NnCt 1234 de 1,440 sucesiones numéricas en perfecto orden cosa rara en estos ambientes pero que cada uno contiene una semillita y cada semillita con la ayuda de otra semillita, pues…///
EN BLANCO
Era ese día como todos. Ir al coworking todos los días. Pasar en la tarde por el Tim Hortons. Llegar a mi casa a jugar FIFA. Yo era muy sociable. Bueno, en línea era muy sociable.
Jugaba con más de 10 personas a las que no conocía. Me aceptaban como era. Yo a ellas. Era cómodo no verlas. En el coworking era convivir con personas reales con las que estaba al lado mío, tomar café, sonreír a la de recepción, conversar de noticias al vuelo, criticar al gobierno, sonreír con la coordinadora de piso, nada de profundidades, de hecho, yo odiaba las profundidades.
Cuando iba al Tim Hortons me sentaba en la misma área, no siempre donde mismo pero en la misma área. Con todo y mi poca sociabilidad conocí a pocas personas. Una de ellas fue la que denominé Mariana. No quise saber nada más de ella solo que se llamaba Mariana. Ni ella quiso saber mi nombre completo, más que Raúl. Sólo supe que era casada. Le gustaba el rock suave y lo normal de la vida. Cada mes nos veíamos, bebíamos algo ligero, teníamos buen sexo y nos separábamos. Hasta el encuentro del siguiente mes.
Así pasaban los encuentros y los meses. La escuchaba en sus generalidades, los temas de su trabajo. Después Mariana desapareció de pronto y llegó una maestra de primaria y secundaria a la que llamaré Desirée. Fue similar. Buen sexo cada cuando. Buen café también cada cuando. Rebanadas ricas de pastel de la Letty. Y hasta la siguiente vez.
Mi trabajo iba y venía, era de ventas, además de preparar presentaciones de vez en cuando, luego viajar por todo el país, dar cursos del producto y servicio, que tenían que ver con Seguros de Energía y Gas, a fin de cuentas una aplicación muy interesante.
Publicaba poco en redes sociales. Era más tipo lector. Estaba en un grupo de Facebook que tenía que ver con el primer empleo que tuve. Estuve en esa empresa por catorce meses. Hacía de ello cuarenta años. En ese grupo había mucha gente que no conocía porque habían llegado antes de mí, años, y después de mí, décadas. De pronto me fastidiaba mucho porque había gente muy religiosa publicando mensajes diarios sobre la Virgen María y de oraciones por los enfermos y así.
En principio, como me pasaba seguido, no recordaba con claridad porqué me metí ahí. O porqué me quedé ahí. Tenía la sensación de que era como una especie de eslabón hacia un tema de mi pasado. Algo importante, que me hacía pensar, algo sobresaliente que tenía que ver más que con nostalgia. Sonaba a melancolía.
Veía a las personas en sus imágenes de reunión. Las repasaba una y otra vez. Tenía esa curiosa sensación de que me faltaba alguien o alguienes. No sabía quién. Pero los repasaba y ahí estaban todos con quien estuve. Digo, en medio de tantos años y tanta gente. Había una Margarita, una Tere, un Pablo, un Mario, un Adrián. Un Jorge. Algunos ya habían muerto. Con todos esos, tuve una relación, un jefe, un colega, un compañero de comedor. La persona quien me dio la bienvenida, la persona que me dio la despedida.
Un día, digo, tenía mi vida normal, no siempre ocurría, veía las viejas fotos. Siempre lo hacía para buscar ese algo que se me escapaba. Me detuve en una que tal vez me tomó desprevenido. Había alguien que sí se me hacía conocido. Conocida. ¿Quién era esta chaparrita? Busqué los nombres en las etiquetas. No, no estaba. Ah, sí, lo leí, Jani. Jani Manzano.
Jani Manzano. Hubo un sonido de timbre lejano familiar en medio de la niebla que se fue apagando lentamente.
Sí, algo tenía que ver yo con Jani Manzano. Pero no supe qué. Algo raro había ahí. La foto era pequeña. En algún sector del cerebro por segundos me imaginaba con ella, hablando tal vez, riéndome, comiendo en grupo en ese lugar, un comedor industrial, riéndonos mucho, y de pronto se me escapaba como neblina, no terminaba de ubicarla. Regresaba a ver la foto, examinándolos, reconociéndolos a todos, pero a ella no, noté curioso que mi vista hacía como que me la saltaba, había un tope, algo casi físico, pero en este momento casi forzado, sí lograba hacer el movimiento de pensar en ella. Pero topaba en ladrillos. En ladrillos blancos.
En blanco.
