NnCt 1228 de 1,440 escalones que bajar por la Estación Auditorio y de pronto una puerta, unos escalones y más escalones y más escalones. ///
Llovía esa vez, como siempre y llegué al Metro Balderas, empapado, también como siempre. Veinte mil personas treinta mil personas queriendo salir veinte mil personas treinta mil queriendo entrar. Había salido del hotel de enfrente, el que está al lado de Banamex, por Chapultepec, el que descubrí que en la parte de abajo era un motel de paso, cocheras y todo. Muy en paz ese hotel. Pero saliendo era la selva tórrida, todo en dinamismo, todo en lucha, todo de cuidado. Como que la gente sabía dónde estaba el filo de su abismo personal. Las chicas prestando sus servicios, los chicos también. Decenas de cientos de rostros borrosos, rasgos de colores vivos y muertos, grises y negros. Otros con mercancías legítimamente copiadas de originales ya perdidos en el tiempo, con marcas ahora leyendas. La CDMX2 estruendosa total, todos acostumbrados al ruido de fondo, de la lluvia intensa constante, que era la razón de que hayan construido plataformas por todas partes y continuas tuberías para contener el agua y que no pasara de un límite, circunstancia que todos sabrían que era inútil, un día la ciudad de México 2 terminaría cubierta por el agua alguna vez. El lago de Texcoco volvería. Estaba volviendo, más bien.
Puse el boleto, pasé y empecé a guiarme hacia donde quería ir, dirección Indios Verdes, me bajaría en 18 de Marzo y de ahí Politécnico y de ahí Rosario. Muchos kilómetros. Muchas zonas cubiertas de agua. Muchas estaciones, mucho tiempo. Si encontraba asiento sería fantástico. Sonó el timbre de que se cerrarían las puertas. Me causaba ansiedad escucharlo y no poder entrar si estaba afuera, y escucharlo en su mono tono y no poder salir si estaba dentro de los vagones.
El agua corría. Las personas con sus trajes especiales para que no entrara la humedad en las personas. Demasiada goma, demasiado hule. Aunque nos habíamos acostumbrado desde hacía años. La verdad que nunca te acostumbras. Sólo querías llegar a tu cantón, seco. Cantón donde pudiera ser tu hogar, tu cuarto, tu sala comedor, tu baño, tu estancia en cinco por cuatro metros suficientes con Lila, mi mujer.
Y el trabajo, cansado, lo mismo con la espirulina. Fastidiaba esa galleta, pero al menos hacerla tú mismo te quedabas con la idea que no era carne humana como en la película. No, sí eran algas de las que había millones alrededor de la CDMX2, o como se le llamaba LDTX2, Lago de Texcoco 2 y que hacía fuerte a los nahuatlacas superfuertes.
Ahí fue cuando nos detuvimos en la estación Hidalgo cuando pasaron minutos y se empezó a hacer tarde. Veo a la gente como siempre y de pronto veo al perro en el andén. Era un perro normal sin raza conocida simpático que no sé qué estaba haciendo ahí, sin dueño y sin correa. Y seco. Secó, eso me llamó la atención. En medio de la humedad.
Tuve un impulso y me bajé. No podía creerlo, tenía el tiempo contado, iba a llegar tarde a la presentación de Lila, pero aun así me bajé. Nadie hacía caso al perro. Entre todo el gentío que iba y venía, el perro parecía invisible, pero lo veo triste y me digo, lo debo entregar en administración, quizá su dueño le entre la inteligencia y vaya a la administración. Lógico.
En eso me acerco al perro, que no se movía, indiferente a la gente tal y como de forma recíproca la gente le era indiferente al perro, no lo veían al parecer, pero no conmigo, y me miró y me olió. Me chupeteó las manos y yo odio que los perros me hagan eso, y no sé por qué lo hacen.
Lo acaricio con timidez, no sé si era domesticado o salvaje, pero me causó atracción más que repulsión. Sentí que se sintió a gusto, como cuando sientes que el perro te acepta, que no se quiere ir de ti.
Pero en eso, el perro sí se quiso ir de mí, de repente y se fue a un extremo del andén, como si se dirigiera hacia el último vagón. Se me hizo raro y ahí pude dejarlo. Tenía mis cosas.
Pero fui tras él. Pensé que ya había llegado al final del extremo del andén y de pronto el perro baja por unos escalones hacia el nivel de las meras vías del Metro, dudé de hacerlo, pero era un perrito simpático.
“Hey, Perro, ven!” le grité. Se volteó, me miró y me ladró. Y siguió corriendo. Y lo seguí. Lógico.
