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lunes, julio 28, 2025

0338 Estudié para ser guía. Lo aprendí todo. Cuando acabé ya no había quién quisiera saber nada. ///


NnCt 0338 de mil,440 conceptos en los que el universo conocido está dividido y por eso tenía que ir comprendiendo uno tras otro. Uno tras otro. Uno tras otro. ///




Al final del día lo comprendí, que el conocimiento se sigue agregando con nuevos temas y nuevos puntos de vista más las representaciones, más las reinterpretaciones, y no sé, acabé de tener un encuentro con Elpidia, la amiga cuentacuentos que me decía sobre su labor de transportar a niños al mundo de las historias y los sueños y que me dejó un gran sabor de boca sobre todo al ver las estrellas en sus ojos, después de que me despedí diciéndole que “tú eres la entrada al conocimiento de cada día saber más” y que ella me contestó de pronto: “En realidad la puerta al conocimiento está en ti”. Sonreí sin saber por qué lo había dicho y al rato caminaba ya tarde, en el último grupo vespertino por los pasillos del Templo Mayor y que por culpa de una cinta de mis tenis me recargué en una tarima que tumbé de la que no me había percatado que era una nueva sección en la que se estaba trabajando y al caer ella yo también caí en un entrepiso y de pronto miré para todos lados y era un pasillo iluminado y como había perdido contacto con mis compañeros y mi celular ya no captaba señal decidí caminar para ver la otra segura entrada o segura salida y fui ahí cuando me percaté de no sé cuánto caminé porque me fui cansando, pero al mismo tiempo me fui dando cuenta que no me importaba, veía tantos pasillos y vueltas y antorchas colocadas en la pared que supe dentro de un tiempo que estaba perdido, o mareado o que solo daba vueltas por donde mismo, pero en ese instante vi una gran cámara que tenía muchos recovecos del cual había como tablas o cartones no muy grandes apilados ligeros llenos de polvo, a media luz y no sabiendo con claridad de dónde venía esta de pronto me vino la visión o necesidad o repentina obsesión inexplicable de que debía saber lo que estaba escrito en ellos (¿eran códices?) y vi una y le soplé el polvo y no entendía nada y vi otra y tampoco, y me entró una angustia entera, una ansiedad por saber lo que decía y que es en ese instante cuando tomé la decisión de saberlo todo. 

Mi destino empezó a escribirse.

Quería saberlo todo. Y me quedé ahí quieto por un largo rato y cerré los ojos y de pronto ya estaba en un pasillo y vi hacia atrás y de pronto no encontré la cámara con los códices, porque eran códices, ¿sí? Y tenían conocimiento y  tenían sabiduría y me dio una maldición, debía saberlo todo, debía saber más y más. Y me tropecé y caí. Y me desperté y fue cuando sentí mi mente nublada como si me hubieran dado una corriente eléctrica por todos lados, pero sí empecé a preocuparme porque tenía hambre declarada y fue cuando recordé que en mi mochila tenía una barra de esas de granola y miel que me supo a gloria y además tomé agua, que también por la emoción olvidé que traía, pero de pronto me dio un gran sueño y fue cuando me senté en el suelo y me recargué y no tenía miedo absoluto, sabía que encontraría la salida, de hecho ya estaba pensando en alternativas para marcar los corredores y así saber si estaba dando vueltas o no, y por otra parte sabía que me encontrarían en cualquier momento y más miedo me daba que me dijeran que me metí para robar, y en eso ya no aguanté más y me dormí y como en los sueños aparecieron muchas confusiones y escenas y angustias y ansiedades y aparecieron las mujeres con las que había tenido contacto o deseo o sencillamente alegría de haberlas conocido y sobre todo Elpidia.

Escuché “Levántate”. Entreabrí los ojos y lo miré, era un señor con cachucha de policía, de velador, ahí me dije, “¡ya era hora, ya me encontraron!”.

Me mostró la salida y me dijo, “Ahora empezarás a saberlo todo… buena suerte con eso. No sé si maldición o perdición, pero buena suerte”. La luz de la calle me alumbró y voltée a verlo y ya no estaba.

De pronto llegando a mi centro de estudios lentamente me dio por aprender, por saber, y progresivamente entendí de disciplinas, entendí de escuelas, colegios, institutos, algún mecanismo se dio y apliqué becas, apliqué puestos para aprender y algo me sucedió en mi cuerpo, no estaba envejeciendo y seguía aprendiendo. Tratados, tendencias, disciplinas humanas, científicas, teóricas, filosóficas. 

Mi destino escribiéndose, sin fin a la vista.

Construí con dinero ahorrado, extrañamente por muchos muchos años, un refugio en una montaña, aposté por la decadencia, pero seguí aprendiendo, en los bancos de memoria, los bancos de información, los bancos de datos de todos lados, que poco a poco, con el tiempo, y con una tendencia autodestructiva, anticultural empezaron a desaparecer. 

A mi alrededor pasaban cosas, ocurría el progreso aprisa, pero a mí no me ocurría nada. Llegué a las decadencias de las naciones, los señores de la guerra, las mini guerras contenidas, las grandes migraciones, regresaron lentamente las comunidades, las tribus, los individuos salvajes, violentos algunos, yo me encerré  y seguí ascendiendo por el conocimiento. 

Llegué a un punto en que ya no pude tener contacto con nadie, quizá estaban todos los nexos cortados, confié en que en esta época el conocimiento perdurara. No había tiempo de especulación. 

Nunca supe lo que había ocurrido en ese anexo del Templo Mayor, décadas, centenas de años, pero fue cuando ya no había nada que estudiar o aprender al parecer, que empecé a leer de nuevo lo que tenía y así como aquél personaje San Leibowitz, inicié a transcribir lo aprendido lentamente pensando en que alguien lo encontraría. 

En ciertas noches, veía a través de la ventana las estrellas y recordaba a Elpidia, la cuentacuentos. Me hacía sonreír. 

Y ya no me preocuparía por luz, ni comida, ni por nada. Solo preservar el conocimiento. Alguien apropiado deberá de encontrar todo esto. 

Tenía que apurarme, en el espejo vi mis primeras arrugas, mis primeras canas que jamás en todas mis vidas había visto. Y no olvidaba a los que pudieran, los temibles bárbaros, en su venir y querer arrebatar o destruir, destrozar, todo borrar.

Mi destino ya estaba escrito. Mi tiempo empieza a correr. // 0338


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