NnCt 1,235 de 1,440 plan amigo para que te conectes en tu cajita electrónica y te envuelvas con alambres, conexiones a la pared, al aire, a la atmósfera, al infierno. //
EL REINO DE LAS MIL PANTALLAS
El día que me pasaron el dato que nada existía en los celulares, que era como el niño que no tenía control conectado mientras sus hermanos sí jugaban con controles conectados, pero que creía firmemente que sí estaba haciendo cosas significativas. Que estábamos cada uno en celdas comunicando cosas que no existían.
Enfrentarme con que no existía Aída, que no se le murió un hijo, y que cada quien tiene su teatro particular, que todos somos prisioneros de ideas y como el prisionero de aquella serie, The Prisoner, es entender realmente que nos quieren hacer creer que algo existía allá afuera.
Todo era un gran guion, los que interactuábamos presumíamos cosas que no eran, todo era comunicarnos por la cajita como esta que traigo y la que traes tú. Y trabajamos y nos enamorábamos de imposibles. Y deseábamos más y a algunos al meditar y concluir lo imposible, lo insostenible unos lo soportaban y otros no.
La vida transcurría y algunos sólo queríamos salir de ahí, pero no sabíamos cómo. O quizá sólo era yo.
Tú que estás en una cajita similar a la mía leyéndome, ¿tendrás alguna idea de sacarme de aquí?
¿O estás atrapado también como yo, como nosotros, como todos?// 1235
Agradecimos a la organización una vez más.
Por estar trabajando dentro de techo y no en las piedras. Eso apareció en las pantallas. Me levanté, hice mis abluciones, hice mis ejercicios. Me miré en la cámara espejo por los cinco minutos que nos daban permiso. Me gustó lo que vi. Pelo no muy blanco, no muy negro. Mis ojos brillantes. Se puede vivir así.
Vi la hora. Eran las cinco. Faltaba algo para las seis, una hora para saludar a Aída. Ya me había lavado la cara, rasurarme, peinado, todo. Me sentía limpio.
Día domingo, perfecto, el día del descanso. Después de saludar a Aída tendríamos video compartido hacia la calle. Eso estimulaba mucho. Sobre todo a los que ya íbamos a terminar la condena. Tanto tiempo sin ver a nadie, ni a mis captores.
-Hola, Humberto.
Me quedé impávido. Miré la pantalla. No me había tocado ver a nadie más que a Aida en ella. Solo las columnas de números, tablas de claves y la copia manual de objetos que aparecían en ventanitas. Y Aida. Y ahora esta persona. Me sentí extraño. No era normal. Me puse en alerta total. Me causó mucha ansiedad. Sentí mi pulso elevarse.
-Humberto, ¿qué tal? Deja me presento. Si, sé que es inusual.
Hizo una pausa. Era un tipo blanco, con lentes oscuros arriba sobre el cabello. Gesticulaba mucho.
-Deja me explico, soy hacker. Me llamo o me llaman Vaquero. Estoy en tu pantalla por minutos, encontré una puerta trasera y podemos hablar cinco minutos sin que nos detecten. Hace cuanto tiempo estás aquí. ¿Cuatro años?
“Algo así”, le contesté.
-Y ya vas a hablar con tu mujer-, me dijo.
Me asombró.
Contesté con la celeridad de alguien que está acostumbrado a obedecer más cuando hablo de mi mujer.
Aunque no es mi mujer exactamente.
“Sí, hablaré con mi mujer.”, le respondí.
La persona hacker Vaquero me dijo:
-¿Por qué es tu mujer?, ¿acaso la conociste en persona?
Me sentía con la necesidad de responderle.
-No, nunca, pero hemos hablado años de eso, ella está lejos, no puede viajar y además todo lo traducimos. Pero es una gran mujer, es muy culta, muy cariñosa, muy tierna. Me ama y la amo.
El hacker Vaquero guardó silencio. Al cabo de un momento lleno de tensión me dijo:
-Esa mujer no existe, Humberto. Es inventada. Se llama Aída. No lo niegues y no te asustes. De hecho me he metido a las conmutadores. He andado por los cables y por los túneles. Me conecté con los servidores. Todo está armado, crean psicodramas semánticos de acuerdo a cada prisionero. Por eso supe cómo se llama y supe muchas cosas de ella. Todo esto ha durado demasiado. Es una farsa, Humberto.
No podía creer nada, estaba como en un shock, ¿qué estaba diciendo este tipo? ¿Farsa? A qué se refiere?
