1216 El piano seguía sonando. La trampa. Ya estaban ya en mi mente, pero no saldré de mi roca.
NnCt 1216 de 1,440 de las demasiadas notas que el Emperador le dijo a Amadeus que le quitara las que sobraran para que su Flauta Mágica saliera perfecta.
Es el fin. Y la soledad y el desierto y las piedras y la construcción en la que me escondo, que tiene fuente natural de agua, de luz, pero aun así no saldré, porque ellos están tras de mí y me quieren y no me dejaré. No sé quién me busca.
Serán ángeles. Zombies. Vampiros. Extraterrestres.
Fui errando cruzando continentes llevando en mis manos los últimos óvulos funcionales de mujer, los de Eloísa, yo los conservaba en sus aparatos, tanques, freezers de temperatura óptima, nada más grande que no cupiese en una mochila. El destino de la humanidad, pensé.
Serán crucificadores. Zelotes. Comanches. Fantasmas. Insectos Gigantes. Pesadillas.
No sabía qué es lo que me perseguía.
Sólo me perseguían. A lo lejos veía el humo de destrucción. Y estaba al borde de la desesperación, de la locura. La alucinación, la irrealidad.
A veces me veía salir huyendo de la estepa, con las ordenes, “eres el último que trae los óvulos, no hay más, no hay otra manera de que la humanidad sobreviva. Es la última oportunidad.”
Los óvulos de Eloísa. ¿La conocí? Me parecía que sí. No me dijeron. Pudo ser la anciana esa de 35 años, la que me abrió la puerta. La de 20 que me dio de comer. La doctora que me miró con misericordia y me convidó de su cuerpo.
Les llevaba días, semanas, no sé, pero no paraba, dejaba un rastro sin querer. Dejaba un aura, una energía. Me encontraban. No sabía cómo. Siempre huyendo en mi vehículo que navegaba en las sombras, hecho de cristal.
Cansado, me detenía y ponía a Mozart, quien me llenaba de fuerza, me llenaba de energía, de luz y miraba, a mi alrededor, todo el páramo-desierto-desastre por todos lados. Nada de voces, nada de Mozart, este planeta volvía poco a poco a sus orígenes de desiertos, sin agua a la vista, solo montañas, montes, cerros, desfiladeros, arena, mucha arena. Y un día sería de nuevo reclamado por el mundo salvaje, ahora sí, el mundo sin humanos como querían muchos, que todo quedara como al principio virginal. Sin Mozart. Los que decían que los seres humanos éramos el virus.
Por eso quería seguir, por que deseaba que Mozart se quedara por siempre. Mozart era la humanidad. Yo era, soy la humanidad. Los óvulos de Eloísa son la continuidad. Son Mozart.
Así llegué a esta construcción en medio del desierto, tal como me habían dicho los mensajes cifrados del cielo. Alimentada por toda la energía solar, de viento y de la eventual tempestad, que pudiera caer, de día y de noche. Amurallada, escondida, desfiladeros y puentes viejos que destruí al pasarlos. Sí, había alimentos, de buenas. Ya no me quedaban muchos. El vehículo de sombras y cristal deteriorado, tenía fecha final.
Y ahí estaba yo, Eloísa, con tus óvulos congelados, listos para fertilizar. Ya habrá quien los desarrolle, nutra, eduque, los madure. Que se haga el ciclo de nuevo. No me quedaba más que una cosa que hacer. Aguantar a que vinieran por mí.
Serán Meridionales. Caníbales. Ultrarreligiosos. Monstruos. Arpías. Bestias.
Todo por tus óvulos congelados. Luché, maté, hui, destruí, para conservarlos. Aquí estoy escondido. Sé que no tardan por mí. Pero no sé quién tocará la primera puerta de las dos.
Serán amibas gigantes. Dragones. Serpientes. Demonios. Robots.
Se escuchaba Mozart. Lo programé para que se quedara en loop toda la eternidad.
Las 666 obras del catálogo Köchel.
Veo en la pantalla que pudieron abrieron la puerta. Al menos ya vi. Son demonios. Colas, alas, tridentes, pezuñas, colmillos, fuego, humo negro, destrucción. Maldad absoluta. Son los ángeles caídos. Vienen por mí, por la humanidad.
Resistiré lo que se pueda. Ya resguardé los óvulos de Eloísa. Nadie los encontrará. Sólo yo.
Pensar en que soy la esperanza de la humanidad, de todas las creaturas. Reí fuerte. Yo pecador de entre todos los pecadores, yo. Soy la esperanza de la humanidad. Reí más. Tengo que aguantar para que alguien venga a ayudarme. Tengo esperanza. Respiré profundo. Dejé de sonreír. Rompieron la segunda puerta. Las piedras cayendo, una enorme sobre mi pierna, los destrozos, de entre el polvo escucho una voz profunda, cavernosa: “¡Ah, la Flauta Mágica, maravillosa!”/// 1216
 
 
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