NnCt 1221 de 1,440 columnas del gran templo escondido de la gran selva cerca del Suchiate cerca del gran volcán del Tacaná allá por el Soconusco, tema del que no sabes que yo no sé tampoco y no importa para lo que sigue…///
Me topé la primera vez del Ah Chak Wayib, el Gran Soñador, un rey maya desconocido por muchos, te lo conté y no me hiciste caso, en un artículo de Time, algo me subyugó y se volvió obsesión porque no encontré nada de él.
Te dije que un día iría a buscarla o por lo menos estar cerca de ese lugar, que era muy Indiana Jones. La historia contaba que era una piedra encontrada importante y que trataron de sacarla del santuario, no sé si a un museo o a qué, pero el tema es que los arqueólogos fueron interceptados por bandoleros y por no sé qué causa la piedra hermosísima de la cual se conserva una sola foto fue regresada a donde estaba y para colmo de males, sellaron el lugar con cemento. Sí, cemento.
¿Quién contó la historia? No tengo idea.
Impelido por algo, un sueño-necesidad, me lancé a buscar a esos lugares y di con un grupo de senderistas y me mandaron con una tal Nora Hilda Trejo. La conocí en la recepción del hostal, pelo rubio, caireles exuberantes inesperados, labios rojos, piel dorada. Sonrisa amable, dientes blancos. Perfume punzante. Estaba en bienes raíces ahí en Tapachula.
Me presentó a su hija. Me dijo que me iba a presentar a su hermana gemela, Diana, pero nunca pudo llegar y tuvimos que partir. Fuimos en jeep y en una comunidad, seguimos a pie. Cansado, le seguí el paso.
Se hizo de noche y de pronto se apareció una villita y ahí en un parador para ecoturistas me recomendaron las sopas de hongos, que para esto había una que se llamaba La Sopa del Gran Soñador. Coincidencias.
La probé y me encantó. De ahí fuimos a dormir.
Algo extraño ocurrió en la noche, estaba en medio del sopor, la sopa sí me había caído mal y vi que entró una persona a mi cuarto, me asusté y por un aroma punzante tuve la idea de que era Nora Hilda. Sin dejarme pensar me tapó la boca y me besó. Sólo eso, me besó. Salió muy aprisa y sólo recordé un aroma curioso, entre dulce y cítrico, asombrado de todo si no fue mi imaginación.
En la mañana siguiente me levanté y me pregunté si había sido un sueño y pensé que sí, debió haber sido eso. En eso apareció Nora Hilda y me sonrió.
-¿Durmió bien?
Le sonreí y le asentí, como no mostró nada de familiaridad, según mi juicio, tuvo que ser un sueño.
Salimos de la villita y avanzamos, ella me llevó entre las veredas que conocía porque era guía, la mera selva, los arroyos, la exuberancia de lo verde, del azul cielo profundo, los insectos de todas formas queriendo explorar mi piel, troncos podridos que se deshacían viéndolos, reptiles extraños de mundos prehistóricos diminutos, pero nada fuera del mundo realmente, así fue como llegamos a otro pueblo y ya por la hora pernoctamos, con menos comodidades, pero yo estaba con la idea de seguir hacia el lugar donde había estado Ah Chak Wayib, el Gran Soñador. Ya había llegado hasta ahí. Por más que quería saber de Nora Hilda, de su vida, ella se limitaba a hablar sus temas de bienes raíces y senderismo.
Ahora dormí mejor, pero volvió a ocurrir algo extraño. Dormíamos cada quien cubiertos de una tela blanca transparente para que los insectos nocturnos no molestaran y de pronto en la oscuridad volví a sentir una persona, no pude despertarme, una masa de cemento en mis párpados, pero sentí otro beso de labios deliciosos y carnosos en los míos. Intenté mirar, pero cuando los abrí vi unos ojos rojos, ¿eran los de Ah Chak Wayib? Cerré los ojos en el acto, los volví a abrir y no vi ya nada. Una desagradable visión. Quizá era ya demasiada selva para mí.
Pero seguí en mi empeño, terquedad, necedad, necesidad, deseo.
Fue cuando ella me dijo, “ahí está el Suchiate, yo ya no puedo pasar. Si me llega a ver la migra guatemalteca tendré problemas, ya con los senderistas nos han llamado la atención dos veces, una tercera es prisión, prisión guatemalteca”.