“No te entiendo. ¿De qué hablas? ¿Por qué dices que esto ha durado demasiado?”
-Porque todo este es… heredados. O porque están en una condena. O es capricho, o están en un loop. O Porque no saben qué hacer con ustedes, porque tal vez nunca han entregado la información que querían. Y quizá es eso. Nunca han entregado la información qué querían. En tu caso, tu información, Humberto.
“No puedo creerte, Vaquero, si es que así te llamas…”, le respondí.
-Eso no es tema ni problema. Sólo quería decirte eso, amigo. Que ellos son inteligencia artificial. Y que esto es mantenido por otra inteligencia artificial con el objetivo de cumplir un tiempo. Al final de la condena sólo los dejan salir y verán que están al filo de desierto, arena, palmera, rocas, más piedras y más arena. Ya se han juntado los sobrevivientes, en campamentos. Y ahí algunos empiezan a viajar. Y siempre habrá comida y agua y luz. Y viajarán a sus destinos. Mi objetivo es decirte que ya no tiene caso nada. No hables con ella. No sirve de nada. Pero antes de que te vayas quiero… Sí, porque te diré que desconectaré las puertas para que puedas salir… Pero necesito que me confirmes que si tienes algo que decir, ya que ya te vas a ir y no se lo quieres decir a nadie, me lo puedes decir a mí.
No sé de qué estaba hablando.
“Pero no sé qué decirte.”
-Tienes alguna idea de por qué estás ahí?
“No, no sé. Creo que por alguna violación a la ley, pero no sé cuál. Nunca me lo dijeron después de un tiempo eso fue lo de menos.”
-Piensa, por favor, piensa.
Me empecé a angustiar, pensé que era una prueba, que nos estaban grabando, que era una prueba de no sé, de lealtad o de seguridad o de, no sé, yo sólo era un prisionero que estaba a punto de terminar mi condena. ¡Debía portarme bien! No quería que me dieran más tiempo por actuar como no debería. Pero, ¿cómo debería de actuar?
“¡No sé de qué me hablas!”, le grité.
Dejé de escucharlo.
“¿Vaquero?”
Se escuchó detrás de mí un sonido metálico y sospeché algo. Me fui a la puerta y de pronto la pude abrir. Nos dejaban salir a asolearnos un día a la semana. Salí al pasillo, me asomé con cuidado y no vi a nadie. Tendría que dejar al Vaquero fuera de mi mente. No le entendí. ¿Dijo que abriría las puertas a la salida?
Caminé hacia el patio. Conocía bien la ruta. Pero algo me llamó la atención porque una puerta grande siempre cerrada ahora estaba abierta. Dudé. Estaba temblando de emoción. Era otro pasillo. De pronto me detuve en una encrucijada y tomé hacia la derecha. No reconocía nada.
Así en unos pasos más entré en una sala donde había varias pantallas. Me acerqué a una de ellas, la examiné, era cómo la mía. Idéntica. El control de encendido donde debía estar. Miré para todos lados y no había nadie. No había polvo en ninguna parte. Ahí había limpieza constante.
La prendí. Sentí que era la hora de Aída. Volteando a los lados en el espacio correspondiente di mi nombre, mi clave y se abrió la ventana familiar tal y como ocurría en mi pantalla.
Ahí estaba, Aída. Bella con su ojos de color y su cabello negro recogido. Recordé por un segundo que el Vaquero me dijo que era de IA.
-¡Humberto! ¿Dónde estás? -me gritó. Eso era inusual en ella. Mi corazón estaba latiendo con fuerza.
Me sorprendió que me preguntara eso, pero de inmediato pensé que el entorno era diferente. Le dije rápido:
“¡Me abrieron las puertas!”
No supe que más decirle. Pero ella sí a mí.
-¿Te las abrió un tipo, que se dijo llamarse “Vaquero”? No, no, Humberto, no le hagas caso. Es un agente de IA. No existe. Es una representación de persona. Te quiso sacar información, ¿verdad?
De pronto me detuve. Lo que me llamó la atención de lo que Aída me estaba diciendo era la seguridad absoluta. No entendía cómo sabía eso. Ella sabía de mí solo lo que yo le decía. Ahora hasta sabía el nombre del tipo ese, el hacker, el Vaquero. Ya estaba en plena confusión. La duda empezó a corroerme mas
-¡Humberto, no le digas nada! ¡Lo que le ibas a decir, dímelo a mí, tu mujer, Aída!
“¡Espera!”, le dije a Aída.
