras su gato Max…/// 15 DE AGOSTO DE 2025





LA IGLESIA DE EVELIA QUE CASI FUE

Evelia se hubiera reído como loca.

Y es que Evelia estaba loca. O tenía muchos rasgos de locura. Pero nadie le hizo un inventario.

Como cuando no quieres comprar más tiempos compartidos o terrenos o casas o joyas, pero ellos te localizan porque estás en su presente de prospectos y solo buscas un tiempo en el que nadie sepa de ti y ahí estás en tu jardín y la persona esa te está busque y busque en tus redes porque desea fervientemente que le compres un terreno con dos árboles, una hamaca y un pedazo de tiempo además de una cortina o un domo del silencio para que estés ahí, por tiempo indefinido offline, solo con un perro, un sol, un sonido de arroyo, un sonido de viento y caracolas además de los bellos recuerdos de un bello amor que tuviste, que tienes o que tendrás. O que inventaste. O que compraste. O que rentaste. O que te soñaste. O que se te apareció en la noche. En ese espacio que te vendió el tipo, el que viene incluido un pedazo de olvido para todo lo anterior, para que olvides lentamente que el tipo te lo vendió por mil semanas hasta que terminaras de pagar. 

Evelia se subía a un tanque de agua con todo peligro y sin protección para ver la carretera hasta que llegaban las estrellas. Porque ella quería saber precisamente de dónde nacen las estrellas. Y ese lugar era un excelente punto de partida hacia arriba muy arriba.

Ahora solo anhelas esas diez horas para pasar en línea, en medio de la metrópoli en los momentos más conectados de la historia en el que hasta las hormigas están siendo monitoreadas para que no hagan más hormigueros de más, para que las flores sigan creciendo a una tasa calculada y la que no sirva se deseche y para que las hojas de los árboles se desprendan en la sucesión correcta primero la que debe, luego la segunda designada, luego la tercera. El gran orden de la…

Vida de un derrochador de tecnología, de un idólatra que afirmaba que las idólatras eran otras y lo que ocurría a final del día y al final de todos los días era que tal vez se había equivocado de secta.

Evelia, en uno de sus talentos sensoriales y sensuales desarmaba la lavadora y la volvía a armar sin manual y ¡funcionaba!, ¿el esposo? no sabía tomar un desarmador si se lo pidieran con una pistola en la misma sien.

Así descansas las diez horas, una tras otra tras otra… hasta que al final te transfiguras y eres feliz de tanto que cuando vas, o que cuando te toque estar yendo hacia la luz tienes la plena, la plenísima seguridad de que no te pasará nada…

Evelia un día ya no estuvo sobre la tierra.

Un día me empezaron las alucinaciones. Y navegaba en un mar oscuro y era la náusea constante y era el desconsuelo de porqué me tocan las cosas y sentía que el Maligno podría venir por mí esa noche en medio de las olas malas, las aguas malas, y la sombra era mala y de pronto pensé que si no me aferraba a un ancla, a una pesa suficiente podría el señor de la Negritud de Maldad volver por mí y arrancarme de este lugar antes de tiempo e iría a donde no quería, a donde no debía pero ¿cómo hacerlo? y así pensé en mi gato, porque lo sentí de manera tan extraña, y es que mi gato negro no debía aparecer pero sí ahí estaba y lo abracé y él como buen gato me hisseó y me arañó y así reconfortado con una línea de sangre de un centímetro que no estaba y es cuando recordé a Evelia. 

Porque el gatito fue el mensajero de Evelia.

Evelia amaba los gatos, amaba a los niños, lo amaba todo y todos la amaban y todas también la amaban y fui testigo de cómo ella tenía sus dos tres cuatro vidas escondidas que nadie conocía más que yo, según sospecho, al menos una que le regresaba cuando ella estaba bajo el influjo de una droga que le ayudaba al corazón, tema que nunca me fue claro lo de su salud, si era endeble o qué y que ella llegaba a afirmar que esas drogas le hacían decir la verdad que de alguna manera ocultaba tal como todos la ocultan sobre hechos particulares de responsabilidad dudosa.

“Malditas drogas”, decía sonriendo, porque en ese momento le podrías preguntar lo que fuera y como si fuera el suero de la verdad o el lazo dorado de la Mujer Maravilla ella te decía la verdad. La verdad de los hechos como fueron porque sabía que no había juicio, que el juicio no importaba a nadie. A ella menos. Son otros misterios, ¿así era con todo el mundo? ¿O sólo así era conmigo? ¿O por qué conmigo? 

