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lunes, julio 28, 2025

Nanocuento o nanofabula 1,214 de 1,440...

 1214 En el apocalipsis, el planeta envenenado. Me quito el traje, y veo al espejo. Sigo sin verme.



NnCt 1214 de 1,440 cubrebocas que hemos usado desde que empezó.

Estaba yo del lado del vidrio, ella del otro. Los cubrebocas, presentes. Los silencios también. Rosalba y yo hicimos una promesa que se me ocurrió, sí, se me ocurrían cosas absurdas. Habíamos prometido no hablar, no pregunten porqué. Fue un impulso. Es que me dolía escucharla. Su voz, hermosa. Decía “Rangel, yo te amo” de la manera más bellísima. Algo así fue lo que me dijo al final que nos vimos. Antes de la supercerrazón.

La pandemia seguía. La gente enferma. Las vacunas funcionaban hasta cierto punto. La gente ya no moría tanto, pero quedaba una tristeza y decían que habíamos quedado afectados. Decepcionados, cansados. Noo éramos los mismos. 

El vidrio estaba en la zona que se llamaba desmilitarizada. La ZDM, era la línea nada imaginaria, la barrera de púas y postes y pozos y trincheras nos dividían por mucho, en la geografía. 

Lo que ocurrió era que de pronto surgieron dos COVID, el -F, en las mujeres, el -H en los hombres y cuando las parejas se encontraban, se despertaban anticuerpos uno de cada lado, se desarrollaban los síntomas y mataban a los dos. Por eso la supercerrazón. Y las separaciones, y el dolor, un escenario de ciencia ficción. Impensable. Irreal.

Empezaron las ideas de tomarse la vida, algunas parejas se iban a las cabañas comunes que pusieron gentilmente en varias partes de la ZDM donde no había vidrio ni nada. Y se quedaban ahí, se amaban y morían. Luego llegaban las brigadas a limpiar y a esperar las siguientes parejas. Mortal todo.

Los médicos trabajaban a toda velocidad. Pero no encontraban la cura.

Por eso me separé de ella. No toleraba estar viéndola por la ventana. No quería tampoco que aceptara vernos en alguna cabaña, ocurrencia absurda y así morir. Sí, así me amaba.  Por ello decidí ya no hablarle. No quería que muriera, esto era de paciencia, encontrar la vacuna era cuestión de tiempo, pero ya habían pasado tres años y decían que serían dos años más, pero era doloroso, todo era doloroso.

Me fui a las montañas, sin internet. El acuerdo. No buscar noticias. Sé que después la encontraría.

Empecé a escuchar rumores, de que sí, que ya habían encontrado la cura, que ya iban a quitar las divisorias, que las parejas ya no morían, ¡las nuevas vacunas funcionaban!

¡Era Día de la Victoria! Hombres y mujeres se besaban, con timidez. Había felicidad, alegría. Bueno, no todas, no todos. Había gente que tenía terror a los COVID.

Pero no encontraba a Rosalba. Por ningún lado. Eso sí, las mujeres empezaron a entrar al mundo de los hombres con miedo, nosotros al de ellas. Íbamos con cuidado, no sabíamos si podía haber una mutación o algo más. Nos aseguraron que no, que las vacunas eran poderosas.


De pronto vi a Rosalba en una plaza comercial y me miró. Resplandecía, feliz. No me esperaba. Me miró y me detuvo con su bella voz: “No te acerques, Rangel”. Años sin escucharla. Era complicado detenerme, tenía planes, podíamos comenzar de nuevo. Sin acercarme le dije: “Sólo he pensado en hablarte, nunca debí haberte pedido que nos dejáramos de hablar.” 

Rosalba empezó a decir, con su voz de tristeza:

“Nunca me entendiste, Rangel, no me quisiste escuchar, pero cuando te fuiste, dije, él encontrará su camino y nunca volverá. Por eso  me ocupé en las brigadas de la nueva vacuna, y sin buscar encontré a una persona y ya estoy comprometida, y es más, estoy embarazada de él”.

Me congelé. ¿Escuchaba bien? 

“Repítelo”, le dije:

 “Nunca escuchas, Rangel, siempre querías dominar la conversación Antes de que tomaras esa decisión estúpida de no hablarnos nada, que yo acepté mil contenta, tú me malentendiste. Lo que al final te dije fue ‘Rangel, ya no te amo’.

El “ya no te amo” más bellísimo que hubiera escuchado jamás.

Me regresé a las montañas y en el espejo, ahora que lo pienso, dejé de verme. Dejé de escucharme. 

Sólo esperaba a qué algo sucediera, un nuevo apocalipsis, una nueva pandemia y veía siempre a la puerta para ver si llegaba Rosalba sonriente y arrepentida y que llorando me dijera, “me equivoqué, mi cielo”, pero no, Rosalba nunca regresó. ///1214


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