A veces manejaba por una calle, frenando en una esquina particular del norte de la ciudad de Monterrey y me sentía como que algo había ocurrido en ese punto. Veía en otro momento a un carro Volkswagen Gol y me acordaba de inmediato que su antecesor lejano fue la Brasilia. En eso me acordaba de una Brasilia celeste pálida que fue con la que comencé a manejar. Pero no recordaba con quien. Más bien reconocía a mi amigo Miguel, con quien sí de seguro aprendí a manejar en su carro. También me enseñó mi hermano en su camioneta.
Entonces, ¿con quién demonios estuve en una Brasilia celeste pálida que me concedió la gran confianza para que me prestase su carro si no sabía manejar bien? ¿De qué tamaño puede ser una confianza? ¿Con base a qué se otorga una confianza? ¿A cambio de qué?
De pronto iba por casa de mi mamá donde viví hasta casi los treinta y cerca de ahí en otra esquina en donde hay una escuela secundaria de ladrillos rojos, me llegaba el flashazo de una velada que pasé con alguien y así, estaba en blanco con quien. Otra pared.
Velada que, de hecho, la medio recordaba, ¿hubo sensualidad? pero con cierta vergüenza. Más bien era tanta, que jamás querría volver a pasar por ahí, pero ese acto casi inconsciente de evitar ese segmento de ruta era un movimiento de instinto, como que solo el pasar por ahí era de mala suerte y me dejaría un mal sabor de boca.
No me intrigaba, sólo me causaba curiosidad. Los rostros de esas personas en las fotografías del grupo en Facebook me miraban o se miraban entre sí.
Siempre ponía música en mi casa en Spotify, y en ese instante escuchaba piano.
Había una pieza de Chopin con Mauricio Pollini que hacía mucho estaba en un cassette que me prestó Rubén. El Nocturno número 3. Y de pronto recordé otro cassette, un TDK 90, de música clásica que me grabó él, Rubén. Era lo más equilibrado del mundo, tenía a Tchaikovsky, a Beethoven, La Pastoral, Orff, la Carmina Burana, Mozart, la Sinfonía 40, Vivaldi, las Cuatro Estaciones, magníficas.
Bueno, de repente ese cassette que fue muy querido por mí, de pronto, la inquietud del compulsivo, ¿qué se hizo de él? ¿En qué momento se me perdió? ¿O lo presté? ¿A quién se lo presté? En blanco. Me daba ansiedad, una de mis cosas favoritas, ¿se me desapareció así como así? Mi sentido completista, obsesivo, fallido.
Me sentía intrigado y de repente me detuve.
“¡Hey, es un cassette!, y sí tengo donde tocar cassettes”, me dije, porque de hecho compré una grabadora en Amazon que me convierte la música o lo que esté en el cassette en MP3 y de ahí poder subirlo a mi lap. Bueno, su objetivo no era para tocar cassettes en general, sino los míos, los que grabé en mi programa que tuve veinte o veinticinco años atrás y lo que quería era convertirlos, conservarlos, porque el cassette, como medio de guardar sonidos, pues, era muy viejo.
Recordé de ráfaga una frase que me sonaba a un mandamiento del que pensé que era propio o que lo había leído por ahí en Pinterest.
“No seas tan materialista, es sólo un objeto”.
Era la respuesta fría, cándida, a mi pregunta adolorida, “¿cómo que lo perdiste?”.
¿Pero a quién le pregunté y quién me respondió con su frase? ¿Eso pasó? Lo presté y nunca me lo regresaron?
Así pasaron muchos meses. Todo tan esporádico. Aquí lo cuento como si fuera seguido, pero pasaban semanas o meses entre cada incidente, o temporadas enteras, pero era como un recordatorio incidental, por decir, hace frío, usa sweater, está nublado, saca la sombrilla, está caluroso, usa manga corta.
Desirée, la maestra, entre pastelito y pastelito mientras tanto me contaba sus cosas, sus asuntos, sus temas. Sus amigas, su vida profesional de maestra de tantos años y cómo batallaba con sus alumnos y papás. Lo que quiero decir es que de cualquier manera la vida era sencilla.
Una ocasión que no estaba jugando FIFA, veía unos videos en Facebook, como siempre que quería que el tiempo corriera más de prisa. Algo tienen esos videos o reels que me distorsionan mi sentido de los minutos. Eran como un anestesiador enfocado directamente en mi cerebro.
En eso el fin de mi vida tranquila ocurrió cuando la puerta sonó. Fui a abrirla. No esperaba a nadie en particular, podrían haber sido los Testigos en su afán de pescar almas.
Había un tipo de mi estatura, pelo castaño, ojos cafés claros. No parecía de Amazon ni nada de eso. Me miraba a los ojos con curiosidad. Eso no lo hacen ni los de Amazon ni los Testigos ni los candidatos políticos que vienen por votos que no les daré jamás.
-Hola, ¿eres Raúl Mijares? -me dijo.
En la desconfianza de siempre respondí:
-¿De parte?
