NnCt 1,227 de 1m440 moscas Tse-Tse de las que no pasa nada si están de aquél lado del mosquitero. El problema es cuando tú estás también de aquél lado del mosquitero al mismo tiempo en el mismo espacio junto con las 1m440 moscas. //1227
¿Cómo se puede enfermar una comunidad? A eso fuimos, a investigar.
Así supimos de la Mosca Anti-Tse-Tse, ¿recuerda a la del Sueño? Esta es la otra, la del Insomnio, con la que nadie duerme, con la de que acabó con la posibilidad de dormir. Así sabiendo que necesitamos el sueño para reconstruirnos la mente, pues no, no sucederá. No nos estamos reconstruyendo y eso tiene un costo. Estamos perdiendo los conceptos, los bloques de la memoria, estamos erosionando nuestra misma humanidad. Si nos separamos de los recuerdos estaremos perdidos. El olvido oscuro. Y posiblemente el abandono, la locura.
A los tres nos afectó. Pero ya ellos dos se vacunaron. Me dejaron a mí al último. Creo que Sergio tomó la decisión, eran solo dos dosis. Una para cada quien. Sólo una para cada quien. Peligroso dos vacunas. Nos lo dijeron varias veces.
Mi pareja de amigos, Sergio, Judy, ella me explicó que el olvido se va dando por oleadas en un raro proceso, primero lo que nos rodea, lo que dejamos allá, lo que estamos haciendo aquí, lo que tú eres, como telarañas en una casa que todo lo va envolviendo, lo va haciendo gris. Lo que nosotros éramos y a lo que vinimos hacer acá y lo que significan las cosas, y sobre todo, quienes son todos, la relación de las cosas con las otras cosas con las aquellas cosas. En estos lapsos me repito mucho.
Sigo yo de vacunar, pero el proceso se está tardando más. No sé por qué. Ya lleva mucho tiempo, perdí la capacidad de medir el tiempo. Siento que no ocurre. Que todo está detenido.
Por eso escribo esto como lo vaya recordando. Registrando. Evocando.
Hay cosas que olvido, que son como caminos que se cortan, que de pronto se interrumpen… Hay vacíos. Rutas que se traslapan en lugares y momentos alternados. Puertas que abren a paredes. Escaleras que topan en techo. Lugares que están vacíos. Como espacios de cuadras y calles donde antes había las casas que conocías, las tiendas, los cines, los parques. Todos son escenarios. Además de todo, empiezan a vaciarse. Las calles van quedando solas y a nadie ves. Nada tiene luz. Ya sin puntos de referencia. En momentos se ve como tierra quemada. Nada nuevo crecerá ahí.
¿Qué quién soy…? Pienso que lo voy a olvidar… No se puede, mis datos soy yo y si yo recuerdo mis datos es que sé mi identidad y al mismo tiempo mi identidad soy yo mismo. El espejo me lo confirma, mis manos recorriendo mi rostro en el espejo me lo confirma. Debo esforzarme. Me llegan las nieblas, no sé de qué años, en donde nací, ¿Río Bravo? ¿De qué ciudad soy? ¿Monterrey? ¿Para qué eran estos instrumentos de las mesas? Eso de allá era un microscopio, ya me acordé. El profesor Paco nos lo enseñó, hicimos un dibujo de él. Eran muy caros. Le teníamos miedo a romperlo. No había tanto dinero en la casa. Cuando eres nuevo en secundaria a todo le tienes miedo. Y ahora sigo teniendo miedo.
Judy, ¿la esposa de Sergio?, fui a su boda, hoy me dijo lo de la vacuna, que solo una dosis, creo y me dijo que ella y Sergio ya se vacunaron. Sí, ya me lo habían dicho, ¿verdad?
“¿Para qué es esta vacuna?”, pregunto, mi cabeza divaga. Veo cielo azul, algo recuerdo de lápices de colores azul cielo. “Para reconectar los recuerdos, amarrarlos entre todos, protegerlos” me dijo Judy, antes de irse. “¿Qué recuerdos?” le pregunté. “Los que nos hacen ser yo y tú y todos”, me dijo Judy. Sólo la miré. Y en este momento no sé dónde está.
Estoy desvariando algo. La imagen de Judy me dice señalando, “recuerda, vacuna, se pone una sola vez, no dos, si te pones dos acelerarás los olvidos, desconectarás tus datos y no podrás recordar nada nunca, ¿estás entendiendo? Sería la amnesia irrecuperable, un coma consciente”.