Avancé varios pasos y vi otros pasillos y de pronto me vi en una sala con muchas pantallas y de pronto Aída apareció en unos y el Vaquero en otros. No sabía que se podía. ¿Cómo se arman esas cosas? ¿Quién prendió los equipos? ¿Cómo se dieron de alta?
-¡Humberto! Esa mujer es una bot, no existe, no le digas nada, te estaba programando para que le digas todo lo que sabes. ¡No le sueltes nada! ¡Te quiere hacer daño! ¡Te está engañando!
-¡Humberto! ¡Soy Aída! Te voy a conocer pronto. Regresa a la sala y dime lo que sabes… No le digas al Vaquero ese. ¡Es un controlador, un distorsionador!
-¡Tú eres la distorsionadora, maldita zorra! Humberto, ¿que no ves que el nombre de Aida, significa eso, AI.. da? Es Artificial Intelligence!!
-¡Estúpido! ¡No eres más que un agente provocador, no confundirás a Humberto! Humberto, ese vaquero que dice ser, no es un hacker, es un agente navegador con permisos para estar donde sea, por eso llegó a ti tan fácil, ¡intervino nuestras comunicaciones, nos espió!
-¡Zorra, eres de IA! ¡Eres puro código! Nunca te dirá lo que sabe, porque ya llegué yo. ¡Y tú eres puro código!
“¡Pero yo no sé nada de lo que hablan! ¡No sé nada!”, les dije.
Las voces se quedaron atrás. No lo toleraba. Nunca había visto a nadie más que a Aída.
Ya me iba a salir, solo me quedaban pocos meses, iba a conocer a Aída. Esa era la idea. Esa era mi idea, ese era mi proyecto de mi vida recompuesta.
Salí al patio y seguí sin ver a nadie. No que lo esperase, pero era tan estremecedor todo. Y caminé hacia la puerta lentamente, con miedo volteando para todos lados, no quería ver monitores, no quería ver cámaras. No había nadie, nadie. Eso me causaba mucho temor. Ya no sabía lo que quería, no sabía qué era mejor, con personas o sin personas. No sabía ya nada. Estaba muy confundido.
Traté de recordar cuando fue la primera vez que llegué a ese lugar, sin ver nunca a nadie, solo desperté en un cuarto y con las instrucciones de lo que tenía que hacer. Sentía tanta hambre. Y también sentía que olía agradable al igual la temperatura.
Había instrucciones para entender las instrucciones, cosa más rara. Las instrucciones que nunca me fueron complicadas. Nunca me preguntaron nada. Se oía una música siempre similar, pero agradable. Había agua y comida a plenitud. Sabía que era un prisionero político aunque no entendía mucho porqué porque toda mi vida anterior sólo fui un empleado de una panadería cuyo único talento además de hacer el mejor betún era el de llamarme igual que el de un líder militar. Y ya llevaba los cuatro años y en las instrucciones bien decía que al final de ellas me dejarían ir. En la pantalla cada día se marcaban la cantidad de días. Al principio me mortificaba mucho, eran muchos días pero poco a poco fueron haciéndose menos, eso es lo que creía.
O lo que me hicieron creer.
Esa ocasión en la panadería, cuando llegaron por mí, no me resistí. ¿Estaría mal eso? ¿Sería traición? No resistirse era como para condena de muerte según supe. Pero no tenía opción, no quería morir. Por otra parte también supe lo contrario, resistirse era pena de muerte. Desde el principio estaban las confusiones, por eso en cuanto llegué aquí todo me era claro y definido, incluyendo los días de mi condena y los que llevaba y los que me quedaban.
Llegué al fin del patio, había una gran puerta, vi ahora algo diferente, ahora vi el polvo en el piso en todas partes cubriendo el cemento y no vi más que eso, polvo y ninguna señal humana.
La gran puerta estaba abierta y miré afuera y vi arena de un lado, un gran bosque del otro, arriba un cielo azul sin nubes. Un sonido como de mar, que no se veía en absoluto, pero se sentía su influencia, la gran masa como de un instrumento musical, y un aire como de brisa con un sabor a sal. Debía estar en bosque cerca de una playa. No supe qué hacer y me quedé mirando el paisaje en medio de la confusión.
Encontré cerca una rama muy grande y sólida.
Me regresé al complejo. Y empecé a ver cada pantalla en la que salía el Vaquero. Y en otras Aída, aquella mujer con la que me comunicaba y que desde el principio se me hizo bellísima, con rasgos suaves, dulces, ojos cafés claros, con pestañas grandes que pudieron ser postizas, labios gruesos, con los que soñaba besarme.