-De Jani Manzano.
No pude encajar el nombre, me quedé pensando en quien se refería. Me sonó el nombre, allá en los patios traseros de mi cerebro. Patios por los que nunca iba mucho, con muchas cosas viejas sin ordenar y todos llenos de maleza que un día se habría de cortar, pero…
-¿Jani Manzano? ¿De dónde?
-¿De Industrias BitSat?
La vieja empresa, la del grupo. Se escuchaba raro que alguien la mencionara en voz alta. La familiaridad de ciertas cosas se pierden con la falta de uso. Una vieja palabra que es de las que están guardadas en tu closet, muy, muy atrás.
-Pero no recuerdo con claridad. Eso fue hace cuarenta años o más -le respondí, tratando de ganar tiempo.
Sentía que tenía que tallarme los ojos. Pasamos a la sala. Veía mi espacio, mis libros, mis videos, los cartuchos. El Xbox. El FIFA. Sonrió al ver el FIFA.
Nos sentamos.
Él continuó:
-Bueno, sin rodeos. No soy tan dramático. Lo que pasa es que, bueno… ya, sin anestesia, lo que pasa es que soy tu hijo, Sergio Manzano.
-¿Mi hijo?
Una mano me agarró el corazón por segundos, luego lo soltó. Volvió a latir. Respiré lo más profundamente posible. Aparenté que no parpadeé, ni que me puse rojo, ni lo del corazón emproblemado por segundos.
Siguió hablando con frases que no quería entender, que no quería escuchar, que no quería saber:
-Sí, el que tuviste con Jani Manzano. Me dijo antes de morirse que te pidiera disculpas muchas, casi bromeando, mamá era muy ocurrente, pero que te dijera, así, de rápido, que te dijera, ella era muy práctica, mi mamá, diabólica, diría yo, bueno…
Él ya no me veía directamente, veía hacia el techo. Evitaba verme a los ojos.
-Sí, este, ella pidió específicamente que te borraran la mente hace 30 años todo lo respecto a Industrias BitSat, excepto lo superficial y aprovechó sus influencias para que también borraran lo que tenías que ver tú con ella, que trabajaron un tiempo juntos, y sobre todo que…
Contuve la respiración no quería escuchar nada de lo que seguiría:
-¿Sí?
-Qué, pues, la parte más importante que te borraron, fue la de que diez años después de tu salida de esa empresa, se volvieron a ver y… digo, no es sencillo de decir, mi mamá, reunió su orgullo, lo guardó en una bolsa, lo dejó en la casa, y fue y te pidió a ti, Raúl, ser papá de su bebé que ella quería mucho, y que tú no quisiste…
Hizo una pausa, respiró de nuevo.
-En primera, humillaste a mamá en tu negativa, imagínate la pena en ella de pedir algo así tan complejo, y que se lo nieguen, ¡qué barbaridad!, pero algo en tu mente reaccionó, no sé qué fue… así me dijo, pero hizo que aceptaras a medias, y ella me aclaró mil veces que no, no tuvieron, este, contacto, sólo fuiste pues, el donador de la semillita, decía mi mamá bromeando, cosa que me fastidiaba, pues, repito, fuiste el donador de la semillita de donde salió el hijo qué fui yo… que soy yo.
Yo no podía decir nada.
-Pues, repito, o vuelvo al tema, luego te borraron la mente con todo lo que tuvo que ver con cierta parte de Industrias BitSat, con la generalidad de la empresa pero como que con la gente no, había selectividad aunque de cierta manera todo pudo quedar difuso pero sí, como te dije la parte que corresponde de ella y de mí esa fue tachada en total.
-¿Contra mi voluntad? ¿Cómo ocurrió?
-Creo que según supe, estuviste de acuerdo. No sé lo que habría en tu mente hace como 40 años.
Hubo un silencio. Siguió hablando:
-Por cierto, en esta caja hay tres cosas que me dijo que te entregara.
Vi la caja, la tomé, había una hoja y una cajita que se sentía ligera. Presentí lo que había en la cajita.
La hoja decía solamente con letra a mano: “Gracias, güero”. En la cajita había un cassette y un DSB. Era un cassette TDK de 90, gastado pero al parecer en buenas condiciones, que decía en el lado A, “Clásica” y en el lado B con mi letra de hacía 40 años, “Pastoral – 1812 – Mozart – Vivaldi”.
Vi el otro objeto. Un viejo DSB. Casi de la primera generación, o de la segunda, ahora son muy diferentes. Nadie los reconocería como depósitos de memorias reales, personales, corporales.