“¿Tuviste sexo en la mañana con tu amiga cuando dijiste que sólo fue un café con ella?”. Nunca lo sabría en su estado de conciencia y sí, yo me preguntaba, mi consciencia en deficiencia, todos tenemos derecho a no saber nada de nuestro prójimo y a no contestar y a lo que quieras que eran los derechos humanos de las personas, pero ella bien sabía que todo era por algo. Por más indefinido que eso fuese. Ella necesitaba decirlo. Tal vez era su manera de necesitar decirlo.

“No te diré, no te lo diré… bueno”, hacía una pausa, y seguramente hacía un gesto de que todo le era gracioso y agregaba “sí lo tuve y estuvieron deliciosos, el café y mi amiga”. Y se reía, y eso me hacía pensar, ¿estaría fingiendo? Era una manera de decir la verdad sin comprometerse a que no era ella la que hablaba sino su otra voz, su otra personalidad, la que podría decir en cualquier momento: “todo eso que te dije hace minutos, fue mentira, solo era una manera de divertirme contigo, de ti y contigo… porque eres un tonto crédulo”.

Ahí entraba la duda, pero yo preferí creer. Sencillo, preferí creer.

Era la lujuria diabólica, sin culpa, sin maldad. Solo el placer de existir tal cual el sol existe porque sí y la lujuria también y la bondad y la alegría y el amor.

En otro momento le pregunté:

“¿Fuiste a comer con aquella persona? ¿Sólo a comer?” Esa persona era una de tipo de clasificación todas las X posibles porque hacía, según sus chismes que siempre fueron fantasiosos, y eran de fantasía de buen calibre, irresistible a no saberla, que ella, la amiga, tenía aventuras especiales con su esposo que infringían todas las reglas morales de convivencia de este siglo y de las que habrá dentro de tres siglos más, a como estuvieron y estarán las medidas de lo que es bueno y conveniente de esta sociedad que nos oprime y nos seguirá oprimiendo en el año 2325.

“No quiero decirlo, pero sí, lo hice. Comimos e hicimos más y más, cosas, llenas de maliciosos pecados y vino su amiga Carmen y las tres tuvimos un encuentro de pieles bellas, hermosas, sinuosas, deliciosas, sudorosas curvas de mujer, redondeces en forma de corazón que afirman y firman que mientras haya vida habrá placer”.

Todo me sorprendía, eran nuevos mundos, era una puerta a la sensualidad, pero ella estaba curiosamente cerrada a mi placer como una puerta de hierro, me decía que yo era como su amigo Benito, de la carrera que quiso tener algo con ella, pero ella decía que los amigos son para un solo objetivo y que a mí me usaba para desahogar tanta culpa, tanto pecado, tanto castigo que tendría ella en esta vida y en la que seguía. Y me usaba y me usaría.

Porque dentro de ella sabía que la muerte no estaba lejos, afirmaba, no sé de dónde, que personas como ella de las que todo mundo afirmaba en su cara: “es que eres muy luminosa”, muy pronto se les acababa el combustible y se quedarían oscuras, piedras negras que serían olvidadas pronto por todos acabando en algún irremediable negro rincón fuera de la vista y memoria del mismo Dios.

¿Para qué preguntarle tanto? Solo por saber qué hacía, cómo lo hacía, porqué lo hacía, persona única como cada persona es única en la vida, y siento que en este compartir su sabiduría y conocimiento no había maldad en nosotros, y así fuimos descubriendo de lo que ella decía, que la gente habla de la buena maldad y de la mala maldad, la que es por tu bien y la que es por la venganza… aunque nunca pude entender del todo, ¿por qué puede existir una maldad por su bien, aunque suene a contradicción? Nunca lo entendí.

Evelia no que fuera la protagonista de las Tres Caras de Evelia, sino en que en este caso sí había otras dos caras, por eso siempre se me hizo que el caso de Evelia era para que la estudiaran, la metieran a un laboratorio, no por mal, sino por lo extraordinario de su caso.

No creo en las dobles personalidades, pero en este caso era triple personalidad. O alguna que ella nunca me contó. No sé si ella pudiera cometer en un momento determinado un crimen y negar que lo pudiera haber hecho afirmándolo bajo juramento, bajo detector de mentiras, bajo interrogadores de la Gestapo, porque eran distintas personas, diferentes, las personas dentro de ella eran de mundos extraños, cada una independiente, cada una con sus propias ideas, propias opiniones. Mundos de circunstancias, dimensiones distintas en las que la puerta, la bisagra, el vaso comunicante, el mismo túnel, el conmutador, o lo que sea, era Evelia. Su ser era la conexión a varios mundos.