Ahí Nora me presentó a Mauricio Terrés, lugareño gran conocedor de Sabines y de Rulfo y de Eraclio Zepeda. Un erudito improbable que sabía de selvas. Promotor cultural en la zona. Sus lentes oscuros me llamaron la atención, como los de Neo, Keanu Reeves en Matrix.
Me fue llevando por otros senderos y de pronto me tocaba yo los labios recordando el sueño con Nora. Pasamos mas arroyos con puentes de troncos viejos, piedras puntiagudas a cinco metros al fondo, calor, humedad, tórrido todo, pero no sé por qué una necesidad me poseía. Debía llegar a esa imagen del Gran Soñador. La sentía tan cerca, era punzante, casi dolorosa.
-La verá ya la verá, todos la veremos algún día.
Evitamos serpientes, en una de esas también evitamos una patrulla de soldados guatemaltecos.
-Aquí hay rutas de migrantes. Me señaló fogatas, bolsas, envolturas de comida.
De pronto ya no hubo senderos. Escuché pájaros, escuché animales, escuché felinos. Sí, tuve miedo, pero confiaba en el amigo Mauricio, el promotor cultural, conocedor de Sabines, de Zepeda, de Rulfo. Lentes oscuros como los de Neo, el de Matrix.
Y estábamos hablando de Rulfo caminando en la selva sin fin.
-Es que los murmullos, Mauricio, Páramo es una novela de murmullos de muerte y eso me deprime…Pero bien dices, hay que darle una nueva leída…
Fue cuando me di cuenta de que estaba solo.
Sentí mi pulso al cien, al doscientos.
De pronto una luz de un claro se miró y fue cuando llegué a un pasillo cubierto por los árboles de la inmensa selva, ahí vi a unas cabezas gigantes que parecían olmecas, y no era la zona de olmecas, creo, pero yo no sé de eso, sólo sé que estaba hipnotizado por la historia de Ah Chak Wayib, que me hablaba, que me decía, ven por mí… “¡Mauricio!”, quise gritar, pero no podía, el lugar me imponía. Y fui ahí en los pasillos, en las columnas que vi la piedra, la gran Piedra de Ah Chak Wayib, el Gran Soñador.
De pronto de entre las columnas, un grupo de hombres y mujeres pintadas las caras me agarraron, me pusieron arriba del disco a pesar de mi resistencia, sacaron de no sé donde un cuchillo, y grité, hasta el punto de que pude ver el cuchillo y vi de reojo que era una especie de cuchillo de acero inoxidable, incongruencia que no me iba a salvar de ser apuñalado y sólo cerré los ojos y… sentí como inevitable la punta del cuchillo en mi pecho a punto de entrar, sangrar, ser penetrado…
Abrí los ojos. Estaba Nora Hilda frente a mí y miré a todos lados. Estaba en el hostal de Tapachula.
La miré confundido. Me dijo:
-¿Durmió bien? Lo veo pálido. ¿Está bien? ¿Ya desayunó?
No pude decir nada. Me asomé a la ventana, ¡era la Plaza de Armas de Tapachula! Me sentí mareado. Sólo le pude decir:
-Todo bien, muchas gracias. Sí, pasaré a desayunar en unos minutos, Nora Hilda…
Me miró con extrañeza.
-Este, yo no me llamo Nora Hilda, mi nombre es Diana…
Me sorprendí. Continuó hablando. Su piel dorada se puso pálida.
-Y Nora Hilda es mi hermana gemela. Pero ella murió y no sé como se enteró de ella. A nadie se lo cuento. Yo soy Diana, se lo dije. Aquí está mi tarjeta.
Leí sobresaltado.
“Diana Trejo, Bienes Raíces. Ecologista, Senderista. Tapachula.”
-Coincidencias curiosas, disculpa.
Ella sonrió, recuperando rápidamente el color dorado.
-No se apure. De hecho le presentaré a nuestro guía. Él nos llevará en esa excursión por el Soconusco. Se llama Mauricio Terrés. Promotor Cultural, especialista en Sabines, Rulfo y Eraclio Zepeda.
En eso entró el señor Mauricio, con sus lentes negros, como los de Neo, el de Matrix.
Sonrió. Me dijo:
-Así que quieres conocer a Ah Chak Wayib, el Gran Soñador.
Miró a Diana/Nora Hilda.
Ella le regresó la mirada llena de confianza, de seguridad. Él continuó:
-Nosotros te llevaremos…Claro que sí, te llevaremos con Ah Chak Wayib…
Sin dejar de sonreír se quitó los lentes. Sus ojos eran rojos. /// 1221
 
 
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