Asentí. Sólo una, lo hice con un dedo de mi mano señalando arriba como Travolta lo hizo en esa película de baile. Y Judy se fue hace horas. No pudo esperar, tenía que vacunar a mucha gente.
Que me la tengo que poner solo, en unas, lo apunté en otra parte, en unas seis horas. Sí, seis horas. Puso los cartuchos dobles, un cartucho una dosis, solo una de ellas, en ese instrumento que es como un… juego de feria, el Trabant, ¿Cómo el de la kermesse? Estuve en una kermesse, hace muchos años, Sergio, el esposo de Judy, sí, lo conozco desde hace muchos años, desde niños, se sacó el Gran Premio. Eso nos dijo a todos. Una minimoto. Le creímos, nadie puede mentir tanto. Pero no era cierto. Ahí supimos que Sergio siempre era muy hablador. Mitómano luego dijimos, mitómano divertido, agregamos. Esos recuerdos están… en no sé qué pasillos mentales. En qué corredores. En qué edificios, sótanos. La vacuna estará dando vueltas en el Trabant, miles de vueltas. Todos agárrense bien nos decían, que esto dará mil vueltas. Sólo queríamos bajar pero nadie lo aceptaba. El centrifugador es un nieto del Trabant a escala.. El que da vueltas mil veces por minuto o no sé, no recuerdo especificaciones técnicas, con los cartuchos. Pero ahí está mi vacuna. Se va a marear mi vacuna. No quiero que se maree mi vacuna. La quiero bajar ya, pero no acepto decirlo o mencionarlo.
Ellos salieron, Judy y Sergio. Estoy solo. Tengo que ver el reloj. Y recordar, es a las 5 PM que me tengo que poner la vacuna. Me dijo por si acaso vea estas fotos de estos dos años. Me señaló con rojo quien soy yo. Me dijo que el problema de memoria puede llegar hasta a que no sepa reconocerme ni en un espejo.
Eso hice. Fui al baño, me vi en el espejo del lavabo y no me recuerdo al verme. ¿Usaba bigote? Usaba barba? Me froté la cara desesperado. No lo recuerdo. Se me hace familiar mi imagen, mi cara. Tendré que rasurarme, no me recuerdo. Veo las fotos. Pero sí reconozco a Judy. Y a Sergio y siento algo raro que debía recordar de Sergio.
El centrifugador Trabant miniatura sigue dando vueltas, muchas vueltas, intento contarlas, pero no puedo, son demasiadas, ya son las 4:45, no falta mucho. Sacar el cartucho, ponerla en la inyectadora, ¿se llama así, “inyectadora”? No recuerdo. Solo una dosis, importante, sólo una dosis. Travolta. Solo una, él apunta su mano al cielo con un solo dedo.
Hice una letanía, me llamo “Rogelio Esquivel doctor soy de Río Bravo y Monterrey estamos acá en esta región de Tamaulipas analizando la mosca AntiTseTse, emigrada de África, la del Gran Olvido, pero me picó una y estoy cayendo en eso, el olvido de las cosas, estoy casado con…”
No podía terminarla, la dije de nuevo… me llamo “Rogelio Esquivel doctor soy de Río Bravo y Monterrey estamos acá en esta región de Tamaulipas analizando…” Algo pasa. Me acuerdo de cosas tristes. Y pienso que no quiero recordar nada triste. Muertes, dolores, traiciones, depresiones, fracasos. Quizá sea lo mejor no vacunarme, apostar que será mejor si me dejo caer, caer en ese abismo, como cuando estás en una azotea de una casa y ves al piso tan cerca y atractivo y piensas, porque no lo dices, nunca lo dices, “tan fácil sería que me dejara caer, caer, caer. Tan sencillo…”.
Me estaba resbalando, cayendo, deslizando en el olvido. No sé qué va a pasar conmigo, veo el reloj, son cinco minutos para que termine la centrifugadora… Me eché agua en la cara. Respiré hondo. Ya debía ir por la pistola de las vacunas. La inyectadora.
La inyección ya está lista, solo debo seguir instrucciones. Detengo el centrifugador Trabant nieto de aquél Trabant de la kermesse.
En eso entró alguien.
“Hola, Roger, soy Sergio”.
Lo miré, no sonreía. Yo sí sonreí. Es Sergio, mi amigo, esposo de Judy, mi amiga. ¿Esposo? Sí, ¿verdad?