Porque había otra situación con Evelia, si alguien la regañaba fuertemente, y eso ocurría a menudo, a ella le daban regresiones a cuando estaba en la adolescencia, o en la prepa, o en la carrera.

Fue así que me enteró de viva voz de su vida loca tremenda impresionante, desde que logró hacer hazañas de depravación deliciosa femenil versus la depravación deliciosa femenil de la otra u otras compañeras en la misma carrera o cuando fue ayudante de una dentista y hacía maravillas en lo que las labores de higienista oral corresponde, como en aquél libro de Stephen King, a su chica, la de Evelia, le tocaba ser más oral que higienista, o cuando acompañaba a sus amigas a la modista y el verificar cómo les quedó la ropa era el delirio, o a la florista y era el juego total, o a la peinadora o estilista que era la exploración de la hidratación profunda. 

Esa regresión de la que ella padecía estaba fuera de todo radar, como si de pronto ya con sus hijos dormidos, a cuestas prefería tomar su mochila para ir a la escuela, una que ya no existía para poder llevar el proyecto de Ciencias Químicas de primero de prepa, todo eso a mitad de la noche imaginando que iba por el camión de una ruta que ya no existía y de ahí a bajarse en una esquina lejana que había desaparecido por el urbanismo gentrificado desbocado y caminar dentro de su mente hacia su escuela olvidada buscando portones imaginarios, pasillos ilusos, reflejos de espejos que ya no están. Voces que ella escuchaba perfectamente, me imagino las miles de caras que ella veía que la veían y que ninguna de ellas existía mas que en su mente atormentada. Y de pronto, regresaba y se preguntaba porqué la mochila, porqué los tenis, porqué los shorts, porqué la libreta, los apuntes, porqué el cabello pintado, los caireles, la falta de maquillaje y porqué la noche.

Evelia tenía a su novia amor que era la oficial. Mujer experimentada mayor que ella, su confidente, su valedora, dirían los amigos chilangos, su dueña, su decisora, que de lo que supe era que su odio, gran parte me lo dedicaba,

Ella, la dueña, la cuidaba en los gimnasios o en todos los eventos sociales cercanos a los que ella, su novia, cuidaba a Evelia de la que ya sabía que era un alma libre y sin cadenas que pudiera volar a la menor provocación hacia esas otras luces, otras estrellas de la Gran Tentación.

Por eso sorprendía por la rapidez de cómo a pesar de su novia la dueña, ella, Evelia, conectaba con otra mujer, y esto era un sexto sentido que a los hombres se nos escapa que eso puede existir, ese mundo de sensualidad y de lo sensorial sin ambigüedades donde solo el roce mínimo pero preciso de yemas de dedos con otras yemas de dedos o dedos casuales/no casuales recorriendo por en medio del cabello de la chica de enfrente y decir al mismo tiempo: “¡qué bonito se siente tu cabello!” Chica de enfrente a la que le salían luces y brillos en los ojos y que entraban en polaridad positiva y que en un lugar público en medio de la nada, porque pudo ser que la novia dueña de Evelia había ido al baño, y esta se daba un beso profundo en la boca, en los labios sensuales, con esa mujer a la que tenía solo cinco minutos de haberla conocido al son de “¿Te puedo dar un beso?” 

Se lo pedían, imploraban, suplicaban. “¡Claro!”, contestaba. Ella se entregaba así. En eso podía llegar la novia dueña y verlas a las dos mujeres separadas socialmente tranquilas por un metro y preguntarles sonriendo con falsedad pero sospechando que por algo no debía dejar sola a Evelia: “¿Todo bien?” Y escuchar la respuesta casual general llena de dudas y sospechas: “¡Todo bien!”. 

Así si la tensión sexual fuera humo, ya hubieran llegado los bomberos. Así, el crimen perfecto.

Todo tan, repito, casual, causal, fenómenos de lo femenino, o de lo femenino de la mujer ella solo ella y nadie más.

Fue cuando me contaba esas cosas cuando sospeché que había mundos de sensualidad que no conocíamos ni conoceremos como si fueran sus ojos los de un gato que ve en la noche en longitudes de onda diferente a las nuestras y fue por entonces cuando me dijo esa frase mágica o sentencia o lema o clave de la vida o conclusión, que me dejó pensando tantos días y meses y años: “la vagina es hipnótica” o la de ”los hombres no tienen idea del diluvio de sensaciones las nuestras en mil capas que sentimos en mil momentos diferenciados sin que ustedes sepan cuando están dentro de una”.

