Nanocuento 904 de las 1,003 sueños que nunca recordamos y que sabemos que ahí está la clave de la fortuna, si tan solo hubiera manera de registrarlos sin problema, pero nunca alcanza el tiempo y siempre pensamos en la metáfora de que vemos claramente el sueño a los minutos de despertar, pero de pronto se va alejando y alejando y los detalles se van nebulizando y no sabemos con claridad el detalle, solo sabemos lo que se siente, el temor o la alegría o el gozo y repito, ya quisiéramos saberlo, ya quisiéramos todo el script, porque es seguro que ahí dentro hay algo interesante, valioso, pero la lástima es que se olvida, se pulveriza, se desaparece, y se siente que se extraña, así las cosas, así los poemas no escritos, las grandes obras, con las ideas borradas... Ni hablar... a seguir soñando... /// 11 de agosto de 2025
ESPERANDO AL SCUBY
En eso estaba caminando por la plaza principal de la ciudad calurosa tórrida húmeda que me era conocida y extraña al mismo tiempo y de pronto veo en el pavimento unas señales paralelas apenas visibles y me dije, qué curioso, así era Tampico, por los antiguos tranvías, y de pronto me di cuenta, sí, era Tampico.
Camino hacia donde es el puerto solo porque sentía que hacia ahí debía caminar y me detuve en un punto que recordaba que había un cine, creo que ahí vi la película de El Submarino Amarillo de los Beatles allá por 1969, y algo me dijo que siguiera por una de las calles, por la banqueta del cine Impala donde poco más de medio siglo antes me topé con el actor muy famoso entonces Julio Alemán, curiosamente hice la ruta familiar al revés de lo normal, me dirigía hacia mi vieja escuela, una de varias, ahora desaparecida. Porque el cien por ciento el trayecto era de la escuela al camión. Pero en un momento me dio la idea de bajar literal a una zona rara, no puedo decir otra cosa de ella, sólo que le llamaban El Triángulo, que con los tiempos era de color rojo a todas horas. Hoy por hoy parece que es así solo de noche.
Veo a una señora con el perro ladrando, a otra señora abriendo la cortina de su negocio. A un tipo del Rappi en su moto yendo con prisa hacia arriba de la calle.
De pronto veo a una camioneta gris de gran parrilla que se estaciona y de inmediato se bajan tres personas, una de ellas parece importante, como si fuera no sé, un líder sindical o algo así.
En seguida se bajan de una moto dos personas, con casco, los veo claramente, los años habían pasado y los lentes de tanto tiempo habían dejado su marca alrededor de los ojos, eran Julio César y Víctor Manuel, los gemelos que había conocido en Tampico, mis vecinos, precisamente mis vecinos que tenía cincuenta años de no ver desde que mi familia dejó Tampico para no volver jamás.
Sencillamente en la escena que no podía creer por la familiaridad que una vez tuve con ellos y de repente mirarlos ahí, los dos sacaron al mismo tiempo armas, no sé, metralletas cortas, Uzis para ser más exacto y de manera irreal dispararon hacia las personas de las camionetas, por supuesto, más sobre el líder sindical quien hizo un baile macabro al caer al piso manchado de sangre.
De pronto se puso el PLAY.
Toda la gente se descongeló y acto seguido corrió para todos lados. Yo en cambio me paralicé y acto seguido los seguí viendo y tranquilamente uno de ellos, no sé quién, pudo ser cualquiera, Víctor, por decir, se acercó a los cuerpos y los remató, volvieron a la moto y de pronto agarraron rumbo hacia mí y fue cuando uno de ellos le dijo al otro, párate, eso creo que dijo, párate, claro lo escuché.
Y dijo además:
-¿Tú eres Lalo, verdad? Mira, Julio, ¡es Lalo, el vecino! ¡El de la Lauro Aguirre!
Julio me vio, me miró y me sonrió, dijo:
-¡Mira qué cosas! ¡Mundo pequeño!