En eso me pareció que veía más luz y sentí la bocanada de aire caliente y el cambio de la presión. Era por supuesto el Metro que ya venía a toda velocidad, como a doscientos metros de la estación, cuando en eso el perro se me desapareció de mi vista en medio de las luces leves que había y escucho el ladrido, adiviné que se habría metido a un espacio, tuve la seguridad de ello, caminé rápido, sin perder de vista que estaba a no más de diez segundos en lo que el Metro llegara a donde estaba, sabiendo perfectamente que no me atropellaría, pero sí quizá haría que me embarraría yo solo a la pared. Y en esa misma pared vi que había muchas tuberías, cables, de nuevo algo de lodo y grasa y aceite y mucha humedad y quizá ratas. Y el perro me guiaba, eso sentí, ladrando más.
Me metí en el espacio en ese típico justo-a-tiempo en que el Metro pasó raudo con todo su aire hipercálido que me inundó la cara y veo al perro al pie de una escalera insospechada mirándome y ahí solo lo vi subiendo y raro, insisto, todo estaba seco, escalones, pasamanos, y yo subía torpe cansado, con mi mochila. Tenía que atrapar a ese perro y regresarlo a sus dueños.
Llegué a una plataforma que supuse era Hidalgo, esta sería, pensé, la vieja ruta de alguna conexión para personal de mantenimiento que llevara a la otra línea del Metro, la que llevaba del Cuatro Caminos hacia Taxqueña.
Vi otro pasillo lateral y me mandó a la plataforma que seguía y todo estaba tranquilo y sin gente e iluminado y de pronto la subí. Y vi a la gente.
La gente no estaba vestida para la lluvia, no era posible eso. Estaba seca. Me asombré. Vi algo raro más. La gente estaba seca, vestida sin impermeables ni botas. Algunas con lentes oscuros, hacía mucho que no veía lentes oscuros si siempre estaba nublado.
De pronto me vi mi ropa, mi mochila. Si, yo estaba vestido como ellos. Mezclilla, camiseta normal.
Busqué al perro y ahí estaba esperándome a que llegara con él. Confundido, como en sueños, lo seguí.
Y lo seguí, tres cuadras y subió y subí a un edificio de tres pisos con cochera abajo. El sol me sorprendió, las calles secas, el pavimento color pavimento, las jacarandas frondosas y espectaculares que solo había visto en viajes fotos, los vehículos sacados de una vieja película. Fords, Chevrolets, Chrysler, ¿eso era un Volkswagen? Todos consumían gasolina. Sorpresa tras sorpresa, y como cliché de película antigua, no entendía nada.
El perro en una puerta, ladró y en segundos abrió una mujer.
Así conocí a Doris. Doris actuó como si me conociera toda la vida. Doris me aceptó en su casa, le conté que acababa de llegar a la ciudad, que me había encontrado a su perro. Así me integré a la sociedad poco a poco y así conocí a mucha gente, amigos de Doris, di clases de inglés, y ganaba buen dinero, el apartamento era una residencia de cuarenta metros cuadrados. Fabuloso, el sexo con Doris era de otro mundo, nada que ver con la pasividad de Lila. Pero Lila era tierna. Y eso me causaba remordimiento. ¿Qué pasaba con Lila? Me sentí en un entre sueño, sí, debería despertar algún día. Las cosas no eran así. Punto. No eran así. Lógico.
Y dirás, ¿por qué te cuento esto tan resumido? Por que tratando de aceptar que me quedara toda la vida aquí, y por más que rehice el viaje al andén una y otra vez para ubicar la escalera para bajar a la vía de mantenimiento, nunca la pude encontrar.
Así pasó un año.
Y un día nostálgico, Doris se fue a trabajar se me ocurrió decirle a Poderoso, como así le llamaba Doris a su perro, a Pode, “encuéntrame el camino de regreso, Pode, te juro que regresaré de nuevo a Doris”. Y hablé con el perro. No, no literalmente. Pero lo miré fijamente y de pronto el perro entró en un entendimiento conmigo y comenzó a saltar y a rasgar la puerta. Así lo seguí por esas tres cuadras a la estación del Metro y sí, tal cual, localicé la escalera. La pude ver ahora en donde antes no estaba, lo juro. Vi y entendí que el perro era la llave.
Y regresé por mis cosas y con el corazón saltando dentro de mí, me metí a retrazar la ruta. No te hago el cuento largo.