Nunca supe si se metió a temas del Zen o de la Armonía del Universo o al concepto de lo que es mujer pero si hubiera querido o podido Evelia hubiera sido la Suma Sacerdotisa de una nueva religión o secta o comunidad de Iglesia de La Buena Vagina, tal como en estos últimos años han aparecido algunas en ese sentido en Nueva York en donde ella, de seguro, hubiera sido muy feliz.

Hoy por hoy sólo sé que Evelia desde que me mandó a su gato negro a salvarme en mi alucinación casi mortal, hablamos por las noches y me cuenta lo que ocurre en sus oscuros dominios, a los que ella conecta su luz e ilumina con su sonrisa, además de que cuida de su hija que está con ella, y así mismo también cuida de su hija que está acá de este lado y quizá cada tanto tiempo baja a estos planos dimensionales en donde se posesiona de alguien, otra mujer divina, un súcubo tal vez, y tiene el mejor de los sexos binaurales del mundo y a ese alguien hace feliz a través de los mil orgasmos que ella afirmaba que era capaz uno tras otro uno tras otro y luego con sus respectivas réplicas horas después tales como los que provoca un terremoto cualquiera decente que se precie de serlo.

O quizá todo es mensaje dentro de una caja de resonancia de mí mente que sucede cuando me deslizo en un mareo tsunami escala 10 de Richter y con una fiebre de 40 que a todos asusta y que en medio de todo eso de pronto caigo en esas alucinaciones de las cuales uno no distingue o percibe cuál es la realidad.

Pero para ello, la próxima vez, a consejo de Evelia, pediré que mi gato esté cerca para aferrarme a él como faro de luz blanca para que luche contra la luz negra que desea que ya me quede abajo lejos del mundo de los vivos, y estar, antes de tiempo, en el Reino de los Muertos Queridos, o de las Muertas a las que todos o más bien, todas, siguen amando después de todos los años, como así fue, es, será, la Gran Evelia. ///1232


1231. ¿Quieren destruir las voluntades? Lo podría impedir. Pero no lo haré. Verás, soy el traidor. ///

NnCT 1231 de 1,440 buenos deseos que siempre al principio todos somos amigos y al final de cuentas unos no tanto, unos un poco más, pero al final todo lo que haya, todo lo que quede, se lo lleva el accionista. /// 14 de AGOSTO DE 2025




LA TRAICIÓN TRAICIONADA EN SU REDUNDANCIA

En la sala de juntas del piso setenta y cinco de la Torre RISE. Desde ahí se veía Cadereyta, o más bien, la refinería de Cadereyta. O más bien, la bruma que salía como tentáculos imprecisos de color marrón y anaranjado venenoso de la refinería de Cadereyta que si no estuviera dejaría ver a Cadereyta.

Humberto dijo con voz cargada de nervio:

-¿Ya viste lo que dice el pizarrón?

Trinidad lo leyó mientras decía:

-No he leído nada, es muy temprano, tuve mala mañana con los Bitcoin y quieres que vea el pizarrón… veamos: “HOY ES EL DÍA DE LA VERDAD. LO MÁS TRISTE DE LA TRAICIÓN ES QUE NUNCA VIENE DE TUS AMIGOS”

Lo leyó dos veces como queriendo traducirlo.

Suspiró al final y se acercó a Humberto con seriedad.

-Ok -dijo Humberto-, ya veo lo que está pasando aquí: te descubrieron. Me imagino que esta reunión fue para acusar a quien fue el traidor que vendió los datos del producto y las proyecciones de ventas a la competencia. En estas dos semanas me he estado quebrando la cabeza con eso. 

Meneó la cabeza. Lo miró con preocupación:

-Acéptalo, Humberto. Somos amigos de hace mucho. Te lo quería comentar hace mucho. Fuiste tú, lo sé, confírmamelo, debo ayudarte, pero dime la verdad, di la verdad, aquí nadie te escucha. Yo te cubriré en lo posible. No debiste hacerlo, la verdad, tienes un grave problema, mi amigo. Pero te cubriré, diré que fue otra más de tus pendejadas… Para eso soy tu amigo… Sólo confirma, caíste en la tentación, ¿verdad? Se te hizo fácil…

Humberto lo miró como si el mundo estuviera de cabeza frente a él.

-Estás loco, Trinidad, yo no fui, demuéstramelo. No puedo creerlo. Me duele que pienses así de mí… ¿No éramos amigos? ¿De hace tanto tiempo?

Se le quedó mirando.


-¿Fumaste algo, te inyectaste algo? ¿De nuevo? Me caló eso, ¿eh? Pero aquí entre nos, creo que fue Ofelia. Desde hace tiempo me dieron el pitazo de que era problemática. Y que tenía acceso a información privilegiada. Y qué tenía etiqueta de precio.