Solo me hizo señal con la mano esa de que “te vi y te seguiré viendo, vigilando, observando” con los dos dedos del signo de paz.
Nunca dejó de sonreír y se siguieron ruta. Caminé impactado unos pocos pasos más y vi a los muertos en el asfalto ya con charcos de sangre alrededor, un cuadro espantoso.
En eso me despierto y de pronto siento mucho frío en medio de mi sudor y confusión y me descubro en Tampico. Veo el logo en la libretita a lado de la lamparita, dice “Hotel Impala – Tampico, Tamaulipas”.
El sol me incomoda. Ahora sí camino por la plaza. Ahora no estoy en el sueño y veo el pavimento y ahí están las viejas señales del tranvía.
La torridez fatiga. Tengo la idea que cuando estaba pequeño no me incomodaba.
Y contra mi voluntad, mi curiosidad tal vez, camino hacia el antiguo cine, donde vi el Submarino Amarillo en 1969. Tantas canciones que se me grabaron y no volví a escuchar por diez años.
Y contra mi voluntad camino hacia una de las calles que reconozco como el Triángulo, aquella que era zona de tolerancia o sigue siendo, no sé. Lo que sí sé es que estoy en el lugar donde va a llegar la camioneta negra, los tres tipos bajándose y mis antiguos vecinos llegando a dispararles.
Estoy con mi propio tema del Deja Vu pensando en tantas cosas que me siento abrumado. Veo a la señora con el perro ladrando, la otra señora abriendo la cortina de su negocio. El tipo del Rappi en su moto yendo con prisa hacia arriba de la calle.
Siento un golpe en el hombre. Un manazo amable y no puedo creer lo que veo.
-Hola, Lalo, cómo estás, qué milagro! Tú eres Lalo, ¿verdad?, vivías enfrente de nosotros, en Avenida del Real 114, tú papá fue el de los camiones de volteo que ocupaban media calle, sí, tu papá al que todos le tenían miedo desde que se supo que mató a tu perrita enfrente de todos. Lo recuerdo bien, todos lo recordamos bien. Un tremendo tu papá.
Me estremezco con la buena memoria de Julio César, o podía ser Víctor Manuel, estábamos hablando de hacía 52 años de distancia, no puedo creer que me reconocieran.
-Verás, estamos aquí, en esta cuadra, en este momento preciso porque Víctor y yo tenemos un punto de unión. Es un tema de sueños. Lo que soñamos sucede, o sucedió, pero a los dos juntos, ¿me entiendes? Es extraño. Y en este punto, tú bien sabes lo que va a pasar. La camioneta no tarda.
-Hola, Lalo, ¿cómo estás? -Obvio, ese era Víctor quien hablaba.
Julio continuó:
-Pues sí, Víctor te soñó y luego yo también, que nos viste arreglando unos asuntos, no, no te aclaro, no somos de los malos, solo que pues, el mundo necesita arreglarse y nosotros lo arreglamos. Así nos tocó. Te acuerdas que aprendimos dominó con la señora Pecina, la de a lado de nuestra casa, no sabes, tantos buenos recuerdos… Bueno, así qué, la idea es que te tomes un café en ese lugar y nos esperes.
Sólo se me ocurre decir:
-¿Te refieres a lo de la camioneta gris esa que está llegando?
Los dos voltean de improviso a la calle y no ven mas que a un Focus blanco llegando, que se estaciona en donde se iba a estacionar la camioneta, alterando la escena que se iba a dar.
Los gemelos dan muestra de confusión.
Del carro blanco salió un tipo delgado alto blanco que cierra el carro con lentitud y casualmente viene hacia donde estamos los tres.
Aprovecho su desconcierto haciéndome para atrás para salir de su zona de control e ir en dirección del tipo recién llegado.
Los gemelos se vienen a seguirme y el tipo del Focus se les interpone. A uno le da un golpe, a lo mejor a Víctor, y a Julio lo avienta al piso con una patada en la pierna, le revisa por encima, localiza la Uzi y la avienta lejos.