Regresé a LGTX, Lago de Texcoco 2 y al metro y de pronto parecía que todo estaba tal cual y siguiendo esa rutina llegué con sorpresa a Lila justo a tiempo para la presentación, porque había pasado algo raro, el tiempo no había pasado nada, era como una alucinación todo pero yo estaba en ese instante roto el corazón porque había dejado a Doris atrás y a Pode y a los amigos y sí, tenía la seguridad que sí existían y aquí llovía todo el tiempo y estaba todo gris y mi trabajo con la espirulina me mataba, pero era feliz con Lila. Su ternura, su bondad, su luz. Y lo mismo, de pronto me sentí que no podía quedarme quieto y como si fuera a buscar por sendas en bosques extraños no encontraba las escaleras. Sin Pode, sin llave, no escaleras. Tan extraño todo eso, pero lo acepté. El Pode era la llave. Lógico.
Pero Pode se apareció de nuevo. No lo podía creer. Tuve la intuición que esta era una senda especial espacial temporal.
Me fui con Pode a CDMX, a la luz del sol, a los amigos, a lo bello del pasado en qué no había futuro húmedo. Y de nuevo fui feliz con Doris, y todo fue una maravilla. Y Pode era genial y lindo.
Hicimos estos viajes cada tanto y la maravilla era que el tiempo no pasaba cuando dejaba la CDMX por LGTX o al revés.
Pero de nuevo, cada ocasión en el mundo de Doris, extrañaba a Lila. Y ahí comprendí el infierno en el que estaba. Cuando estaba con Lila, pensaba en Doris, cuando pensaba en Doris, pensaba en Lila.
Y el perro me guiaba, no se cansaba.
Hasta que en medio del metro, algo pasó. Pode tomó otra ruta, se fue por el otro extremo del andén y lo seguí, extrañado de todo y sí, salió por otra escalera, otra estación y ahora era una CDMX más oscura, no tanto como Lago de Texcoco 2, pero sí otra ciudad. Pode me miró y sencillamente se regresó y me dejó ahí enfrente de una puerta. Ahí conocí a Alicia y me integré similar como con Doris. Me dejé llevar porque llevaba conocimiento de causa y porque no tenía intención de hacer daño y porque no sabía si infringía una ley de algo o de alguien.
Y con el tiempo Pode se apareció y me llevaba a otra versión de la ciudad de México, así encontré a Mireya, un infierno con Mireya, insistía en la precisión, siempre me vigilaba por las ventanas, a donde iba y venía. Encontré a Dulce, rubia, intelectual total, insufrible, aburrida, Luego Beatriz, religiosa máxima, cocinaba muy bien, pero loca fanática, me sacó cuchillo y amenazó, celosa, de cortarme mi… virilidad, eso fue el terror total. Al principio lo disfruté, digo, la compañía, no lo de que me iba a cortar… pero… no era lo mismo. Mi super perro Poderoso iba y venía, mi guía máximo entre mundos. Yo me sentía al principio super bien con mi, perdón por decirlo, mi harem.
De alguna rara manera conseguía por circunstancia accidentada encontrarme bien entre ambientes, trabajo, social, ese tipo de cosas, pero todo se cobra, me hice paranoico, me sentí que no podía dejar de estar en estado de Vigilancia y Consciencia extrema, cambiar el nombre, dos veces me equivoqué y fue terrible. Traigo cicatriz. Traigo quemada la piel en el vientre. Tengo una marca de bate en la espalda. No, no es vida. El sexo, solo el mágico que tuve con… ella.
Y me veo en el espejo y ya no sé qué hacer. Ya quiero quedarme en una ciudad, de preferencia las dos primeras. Y también he sentido que dentro de mí extraño más a… ella.
Y en ese momento, ¡no lo podía creer! Sí, en eso se me apareció Poderoso, y me ladró en su manera característica, sí, quería que lo acompañe de nuevo.
Bueno, está bien. No hay mal que por bien no venga. Quizá esta sea la última estación. O será el regreso con… ella. Ya es mucho, ya quiero descansar. Pero no es seguro a dónde llegaré esta vez. Y no, ni pienses, jamás le haría daño al perro. Jamás. Es nuestro destino seguirnos. Por siempre. Lógico.
Y en eso andaba y de pronto miro en el andén de enfrente y en dirección contraria, a Doris cargando sus cosas, sonriendo. Y congelado le iba a gritar que hacia donde se dirigía, pero no me salió voz.
Pode me ladró y por reflejo lo seguí y me detuve para mirar a Doris, una última vez, sabiendo en el interior de mi intuición, que esa era la última vez que la miraría. Y en minutos, veo a Lolis por una escalera. Y en otra dirección Beatriz la del cuchillo con su rostro paranoico enfurecido como si me buscara. No tuve más remedio que seguir a Pode lo más pronto posible por los andenes. ¿Cobarde? Sí. Sobreviviente. También. Ya qué. // 1228
 
 
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