Trinidad iba a rebatir ya con el dedo levantado cuando en eso entró Ofelia.

Venía como siempre, muy arreglada, tacón alto, vestido ejecutivo, con su rostro enojado como si el coraje y enojo fuera su esencia, su apellido. Despedía humores de intolerancia, como siempre, esperando ver la pequeña grieta por la cual iniciar a perforar en el ojo ajeno.

-Los escuché, lo del traidor, pero no, no fui y yo y no pondría las manos al fuego por ustedes ni por nadie. Allá ustedes y su conciencia, pero, sí, debería ser más discreta, pero ya los vi atacándome, primero, no tengo precio, el sólo hecho de mencionarlo me ofende más que su presencia en esta empresa, pero por otro lado, colegas, creo que pensaron en la mujer equivocada, según mis datos fue Cordelia. Eso me han dicho,  por ser mujer ya me estás acusando? Eso es violencia de género. Sólo de oídas, ¿verdad? Ya nos veremos después… en su momento que decida… Pero por el momento sé de buena o mala fe que ha sido Cordelia.

Ni Trinidad ni Humberto se inmutaron.

-¿Cordelia? ¿Tu gran amiga? No creo. ¿O sí? Ya la abandonaste también. Ya le sacaste los trapitos y le sacarás los que le faltan, todo por descarrilarla, lo sé, lo imagino… Ya era de que sacarás las cartas, Ofelia…

Trinidad dijo:

-Cordelia, esa ambiciosa. Siempre se me hizo una ambiciosa. Tiene sentido, Humberto…

-Sí ya sé eso, y que es una trepadora -dijo Humberto-. Y no es la única… pero a Cordelia siempre la he visto de la mano muy cerca de Dionisio. De la mano y de otras… cosas…

Y así fueron llegando todos y leyeron la frase. Y entró Marcela y acusó a Roberto, este susurró a Cordelia que es Sergio el señalado, que salió en las cámaras. Sergio le dijo a Ofelia que desde un tiempo atrás sospechaba de Trinidad, que tenía amigos extraños en LinkedIn. Roberto se sinceró con Humberto, no lo hubiera creído de Carlos, apostaba por Sergio, por lo de las cámaras. Cuando llegó Carlos apuntó con su laser a un cuadro de todos reunidos en una celebración donde estaban todos sonriendo y se fue por Dionisio, el presidente. Cordelia regresó porque había salido de pronto y evitó saludar a Humberto, quien ya le había mandado el mensaje.

En eso entró Dionisio y todos callaron. Muchos evitaban ver a nadie. La tensión se sentía como de cementerio en momentos que les dijeron que no habría Resurrección ese día ni los que venían por siglos, cuando los muertos todos ya habían salido a la calle en falso y estaban furiosos porque el Mesías se quedó cenando con sus amigos y ahora tenían que regresar a sus tumbas y habían perdido los rumbos en la festejación.

Lo primero que hizo Dionisio fue saludar, estaba radiante, su último viaje a Singapur y Hawaii lo habían rejuvenecido de manera tremenda:

-Hola a todos, espero que hayan tenido excelente fin de semana largo. Ahora, ¡a ponernos las pilas!

 Lo segundo que hizo fue llegar al frente leyó la frase y cerró los ojos, fue por el pizarrón y la borró. Su radiancia se había emblanquecido un grado de diez y no cinco como hubiera imaginado la audiencia.

Trinidad le susurró a Humberto:

-Te dije que iba a aparentar estar de buen humor, el madrazo está a punto de llegar. Dionisio es una bestia cuando está de mal humor. La bestia que se sintió acorralada bufará y lo querrá incendiar todo al salir. Y a todos.

-¡Qué caray! -dijo-, bueno, esa frase corresponde a otro caso de estudio. El caso de estudio que nos toca hoy es el de la página 313 del libro de texto. Bueno, empecemos la junta. La idea que les comenté es el caso que íbamos a analizar del Harvard Business Review, CÓMO CREAR LA CONFIANZA EN EL EQUIPO DE TRABAJO, TODO MUNDO APUNTANDO HACIA EL MISMO OBJETIVO. Como subtítulo: LA ARMONÍA DEL EQUIPO LA CLAVE DEL ÉXITO. EMPATÍA TOTAL, COMO PONER MIS MANOS AL FUEGO POR MI COMPAÑERO DE CONSEJO.

Hizo una pausa.

-¿Alguna intervención o alguna buena idea o buen pensamiento a compartir para dar inicio a esta sesión? ¿O prefieren una sesión de movimiento físico para entrar en calor y pasar las buenas vibras?