Sergio dijo:
-Ahí están las memorias que te borraron, por seguridad, se hacía un respaldo, tengo entendido. Pueden ser insertadas en la persona de nuevo, según supe. Así que si quieres volver a revivir todo eso, creo que sí puedes si es que quisieras, y para eso pues es cuestión de que tomes la decisión de… “recargarla” o “reinsertarla” dentro de tu “sistema o centro de memoria”. Al parecer no son incompatibles con las que hacen ahorita…
Y así mi mente, mis ojos, mi pasado, mi presente, mi futuro, se quedaron en blanco.
Me miró como aliviado después de haber soltado la bomba o las bombas.
-Bueno, ¿no me vas a invitar, no sé, una hamburguesa o algo? O mínimo, ¿tienes café?
Fue un café. Tuvimos buen momento. No supe mucho de qué hablar con él. Solo superficialidades, qué había estudiado, dónde trabajaba, si estaba casado o comprometido, donde estaba políticamente, de rato lo veía con curiosidad. Me preguntó qué hacía y si estaba casado y eso.
¿Sergio Manzano era realmente mi hijo? Al parecer no era de importancia. Lo que sí era importante era que fuera hijo de… Jani. Parecía buen muchacho, me contó sí, que tenía carrera, profesión, marca profesional, personal, familia. Me dijo que me invitaría un café próximamente para no perder el contacto.
Sonreí con eso de “no perder el contacto”. Tardaría un buen tiempo en asimilarlo.
Al salir me quedé solo.
Vi el DSB. ¿Me lo recargaría o no? ¿Ganaría algo, perdería algo? ¿Sería mejor que me quedara en la duda? No lo sabía. ¿Jani fue tan importante? Tal vez sí, tal vez no. ¿Hice bien con eso de aceptar borrarme todo eso de la memoria?
Tendría que pensarlo y si un día me recargaría mi propia memoria borrada. No sé si tendría caso o no. No sé si me aportaría algo significativo.
Guardé el DSB y el cassette con cierta ceremonia entre mis libros de uno de los estantes de a mero arriba.
Después de Desirée a quién extrañe mucho, pasó la que llamaré Lupita que duró poco, luego se fue y llegó la que llamaré Vania. Era complicado volverse a casar después de haber tenido un fracaso tan épico como el mío. Pero Vania era especial. Se reía muy lindo.
Un día Vania, quien leía mucho, era muy curiosa y era muy técnica, vio el cassette, lo tomó y leyó las etiquetas, miró la fecha y la leyó despacio con su voz ronca, usual:
-“19 de mayo de 1981”. Caramba, ¡qué “vintage”!
En eso tomó el viejo DSB y lo examinó.
-¿Y esto otro? ¿Qué es?
-Una especie de drive de memoria -dije un tanto disimulando ansiedad. Los tendría que cambiar de estante. Demasiado visibles.
-¿Memoria? No conocía de estas. Tienes cada cosa. ¿Qué guardas dentro, cuanto es su capacidad? ¿También es “vintage”?
Yo que tenía tiempo de no pensar en eso. Sólo miré a la pequeña unidad y me quedé mirando al vació.
Me estremecí y por fin respondí:
-Supongo que me la dieron en algún evento. Alguna unidad fallida como el Jazz de a finales de los 90s, carísimo, o como la unidad de cinta digital de 8mm. Poca difusión. Y creo, que, sí, creo que está en blanco.
Hice una pausa. Miré la foto de Sergio, su hijo y yo platicando en un café.
Repetí:
-Totalmente en blanco…
Vania me miró con esos ojos negros intensos.
-Estás evadiendo, Raúl. Y si no es nada, pues tírala si no te sirve… guardas demasiadas cosas, cables, celulares, monitores. Eres el típico divorciado que se quiere quedar solterón y sus espacios se llenan de cosas que no saben tirar. Así eres, tantas cosas en tu vida que no sabes tirar. No sabes manejar los vacíos. Tienes que llenarlos con objetos ocupadores de espacio.
Vania era muy impositiva. Lo sigue siendo.
-No, que se quede ahí, es de recuerdo. No es sólo un objeto ocupador de espacio.
Yo también lo era. Impositivo. Lo sigo siendo. Se la quité de las manos, opuso cierta resistencia a soltarlo.
-Tienes tanta basura, mi cielo. ¡Ah, ya sé! No lo quieres tirar porque te la ha de haber regalado alguna de tus viejas -sonrío-. ¡Eres incorregible, canijo, un total semental!
Hizo una pausa y Vania se llevó una mano a la boca asustada pero con sonrisa. Exclamó:
-¿O dije un total sentimental? ¿Qué dije? ¿O lo pensé? ¡Dime que dije!
Vania se rio de su ocurrencia. Me gustaba cómo se reía. Vania tenía su agradabilidad.
Yo sonreí también mientras guardaba la unidad DSB en un cajón y me aseguré de cerrarlo muy bien. “Si te contara”, pensé. Un día puede que se lo diría.
Y sin dejar de sonreír cambié el tema.//1234
 
 
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