“Sergio, tú eres, Sergio, ¿qué eres de Judy?” Le pregunté. Lo sabía mucho, pero no acerté a decirlo. El recuerdo llegaba, el evento en sí, pero no conectaba con la expresión. No podía decirlo.
“Es mi esposa, Roger… fuiste a nuestra boda, ¿te acuerdas?”, me dijo.
“No mucho”, respondo, “fue hace mucho tiempo”.
“¿Ya te pusiste la vacuna, Roger?”
Vi el Trabant funcionando dando vueltas sin parar, mareando a todos. Si estaba dando vueltas es porque…
“No me la he puesto…”
“¿Cuánto era, una dosis o dos…? ¿No te acuerdas?”
“Era una, ¿no?”, le dije con toda la duda. Solo una, Travolta dijo solo una. Travolta bailando.
“No, son dos. ¿Pero ya te la pusiste o no?”
Me sentí confundido, ¿sí me la puse o no? No sentía dolor o sensación. Concluí: “No, no me la he puesto”.
Agregué:
“Sergio, ¿es solo una no? Me dijo Judy que es solo una…” Repetirlo me llenaba de certeza: “Creo que sí, es una, es una, sí, es una… Dos son peligrosas. Dos te hace caer en el coma del olvido. Travolta señalaba al cielo con un solo dedo, ¡es una!”
Sergio me miró extraño. Dijo en un tono de voz neutro. Como si repasara una receta. Una fórmula.
“No importa, no te inyectarás nada, y saldré de la sala y entraré de nuevo y te diré, ‘Hola, Roger, ¿ya te inyectaste?’, no sabrás con claridad, no recordarás y te diré que sí, que ya quedó... Espera, ¿o sabes qué? Lo pensé mejor. Sí, mejor que sean dos. Sí, serán dos inyecciones… Así no habrá vuelta atrás desde ya.
No comprendía nada, era Sergio, mi amigo. Esposo de Judy.
Pregunté en confusión:
“¿Por qué dos dosis, qué pasa con dos?”
“Nada, amigo, te reinyectaré rápido, te haré el favor… te inducirá en coma rápido y diré que fue una inesperada condición”.
Lo miré.
“¿Por qué harías eso, Sergio, Sergio, esposo de Judy…”
“Para terminar un tema contigo, de toda la vida… siempre estuviste conmigo y Judy, bueno, no sé si decirte esto, pero siempre estuve celoso y metiche de ti y hay momentos que no aguantas ya, y ahora me siento irritado y bueno, no dije nunca nada, solo me esperé al momento correcto de sacarte de nuestras vidas y hoy es el momento, creo, el momento perfecto, la mejor oportunidad. Y esto que digo lo olvidarás, lo olvidarás por siempre… No es un crimen realmente, no vas a morir. ¿De qué me acusarían? Ya estabas olvidando todo. ¿De negligencia? No hay nadie aquí, Judy no está para defenderte como siempre te defiende. Sólo es un tema de confusión, sólo una leve y triste confusión.”
Lo miré, no entendía mucho de lo que decía. ¿Negligencia? ¿Confusión? En mi mente nublada no había confusión. Sólo debía ponerme una dosis. Ya. Mi dosis se tenía que bajar del Trabant. Se va a marear si no se baja del Trabant.
“No puedo, Sergio, tengo muchas cosas qué hacer… lo del tratamiento, lo del compuesto de la centrifugadora, es dos tercios mío, ¿verdad? Uno tuyo, lo sabes, un tercio es tuyo, ahí están los documentos, los, los ¿protocolos?…
“Ya no me importa… ya, Roger, relájate. Déjate ir, acuéstate, te pondré un calmante.”
“Sergio, Sergio, déjame inyectarme, déjame inyectarme... la dosis, ¡está en el Trabant! Solo una, Sergio, solo una.”
Sergio me miró confundido como recordando de donde era esa palabra.
En ese instante lo empujé, lejos del aparato, no sé cómo, cayó. Apagué la centrifugadora. Si hubiera puesto las manos para detenerla mientras daba sus mil revoluciones descendiendo me hubiera quedado sin dedos. Se detuvo por fin, tomé el cartucho doble, instintivo, no tenía que recordarlo, supe cómo hacerlo, lo acomodé torpemente en la pistola inyectora. Y me inyecté la dosis. Solo una. Quedó la otra. Sergio se incorporó, se me vino encima y no tuve más remedio que defenderme y no recuerdo bien si por accidente le inyecté la otra dosis del cartucho.
Se tambaleó y volvió a caer.
Sergio se sentó con las manos en la cara.