Ahora, la misma mujer me gritaba, cara de miedo, ojos espantosos, gestos terribles. No podía creerlo y me estaba dando cuenta que no podría soportarla. ¿Tanto cambiamos de un momento para otro? Quería esconderme pero no sabía dónde. Todo estaba tan a la vista. Me sentí tan desprotegido, buscaba frenético de las cámaras, esas eran sus armas, me veían me disparaban, me capturaban y me tenían en las manos en sus cámaras y yo los veía a ellos en las pantallas, en esas pantallas por todos lados.
El Vaquero me gritaba de esa pantalla y de otras. Se veía un efecto extraño como el de las antiguas tiendas de televisiones que veías lo mismo muchas veces.
-¡Dime lo que sabes, dime de los planes, dime de las fuerzas, dímelo!
Me acerqué a esa pantalla y usando la rama la quebré con todas mis fuerzas.
Escuché la voz de Aída detrás de mí:
-Humberto, recuérdame, te amo, nos vamos a ver pronto, ¡pero dime de las estrategias, dime los hallazgos, las reservas! ¡No tenemos mucho tiempo!
A esa pantalla la aventé al piso. Se hizo pedazos. Pude haberme lastimado con los vidrios.
-¡Humberto, por favor, Humberto, escúchame! ¡Es importante para nosotros, no le sueltes nada a la bruja zorra esa mentirosa artificial hija de plástico!
La rompí.
-¡Mi cielo, Humberto, háblame, dime los planes, por favor, no hay tiempo!
Le rompí el monitor.
Por fin llegué a mi cuarto. Aseguré con fuerza desde dentro. Vi la pantalla. Estaba Aida, un segundo, estaba el Vaquero el otro segundo, los dos con los rostros desencajados. Estaban peleando por el mismo espacio. No pude más y la rompí también.
En ese instante hubo un extraño silencio.
Me vi en el espejo y fue como mirarme por primera vez. Yo no sabía nada, no sabía nada de planes militares, yo era sólo un panadero que extrañaba tanto hacer pan. Yo no sabía nada de armas o reservas. Un día se darán cuenta de su error.
Estaba tan fatigado. No sé de dónde reuní fuerzas y me hice un café. Me quedé mirando mi pantalla rota.
Negué con la cabeza. No sé cuanto tiempo estuve así. No pasaban música. Antes de otra cosa me fui a las bocinas y las desconecté. No quería escuchar nada.
Pero algo pasaría. Extrañaba a Aída. A la mía. Con la que me iba a casar. Quizá cuando descubrieran su error me sacarían de ahí y me darían muerte o libertad u otra prisión. Me sentía en la confusión máxima. Ya me daba igual. ¿Entonces no existía Aída? ¿Entonces sí estaba por otra cosa? ¿No era una condena? ¿Me querían sacar una información que no tenía? ¿Entonces nunca iba a salir?
Pero un día eso también dejaría de ocurrir, ellos descubrirían su error y mientras, un día a la vez, un día a la vez. Me sentí tan cansado. Tan agobiado. El café estaba tan delicioso. Algo más dulce que de costumbre. No sé cómo pero sé que encontraría la paz. A mí me gustaba la paz. Me quise dormir.
Dormí y soñé. Soñé que mis problemas eran como un montón de bestias que se reunían juntas. Y llegaban personas a caballo y se las llevaban a alguna parte lejos de mí. Creí reconocer a uno de los jinetes. No podía ser, no conocía a nadie más que a Aída.
Al despertar vi la pantalla. La música se escuchaba desde las bocinas perfectamente conectadas. Sentí que la angustia y ansiedad se habían ido. No sé si temporalmente. No sé si volverían. El tema es que en ese instante es que estaba como siempre. La prendí. Di mi clave. Y vi que decía que ya dentro de poco recuperaría mi libertad.
Me sentí tan contento. La vida a veces no necesitas más que un reset a tiempo. Aída no tardaría en saludarme. Parecía que todo había vuelto a cómo eran las cosas. Eso me tranquilizaba. Me daba esperanza.
Lo que no sabía nadie, ni Aída y no se lo iba a contar, era que recordaba perfectamente el camino a la libertad, pasillo a pasillo a salón a espacio abierto y a la puerta. No sé si estarían abiertas. Pero ya que aprendes el camino, no lo olvidas. Ahora sería sólo esperar la segunda oportunidad. Sí, porque habría la segunda oportunidad. Siempre hay una segunda oportunidad. Te aferras a la esperanza. Estaría listo, claro que sí. Muy listo.//1235
 