La camioneta negra en ese momento llega y frenando ve todo el lío y se va de largo. Pero los guardaespaldas del tipo importante nos ven a todos con claridad como en cámara lenta.
El recién llegado del Focus dice:
-Gemelos, se pueden ir, ya los señalaron los guaruras del indiciado.
Los gemelos están en la confusión, se quieren ir de nuevo contra el tipo, pero el recién llegado solo los empuja con habilidad y se caen torpemente.
-¡Y váyanse porque las cámaras los están grabando, y acá en el Triangulo de Tampico no sabemos quienes están tras esos centros de monitoreo en esos C4 alternos!
Los gemelos se suben en la moto y me ven, uno de ellos me hace la señal de la “ve” de que me estaría vigilando y se van…
Por fin miro al recién llegado, quien tiene un aire familiar, y antes de agradecerle me dice:
-¿Te acuerdas de mí? A lo mejor no, soy el Scuby, Esteban Marón, estuve contigo en la primaria Miguel Hidalgo. La de la colonia Lauro Aguirre, la de la avenida del Real, enfrente de una plaza. Y estaba en quinto y me gustaba correr mucho por los pasillos y ese día te me atravesaste, el güero que acababa de llegar, y estuve a punto de atropellarte o de aplastarte contra la pared y algo sentí contigo, algo raro, como que sentí que un día te iba a salvar una segunda vez.
-Y antes de que digas nada, deja te cuento, porque tengo prisa, que exacto, pasaron muchos años, viví en Houston, viví en Dallas y un día amanecí con que tenía que ir a Tampico. Estar en este día y llegar a esta zona del Triángulo. Vaya que está cambiada, la civilizaron, parece.
Sonrío, lo veo con claridad, blanco, alto, recordaba el accidente, se disculpó mil veces y me dijo que tenía sus suelas muy planas, que patinaba en los pasillos en el recreo y que a veces no se podía controlar. Sí recuerdo que le agradecí mucho. Un detalle, que hasta ahora me acuerdo. Me molestaban mucho porque era de Monterrey y desde ese día ya nadie me molestó jamás.
-Y en eso vengo al café y te veo afuera, con los hermanos Hinojosa. Y dije esto no va acabar bien, lo demás lo viste.
Hizo una pausa, miró su celular.
-¿Qué pasará?, no sé, solo que sepan que sigues bajo mi cuidado. Que hagan lo que quieran , que sigan con su mal, no puedes evitarlo, pero su mal al menos a ti no te hará daño…
Yo sigo sin decir nada, creo, por el impacto. Sólo me dice por último:
-Mañana despertarás en el autobús a Monterrey y olvidarás mucho de lo que pasó.
En eso despierto y estoy camino a Monterrey y un niño y su mamá juegan adelante. El niño pierde la pelota y la alcanzo, el niño sonríe, pero su mamá sonríe más.
La pesadilla queda atrás. En eso veo a un pasajero pararse y me da escalofríos porque se me hace que es Víctor o Julio, que me encontraron, pero pasa de largo y ni me ve. Pero más tarde con atención compruebo que no, no era él.
Suspiro. Es mi imaginación que juega conmigo. La mamá del niño se llama Mildred. Y hablamos de muchas cosas camino a Monterrey.
Solo quisiera escribir que, la conocí, me hice novio de ella, nos casamos, y jamás volví a saber de los gemelos, ni los volví a soñar hasta que escribo esto.
Han pasado años de tranquilidad, de paz, de problemas, de tragedias, de triunfos y de derrotas. Una buena vida.
Me vuelvo a asomar a la ventana.
Afuera están los gemelos en su moto. Están tocando el timbre de la puerta.
Y bueno, sólo estoy esperando a que se aparezca Esteban.
Estoy rezando porque aparezca Esteban, el Scuby. ///904
 
 
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