Pero era demasiado tarde. 

En esa sala de juntas del piso setenta y cinco de la Torre RISE los filos empezaron a brillar. Las navajas, los machetes, las hachas empezaron a salir de donde estaban guardadas. ///1231



miércoles, agosto 13, 2025

907. Vivíamos eligiendo padres. ¡Esos son los míos! ¡No, los vi primero! Incubadoras modernas.... ///

Nanocuento 907 de 1,003 padres posibles a escoger... Aquí no es la idea que los padres elijan a los hijos sino al revés, la posibilidad de que escojas a tus padres, eso le da al Día del Padre otro punto de vista en qué pensar, ah, si fuera así de fácil la vida... /// 12 de agosto de 2025



A LA OTRA ASEGÚRATE DE ELEGIR BIEN A TUS PADRES

-Nunca te dije, Trinidad, pero con eso de los cambios de la administración puede que nos separemos y esto de estar trabajando en los filos de la Antártida, aislados, llena la mente de fantasmas.

-¿Fantasmas?

-Sí, fantasmas que rondan tu cabeza, viejas ideas… viejas inquietudes. Como si repasaras toda tu vida por los pendientes de la edad media que te tocó pasar o vivir. Es tremenda la soledad. Estás al pendiente de cada célula de tu cuerpo porque bien sabes que nadie te va a curar. Estás en la búsqueda de lo ideal, de la casa ideal, del auto ideal, del país ideal, de la chica ideal. De todo lo que se te ocurre. Cuando acabas con lo de afuera del mundo sigues a lo de tu cuerpo…

Hizo una pausa. Humberto prosiguió:

-Por ejemplo, estuve haciendo análisis de mí persona, recuerda que en la soledad se te ocurre cada cosa. Mil cosas hice, te cansas de leer, de jugar, de ver. Estuve recorriendo todos los eventos familiares, cada tío, abuelo, todos. Ya estaba en lo de genealogía. 

Respiró hondo para ver su libreta. Continuó:

-Me tocó ver un anuncio de  “Checa tu pasado”. Le vi posibilidades y entonces, pues tenía un sobradito y pagué por un análisis y ya vi los resultados.

-Humberto, ¿no me habías dicho que querías lo del clima acondicionado allá?, que a veces te asas en medio de la Antártida y a veces te enfrías como si no hubiera paredes. Te gastas el dinero en lo que no te deja, mi amigo.

-Trinidad, espera, fue una buena decisión. Lo del aire puede esperar.

-No tengo idea de porqué. Todo lo que sea mejorar tu calidad de vida debe ser primordial.

-O sea, en los resultados se me han aparecido tres padres. 

-Tres padres.

-Así es, tres padres, cuando lo normal son dos, lo sabes. Pero hicieron genética de más en mi caso. Lo de la ingeniería genética. Eso pasó, tres padres.

-No sé qué pensar. Y nadie te dijo nada de eso…

-Es que es un tema antiguo. El de la ingeniería de genes. Pues así nos armaron, Trinidad. Eso lo sabemos desde que tenemos uso de razón. Digo, para entender lo de la armada genética, que para hacernos más resistentes, de hecho fue una de las razones para ser elegido para trabajar en la Antártida fue cierta resistencia, por eso puedo aguantar lo del desajuste del Aire Acondicionado y sus divagaciones un poco más que lo normal.

-Te entiendo y aun así…

-Bueno, Trinidad, olvídate, el tema es que a mí lo que me dijeron es que con el tiempo se firma un papel de que los temas de herencia física son unos, los de herencia de dinero otros. 

-Y…

-Con la novedad de que me enteré de que dos de mis tres padres eran millonarios y estoy sabiendo que pues estoy ya en el tema de reclamar mi herencia…. Así es, ni más ni menos, mi herencia.

Trinidad se quedó atónito. 

-Nada más por eso tú me invitarás el café. ¿Y qué sigue, cuando vamos por el dinero?

-Bien, primero, no me tengas rencor que soy el afortunado de está historia. En segundo lugar, es un tema de una buena abogada. Pero ya sabes cómo son. Tengo que andarme con cuidado. No debería haber problema, pero se tiene que averiguar que mis dos padres fallecidos, dios los tenga en su santa gloria, no tengan personas con las cuales compartir la herencia. O al menos no mucha. Recuerda que todo es un lío, si ellos se casaron dos veces, si tuvieron hijos con diferentes, que si una o dos viudas o tres, no sé nada. Sólo sé que tenían mucha lana. Y si me toca una milésima de mucha lana sigue siendo mucha lana que no tengo y bienvenida sea.