Yo al mismo tiempo sentí que me deslizaba en la oscuridad como nubes negras en la que veía muchas personas, pero no reconocía caras. Solo tenía una lejana esperanza de que habría una luz al final y esperaba que fuera la correcta. Quería sentarme. Acostarme. Cerrar los ojos.
Me desperté y vi la cara muy preocupada, triste, de Judy…
“Roger, recuerdas lo que pasó.”
La vi. Y no vi a Sergio.
Solo pude decir en voz alta:
“Me llamo Roger Esquivel doctor soy de Río Bravo y Monterrey estamos acá en esta región de Tamaulipas analizando la mosca AntiTseTse, la del gran olvido pero me picó y estoy cayendo en el olvido de las cosas, soy divorciado, tuve…
De pronto me di cuenta de que recordaba todo, mi número de matrícula de la escuela, la lista de amigos de segundo de primaria, lo que pasó en el kínder a mis cinco años cuando me pelee con… ahora recordaba más cosas… lo que pagué de multas de mi carrito hace veinte años. Mi primer sueldo con millones cuando antes de que le quitaran tres ceros a la moneda.
Le dije a Judy con cierta dificultad, acumulando fuerza:
“No, no recuerdo nada. Digo, solo las generalidades, pero no sé el detalle de lo que ocurrió con Sergio, creo que me desmayé, ¿cómo está él?”
“Algo pasó y se inyectó por accidente. Está en estado de monosílabos, nada dice con claridad, solo sí, no, sí, no, no sé. Se lo van a llevar a Monterrey. Roger, ¿tú te sientes mejor?”
Respiré despacio y le dije:
“Sí, Judy, sólo quiero irme de aquí. Dejar todo esto. Fue muy agonizante… Tengo, creo, trabajo burocrático qué hacer, revisar procedimientos, registrar, verificar. Ya no puedo quedarme aquí, se me vienen… recuerdos vagos, dispersos. Creo que ya no aporto nada de momento tengo que hilar las cosas.”
Demasiados recuerdos específicos, siento. Como avalanchas. Deberé aprender a filtrar, pensé. El momento que la conocí, el momento de su primera sonrisa y si llovió y si llevaba blusa roja, y el color del sol en sus ojos cuando ella tenía quince años. El día de su boda que estaba radiante y que fueron los días posteriores al temblor de la ciudad de México, y lo que sirvieron en su boda.
Judy me miró con curiosidad.
“Te entiendo. Los recuerdos hay que hilarlos. Yo me quedaré unos días viajando entre Monterrey y este lugar. En lo que pueda dividirme. Está lo del tratamiento de la comunidad, lo de la erradicación de la mosca. Los enfermos que nos tardamos en vacunar, su rehabilitación.”
Hizo una pausa.
“Veré que puedo hacer por Sergio, su rehabilitación allá en Monterrey. Deberé de ir a apoyarlo. Estar con él. Se lo debo. Es mi esposo. Es más importante que lo profesional. Lo entiendes, ¿verdad? Sólo que Sergio siempre ha sido difícil.”
No moví un solo músculo de mi rostro.
“Les deseo lo mejor.”
En el camino en autobús recordé a Judy, cuando escuchábamos juntos en su casa, de solteros, tomando delicias, ese postre, los muffins con betún, ese café delicioso, la bellísima canción que me compartió, “Suite Judy Blue Eyes” de Crosby, Stills and Nash… y recordé las guitarras, los coros, las armonías, los tiempos, los ritmos cubanos y me sentí sonreír por primera vez en muchos días, en medio de coros y aplausos de la canción, porque todo saldría bien… todo saldría bien…
Ahora tendría que lidiar con tantos cajones abiertos de mis pasillos y corredores que ya estaban bien cerrados, todos los detalles que abrumaban ahora, que adiviné que así como los buenos recuerdos estaban los tristes, los malos, los complicados, aprender a desrecordar, tantas cosas que recordar y a desrecordar, aprendería a hacerlo. A cerrar los cajones sufrientes, los de tristeza y dolor. No era bueno tenerlos abiertos. Eso haría. A clasificar y cerrar. Tampoco era bueno que salieran a cada instante. Pero antes volví a sonreír recordando todos los buenos cafés y sus sabores y delicias y aromas y esencias y lugares y las personas. Las personas. Siempre las buenas personas de las que está lleno el mundo.
En eso vi una mosca y por si o por si no, alcancé un periódico lo doblé y la maté. Por si acaso. //1227
 
 
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