-Pues vendremos a celebrar con el café. Te felicito, Humberto….

-Muchas gracias, Trinidad. Esperemos que las cosas salgan como deben ser.

-Solo, una cosa, Humberto, te conozco, un consejo que no me pides, solo te diré que no te dejes llevar por tus pasiones. Eres muy impulsivo y ve y revisa bien lo que firmas o lo que te hacen firmar. Siempre debes estar frío. Y formal. Nunca des mucha información a nadie. Y recuerda, te he dicho que en tu pantalla tu ambiente o entorno se ve como de taller mecánico. Puras chicas de esas de poca ropa. No des señales de que vives en tu sana y tardía soltería. Aparenta que eres alguien metódico y serio. Y formal. Siempre formal.

-Muchas gracias, sí, las quitaré llegando. Sabes de mi gusto especial, o más bien, nuestro gusto especial o el de todos, caramba, solo que nadie lo admite y como nadie me ve, pues… Por lo demás, me siento bien, siento que iré muy bien aconsejado y no habrá nada de impulsividad, sabes que no soy así. Me sé controlar. Muy bien. A tomar decisiones frías y con decisión y visión al futuro. Es mi herencia. Y ser formal.


Estando en la Antártida de nuevo la conferencia llevaba ya algo de tiempo. Afuera los incesantes vientos de cien kilómetros por hora estremecían todo a su paso y bajaba la temperatura a 45 grados bajo cero. Adentro estaba a diez bajo cero. El aparato de clima seguía dando de bandazos escuchándose un zumbido grande sí un momento y el otro también.


-A ver, licenciada Cordelia, el tema es que pues… lo de la ingeniería de la compañía Imamura, pues, no quedó muy claro. No hay más que tres esposas en dos de mis padres. ¿Verdad? 

Por la pantalla se veía nítidamente que era el despacho de una abogada con renombre. Muy sobrio, muy propio. Tenía diplomas de cursos, de conferencias, se notaba que la licenciada era una persona formal.

-Mire, Humberto, a mí me queda claro que usted es el heredero principal de dos de sus padres fallecidos. En lo del tema de la sucesión testamentaria pues, es cuestión de acuerdo. Ellas ya estaban enteradas de que ellos, sus padres de usted habían sido participes en su diseño genético, era algo que se usaba hace treinta años y que se dejó de usar por esto, por las complicaciones legales. Bien, ya que de esto qué estamos hablando, ¿consiguió la información que le pedí?

-Sí, viene en esa celda de memoria. La que le mandé.

-Ah, ya la tengo. Déjeme rastreo bien esto. Tendrá que venir acá a la ciudad, ¿cuándo viene? Se tienen qué hacer análisis físicos. Deje miro su celda.

La examinó. Guardó silencio durante minutos. Al final sonrió. De una manera curiosa, a pensar de Humberto.

-Creo que en un mes y medio aproximadamente.

Ella miró la pantalla. Se quitó los lentes. Se soltó el pelo, solo un poco. 

-Deje veo mi calendario. 

Hizo una pausa. A Humberto le hizo pensar un poco el cambio de tono de la abogada. Muy sinuoso, sí, la palabra es sinuoso.

-Perfecto. Muy bien, lo espero. El tiempo pasa rápido. Sí, lo espero, señor Humberto.

Los ojos de la licenciada echaban luceritos de la tarde. Los ojos de la licenciada no echaban luceritos de la tarde.


-Bueno, aquí estamos, un gusto, Licenciada Cordelia.

-Dígame Cordelia. ¿Gusta un café?

Humberto no daba crédito. Cordelia era de pelo largo color miel con puntas amarillas, era de cejas hermosas, de rojos labios, recordó que no era así en la pantalla, como que era un tanto más mesurada. La licenciada Cordelia iba de falda corta. De hecho, muy corta. Y su escote…

Y descubrió algo que lo desestabilizó.

Humberto no supo como pudo firmar tanta cosa sin desconcentrarse.

Hasta donde pudo.


-Me desestabilizó, Man.

Humberto lo miró con extrañeza.

-¿Qué cosa?

-Su escote, sus senos, eran redondos, perfectos, pero eso aguanto, claro que lo aguanto. Pero…

Hizo una pausa mirando a la pared de cemento en donde estaba el signo de Infinito y dentro otro signo de Infinito de luces moradas y neón.

-Las medias, Trinidad, las medias. Eran negras, como de seda, Impresionante. Era un monumento. Y se acercó demasiado y -Humberto miró a los lados, no quería que nadie lo escuchara-, estaba tan cerca su respirar que no sé cómo, a los diez minutos me estaba besando y yo a ella, sintiendo mis manos sobre sus medias, esa sensación de que vas navegando los rayos en el cielo mismo y ella por una extraña razón me seguía besando, lengua y todo, sensualidad al máximo y recuerda, estuve en el aislamiento. Y fue fabuloso. Y bueno, una locura.

Trinidad no quería preguntar.

-¿Qué tan locura fue?

-Nunca se quitó ni los zapatos, ni las medias negras.

-¿Sólo con eso se quedó?

-¡Sólo con eso se quedó! ¡Entiende que era la primera vez que la veía!

-¿Y después?

-Era una atleta, ella, no pude seguirle el ritmo, era una diosa, de esas que o son muy caras o son de sueño magnífico. De idealismo total. De esas que dices, ¡esto no existe!

-¿Y después? Porque algo más pasó. No te noto así que tú digas, satisfecho completo…

Humberto respondió lentamente:

-Ni supe, todo fue como intoxicación al cien. No supe cómo salí de ahí, ni como llegué a mi casa. El tema es que pues… no sé cómo pero pasó lo que tenía que pasar, y que sepas que no era mi intención.

-Este, ¿qué cosa? No me lo imagino…

-Me fui a la Antártida de nuevo. Lo único que sabía era que los trámites de la herencia estaban avanzando. Yo preguntaba, Licenciada Cordelia, cómo va todo y ella decía, todo muy bien, como debe de ir…

-¿Y después?

-Pasó el tiempo y me empecé a sentir nervioso y angustiado, ya era algo de tiempo. Y se daban las islas de silencio.

Trinidad le apuraba a su amigo. Presentía que la estupidez se haría presente en cualquier momento.

-¿Y después?

-Pues se comunicó conmigo una amiga de ella, una tal Ofelia, quien me dijo que Cordelia estaba muy afectada, pero que todo iba a salir bien. Que el bebé llegará tal cual,  y que según la monitorización, está muy sano. Y…

Trinidad ya tenía cara de estupor. Le tomó un sorbo a su café.

-Bebé, escuche. Muy sano, escuché… ¿Y, bueno, qué más…?

-Que nuestra demanda con los abogados de mis dos de tres padres va viento en popa, que todo estaba seguro para que tuviéramos suficiente los tres y viviéramos en paz.

-Los tres, dijo.

-Sí, los tres.

-…vivieran en paz, los tres… ¿Y qué más?

-Agregó, cada quien por su lado, según acuerdo…

-¿Según acuerdo? ¿Pero a qué te comprometiste? ¿Cuál acuerdo? ¿De qué hablas?

-No sé, y te digo, soy bastante claro. Yo no buscaba comprometerme con nadie. Además me daba pena preguntar, o sea, ¿qué le puedo preguntar? ¿Cómo le puedo preguntar? Ya traía problemas con mi conciencia por lo de la celda de la memoria.

-¿Cuál celda de la memoria? ¿La de tus papeles, exámenes y análisis paternales?

-Sí, lo que pasa es que ahí venían en dos o tres carpetas con mil o dos mil fotos de chicas de todas partes del mundo en todo tipo de posiciones, ropa o no ropa, tú sabes, temas de solteros. Muy buena colección, la verdad. Pues cuando me di cuenta de que se la mandé sin fijarme, pues salió peor.

Trinidad se puso a pensar.

-Humberto, sabes que soy positivo, optimista siempre, pues… bueno, no creo que todo sea malo. Acepta de una buena vez que será la madre de tu hijo, hija. No todo puede ser malo…

-No lo sé exactamente porque parece que me hizo firmar lo del divorcio anticipado. O divorcio prepagado, con mi anuencia y conciencia…

Trinidad cerró los ojos. Como no queriendo ver a su amigo que en ese instante estaba deslizándose en lo del precipicio negro en el que se estaba cayendo y que él mismo había excavado…

Suspiró. Dijo:

-Bueno, Humberto, amigo mío. Ya, basta, es por demás, estás frito. Muy frito. Vamos, mejor pedimos otro café más y nos olvidamos de todo. Recuerda lo que dicen, el dinero no te lo llevas, pero ¿qué tal la experiencia?

Humberto solo pensaba que tendría que pedir el aire acondicionado a crédito. Otra vez.

-Ah, Humberto, una pregunta, ¿quitaste los posters de tu cabina esa de dónde transmites como te dije?

-No, lo olvidé, Trinidad. ¿Qué tiene que ver con qué? 

-Nada, Humberto, nada…/// 907